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Cultura y comunicación General

Valera Ortega, Preston y la neutralidad de España (Segunda entrega del ensayo de Pío Moa)

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Segunda entrega del ensayo del historiador Pío Moa contra la visión pesimista de Varela Ortega sobre la España de Franco. La primera parte se encuentra en este enlace.

Pío Moa

Nacionalismo y economía en Varela Ortega.

“No parece aventurado concluir  que los tiempos de dirigismo, nacionalismo y estatismo económico fueron también tiempos de hambrunas, penuria y atraso”, resume Varela.  No parece aventurado siempre que hagamos algunas trampas básicas como ignorar los datos que desmienten el alcance del hambre (no hubo hambrunas), la penuria y el atraso, que solo fueron graves  en los primeros dos o tres años, extrapolados falsamente  por Varela y compañía a toda la década de los 40 y parte de los 50. No parece aventurado si ”ignoramos”  que la reconstrucción se realizó en medio de semiboicots  y chantajes de los anglosajones y luego bajo un criminal  aislamiento exterior que sí pretendía crear hambrunas; si “ignoramos” que las penurias y el racionamiento  fueron, en todo caso, comunes a  la mayor parte de  Europa, con la diferencia de que España se salvó de bombardeos y atrocidades como las que sufrieron los demás.
Aparte de esas trampas, que desacreditan a cualquier historiografía que quiera ser tomada en serio, está otra fundamental: la de presentar a Franco y a su régimen como sujetos pasivos, aunque afortunados, de la situación mundial, cuando, obviamente, Franco la entendió bastante mejor que los políticos ingleses, y supo explotarla. Con todas esas “ignorancias” se puede construir cualquier relato histórico, el que vienen haciendo en España marxistas y anglómanos a la par, se ve que ciertas alianzas de los años 40 perviven hoy con plena fuerza en el plano historiográfico.

Pero señalemos la causa a la que Varela atribuye sus hambrunas: la economía “nacionalista”.  No queda claro en qué consiste para él el nacionalismo de modo que puede, como tantos, utilizar el concepto a conveniencia. A falta de una definición algo rigurosa, que he intentado exponer en otros textos, por nacionalismo suele entenderse un patriotismo exacerbado y agresivo, o  imperialismo sobre otras naciones, etc. Si nos quedamos con esas definiciones, más bien impresiones vulgares, resulta que las potencias anglosajonas vienen siendo las más nacionalistas del mundo. El nacionalismo español de los años 40 no fue más exacerbado de lo que imponía la defensa frente a una agresiva hostilidad exterior, procedente precisamente de los nacionalismos anglosajones y del “internacionalismo” comunista. El nacionalismo español de los años 40 no fue imperialista, o solo lo fue por muy corto tiempo y con toda probabilidad fingido para evitar la entrada en la guerra mundial,  mientras que el nacionalismo imperialista anglosajón era y es de una potencia tremenda. Inglaterra poseía un gigantesco imperio, Usa se había extendido sobre territorios inmensos, y ambos defendían con uñas y dientes sus intereses económicos, con gran despliegue de fuerza e intervenciones militares. Pero para Varela no había en ello “nacionalismo”. El nacionalismo, y muy  malo, era el español.
Tampoco el nacionalismo español pretendía dictar a otros su política interior. Sin embargo los “no nacionalismos”  anglosajones y soviéticos, en segunda línea franceses, pretendían, al final de la guerra mundial e incluso durante esta, dictar a España sus conveniencias políticas, que todos llamaban “democracia”. Un poco al modo como recientemente han implantado por la fuerza la “democracia” en Afganistán, Irak, Siria, Libia y por poco en Egipto, u hostigan a Rusia, también para “democratizarla” rodeándola de bases militares y ampliando la OTAN, cuando el objetivo de esta, la contención del expansionismo soviético, ha desaparecido.
Al parecer, enarbolar la bandera de la democracia permite al nacionalismo de  algunos países intervenir en los asuntos internos de otros y tratar de someterlos a sus intereses, por supuesto democráticos. Esto nos lleva a una cuestión fundamental, ya tratada en otras ocasiones, es decir, la relación entre franquismo y democracia, en la que los autodenominados demócratas españoles al estilo de Varela (o de Gaziel) nunca desempeñaron ningún papel constructivo. Ya lo comentaremos.

¿Y qué significó el “estatismo económico”? Casualmente la guerra mundial supuso un cambio en profundidad de la economía liberal, que algunos como Churchill entendieron como una aproximación a la economía nazi. Se trató de la expansión  sin precedentes del estado y de su control sobre la población, hasta ocupar en torno al 50% del PIB. No vamos a discutir ahora si fue algo positivo, creo que en conjunto sí, en todo caso  fue  lo que ocurrió. Y precisamente ese fenómeno se dio mucho más atenuado en la “estatista” España,  que mantuvo un estado pequeño y demostradamente eficiente. En ese sentido más liberal que los demás, cuya tendencia socialdemócrata no ha parado de acentuarse.
A menos que queramos acabar con las naciones o someterlas todas a una, el nacionalismo es una realidad inevitable que, como todas puede tener derivas o vertientes muy diversas y contradictorias. Todos los países son nacionalistas económicos, es decir, buscan utilizar la economía en beneficio de la nación, acierten o no. El nacionalismo español acertó, el useño también, el inglés resulta más dudoso, pues salió de la guerra bastante arruinado y sometido a la tutela de Usa, viendo como la derrotada  Alemania sacaba mucho más fruto al Plan Marshall, pese a que Londres recibiera la parte del león de él… En fin, son otras cuestiones.
Por supuesto, Varela es un cumplido nacionalista, no español sino anglosajón y más particularmente inglés. En sus análisis no existe la menor preocupación por  Gibraltar ni por un aislamiento delictivo contra un país que no había intervenido en la guerra y por ese mero motivo había favorecido enormemente a los vencedores; aislamiento que pretendía tratar a España como un país vencido y sembrar en él un hambre masiva.  Y a partir de ese nacionalismo  enfoca la historia reciente de su propio país.

La inmensa importancia de derrotar al maquis

La verdad es que hago la crítica a Varela Ortega no tanto por su ensayo como porque permite aclarar diversas cuestiones que él trata de modo harto peculiar.  En otro tiempo hice una serie de observaciones sobre la historiografía lisenkiana (marxista)  sin reparar en la anglómana,  que a mi entender no es mucho mejor, y que toma mucho de aquella, dándole un matiz algo diferente. La lisenkiana pinta un cuadro negrísimo del franquismo y de rechazo de los anglosajones por no haberse metido en la guerra civil, como quería Stalin, y por haber “salvado” a Franco en la guerra fría.  La anglómana  pinta un cuadro solo un poco menos negro del Caudillo pero muy benévolo con los anglosajones, que al parecer lo manejaban a su conveniencia, aceptándolo como dique anticomunista para transformarlo liberalizándolo desde  dentro y a quienes deberíamos, en definitiva, lo poco bueno que tenemos o hemos hecho.
He expuesto muchas veces cómo la derrota del maquis fue una victoria transcendental del franquismo, ya que, combinado con los chantajes aliados, la penuria de los tiempos y la propia represión, habría podido reanudar la guerra civil  o provocar una resistencia capaz de ser utilizada como pretexto para una invasión. De hecho así se planteó, según L. M. Ansón para traer en volandas a Don Juan. Hay que decir que el planteamiento del maquis fue objetivamente muy acertado: el régimen español era considerado casi universalmente como un fascismo más, como el de los derrotados Hitler y Mussolini, y no debía sobrevivirles; la población soportaba graves escaseces que solo podían provocar  un fuerte descontento;  y la misma represión, que en otras circunstancias habría podido imponerse, se convertía en un factor de rebeldía ante la esperanza de “liberación” que suponía la presencia de los ejércitos vencedores de Alemania al norte de los Pirineos (como las divisiones nazis unos años antes) y en la frontera del protectorado marroquí. Los guerrilleros tenían además la experiencia de la resistencia francesa y la más lejana de los partisanos soviéticos.

Naturalmente, Varela Ortega no presta la menor atención a estos datos significativos. Como el maquis fue derrotado da por supuesto que tampoco supuso un gran peligro, al modo como considera “irrelevante” la División Azul.  Y sin embargo el franquismo,  en condiciones de aislamiento y hostilidad exteriores, derrotó al  maquis, una guerra de guerrillas en la que los comunistas han demostrado gran destreza (en Yugoslavia trajeron de cabeza a los alemanes, en Grecia obligaron a intervenir al ejército inglés, que fracasó, y hubo de recurrir a su vez al useño para dominarla finalmente, por poner dos casos). ¿Por qué aquí no triunfó, a pesar de tantas ventajas objetivas?
Para entenderlo Varela recurre a historiadores tan sui generis como D. Arasa: la población estaba “rendida y deprimida”; “masacrada por la represión de posguerra” (C. Mir) “patología del miedo, del hambre” (E. González Duro); “la energía de la gente se concentraba en la agotadora aventura de la supervivencia individual” (J. Casanova y cols); la guerrilla “no supuso amenaza  alguna para el dispositivo de seguridad franquista” (T. Cossías) Cada uno de estos supuestos argumentos era considerado por los estrategas del maquis como una razón precisamente para que este tuviera éxito.  Podrían valer al modo de Varela y los demás con un régimen franquista triunfal y apoyado desde el exterior, pero ocurría exactamente lo contrario. Si la gente estaba tan hambrienta y oprimida, seguir al maquis para derrocar al franquismo le habría proporcionado supuestamente libertad, planes Marshall y mejoras en todos los terrenos. Lo que quieren decir esos argumentos es que la gente era muy estúpida para no ver lo que, según ellos, les habría convenido. Ni se les ocurre el argumento de que aquella gente había vivido el Frente Popular y los partidos correspondientes,  y no tenía el menor deseo de volver a tales liberadores. Y de que mantenía el suficiente patriotismo para desafiar las presiones y abusos de potencias extranjeras.
El franquismo se aplicó a fondo, desde luego, para dominar la guerrilla comunista, cosa que le costó entre tres y cinco años en las difíciles  condiciones dichas. No se dejó intimidar para ello por el aislamiento, por actos provocadores como el cierre de la frontera francesa o por las campañas de opinión hostiles y permanentes en la prensa exterior; aplicó métodos eficaces como las contrapartidas y un acoso sin tregua,  y consiguió impedir que los guerrilleros arraigasen en región alguna,  salvo provisional y localmente. Su gran ventaja fue la ya señalada: la experiencia del Frente Popular y la república, que casi nadie quería repetir, y el patriotismo, dato este desdeñado siempre en la historiografía de izquierda y la anglómana. Pero recuérdese que en la república llegó a considerarse el patriotismo como retórica de cuatro reaccionarios y fue una especie de susto para el Frente Popular comprobar cómo los sentimientos patrióticos populares alimentaban al bando nacional. Los comunistas, los primeros en percatarse, se convirtieron entonces en los más patrioteros de todos.  Lo he comentado en Por qué el Frente Popular perdió la guerra.

La derrota del maquis fue una nueva y gran victoria del franquismo, que evitó a España males mayores. Pero para Varela y los de su tendencia, fue más bien una derrota de la libertad, como había pasado en 1939. Se ve que los españoles, o eran tan estúpidos como ellos suponen, o  ya tenían suficiente experiencia de tales libertades y libertadores.

Varela Ortega  pertenece a una corriente liberal anglómana, principalmente del PP, cuya idea histórica, y por tanto política, gira en torno a una mitificación un tanto beata de Usa e  Inglaterra. Ignorando que, al revés del resto de Europa occidental, España está libre de la inmensa deuda histórica (moral, política y económica) con el ejército useño ni, indirectamente, con el soviético. Esta peculiar ignorancia es precisamente la causa de su enconada aversión al franquismo, en competencia con el de los autores y políticos prosoviéticos:

¿Existió alguna vez un aislacionismo useño?

Dice Varela: “Uno de los lugares comunes más populares de la posguerra es que Estados unidos  es una sociedad con una tendencia endémica al intervencionismo en el exterior. Se trata de una idea muy extendida en Europa, particularmente en Francia y España (…) De hecho, la realidad es aproximadamente la contraria (…) Desde los Founding Fathers son legión los publicistas americanos que  dan las gracias por los dos océanos que preservan  al subcontinente afortunado  de las endémicas querellas europeas (…) Los Estados Unidos debían limitarse a ser un ejemplo de libertad, convivencia y prosperidad , evitando la tentación de andar por el mundo enderezando entuertos  (…) El aislacionismo es, pues, la tendencia recurrente de la opinión y la política norteamericanas”… Aunque, en definitiva, Usa habría roto el aislacionismo para liberar a Europa (a parte de ella) de la tiranía en la I y II guerras mundiales, y luego protegerla durante la guerra fría. Esto, en líneas generales, puede considerarse aproximadamente cierto en relación con Europa occidental, y más en la II que en la I de esas guerras. Pero de ninguna manera en relación con el resto de América y el Pacífico,  zonas que por razones históricas y culturales nos interesan especialmente a los españoles.
En este blog, el 17 de mayo de 2015, recordaba: Cuando las trece colonias americanas se independizaron de Inglaterra en 1781 mediante una guerra que en parte fue también civil, se extendían sobre algo menos de 700.000 km2. Hoy,  doscientos treinta y cinco años después, Usa ocupa 9,7 millones de km2, casi catorce veces más y  como toda Europa, Rusia incluida. Una expansión enorme, la mayor parte de la cual se realizó en muy poco tiempo, a lo largo de la  primera mitad del siglo XIX: Luisiana en 1803, Florida en 1818, Texas en 1836 (completada en 1845), y más de la mitad de Méjico en 1847.
La mayor parte de estos vastos territorios, que extendieron a Usa del Atlántico al Pacífico, estaban poco poblados por lo que, en general, resultaron una presa fácil. Luisiana fue vendida por Napoleón a cambio de unos millones de dólares, aunque una parte de aquella extensa zona de límites imprecisos pertenecía a España. Florida fue  invadida aprovechando que España se hallaba inmersa en las guerras de independencia de sus colonias, y después  fue “comprada”  por 5 millones de dólares, que no fueron pagados, sino valorados como contraparte de las reclamaciones que los useños presentaban a España. En aquellos territorios, la mayoría de la población era india,  la cual fue acosada, a menudo exterminada incluso por medios bacteriológicos, y reducida a reservas después de tratados sistemáticamente incumplidos. Texas fue invadida “pacíficamente”  por colonos que primero declararon la independencia contra Méjico y luego la unión a Usa. La ocupación de los actuales estados de California, Arizona, Utah, Nevada, Nuevo Méjico, gran parte de Colorado y de otros,  requirió una guerra  iniciada con diversos pretextos.  Las víctimas de esta expansión fueron en primer lugar los indios. Es imposible saber cuántos serían masacrados, pero suponiendo una población de un solo habitante por kilómetro cuadrado, prácticamente de desierto, pudieron ser seis millones o más. España y Méjico resultaron los grandes perdedores.
Esta expansión fue realizada bajo la idea de un mesiánico “destino manifiesto”. El presidente John Quincy Adams afirmó a principios del siglo XIX que “la Divina Providencia había destinado todo el continente del norte de América  a ser poblado por una nación con un idioma y un sistema general de principios religiosos y políticos y habituado a unos usos y costumbres sociales”. Aquel plan divino otorgaba a Usa “el derecho a poseer todo el continente para aplicar nuestro gran designio de libertad”. La idea de apoderarse de todo Méjico fue rechazada porque se aspiraba a “una nación de la libre raza blanca”, y en cambio  “más de la mitad de los mejicanos son indios y el resto se compone sobre todo de razas mezcladas”.  En 1861 se produjo una guerra civil muy sangrienta en Usa, y hacia finales de siglo, el “destino manifiesto” se orientó hacia Cuba, Puerto Rico y el Caribe, y con el mismo impulso a las Filipinas y otras islas españolas en el Pacífico.
Las agresiones useñas se realizaban en general mediante campañas de desprestigio y acusaciones falsas a las víctimas. Caso paradigmático fue la “espléndida guerrita” que le  dio el dominio indirecto de Cuba y directo de Puerto Rico y Filipinas y de otras islas que había pertenecido a España,  seguida de otra contra los resistentes filipinos, aplicada con extremada crueldad y actos de verdadero genocidio; y de acciones de intimidación y beligerancia en lugares tan alejados  de Usa como China o Japón. Usa es en muchos aspectos admirable, pero hay que saber guardar las proporciones y las  distancias

Así pues, encontramos  una política nada aislacionista y sí mesiánica e imperialista con respecto a la América hispana y el área del Pacífico, donde se apoderaron también de posesiones hispanas. Es llamativo que la independencia del Imperio español fuera realizada por los criollos  en medio de un antihispanismo frenético invocando el ejemplo de Usa y de la revolución francesa; pero fue allí también donde el conocimiento directo de cierto rasgos de la “Divina Providencia” y de la “aislacionista” libertad useña terminaron generando un antiyankismo casi tan fanático como el antihispanismo.  Antiyankismo y antihispanismo, eran también expresiones de la corrupción, la impotencia y la nulidad política de los nuevos estados, que de hispanoamericanos iban evolucionando a “latinoamericanos”. Probablemente ningún país ha realizado en los dos siglos últimos más intervenciones militares exteriores que Usa, aun descontando las guerras mundiales y la guerra fría.
Por tanto, quizá los países de Europa occidental demuestran una especial ingratitud al motejar de imperialista y agresiva a Usa, pero en cuanto a España e Hispanoamérica se trata de una evidencia histórica.  Esto, naturalmente, no cuenta nada para la servil historiografía anglómana con su peculiar estilo entre frívolo y pedante. En realidad les agrada ese imperialismo  porque, desde su punto de vista, España e Hispanoamérica no tienen casi nada positivo que ofrecer, y les conviene asimilarse a sus “superiores” si quieren progresar. Todo su análisis acerca de Franco y el franquismo parten de esta idea central  expuesta poco veladamente bajo el membrete de una “democracia”  que últimamente viene sirviendo para crear caos y guerras civiles en diversos países.
Por lo que respecta a la II Guerra Mundial, también la versión de Varela es básicamente un resumen revuelto acríticamente  en  la historiografía anglosajona, un tanto lastrada por la propaganda.

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