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Cultura y comunicación

Las teleseries me distraen cada vez menos

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La industria de entretenimiento audiovisual (todos los géneros de la industria) generada para distribuir por las matrices de contenidos televisivos está desbordando la capacidad de originalidad, ingenio. sentido común y decencia. Ofrecemos un somero pero agudo análisis.

Segismundo Bombardier

¿De qué me sirven las series televisivas? Para lo mismo que a la mayoría de los que pagan por ellas: para distraerme.

De vez en cuando, una serie «me engancha». Por razones estéticas, por la variedad que introducen en el guion o en los estereotipados protagonistas y sus conflictos, o por la curiosidad de desentrañar  sus raíces ideológicas. Pero suele ser raro. Lo que busco en las series que veo al final de la jornada es distraerme de mi encarnizado trabajo intelectual, que me tiene pegado al ordenador y a los inabarcables recursos de Internet.

Me distraigo y voy acercándome al sueño. De manera que en las series de guiones complicados, si me descuido un poco me encuentro con que los conflictos personales del policía en cuestión se han torcido inesperadamente, o que ha surgido de la nada un testigo clave, un pariente lejanísimo, un hijo prodigo o una madre tailandesa.

Lo que más me interesa es saber quién es el asesino de entre los actores del repaerto. Los criminales son siempre los que menos lo parecen. Es algo que pertenece al género, la surprise, die Uberraschung .

No siento ningún atractivo por el género sangriento, de manera que casi no veo series norteamericanas, cortadas por un patrón repugnante. Las francesas, inglesas, alemanas y nórdicas que sigo son «series blancas» (también las hay desagradables). Están cortadas todas por un patrón tolerado para todos los públicos. Entre las españolas las hay también de diferentes estilos. Me sigue haciendo gracia ver en ellas a policías o guardias civiles tan ajenos a algunos que conozco personalmente. No hay un género policíaco español o francés o alemán. Todos están cortados por el mismo patrón, aunque hagan esfuerzos baldíos por disimularlo. Viene a ser este.

Los protagonistas son varios detectives de policía, casi siempre uno de ellos mujer con mando en plaza. Resuelven asesinatos en cadena, tanto que la comisaría en la que sirven acumula más crímenes que la ciudad de Marsella al cabo de un año.

Estos policías están lastrados por traumas, conflictos y angustias en su pasado lejano o reciente. Por ejemplo, se acaban de divorciar, en la infancia sufrieron maltrato, son incluseros, están peleados con los parientes, sufren depresión, sufren paranoias, y a pesar de sus dependencias (alcohol, la más frecuente), son sentimentales, buena gente.

Los criminales raramente son verdaderos canallas. Son personas que también han padecido traumas, hijos de madre soltera, hijos de familia rica con padre pederasta, jugadores compulsivos, tontos de remate, emigrantes ilegales, curas fanáticos, en definitiva, víctimas de una sociedad inclemente.

Al ser descubiertos, los criminales rompen a llorar y a pedir perdón, cuando un minuto antes han estado a punto de degollar a un rehén.

La actuación de los policías a veces se salta la ley, pero no la convención (entran a patadas en un domicilio, o se cuelan en él con ganzúas), y se enfadan muchísimo con sus sospechosos, hasta que interviene el comandante y les saca del cuarto de interrogatorios. Por cierto que los agentes entran en el cuarto de interrogatorios con el arma en la cintura, y en ningún caso el criminal perverso tiene la osadía de arrebatársela. Son policías buenos, amables, sólo algo trastornados, cosa que se entiende pues cada semana deben de resolver varios crímenes, además de apechugar con sus propios pesares.

La fortuna del género y las posibilidades creativas y técnicas del medio han introducido modificaciones leves en el modelo de guion. Hay series de policías de medio pelo, de policías con galones, de jueces, de fiscales, de forenses, de psicoterapeutas, de auxiliares ajenos al cuerpo, especialistas de todos los géneros imaginables relacionados con los delitos.  La suma de los tópicos sociales hace acto de presencia en las series.

He citado las series policíacas porque son las que más distraen. El resto pertenecen a géneros diferenciados, política, comedia familiar o local, tipos raros, mujeres en apuros, deportistas sagaces, burócratas asqueados de su vida; pero géneros al fin, es decir, tópicos dramáticos que constituyen la historia del teatro, y que se multiplicaron con el cine.

En realidad, todos estos géneros responden al mismo esquema, el conflicto, algo viejo como el mismo teatro. Pero la industrialización de la comedia o el drama vacía el depósito de ideas de los guionistas, que han de retorcer la trama o esperar un rayo iluminador aparentemente novedoso para seguir en su trabajo.

De tarde en tarde aparece un amigo y te recomienda tal serie, que se desvía algo del modelo. Uno la busca, y al cabo de dos o tres capítulos la serie ha perdido su fulgor. En ocasiones de desesperación los guionistas o el director estimulan al protagonista a desmadrarse, calculando (saben que en vano) que captarán la atención del espectador.

Pero los consumidores no somos tontos, sabemos que lo único que esperamos de las series y de la mayoría de las películas es distraernos con personajes idiotas, chalados, pretenciosos, chulos, prostitutas de lujo, etc, algo que funcionará mientras nos dure el insomnio.

Acabo con una referencia a la carga ideológica de las series. Se va imponiendo la antipatía hacia la familia (más o menos tradicional), y la simpatía hacia los matrimonios homosexuales, el transgénero; abunda el menoscabo de curas, rabinos o imanes fanatizados, y de empresarios feroces que se saltan los frenos ecológicos o financieros con descaro, la normalización del tráfico de drogas, la chulería de los detenidos, que se merecen un par de sopapos que nadie les da…

Del mismo modo que las series norteamericanas nos previenen de visitar aquel territorio de mafiosos, criminales, psicópatas y policías alcoholizados, la imagen que se nos da de Francia, de España, de Portugal, de Inglaterra, de Italia, de Alemania es la de países al borde del colapso moral.

Sin embargo, puede que esto último sea cierto. Quizá dentro de un par de siglos, si seguimos existiendo como especie, los que repasen estas series encontrarán en ellas un retrato de la realidad que estamos viviendo, un retrato por semejanza alegórica, por exageración metafórica.

¿Qué haré después de cenar cuando me harte de ver series? Alguien me dirá, pues lea usted, hombre, es el somnífero más eficaz. Lo intentaré.

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