Una conversación sin acritud sobre el presente de España y su incierto futuro
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El editor de esta revista digital, Fernando Bellón, y uno de los componentes del equipo de edición, Segismundo Bombardier, charlan y se desahogan sin acritud, cada uno desde su casa, en contacto audiovisual gracias a la tecnología moderna. Transcribimos su “conversatorio”.
Segismundo Bombardier.– Como vivo en Francia, y las noticias y opiniones de España me llegan fuera de contexto, querría empezar nuestra conversación con nuestra patria común.
Fernando Bellón.– Hombre, a mí me gustaría que habláramos de Francia. Tú tienes una experiencia viva, mientras que la mía es desde la distancia. Además, querría saber si tenemos los mismos problemas que vosotros, y quién está en condiciones de salir de la encrucijada antes y mejor.
Segismundo.– Nuestros problemas comunes son los mismos que tiene Europa, y en concreto el aparato de la Unión Europea: mal gobierno y burocracia innecesaria. Pero como tú y otros han dicho, España tiene menos recorrido democrático y en estos momentos está gobernada por una banda de incompetentes y corruptos de mancebía.
Fernando.– Mal gobierno y burocracia innecesaria y corrupta, eso es. ¿Dime cómo ves tú nuestro país desde Lila, que es como se decía antes en español Lille, o Rijsel, Isla en flamenco?
Segismundo.– Supongo que habrás tirado de Internet para eso de Rijsel. A estas alturas de la película deben de ser escasos los vecinos de este departamento que se sientan flamencos. Pero en todas partes hay tíos y tías convencidos de que ellos son otra cosa distinta a la sociedad en la que viven. Yo recuerdo a un antropólogo catalán, que ahora anda metido en actividades separatistas, asegurar que las fracturas de Francia no tardarían en manifestarse. Eso era en los años noventa. Tenía razón, aunque él daba a entender que buscarían su independencia y fragmentarían el Hexágono. Ahí erró el tiro.
No era un hombre sin preparación, y alegaba razones históricas para basar su aserto. Tiraba del hecho cierto de que la Francia del Ancien Régime era un reino compuesto de territorios disformes y disconformes. Hoy, después de más de dos siglos de la Revolución, Francia sigue siendo la república creada por la Asamblea Nacional en 1792, cuando destronaron a Luis XVI, uno de los países más centralizados de Europa.
Pero los apologetas de la diferencia y la identidad parroquial han surgido como hongos en el territorio, se ponen rótulos en vernáculo por las calles y en las instituciones oficiales, y eso es todo. Los que hablan vasco, bretón, lemosín y otros patuás folclóricos lo hacen libremente como lo han hecho desde que el Directorio impuso el francés como lengua para la instrucción publica hace dos siglos y pico. Pero no se meten en conflictos hueros. Quienes se autoexcluyen de Francia y de la cultura francesa son personas enajenadas, a quienes nadie toma enserio. Un médico, un maestro, un funcionario público de Estrasburgo, que acaso hable alemán en la intimidad, puede pedir un traslado a Aix-en Provence, donde se empeñan en llamar a las calles “carriero” y a las plazas “placo”, sin que nadie le excluya por no hablar la lengua vernácula.
La locura centrífuga
Fernando.– Quieres decir que el problema con mal remedio en España es el separatismo y la exclusión del ciudadano español que llega de fuera a Cataluña, Baleares o Vascongadas. Y también estás diciendo que la ingobernabilidad de Francia tiene que ver poco con la locura centrífuga que se da en España.
Segismundo.– Sí. Francia, como España, como Bélgica, Holanda o los Estados Unidos de Norteamérica está partida en dos. La mitad más estable patrimonial y profesionalmente ha dado en encomendarse a un paraíso irreal y exclusivo que pretenden construir y habitar, e impedir el paso a la otra mitad compuesta de herejes, demonios y fachosos que merecen ser arrasados por el cambio climático, que no llegará a filtrarse en su paraíso.
A esa mitad le importa un carajo contradicciones como la de acoger a masas de emigrantes que jamás entrarán en su paraíso porque ellos no lo consentirán, les dejarán en las puertas. Es absurdo. Es ridículo. Suponen que el lema de la agenda 2030, “seréis felices y no tendréis nada”, se aplicará a esos inmigrantes, no a ellos, que son moralmente superiores.
Hay quien quiere ver en este panorama un combate ideológico: la izquierda se ha vuelto loca y la derecha ha perdido el juicio. Pero la realidad, y tú lo has dicho muchas veces, es bien diferente. Las ideologías murieron con la bomba de Hiroshima. Murieron víctimas del bienestar de las multitudes y de la difusión de la idea de que el Estado lo pagaba todo. Pero ese bienestar era un espejismo que sólo afectaba a las clases medias. Ahora la clase media se achica, y muchos de ella culpan a la “derecha” del desaguisado. Son los ignaros modernos, los supersticiosos del siglo XXI.
Fernando.– Las contradicciones flagrantes son sorprendentemente ignoradas por esa mitad de afortunados. Se tapan los ojos y los oídos cuando se saca a la palestra el tema del endeudamiento del estado, que sigue pagando pensiones y subsidios. De esto se beneficia mucha población, y algunos lo necesitan. Pero los devotos del paraíso excluyente no quieren oír hablar de la ruina del estado del bienestar, sino aprovecharlo hasta que explote.
Yo no sé cuándo va a sobrevenir el estallido de la deuda pública y privada. No me parece que vaya a tardar mucho. Igual hasta tú y yo, dos vejestorios, somos testigos de algo así antes de salir de esta vida camino de la incertidumbre total.
Segismundo.– Ni tú ni yo tenemos formación económica. Pero no sé si te has preguntado alguna vez, cómo es posible que las grandes potencias del planeta estén endeudadas hasta las cejas, cada vez más, y no haya una quiebra generalizada. ¿Nos están engañando o los verdaderos poderosos ejecutan con endemoniada habilidad eso que llaman la “ingeniería financiera”?
Fernando.– Pues por ahí nos podemos encaminar a la teoría de las conspiraciones. Es muy entretenida, pero no aporta nada con pruebas evidentes, sino derivadas de hipótesis a veces delirantes. Aunque no me resisto a suponer que los manipuladores del dinero hacen juegos malabares a nuestras espaldas. O a lo mejor delante de nuestras narices. Son una elite de trileros.
Lo que más me preocupa de España, es decir, de nuestros hijos y nietos, es lo que va a quedar de ella cuando el gobierno salga de las manos de los forajidos que la han secuestrado. El escenario que van a dejar será pavoroso. Salir de esta ciénaga sólo se hace con una ciudadanía cohesionada, y eso no se consigue en un par de años. Europa se puede ir al carajo, y arrastrarnos irremediablemente. Pero tengo la impresión de que puede ser al revés, que España se vaya al carajo y arrastre a Europa. Hay tantas variables, que es imposible hacer un diagnóstico y una prospectiva. Ni la inteligencia artificial más inteligente y artificiosa podría hacerlo.
Desconfianza en la democracia
Segismundo.– Hay un tema que sacas con frecuencia que me interesa repasar. Se trata de tu desconfianza de la democracia. ¿Crees que mientras se practique le libertad de asociación, la libertad de palabra y de movimiento la democracia está garantizada?
Fernando. – Ni mucho menos. Yo veo tres problemas. Un problema de competencia política. Otro problema de definición ideológica. Y un tercer problema de darse la cabeza contra la pared… mientras tengas cabeza. En resumen, falta de capacidad de los gobernantes, confusión en los programas para gobernar y temeridad de los que gobiernan. Cosa que se complica cuando los que aspiran a gobernar son imprecisos, carecen de programas sólidos de gobierno, y les da vergüenza o miedo decir lo que piensan sobre los temas polémicos.
Hasta la caída de la URSS, las democracias llamadas populares impedían la libre asociación política, la libre expresión y el libre movimiento. Habrá quien diga, con razón, que el régimen que rige en Rusia hoy coarta la libertad de opinión y persigue en la sombra a los que se asocian para ser opositores políticos. Eso sucede también en Ucrania, en China, en la mayoría de los países africanos, en Turquía e Irak, en Venezuela y en unos cuantos países de Indochina. Las dictaduras férreas se mantienen en Cuba, en Paquistán, en Afganistan, en Irán, Egipto, los emiratos de Arabia y algunas otras repúblicas ex soviéticas.
Por otro lado, la democracia parlamentaria convencional de los países considerados democráticos en Occidente está llena de fracturas, e incluso se vuelve inoperante. El voto no sirve para mucho, los elegidos dan la espalda a la nación. Y para acabar de vaciar las posibilidades, los medios de comunicación están sometidos a la censura de los gobiernos atrevidos, como el español en RTVE y RNE, y los que escapan a este control están sometidos a los que ejerce la empresa aliada o contraria al gobierno. La libertad de asociación más común y auténtica es la de los clubes deportivos, los clubes culturales, folclóricos y festivos; la otra está atrapada por el dogma dominante en cada caso, sin posibilidad de discusión y agrupación. La libertad de movimiento depende cada vez menos de las restricciones políticas, salvo en casos excepcionales como las supuestas pandemias con las que han puesto a prueba el programa 2030, “seréis más pobres, menos libres, pero más felices”.
Que este complicado mecanismo funcione depende de un sistema de mantenimiento que cada país interpreta y aplica en su aparato, pero que choca con las estrategas de los países cercanos.
En definitiva, la democracia formal, pero sin contenido efectivo, está deshilachándose. A los poderosos les sirve bien, pero para los ciudadanos comunes y corrientes que desean llevar una vida cómoda, segura y de mercado libre, la democracia parlamentaria es un zoo de papel.
El zoo de papel
Segismundo.– Sí a mí también me parece que la confrontación ideológica es un zoo de papel. La derecha no convence a los ciudadanos, sus argumentos son inocuos para los que dominan las instituciones, y la llamada extrema derecha asusta a todo el mundo (menos a quienes la votan, claro). Son efectos pantalla, porque cuando la derecha llega al poder no lo hace ni mejor ni peor que la izquierda, hay pruebas de ello. Son dos comportamientos homologables. Dudo que Rassemblement National el partido de Marine Le Pen vuelva a utilizar la guillotina.
Fernando.-– En el caso de España esa homologación ha sucedido durante décadas. La derecha es tan responsable como la izquierda del auge del separatismo, y del vaciamiento de la democracia parlamentaria. Por eso, cuando ahora se extiende la capa del horror hacia la rotulada extrema derecha se juega con una falsedad. La supuesta extrema derecha no gobernará sola nunca, se tendrá que aliar con la supuesta derecha, y tendrán graves dificultades para resolver problemas como el separatismo, el sistema electoral, la educación, la sanidad, etc.
Segismundo.–El panorama social de España que yo observo cuando visito mi tierra es un escenario positivo, estable y conservador (también entre los progres de catecismo). Todo el mundo disfruta de las libertades públicas y de cierto bienestar generalizado.
Fernando.– Sí. Un español puede “sentirse” o creer (con la fe del carbonero) que es de izquierdas y ser un conservador de libro. La mayoría porque no tienen conocimiento de la obra que están representando, y tampoco del papel que interpretan. Y a la vez muy pocos españoles tienen conciencia de ser de derechas, aunque voten al PP (los de Vox parece que tienen menos complejos). Confesarse de derechas es desnudar un cuerpo leproso, que es el que tienen todos los de derechas, que por pura rabia quieren contagiar a los atléticos, guaperas y moralmente irreprochables tipos y tipas de izquierda, como si la lepra fuera el tifus exantemático.
Un plan nada retórico
Segismundo.– Otro asunto interesante es el de las razones que puede tener el PSOE para actuar como lo está haciendo su jefe. ¿Es una obsesión de Sánchez para que no le levanten de la poltrona de Moncloa? ¿Es la acción de un psicópata o de un paranoico? De ser así, no llega a entenderse la sumisión a un perturbado de un consejo de ministros, un grupo parlamentario y un partido. Hay españoles lo suficientemente lerdos como para enamorarse de él, eso sí.
Yo me inclino más a la existencia de un plan en el que todos son cómplices. Las columnas en las que se trata este asunto en los medios dan mucha importancia a la salud mental del tipo, y gastan ríos de tinta en especular sobre él, su mujer, su hermano y el proxenetismo de su difunto suegro. Me parece a mí que esta línea de opinión es lo mismo que responsabilizar al trastorno probado de Felipe V de Borbón de la pérdida de Gibraltar y Mallorca.
Fernando.– “Efectiviguonder”, que dice mi amigo Paco Campos. Existe un plan de dar por cancelada la Transición e iniciar otra que puede conducir a la Tercera República. Al principio yo creo que no fue tal plan, sino una extravagancia de Zapatero, que se lió con su abuelo y con Franco, como si hubieran sido militares rivales. A alguien se le ocurrió el término “memoria histórica”, y esas masas de devotos del nuevo paraíso lo acogieron con entusiasmo. ¡Solo se trataba de reconstruir la historia y añadirle la muleta de memoria! ¡Qué cosa tan fácil!, debieron decir, y siguieron inventando términos: alianza de civilizaciones, fachosfera, resucitaron al Caudillo, pero no al cruel Largo Caballero.
Lo cierto es que la gente no hizo mucho caso. Incluso ciertos dirigentes del PSOE intentaron poner el sentido común en su sitio. Y de pronto aparece un tipo guaperas que dice que habla inglés, sin la más mínima experiencia profesional, falsificador de doctorado, sin asomo de escrúpulos, que no se corta porque le pillen en contradicciones, atrevido y tenaz. Ese tipo recoge todo el “argumentario” zapaterista, recupera el poder en el partido y a continuación consigue ocupar Moncloa. Para seguir mangoneando, se alía con enemigos declarados de España sin que se le mueva una ceja. Empieza a colocar adictos en el aparato del Estado y en empresas estratégicas, pocos de ellos con preparación para asumir esas responsabilidades, anima a su esposa a convertirse en académica, y hacece un inesperado ridículo en la Complutense, intenta colocar a su hermano músico en la banda de Extremadura, y comete tropelías sin cuento nunca vistas en España desde el tiempo de la monarquía absoluta.
No hay ni retórica ni casualidades. Hay un propósito. Sí es maldita casualidad que un falso doctor aparezca en el momento oportuno para ocupar el poder. Su personalidad amoral es excepcional, y tiene astucia para reunir a tres grupos de delincuentes: los que se dedican a saquear el Estado para irse de putas, y los que tienen más cabeza académica que él y pretenden ganar la guerra civil casi un siglo después, y los que pretenden fragmentar España para someter su región a su capricho. Entre todos se creen capaces de derrocar la monarquía como nuevos jacobinos (jacobinos incoherentes, porque para cargarse la monarquía española necesitan deshacer el país), e instaurar la república.
No me consta, pero me inclino a sospechar la existencia de un plan en este sentido. Es la explicación más sólida del caos en el que nos ha medito el gobierno de Sánchez.
La amenaza exterior
Segismundo.– Pero, ¿tú crees que en este plan no están involucrados más personajes? Desde militares a grandes empresarios, incluso gobiernos extranjeros.
Fernando.– Pues, no. Quizá haya elementos en España y fuera de ella a quienes interese el caos y la destrucción de la nación. Siempre ha sido así. Pero un golpe de estado se da desde dentro. Un golpe de estado necesita dinero, una fuerza militar para asegurarlo y personas temerarias y resueltas a jugarse el tipo. El PSOE de Sánchez no tiene que irse fuera de casa para contratar mercenarios. Dispone de todo ello en España. Y sobre la intervención estratégica de Rusia para desestabilizar Europa, puede que hagan todo lo posible, pero de momento no le da resultados favorables a Putin. Es más peligrosa la OTAN de Trump y de Starmer, que en caso de necesidad de dar una lección a España pueden hacer intervenir a Marruecos y desmontar la infraestructura de defensa nacional. Pero creo que eso es improbable, porque el ejército español reaccionaría entonces como fuerza cohesiva, y al PSOE se le vendría abajo el sombrajo.
Segismundo.– Esperemos que no llegue la sangre al río, Fernando.
Fernando.– Dios te oiga.
