Fetichismo, ideología y mentira
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La antropología por un lado y la teoría de la religión por otro dan cumplidas explicaciones al desarrollo del pensamiento religioso de los seres humanos. Al parecer el mito animista fue el arranque de la religión, llamada natural porque la naturaleza y a los animales daban sustento al hombre, y éste les otorgaba la condición de sagrados, y cazarlos y comérselos les mantenía unidos, dependientes.
Fernando Bellón
El segundo paso fue atribuir a los animales y a las plantas una cualidad espiritual, convertirlos en númenes. Dicen que por efecto de la disminución de las especies debido a la caza. Se perdía así el valor corpóreo del objeto religioso, y se daba un paso hacia lo espiritual. Se los seguían comiendo, pero su espíritu sobrevivía.
Es lo que dio lugar a la magia. A diferencia de lo anterior, cuando todos y cada uno de los seres humanos de la comunidad se comunicaban con los animales, la magia era posesión exclusiva de determinados individuos, magos o hechiceros.
La magia derivó de un modo insoslayable hacia la creación de un mundo sobrenatural, que en cada cultura humana siguió un camino. Tras el Olimpo griego y el de otras religiones del Oriente Próximo, la divinidad pasó a ser única, y de ahí proviene el judaísmo, el cristianismo, las religiones dualistas y sus derivados. En Asia pervivió la religión tradicional en cada región, con cuñas coloniales occidentales. En África, la magia y la hechicería fueron erradicadas con voluntad sañuda… por el bien de los indígenas. En las Américas había ocurrido otro tanto. Lejos de condenar esta intromisión de las creencias occidentales en otras culturas, cabe observarlas como hechos históricos. Además, condenarnos nosotros por lo que hicieron nuestros antepasados es un ejercicio vacío de masoquismo, vigente en estos tiempos de confusión moral.
Las religiones occidentales fueron, sí, motivos de crueldad bélica, de exclusión del hereje, de persecución inquisitorial. Son hechos inapelables. En Oriente la religión no provocó tantos desastres como en Europa, es decir, las guerras allí eran tribales, de estados o de imperios, por la defensa o la ocupación de territorios, no por creencias.
Las últimas guerras religiosas europeas de produjeron en el siglo XVII, y fueron resueltas en la paz de Westfalia, en 1648, y en Inglaterra poco después de su propia revolución político religiosa. Pero el acuerdo fue un espejismo.
El pensamiento ilustrado del siglo XVIII prosperó entre las elites aristocráticas y la nueva burguesía próspera, por completo ajena a la vida de la mayoría de sus coetáneos. La Francia revolucionaria convirtió a los curas en funcionarios del Estado. Muchos párrocos se opusieron, y con los agricultores y ciudadanos católicos de provincias fueron perseguidos a sangre y fuego en varias ocasiones. Robespierre, con la esperanza de resolver estas disputas inventó el Ser Supremo. Ni siquiera se oficializó, le guillotinaron con celeridad maestra. El catolicismo y los credos protestantes volvieron a florecer en el siglo XIX, y se mantuvieron en el XX.
Pero las religiones ya no combatieron entre sí. Habían perdido fuerza de arrastre en las masas, y fueron sustituidas por la ideología política.
El sueño de la Ilustración, atreverse a saber, se convirtió poco a poco en un monstruo despótico. Napoleón creyó que hacerse emperador y recibir la corona del Papa podía ser una solución a las disputas religiosas. Pero el motivo raíz de los conflictos fue su ambición, algo que tiene que ver más con la psicología y la política que con la religión.
Así es como las ideologías fueron dispersándose, cruzándose, oponiéndose, combatiendo con las armas y las barricadas.
Hoy en día pocas personas creen que la religión sea una fuerza social o personal. La ideología, el colectivismo, el socialismo, el comunismo, el liberalismo, el fascismo o el nazismo han ocupado el escenario que antaño dominó la religión.
Esto significa que la ideología funciona según los mismos mecanismos que la religión establecida, aspira a sustituirla.
¿Lo consigue?
Es evidente que no, porque la convicción política, aunque sustituya a la fe religiosa, carece de misterio, de trascendencia, de una comunicación con la divinidad, sea nebulosa, sea personalizada o sea el recurso a un ente de razón.
De este modo se ha establecido entre las gentes la creencia de que no vale la pena creer en nada, porque todo vale, todo es equivalente y además no sirve para otra cosa que para distraernos como el fútbol o el béisbol. Las obligaciones de la religión como el cristianismo comprometían a todos los creyentes, a todas las clases sociales, a todas las fortunas o miserias. La ideología ahora sólo compete a los afiliados o a los votantes, la mayoría de ellos escépticos o vinculados por conveniencia, y casi ninguno estimulado por la fe, porque la experiencia demuestra que no hay que creer en la palabra de los hombres.
Esto ha dado lugar a un predominio del fetichismo y de la mentira, porque no se puede argumentar nada satisfactorio y piadoso basado en el interés. Y además, los propósitos que se pretenden alcanzables se revelan falsedades o en el mejor de los casos predicciones mágicas.
¿Estoy diciendo que tenemos que regresar a la fe religiosa? Pienso que esto es una ilusión mágica más, algo imposible, porque no se dan las condiciones sociales ni económicas propias de un mundo con creencias universales. Lo más universal hoy es el consumo, lo más opuesto a las piedad religiosa, que sus funcionarios jerárquicos se encargan de devaluar.
Las instituciones religiosas son andamios que su esencia sobrenatural hace fuertes, pero incapacitadas para acreditar que esa espiritualidad tenga validez en un mundo laico.
Las instituciones religiosas tienen hoy de religioso sólo el adjetivo, del mismo modo que los partidos políticos son un andamiaje dedicado a la captación de votos, no a recoger las opiniones y las necesidades de las poblaciones. Por decirlo de un modo simplificado, los curas venden a un Dios lejano, y los políticos venden humo con frecuencia tóxico. Son muy parecidos estos fenómenos. La religión tiene la ventaja de no ofrecer remedios materiales, sino la esperanza en un Dios o en un universo sobrenatural que acoge a los seres humanos y les procura consuelo.
El nefasto efecto de la ideología izquierdista sustituta del catolicismo en España
El ejemplo más terrible de esta invasión de competencias lo tenemos en España en estos tiempos desgraciados. Si nos gobernara un partido de derecha, el efecto sobre la población sería de indiferencia y de sospecha, porque la derecha se asocia a los privilegios y a los abusos.
Pero como gobierna la izquierda (eso dicen ellos), por definición ideológica, es decir por fe o creencia, lo hacen sólo y exclusivamente en beneficio de los necesitados. No puede ser de otra manera, es la doctrina lo que prevalece, no la realidad. Los defectos y males que se derivan de ese gobierno (incompetencia, nepotismo, corrupción…) son asumibles, es decir son tropiezos, descuidos humanos que pueden perdonarse porque los izquierdistas de buena fe merecen la absolución
Es una traslación del perdón de los pecados, aunque sin confesión ni penitencia. Cómo van a ser buenos esos corruptos herejes. Imposible. Hay que cerrar el paso a la derecha, porque nos lleva derechitos al infierno. ¿Qué infierno? El mismo que el de los cristianos, los musulmanes y otras religiones evolucionadas.
El fetichismo es la descripción más lúcida de la religión izquierdista, da lugar a la superstición (o al revés, más o menos, no estoy escribiendo un tratado académico). Y la superstición acaba por convertirse en fanatismo, en sectarismo, y también en violencia.
Resulta curioso cómo la historiografía ilustrada y la que le sucedió terminó de reforzar la antigua leyenda negra de catolicismo. Los protestantes, luteranos, anglicanos, evangélicos, presbiterianos, calvinistas, etc. contribuyeron a esa leyenda con fruición, porque les convenía. Pero entre ellos se dedicaron a acusarse de cismáticos, o cosas peores, y se dedicaron a exterminarse sin piedad.
Con esas matanzas y las de las guerras de religión entre reinos católicos y reinos protestantes, acabaron descubriendo que se estaban sacrificando por la fanática interpretación de un dogma que ni siquiera compartían, porque los más sensatos se separaron del cristianismo, proclamaron la libertad de cultos y se marcharon a las colonias norteamericanas de Inglaterra.
En España y su imperio americano jamás hubo protestantes. Fue una de las decisiones más sabias de los Austrias. Los españoles (de todas las latitudes y reinos) no estaban agobiados por la Inquisición, porque la Inquisición no era una policía política sino la conservadora de un dogma que evitó las guerras religiosas en nuestro país. Cualquiera que desee conocer la historia verdadera de la Inquisición española tiene una amplia bibliografía académica y de divulgación (además de Roca Barea) en la que se describe con detalle su papel, su trabajo y su contribución al gobierno del Estado, así como sus desviaciones y defectos dolorosos
También es sorprendente la asunción por parte de la izquierda española de hoy de las aberraciones ideológicas que derivaron desde hace dos siglos en asaltos a conventos, en matanzas de frailes, y en las sacas de católicos inofensivos, el menosprecio y el odio a la religión.
El gobierno de España fomenta hoy el fanatismo, levanta un muro tras el que coloca a todos los que no piensan como ellos, la evidencia más clara de fanatismo, fetichismo y superstición desde la República.
El problema es que la derecha española se siente a disgusto con su ideología, si es que tiene alguna. Lejos de contribuir a la confianza y la conciliación de los españoles con un programa claro y comprometido, se limita a asegurar que cuando llegue al gobierno lo hará mejor, una innecesaria redundancia, porque si no intervienen ellos, el país se va al garete. Pero, ¿será capaz de enderezar el curso emprendido por Sánchez, o el peso de la vergüenza de no ser progresista les paralizará?
A la llamada extrema derecha yo prefiero definirla como derecha sin vergüenza de serlo. Su gran debilidad es que no tiene los votos suficientes para gobernar, y no podrá demostrar si sus propuestas funcionan. Le tocará un papel muy controvertido y enfadoso, y ya veremos dónde llegan.
Pero no conviene terminar esta reflexión con el pesimismo. España está repleta de personas cualificadas, diligentes, sanas, que serán capaces de escapar del muro en el que el sectarismo y la superstición pretenden encerrar a los españoles. Como manifiesta la evidencia histórica, de otras peores hemos salido
