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Cultura y comunicación

Correveidiles, plumillas y pavos reales (El periodismo realmente existente en España)

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Un artículo de Fernando Bellón, editor de Agroicultura-Perinquiets.

(La ilustración es una acuarela del artista valenciano Eugenio Ginés, hecha en 1982, que representa la página de un periódico impreso)

La industrialización y digitalización de la cultura ha convertido el periodismo en un oficio mecánico, como muchos otros que se suponían nobles e intelectuales. Y a la vez ha permitido que cualquier persona pueda ejercer de periodista, que es lo que siempre ha sido y debería ser.

Hace ya más de diez años, acudí a la última charla sobre periodismo que daba a un alumnado de esta carrera en la Universidad de Valencia. Me solía invitar un compañero de Canal 9 TVV para ilustración y estímulo de los futuros profesionales. Andaba yo bastante quemado en aquel tiempo con Canal 9 y con la profesión en general, y anuncié que iba a hacer un discurso con el propósito de disuadirles de continuar sus estudios. Lo hice, y bien argumentado, vive Dios. Mi compañero no me volvió a convidar a esas anuales ilustraciones pedagógicas. No se lo reprocho al hombre, al fin y al cabo, le estaba haciendo polvo los cimientos de su trabajo.

Mi razonamiento sigue siendo cada día más válido, y en resumen era este.

Estáis preparándoos para ejercer una profesión que suponéis atractiva, remuneradora, y noble. Estáis equivocados. Aquellos que consigáis empleo en una redacción o en un gabinete de prensa vais a ser primero reclutas, luego soldados y finalmente, en el mejor de los casos, cabos y sargentos de un ejército invisible. Vuestra iniciativa va a ser menospreciada, si se sale de los carriles del exhibicionismo y del escándalo, la formula de trabajo imperante en las redacciones; y en el caso de estar empleados en un gabinete de prensa, seréis mal vistos si escapáis del “argumentario” y os distanciáis de la eficacia burocrática en su plasmación,

No vais a informar de nada nuevo, es decir, no vais a trabajar con noticias que haya que elaborar, sino con refritos oficiales (notas de prensa) o con temas seleccionados previamente por los jefes de sección o de redacción, que también darán explícitas instrucciones sobre su tratamiento. Vuestro horizonte profesional no va a pasar de esa jefatura de sección o de redacción, donde vais a tener que administrar contenidos previamente seleccionados por los que gobiernan profesional, económica o políticamente el medio. Y si encontráis empleo en gabinetes de prensa públicos o privados, vuestra satisfacción profesional va a ser todavía menor, estaréis a sueldo y al dictado de mediocres y a veces insensatos servidores del que paga, mantenedores de la ficción de que se transmiten cosas interesantes y novedosas.

Para salir de este círculo vicioso tenéis pocos recursos: un golpe de suerte (se dan en todos los campos profesionales), o anular vuestro ego y someteros a las instrucciones recibidas esperando que algún día os toque la lotería, o sacar un arma automática y disparar a discreción, caer víctimas de la escabechina o salir inmunes o poco heridos de ella y conseguir la dirección de un medio.

Suena a estereotipo. No lo es. Es realismo sucio.

La profesión de periodista, continuaba mi razonamiento, no es remuneradora. Para empezar, los egresados de la universidad que llegan a trabajar en un medio pasan filtros insoportables, cobran sueldos ridículos (cuando los llegan a cobrar), y la satisfacción personal es un bien escaso, pasados unos meses experimentando algo nuevo.

Por último, el periodismo no es un oficio noble. Ni privada ni públicamente, es decir, ni  ética ni moralmente. El periodista es el profesional más despreciado por los poderosos de la sociedad, que son sus jefes mediatos e inmediatos.

Insisto en que esto no es un estereotipo, sino realismo sucio. Contrasta, eso sí, con el deslumbrante escenario de la Calle de los Medios (Media Street), y es necesario explicar el contraste, y averiguar qué hay detrás de las luces y las fanfarrias.

Como término de comparación, vale el de las fotografías e imágenes documentales de, por ejemplo, Times Square de Nueva York, desbordante de anuncios, de colores, de una multitud satisfecha de pasear por “la ciudad que nunca duerme”. Pero nadie ignora, las series se encargan de recordárnoslo a diario, que detrás de esa fachada hay una sociedad bastante desequilibrada. El periodismo es similar a la publicidad porque básicamente son lo mismo: destacar lo llamativo, lo sorprendente, lo inusual, para venderlo mejor. Es así al margen del tema tratado: corazón, sucesos, economía, política… Lo que se publica y publicita es lo escandaloso. A veces puede coincidir con una “noticia de verdad”, algo que afecta a la vida real de las personas, pero el tratamiento que se le da es fiel al estereotipo. Si te sales de él, te quedas fuera de la profesión.

Hombre, hay programas informativos de televisión bien hechos y dirigidos. Lo mismo puede decirse de la radio, mucho más ágil e imaginativa. Y desde luego, de los medios impresos, ahora ya todos digitalizados.

De acuerdo. Esto es producto de la alta tecnología y de un grado de profesionalismo excepcional, adquirido por unos pocos afortunados cuyo mérito es indudable. Pero si se fomentara la iniciativa y el talento de la clase de tropa periodística, el provecho para la “opinión pública” sería manifiesto. Si no se hace es porque el mecanismo existente conviene a quien lo organiza y dirige.

En otras palabras, el “buen periodismo” observable es, siempre, dominio técnico realizado gracias a un ejército organizado y dirigido con precisión. A nutrir esa fuerza casi militar están destinadas las facultades de Ciencias de la Información. Se me podrá argüir que estoy desacreditando la enseñanza universitaria. Efectivamente, lo hago. Pero eso es otro tema que me desviaría de la crítica que estoy haciendo del periodismo realmente existente.

Hombre, los medios de comunicación e información son un servicio público.

También son un servicio público los traficantes de armas y de esos modernos esclavos que son los refugiados, proporcionan productos y transporte a quien puede pagarlos; en el caso de los refugiados, una oportunidad de dejar de serlo a cambio de dinero, la vieja idea de la manumisión romana. Es decir, ser un servicio público no ennoblece un oficio, sino la aportación que este servicio hace para mejorar y equilibrar la sociedad.

Hombre, la libre expresión mejora la sociedad.

Esto es falso. La libertad de expresión sólo puede mejorar una sociedad si lo que se expresa es útil, positivo, cohesionador, generoso, formativo. Es decir, lo contrario de lo que es el periodismo realmente existente, que acostumbra a confundir la libertad de expresión con la cháchara.

Y si hay alguien dispuesto a interpretar este argumento como una loa a la censura, que se baje de la burra y no sea malicioso, por favor. Además, la censura se produce a diario y en silencio en todos los mass media, se llama “selección de noticias”.

Los periodistas, y me refiero sobre todo a los que han adquirido crédito y fama gracias a sus méritos (o a su venalidad) no son seres extraordinarios. Cualquiera puede ser un periodista, aunque ser un buen periodista es poco habitual. Los encontramos en los medios, sobreviviendo a la armadura de estereotipos que les oprimen. Pero sobre todo los observamos en la Red.

Voy a dejar lo de la Red para el final. Entro en aclarar por qué un estudiante aprovechado de Bachillerato puede ejercer el periodismo en cualquier medio, tras un debido entrenamiento y práctica de pocos meses. El periodismo consiste en observar la realidad, comprenderla dentro de una horma o etiqueta, transformarla en relatos informativos bastante laxos, y dejar que los técnicos la emitan. Sin los técnicos no habría periodismo de ningún tipo, sino cháchara. Son precisos técnicos informáticos, o impresores de diversos oficios, técnicos audiovisuales bien preparados, realizadores, operadores de equipo, técnicos de transmisiones, y un sinfín de profesionales más. El periodista que firma o que aparece en pantalla es un mero instrumento que simula protagonizar la información. Pero, insisto, un chaval de 16 ó 18 años despabilado y con ganas, puede hacerlo igual de bien. Es sabido que los profesionales del periodismo que destacan son los que prueban sus ocurrencias con sangre fría y dejando a un lado el amor propio, los que aprovechan una oportunidad de un escup (scoop) o “notición imprevisto”, sin miedo ni vergüenza.

Voy a poner un ejemplo literario, es decir, un relato apócrifo, aunque a mí me lo contaron como hecho cierto, basado en hechos reales, como tantas novelas. La liberación de determinado hombre importante secuestrado por Eta se produjo en circunstancias estupefacientes: los secuestradores soltaron al tipo en cuestión cerca de su casa, con el consejo de que entrara por el garaje, para evitar que el circo que le esperaba en el portal montara un número. El hombre entró en el garaje de su casa. Y en él, estaba un yerno suyo metido en un coche haciendo más que manitas con cierta becaria periodista de agencia. El yerno salió a toda prisa del vehículo para acompañar al suegro. Entonces, la becaria echó a correr a un teléfono público (en esa época no había móviles), llamó a su agencia y dijo que tenía la exclusiva de la liberación de Fulano, y que si la querían tenían que darle ¡un millón de pesetas! Cuenta el relato apócrifo que se las dieron, y que la muchacha prosperó en su oficio.

La historia del periodismo español y extranjero está llena de estas anécdotas, pero no suelen contarse con nombres y apellidos por respeto a la ley del silencio de la mafia mediática, el corporativismo.

Pero estas oportunidades se están acabando a toda prisa. Las telecomunicaciones e Internet son el medio modificador más eficaz de cuanto ha habido hasta ahora en la profesión periodística.

Hoy, cualquiera (literalmente) puede ser periodista si, encontrándose en una situación adecuada, posee un teléfono móvil de nueva generación y carece de escrúpulos. Me refiero a esa excrecencia del periodismo que se sitúa en los límites de la información, relacionada con “la palpitante actualidad”.

Pero además, y esto es lo mejor, cualquiera puede ser buen periodista, si sabe serlo y cuenta con la tecnología adecuada: un ordenador, una tableta, un móvil inteligente y una red Wifi potente. Jamás en la historia de los seres humanos ha estado a nuestra disposición mayor volumen de documentación, formación e información que en el presente, gracias a la Red. El número de revistas, blogs, tutoriales, reportajes, documentales y diversas fórmulas de transmitir noticias, ideas, reflexiones, etc. es astronómico, sobre todo en los principales idiomas, inglés, español, francés, portugués, ruso, chino, árabe, etc. Mucho de este volumen formativo e informativo es extraordinariamente bueno. Y su calidad supera con creces la cantidad aplastante de basura que circula en la Red.

Si hay un futuro para el periodismo, este es. Cuesta trabajo discernir el bueno del regular y del malo; es cosa del que busca, que no tarda en acostumbrarse a distinguir el grano de la paja. Otro asunto es cómo se financia este fabuloso esfuerzo. Los hay que cobran por acceder a sus páginas o establecen suscripciones privilegiadas (no me refiero a los medios convencionales, que veo heridos de muerte). Los hay que trabajan en un medio convencional, y mantienen el suyo propio con un elevado nivel profesional. Y los hay, como Agroicultura-Perinquiets, que ofrecen gratis sus productos, elaborados con toda la precisión y garantía de calidad a nuestro alcance.

Esto es el nuevo periodismo, el que se mantendrá mientras no le cierren el grifo digital que transmite las noticias, los reportajes y los informes a coste casi cero.

Cuando escucho la imbecilidad de que en el año 2050 la mayoría de las personas mayores de 65 años trabajarán, envío al tonto desde mi casa al cuerno. Yo tengo 71 años y trabajo todos los días de la semana en lo que me gusta y elijo, pensando en la ilustración de mis lectores. Y no lo hago gratis, me paga mi pensión, la Seguridad Social, todos los españoles. Y como yo, son miles los hombres y mujeres jubilados, prejubilados, o en paro asistido, o apoyados por la economía del o la cónyuge, que trabajan cada día “gratis” en beneficio de su salud y de los seres humanos que les circundan.

Menos tonterías futuristas, y más pies en la tierra. Hay una economía nada sumergida que los políticos y los economistas se empeñan en ignorar. El periodismo digital autónomo forma parte de ella.

Este es el primer capítulo de una serie en la que iré soltando desgarrones de mis memorias como profesional de la información, episodios dispersos de cómo he vivido yo el periodismo. Se titularán: “Memorias parciales de un ciudadano extraviado en los medios”.

 

 

Corolario. Un análisis crítico del oficio de periodista forma parte de un estudio crítico general del fenómeno de los medios de comunicación. Quiero decir que todo lo que se ha dicho en este artículo no liquida el efecto articulador de los medios de comunicación considerados como convencionales hasta ahora. Los mass media vienen a sustituir a partir del siglo XIX la función de las iglesias y el dominio del discurso del Antiguo Régimen con el uso de la religión y la ideología. Los periódicos impresos (panfletos, revistas, diarios), luego la radio y finalmente la televisión han sido y siguen siendo instrumentos claves para la articulación de cada sociedad política con o sin estado propio (caso de TV3 y ETB, con abundante carga antiespañola, pero técnicamente bien dirigidos). Con Internet, la importancia de estos instrumentos declina e incluso está en el aire. Pero han de ser sustituidos por algo que ejerza sus funciones de cohesión. Lo que sobrevenga es, en estos momentos, un misterio, porque al ser Internet un fenómeno universal parece excluido de la dinámica de los estados y acaso de los imperios. No pasarán muchas décadas sin que el misterio del “nuevo periodismo” empiece a esfumarse.

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