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Bitácora y apuntes General

Ayer (Tres). Frentes Bélicos (1943)

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Tropa de la división Azul. Fotografía tomada de Wikipedia.

A medida que uno se adentra en Ayer las memorias de Carlos Martínez de Campos, teniente general del ejército español, duque de la Torre y Conde de Llovera, se da cuenta de la alta envergadura de su persona, como militar, como consejero personal del don Juan de Borbón y de su hijo Juan Carlos, como profesor de historia y estrategia militar, y como académico de la Lengua y de la Historia. Viajó por todo el planeta como diplomático militar, y pudo conocer los ejércitos de Asia y de Hispanoamérica.

Un resumen elaborado por Fernando Bellón

Era nieto del general Serrano, primer duque de la Torre, por parte de madre. Nació en París en 1887. Estudió en la Academia Militar de Segovia, y participó en las campañas de África. Combatió en numerosos frentes con el bando nacional en la Guerra Civil, sin más que un día de asueto, según afirma. Salvó a Pío Baroja de un mal trago con los Requetés, que se disponían a fusilarle. Durante la Segunda Guerra Mundial viajó varias veces a Alemania para instruirse en las nuevas tácticas militares y para negociar la entrega de armamento alemán al ejército español.

Un resumen de este trabajo es el que venimos haciendo, basándonos en las memorias de Martínez Campos Ayer. En este tercer capítulo nos centraremos en las visitas a diversos frentes bélicos que efectuó el Duque de la Torre en Rusia y en la costa atlántica francesa. El valor de estas páginas es triple: literario, histórico y memorialístico, porque cuenta en primera persona sus experiencias con el alto mando alemán y con Hitler.

El cerco de Leningrado

Nueva visita a Alemania, donde se avanza en las negociaciones para la compra de armamento. Llega a un Berlín deprimido por dos fuertes bombardeos. La primera oferta alemana son un centenar de piezas de artillería dd 122 milímetros. Son rusas, que han caído en manos alemanas y se hallan en buen estado.

Esto me trae a la memoria mi primera visita a un museo, el del Ejército, siendo yo niño. Mi padre supuso que lo que allí se exhibía, armas, serían de mi interés. Recuerdo que había algunas rusas o soviéticas. Y yo no entendía cómo habían llegado allí.

La primera visita de Martínez Campos es al frente ruso donde se encuentran los soldados españoles de la División Azul. Están más allá de Polonia y de los países bálticos, a pocos kilómetros de Leningrado. Le acompaña Canaris. El autor califica a su viaje de un paseo pintoresco. El camino cruza varios bosques y bordea mayores. Grandes pinares; con árboles muy erguidos y de elevada copa; y, junto al agua, mucha casa y mucha aldea, con numerosos gansos se se paran frente al auto y graznan torpemente. Es una escena que hemos visto en películas.

Da cuenta el memorialista de un curioso «centro informativo». Se trata de una escuela para soldados rusos prisioneros, que tiene por objeto la propaganda. No se trata de cautivarlos, sino de lograr que ayuden inconscientemente a los alemanes. Oyen y ven lo necesario para comentar lo visto y escuchado. Luego serán devueltos en avión…; lanzados en paracaídas sobre su propia retaguardia. El destino de estos pobres prisioneros fue terrible, porque los soviéticos les consideraban traidores y no se andaban con contemplaciones. Esto no lo dice Martínez Campos, pero también lo hemos visto en películas y leído en novelas.

Se desplazan en aeroplano hasta Plescau. No he podido encontrarlo en el mapa. Debe ser un problema de interpretación de alfabeto ruso. Luego siguen más al norte volando casi a ras de suelo. A veces me parece que rodamos por la carretera que va a Luga. Hay pocas defensas. En los cambios de pendiente, un par de “bunkers” parecidos a nuestros nidos de hormigón. De cuando en cuando, una barrera antitanque de escasa anchura, con trinchera y parapeto y una defensa no importante. No son obras alemanas, sino restos de las hechas por los rusos para contener la marcha en dirección a Leningrado. Luego, en coche, llega a su destino, Pokrowskaia, una localidad al sur de Leningrado (el autor dice San Petersburgo), a unos treinta kilómetros del antiguo palacio de los zares.

La ciudad estuvo cercada por el ejército alemán desde septiembre del 41 a enero del 44. Una de las gestas de la guerra en el frente soviético. La visita de Matínez Campos debió de realizarse seis meses antes, en el 43. El autor señala varias veces que se esperaba una ofensiva rusa en cualquier momento.

Muy temprano –y los días son largos–, el coronel de la primera agrupación, don Carlos Rubio, me lleva a visitar el frente que su unidad guarnece. Por una carretera lateral llegamos a Mondolovo, que está en estado ruinoso. Pasamos sobre un puente, y nos tiramos de cabeza al observatorio del sector. La instalación está ajustada a las circunstancias climatológicas y bélicas. Está enterrada y es bastante confortable. Sus paredes y los techos de madera le da aspecto de “camarote”. Hay en el suelo un pozo algo profundo para el agua, que se saca a mano o con auxilio de una bomba. Y una gran estufa de leña ayuda a soportar las inclemencias de la noche.

El campo se domina a través de un anteojo panorámico de escasas dimensiones. Todo está tranquilo. No hay fuego; ni hay disparos. Sin embargo, puede haberlos de repente; y no comprendo que una instalación de tan escasa resistencia baste para ayudar como es debido.

Distingue una pequeña ciudad, en realidad un barrio de Leningrado

En el centro está Kolpino, con mucha fábrica, y, alguna, trabajando. Varias chimeneas del recinto echan humo negro; y sin embargo, hay baterías que llegan a Kolpino, y en Kolpino hay baterías que barren nuestras líneas. No entiendo. Son secretos de la guerra, que tampoco entienden los que se hallan el Kolpino.

Luego, moviendo el anteojo panorámico. Se tropieza con Tsarkoie Selo, una aldea imperial que se hicieron construir  los zares, y que los bolcheviques cambiaron de nombre y le pusieron Puschkin. En esa aldea hay palacios suntuosos, la catedral de San Isaac, todo acribillado y con los techos perforados por las bombas. Martínez de Campo la visita al día siguiente, porque está en manos alemanas. En uno de los palacios hay un puesto-observatorio de nuestra artillería divisionaria. Cruza algunas salas lujosas antaño. En una de ellas hay varios millares de volúmenes amontonados contra una esquina. Todos bien encuadernados, en piel y con preciosas cantoneras. Sobre algunos, una corona imperial de regular tamaño…. Veo una historia de Inglaterra, unas novelas de Balzac, la Divina Comedia… Alguien me dice, coge un libro como recuerdo. Pero contesto, sin querer, que no veo nada interesante y disimulo como puedo mi congoja.

Este detalle, minúsculo en el libro, me parece un golpe de una densidad humana formidable. En medio de una guerra asoladora, aparecen unas joyas tiradas en una esquina a las que nadie presta atención, porque no sirven para nada en el combate. Dice el autor Yo hubiera preferido visitar a nuestra gente en otro sitio. Temo que alguien le achaque los destrozos realizados previamente.

En casa de mis padres, en Madrid, en medio de un armario con cristalera, rodeada de vasos de alguna calidad, había una copa azul de largo tallo. Se nos dejaba golpearla con un dedo para que el cristal sonara, y lo hacía con la limpieza de un piano. Era la pieza de una rapiña bélica en alguna casa noble. Un tío mío que estuvo en el frente se la había regalado a su hermano.

El frente cubierto por la División Azul es superior a 11 kilómetros… No cabe quejarse demasiado de la extensión cubierta, Ya hice presente que no hay reservas. Todas las divisiones del Ejército 18 están en vanguardia permanentemente.

La primera línea ocupa una trinchera, con varios puestos avanzados. Manifiesto mi extrañeza ante una solución que me parece ya anticuada; pero todos los presentes me aseguran que una zona constituida únicamente cn puntos fuertes escaqueados sería imposible de servir. La amplitud del frente la convertiría en una simple línea de “elementos” (pocos hombres, dotados normalmente con fusiles, bombas de mano y un arma automática), más o menos zigzagueada… Cada “elemento” necesitaría un ramal privado, y la división tendría que disponer de una infinidad de equipos para el suministro de sus numerosos puestos avanzados. El razonamiento me convence; pero la idea me desagrada .

No resulta difícil entender por que la idea le desagrada. Una ofensiva rusa potente y bien organizada barrería esa primera línea en poco tiempo, y sus defensores serían o capturados o matados. Supongo que es lo que sucedió. Estos apuntes de Martínez Campos describen muy bien la situación del ejército alemán y de la División Azul situada frente a Leningrado en 1943, como hemos dicho, seis meses antes de la ofensiva soviética.

Los cañones anticarros –nueve de 37 y dos de 75– están instalados a retaguardia de la trinchera mencionada, en los sitios más apropósito para barrer las “avenidas”. Pero, ¿hay avenidas en un terreno tan llano como este?, les pregunto. Y alguien toma al palabra para decirme que la zona es muy fangosa y que los carros de combate se hunden fácilmente; y aún agrega –el que responde– que los rusos no se internan sin rastrear debidamente el suelo que han de recorrer, mi sin hacer saltar las minas nuestras con las suyas “de rosario”. Le explican que por lo general los rusos se dedican a limpiar corredores antes de iniciar pequeñas ofensivas, que son anticipadas por los servicios de observación e información. Dice el autor, me inclino antes unos oficiales que tienen la experiencia suficiente para dármela.

Luego vuelve con Canaris a la retaguardia, y tiene tiempo de ver a ambos lados de la carretera una escena que describe con fuerza narrativa.

A ambos lados , hay soldados alemanes que trabajan con docenas de mujeres. Más lejos hay muchas mujeres que trabajan solas. Hay centenares de mujeres trabajando. Llevan un pañuelo alrededor de la cabeza. Son centenares de katiuskas. Sus cara son redondas, su pelo es rubio y su nariz es aplastada. Son de otra raza que la gente que trabaja más al sur, junto a Polonia. Se parecen entre sí, y trabajan de igual modo. Arreglan el camino son una pala y con el pico, sin mirar a los que pasan. Les importa solamente lo que pasa. Nacieron tarde para saber lo que era Rusia en otro tiempo. Sólo saben que ahora hay una guerra y que la guerra es más terrible que la paz, por terrible que esta sea; y trabajan como locas para que pase el tiempo y la guerra se concluya.

Leyendo estas descripciones uno piensa en la guerra actual entre Ucrania y Rusia, en una zona orográficamente muy semejante. El armamento es sofisticado, pero las tácticas de defensa y ataque no serán muy distintas, aunque adaptadas a esa novedad logística del dron, cuya efectividad o ineficiencia acabaremos conociendo. Los misiles balísticos son otra cosa más seria. Y uno se pregunta por qué no se han usado a discreción, si por falta de material o por no convertir una guerra de bajas incesantes en una matanza. De todas maneras, esta guerra entre Ucrania y Rusia es una cosa muy rara, y no hace falta ser un experto en táctica y en estrategia militar para darse cuenta.

Sin ningún proyecto de ofensiva

En la retaguardia, Martínez Campos se entrevista con el Jefe del Estado Mayor del Ejército de tierra, el general Ziezler, un militar que no pone pegas a Hitler, y por eso está donde está. De él dice el autor que es inteligente y conoce bien su cometido.

Pero, el hecho de que el Jefe del Ejército sea el mismo Führer, origina dificultades de otra índole al Jefe del Estado Mayor de aquel Ejército. Hitler tiene infinidad de ocupaciones. No atiende a los detalles de su Ejército de Tierra. Atiende solamente –y sólo a grosso modo– las operaciones de conjunto… y de resultas, Ziezler viene a ser un verdadero Jefe del Ejército de Tierra. Dice que es joven y recién ascendido, y tiene una tarea muy difícil, pues los jefes a los cuales se dirigen sus diferentes órdenes –comandan tes de Grupos de Ejércitos– son Mariscales del Imperio, y están poco dispuestos a obedecer a nadie que no sea el propio canciller del Reich.

A Zeizler le habla de las condiciones de la División Azul y de su entereza, y de este modo logro exponerle mis temores de un ataque muy potente que no cause un retroceso , sino la propia desaparición del sector que guarnecemos… Si el fuego es aplastante, aplastará a los nuestros, porque los nuestros no se irán: no cederán ni un palmo de terreno.

Le solicita el hormigonado de la retaguardia para facilitar una retirada táctica y evitar el derrumbamiento del frente. Zeizler le dice que hará lo que pueda. Le viene a decir que los rusos son malos combatientes, cosa que se desmintió al menos en ese frente meses después.

Me refiere la llegada de las primeras olas rusas, en filas densas, que son barridas cruelmente por las armas automáticas. Me dice que es frecuente ver a los infantes moscovitas, en fila muy apretada, y aun dándose los brazos; y que en estas condiciones no hay peligro para unos defensores que tienen la firmeza de los soldados españoles.

No es de extrañar que, en combates así, las bajas de la Segunda Guerra Mundial fueran monstruosas. Y también se entiende que los rusos de hoy ataquen de una manera más cauta y protegida, y me refiero a Ukrania, donde da la impresión que más que combates hay escaramuzas.

Luego habla con otro jefe subalterno de Canaris, que acaba de regresar de un cerco al que sometieron los rusos a su ejército en Rusia, un cuadrilátero cuyas caras medían sesenta o más kilómetros. Resistieron, entre otras cosas, gracias a mantener los campos de minas y en estar lo suficientemente alertas para evitar el desminado. Y concluye, Tengo la impresión de que no hay proyecto ninguno de ofensiva.

Su cita con Richthofen se suspende, porque el aviador está muy ocupado asegurando el suministro a los grupos de ejército situados frente a Moscú. Esta batalla no ha parado desde que Rusia fue invadida. Obliga a reemplazar continuamente el armamento; y, con esto solo es fácil darse cuenta es del esfuerzo realizado. Se lucha simple y desesperadamente para aclarar, o sólo desenmarañar… La misión es inconcreta, y el desorden imponente. Y en tales circunstancias tengo que resignarme a no hacer la visita que me interesaba tanto.

La situación de Zeizler, la preponderancia de Göring [jefe de la aviación y mano derecha de Hitler] y el cansancio moral de Hitler son factores que, sin duda, contribuyen a la situación descrita, y a que sea imposible preparar otra ofensiva.

La siguiente cita del autor es con el general Halder, el de mayor prestigio en el ejército alemán. Germánico en su gesto, es muy fino en su decir. No le intereso, él a mí, sí.Quiere saber lo que se piensa del Tercer Reich al otro lado de la frontera, y quiere hablar de todo menos de él y de su tierra. Así pasan un par de horas.

El final de mayo lo pasa en Viena y en Lausanne. Retorna el autor a la descripción literaria de sus recuerdos de estas ciudades cuya historia conoce bien. En la ciudad suiza se entera de la evacuación de Rommel y sus hombres de África. Sus fuerzas –al menos una parte– han sido transportadas por el aire. Mil quinientos aparatos han participado en la operación. Esto es un hito más de aquella guerra que dio tantas lecciones logísticas para las escuelas militares.

Después, una larga audiencia con la reina Doña Victoria Eugenia y una comida en “Les Rocailles”, con el que por deseo y voluntad postrera de Don Alfonso XIII, es ahora el pretendiente con mejor derecho al trono de España.

Deja claro aquí su querencia monárquica, que le hacen admirar las cualidades de un ilustre personaje que estaba dispuesto a servir a España.

Y voy a cortar aquí, porque me estoy alargando en el resumen. Añado un capítulo más a la serie, que será el cuarto y, esta vez sí, el último. Completaremos el viaje del memorialista en busca de armas alemanas, y luego una visión de los españoles que se exiliaron y de los que se quedaron y pasaron por las cárceles en España.

Capítulo 1

Capitulo 2 Hitler

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