CARGANDO

Escribir para buscar

De dónde salieron los griegos Cultura y comunicación Series

¿De dónde salieron los griegos? – 1 (Mito, historia y arqueología)

Compartir

¿De dónde vienen los griegos?

Un resumen combinado de tres libros sobre la Grecia Antigua

Capitulo I. Mito, historia y arqueología

Por Waltraud García

La historia antigua de los griegos podíamos equipararla a uno de esos trípodes que se entregaban a los héroes y a los campeones. Una de sus patas es la mitología. La otra, las fuentes históricas de los poetas y los historiadores antiguos. La tercera, la arqueología y las investigaciones académicas modernas. Si serramos una de las patas, la historia de la antigua Grecia se viene abajo.

En esta nueva serie de Agroicultura-Perinquiets vamos a utilizar tres libros para aproximarnos a esa época, que parte de un origen oscuro harto difícil de aclarar.

Early Greece, de Oswyn Murray, Fontana History of the Ancient World. Londres 1993.

Introdución a la Grecia Antigua, de Francisco Javier Gómez Espelosín. Alianza Editorial. Madrid 1998.

A History of the Archaic Greek World, de Jonathan M. Hall. Blackwell History of the Ancient World. Oxford. 2007.

Como todo tiene que tener un orden, voy a seguir el establecido por el primero de los estudios mencionados. El trabajo de Oswyn Murray me parece una síntesis documentada, razonada y bien escrita. No es que sea mejor que los otros dos de la lista, pero cuando lo leí me gustó. Por eso lo utilizaré como guía

Un consejo para el lector es que tenga a mano o en el ordenador un buen mapa de la Grecia Antigua. De los muchos que hay en la red, recomiendo este por su sencillez y su cronología.

Vamos a empezar con la nítida visión de todo esto que nos da el profesor Espelosín, catedrático de la Universidad de Alcalá de Henares.

Advierte en la obra citada que la idea que tenemos de Grecia se ha ido construyendo desde el Renacimiento, gracias a los valores educativos de la cultura clásica aceptados desde entonces y cultivados en las instituciones académicas. Entre unos y otros forjaron «un mundo poblado de sabios, poetas, filósofos y artistas en el que imperaba la libertad, la sabiduría moral y científica, la belleza, la razón y la armonía como máximos ideales» (Pág. 25) Desplegaba un panorama idílico y milagroso, y situaba a la cultura griega fuera del tiempo y de la historia real.

La construcción de la historia de la antigua Grecia se basa, cómo no, en académicos alemanes que desarrollaron a partir del siglo XVIII el Altertumswissenschaft o ciencia de la Antigüedad. Entre ellos y los arqueólogos, sobre todo Heinrich Schliemann, crearon una Grecia inventada, de localización vaga y genérica en torno al mar Egeo, y sin fecha o marca de inicio de esa civilización. Acostumbrados a las reproducciones romanas de estatuas helénicas, en mármol o en piedra, no cayeron en la cuenta de que cuando fueron talladas, sobre todo en los frisos y frontones de los templos, estaban coloreadas de un modo que hoy nos parecería chillón.

Más tarde, estudiosos como Wilhelm Nestle, contribuyeron a la leyenda de la racionalidad griega, que no tardó en desacreditarse cuando los historiadores y los filósofos hicieron estudios más penetrantes. Jacob Burkhard, autor de una monumental historia de la civilización griega, fue el primero en advertir que «ninguna persona pacífica y prudente habría deseado vivir en aquellos tiempos». (Pág. 33)

Destaca también el profesor Espelosín los problemas de información que tenemos para conocer y entender a los griegos antiguos. Nuestras fuentes son los poetas (Homero, Hesíodo) y nobles griegos ilustrados que quisieron entender su pasado (Tucídides, Heródoto). Las historias de la Grecia Antigua se escribieron siempre siglos después, porque no hay huellas escritas ni en pergamino o papiro ni en piedra de la civilización minoica (isla de Creta) ni de la micénica (Peloponeso), las primeras registradas.

Es decir, que inventaron o en el mejor de los casos dedujeron con cierta lógica siglos de oscuridad documental.

Por último deja claro Espelosín que aquello en lo que nos creemos herederos de Grecia, el teatro, el arte, la democracia, no tiene nada que ver con lo que hoy entendemos por los mismos fenómenos. Los griegos recurrían a lo sobrenatural, excluían a los esclavos y a las mujeres de la vida social, y su concepto del arte y de la cultura era aristocrático, solemne y lejano al nuestro.

En cuanto a Oswyn Murray, confirma en el primer capítulo de su obra que hasta el siglo XIX los historiadores pensaron que los mitos eran sólo una distorsión del pasado real, fenómenos (mitos e historia) que los griegos entrelazaron con un descaro ingenuo. Los descubrimientos arqueológicos de Schliemann parecían confirmar esta tesis: La Iliada estaba hablando de los micénicos, llamándoles aqueos, pues el alemán encontró un retrato de un guerrero repujado en una máscara de oro, que identificó sin argumentos con el rey Agamenón.

Mas tarde, cuando se intentó descifrar el alfabeto minoico, se vio que había dos, uno inaccesible, y otro, el llamado Lineal B, en el que estaban escritas las tablillas de barro quemadas (por eso se conservan) de los palacios micénicos. El lineal B, un griego arcaico, era el testimonio de que esa cultura era ya griega.

También se concluyó que la sociedad micénica, reconstruida por los historiadores sobre los poemas homéricos, no tenía nada que ver con la que aparecía en los yacimientos. El problema es que recrear una cultura sobre los datos aportados por la arqueología es muy difícil si no imposible. Esto llevó a la conclusión de que la civilización micénica era bastante distinta de la que conocemos por civilización griega.

Como luego se verá, esta cultura y la minoica desaparecieron en medio del caos destructor que parece haberse apoderado del Egeo y del Peloponeso entre el año 1250 y el 1150 antes de nuestra era. Cayó en ese siglo el imperio Hitita en Anatolia, hubo desplazamientos de población en Siria y en Palestina, y el propio Egipto registró intentos de invasión de lo que los escribas llamaron «Pueblos del Mar», los supuestos destructores de los palacios de Creta y del Peloponeso. La arrasada Troya en el nivel VII-A también pudo ser otra muestra de esa agitación social y guerrera.

El resultado del colapso de la cultura micénica fue una llamada «Edad Oscura» que duró 300 años. Tucídides, entre otros historiadores griegos, ignoró estos tres siglos oscuros, y dedujo que hubo una transición natural entre los griegos que sitiaron Troya y los de su época (siglo V). Para rellenar el hueco cronológico los griegos llegaron a inventar genealogías.

Murray sostiene que la oscuridad señalada es en realidad la penumbra de una sociedad primitiva que no usa la escritura, y que por lo tanto sólo puede conocerse mediante la arqueología.

Propone tres tipos de evidencias para reconstruir la Edad Oscura.

En primer lugar la leyenda. Una serie de leyendas que se fueron creando y reconstruyendo a lo largo de los siglos, muy separados del hueco que pretendían rellenar. Distingue el profesor inglés dos leyendas, por un lado la del origen de los dorios. En tiempos históricos (cuando se forjaron las leyendas) los dorios fueron distinguidos por variedades dialectales del griego y también por estar constituidos por un sistema de tres tribus que luego se empleó en muchas polis o ciudades griegas. Desconocidos para la poesía homérica, lo supuestos dorios ocuparon un buen trozo del Peloponeso, el centro del poder micénico, en especial Argos y Esparta, donde esclavizaron a poblaciones no dóricas. La leyenda cuenta que los dorios fueron descendientes de Hércules, que se marcharon del Peloponeso y que regresaron luego a su tierra originaria, la mejor manera de introducirlos legítimamente en la historia.

Otro grupo de leyendas (segunda evidencia) se basa en la expansión de los griegos a la costa oriental del Egeo (actual Turquía), donde establecieron ciudades. Su dialecto es el jónico. Se sitúa el centro de esta expansión en Atenas. Tucídides explica todo esto con la guerra de Troya y las consecuencias de su larga duración, diez años. Era su manera de saltar sobre la Edad Oscura, y su explicación sobre las migraciones se basa en la época conflictiva que a él le tocó vivir.

Murray hace un prolijo repaso a los dialectos griegos. Recomiendo esta página de Wikipedia para hacerse una idea del asunto. El autor citado aclara que la distribución de estos dialectos parece confirmar las leyendas sobre las migraciones atribuidas al caos de la Edad Oscura.

El último tipo de evidencia, finaliza Murray, reside en la arqueología. No podemos saber si Micenas cayó antes que Troya o al contrario, ni tampoco sabemos quién las destruyó. Solo sabemos que el periodo sub-micénico (posterior a su apogeo) manifiesta una extrema pobreza y privaciones en la vida diaria, casi ninguna evidencia arqueológica, lo que refleja una despoblación general, y no hay ningún indicio de que el espacio fuera ocupado por un pueblo invasor o recién llegado.

Han de pasar cien años para que se advierta cierta recuperación, y el bronce es sustituido (1050) poco a poco por el hierro, cuyas técnicas de fundición proceden de Asia Menor. Otros testimonios son la cerámica, llamada protogeométrica, encontrada entre 1050 y 900 en Atenas y otros lugares, algo confirmado por las excavaciones que muestran esa migración hacia el Asia Menor.

El testimonio arqueológico más importante para entender la Edad Oscura es el yacimiento de Lefkandi, en la isla de Eubea. Muestra una presencia continua desde el periodo premicénico (año 2000, aproximadamente). Se trata de un gran enterramiento y varios cementerios. En el primero se siguen las fórmulas de las que se hablan en la Iliada, el gran guerrero es enterrado con sus caballos y con su mujer (viva) o su concubina. Revela un mundo donde se realizan crímenes rituales (como aparecen en mitos posteriores), de una sociedad que desconoce la piedad, dirigida por individuos ricos y poderosos. Es el eslabón de unión entre la cultura micénica y la primitiva Grecia. Un eslabón único, dice Murray, porque de momento no se han encontrado otros. Véase esta página de Wikipedia.

Concluye Murray este capítulo con la hipótesis de una continuidad cultural a lo largo de la Edad Oscura en Grecia, con ciertas discontinuidades mostradas en los restos arqueológicos. Es posible que la civilización micénica fuera destruida por bandas de paso, algo parecido a los vikingos que realizaban pillajes en las costas británicas y en las francesas (llegaron hasta Sevilla) entre los siglos VIII a X. O también la ruina se pudo deber a un alzamiento popular. Los viejos asentamientos se abandonaron y se dedicaron a enterramientos, lo que puede sugerir una nueva población, por ejemplo los dorios de la leyenda, que ocuparon el vacío.

La contribución de Jonathan M. Hall a este periodo es la más formalmente académica, rastreando y relacionando arqueología y documentos, y procurando no especular más de lo necesario para cubrir huecos. Dedica un buen estudio a revisar las teorías de la historia creadas por otros profesores y especialistas.

Utiliza el caso de la Guerra Lelantina, entre dos ciudades de la isla de Eubea, Calcis y Eretria, para mostrar cómo la historia puede dar lugar a interpretaciones muy diversas de un acontecimiento. Fue una guerra «entre caballeros», según Estrabón, cuyos héroes caídos eran enterrados tal y como Homero dice que lo fue Patroclo, según hemos visto también en Lefkandi. Cita a otros autores y poetas helenos que mencionaron la Guerra Lelantina al cabo de los siglos, por ejemplo Tucídides, que escribió un largo tratado sobre la Guerra del Peloponeso entre Esparta y Atenas, vivida personalmente por él, en el siglo V antes de nuestra era. Deduce Hall que su visión de la primera guerra tuvo que ver bastante con su experiencia de la segunda. También cita malentendidos y falsedades aceptadas como verdades por otros autores griegos como Heródoto o Plutarco. Advierte que los testimonios arqueológicos pocas veces confirman o refutan deducciones sobre hechos.

Y se centra en Lefkandi, el yacimiento citado párrafos atrás. Dice que solo se ha excavado el dos por ciento (en el momento de escribir su libro, 2007), y hasta ese entonces no se habían podido identificar otros yacimientos o referencias sincrónicas con el túmulo y los cementerios, ni siquiera con la exactitud de la fecha de construcción.

Dedica tres epígrafes (¿Qué es Historia?, Historia como literatura y Método y teoría, con reflexiones muy atinadas e interesantes que no vienen al caso. Todo para anunciar que el propósito de su libro no es averiguar qué pasó en el periodo de la Grecia Arcaica, sino cómo sabemos lo que (creemos que) pasó.

Deja un comentario

Your email address will not be published. Required fields are marked *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.