CARGANDO

Escribir para buscar

Cultura y comunicación

Una tarde en la ópera

Compartir
Entr'acte alimenticio y espirituoso.

Fausto de Charles Gounod es una ópera que ha resistido la competencia y el tiempo. La han representado en Les Arts de Valencia. Impecable orquesta, buena actuación de los cantantes, y escenografía delirante.

Fernando Bellón

Esta reseña no puede ser crítica porque ni sé leer partituras ni conozco el repertorio operístico. Será una reseña impresionista, basada en el sentido común y en la honradez intelectual.

Entender poco de música no significa ser incapaz de explicar porque una composición te gusta y otra no.

¿Es Fausto de Gounod una ópera deficiente? Hay quien lo afirma y argumenta con razones. ¿Es una obra maestra? Probablemente haya quien la considere así.

Pera mí, Fausto de Gounod es una vuelta de calcetín del Fausto de Goethe. Y hablo de calcetín porque el parecido del Fausto retratado por los libretistas Jules Barbier y Michel Carré con el de Goethe es el de un calcetín remendado de nilón a una media de seda.

Dicho esto, sólo cabe juzgar o reseñar la obra que uno ha visto representada, como si fuera original, es decir, resignándose a que es más un calcetín remendado que una media de seda

¿Me gustó? Pues Fausto no me entusiasmó. He ido en cuatro ocasiones más a la ópera, y ninguna me satisfizo. Dos de ellas, de cuyo nombre no me acuerdo, en el teatro Real de Madrid. Si no me acuerdo de ellas es que no me impresionaron. Una más en el Staatstheater Nürnberg, teatro estatal de la ciudad de Nuremberga. Se trataba de Sebastián Rey de Portugal, de Gaetano Donizzeti. Donizzeti escribió setenta óperas a lo largo de su vida, entre ellas Lucia de Lammermoor, L’elisir d’amore o La hija del regimiento.Y otra de las óperas que he visto fue en el teatro de la ciudad de Erfurt, en la antigua Alemania Democrática: Hänsel und Gretel, de Engelbert Humperdinck, basado en el cuento de los hermanos Grimm.

Lo que más recuerdo de la representación en Nuremberga no es la música o la interpretación de los cantantes. Es que el ejército de Dom Sébastien en África estaba compuesto por unos cuantos intérpretes, supongo que un coro, vestidos con mono gris de mecánico, y sus armas eran unas botellas de plástico de agua de litro y medio. Lo juro.

De la representación en Erfurt me acuerdo bien porque en el título decía für Erwachsene, “para adultos”, y era un disparate sadomasoquista y sangriento. Al finalizar la representación, me dirigí en inglés a mi vecino de butaca, que parecía tan aturdido como yo, y le dije algo así como que me había parecido una barbaridad. Asintió.

Por lo que sé de las óperas contemporáneas, seculares en su concepción original, la escenografía y la puesta en escena es atrocidad sobre atrocidad. Si esto es la seña de identidad de la ópera moderna, supongo que la mayoría de las personas que se gastan más de cien euros en ir a la ópera, lo harán por dejarse sorprender por el circo, no por la interpretación, que la tienen en grabaciones estupendas.

Se diría que la escenografía circense propiamente dicha es de las preferidas entre los escenógrafos de ópera de estas décadas posmodernas. Curiosamente, los de Fausto eran alemanes, alemanas para ser preciso. Y cuando un alemán monta un circo lo monta a lo grande, un circo Kolossal.

Margarita era una combinación inexplicable (¿caprichosa?) de danzarina con su tutú blanco y una peluca de payasa. Su hermano Valentín, un propio Pierrot de cara blanca con gorro cónico blanco y traje blanco. Conviene saber que Valentín es un valiente soldado, y este de Les Arts era un tonto de las narices. Siebel, el pretendiente honrado de Margarita, es una mujer vestida, cómo no, de blanco. ¿Es esto un guiño al territorio LGTBI?

El único que adapta su indumentaria y su gestualidad al clásico Luzbel es Mefistófeles, vestido de negro, pero más parecido a un encargado de centro comercial que a Satanás.

¿Y Fausto? Pobre Fausto. Traje ajado y gris, bajito (el tenor era bajito, claro) y ademanes de alienado o drogado. ¿También una metáfora?

Los papeles están meticulosamente ajustados a los estereotipos diseñados por la puesta en escena. En conjunto, parece una ópera protagonizada por lunáticos. Daba pena ver a artistas bien capacitados en el canto y la interpretación actuar como autómatas.

El último acto es la “Noche de Walpurgis”, un aquelarre. Después de cuatro actos de excesos melodramáticos, uno esperaba algo ostentoso, desmedido, descacharrante. Pues, no. Me parecía escuchar la escusa de los directores de escena: “Ya hemos desbordado nuestra imaginación, y ahora se aguantan ustedes con meras idas y venidas de los personajes principales a lo ancho y largo del escenario”, mientras suena la orquesta con aires a veces verbenescos; esto último lo digo porque en el programa de mano oculto tras uno de esos cuadraditos laberínticos, se decía que Gounod compuso algunos números casi de zarzuela.

Antes de concluir vuelvo a afirmar que la orquesta de la Comunitat Valenciana y el coro de la Generalitat (disfrazado de una variedad absurda de indumentarias) hicieron un papel impecable. Y los intérpretes dieron, por decirlo así, el do de pecho. Pero la caracterización que les obligaron a hacer de sus personajes era ridícula, vergonzosa, ofensiva. Supongo que estarán acostumbrados a estas ocurrencias de los escenógrafos.

Un episodio divertido se registró en la “Noche de Walpurgis”. Mefistófeles acompañado en el escenario con Fausto y Margarita y algunos estafermos, viste una bata de médico de manicomio y unos guantes rojos de látex. ¿Dónde estaban las brujas y los demonios del aquelarre? ¿Representa Satán a un cirujano loco o a un loquero enguantado? Presiona a Fausto para que convenza a Margarita que se vaya al Infierno con él, algo que Margarita, que parece idiota con su tutú y su peluca de payaso, rechaza porque no tienen nada de idiota. Entonces, Mefistófeles, derrotado, se quita los guantes rojos y los tira al suelo. Y, oh, sorpresa, Margarita le canta que tiene las manos manchadas de sangre. Esto es lo que se podía leer en los subtítulos. Quizá un problema de sincronización, natural en una ópera subtitulada. Pero daba risa.

Por fin, la apoteosis de los aplausos. También yo lo hice para agradecer a los intérpretes su trabajo profesional. Pero dejé de batir las manos a los sesenta segundos. Sin embargo, la mayoría de los asistentes hacía palmas hasta romperse las manos, gritaba bravos y una especie de ladridos operísticos. Yo, ingenuo de mí, me preguntaba, ¿a qué aplaude esta gente con tanta vehemencia, si en un circo lo hacen mejor y es más barato?

Hasta que di con la respuesta, se aplauden a ellos mismos, para justificar los cientos de euros que se habrán gastado para pasar una tarde en la ópera como los burgueses de antaño, ignorantes y pedantes. Sólo que al salir a la calle no les estarán esperando los coches de caballos que llenan de mierda la calzada. Se van a casa o a cenar, y como todavía es temprano, muchos cogerán el metro y el autobús.

Lo mío no es la ópera representada. Son más baratas las excentricidades del teatro alternativo, radical y antiburgués.

Deja un comentario

Your email address will not be published. Required fields are marked *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.