Miami, “La Capital del Sol”. Una Celestina cubana de César Pérez
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La capital del sol es un poema dramatizado de César Pérez sobre los bajos fondos del exilio cubano. Escrito en cuartetas y redondillas, cuenta en clave esperpéntica las peripecias de un grupo de maleantes cubanos, que parecen retratos de Gutiérrez Solana, siglo y pico después. Una lectura de esta obra ha congregado en Valencia a varias decenas de amigos del autor y la presentadora, Elvira Rodríguez Puerto, Elvi Minato, artista cubana en el exilio.
Fernando Bellón
Kultur es una palabra sólida, que pesa, sobre todo en alemán.
Culture es una palabra liviana y con peluca dieciochesca.
Cultura es una palabra que en español se esgrime en cualquier ocasión, de significado variable, a veces solemne, mítica, académica, excluyente, inclusiva, sostenible, elitista, popular, y a veces tabernaria.
Por lo general, cultura es un ámbito de hierofantes (“Maestro de nociones recónditas”, RAE, definición 2). Eso a pesar de que la cultura sea un concepto que abarca toda actividad humana, y que sólo se reconoce en nuestra especie. Los hábitos de los antropoides y otros animales superiores pertenecen a la esfera de la etología.
Un partido de baloncesto, una corrida de toros, una carrera de sacos, los usos amorosos, un guateque, la literatura reconocida como tal, al igual que el resto de las artes liberales y aplicadas, un banquete, todo ello y mucho más es cultura. No es que la cultura se haya democratizado, es que su estudio antropológico la hace parecer más popular de lo que suele ser.
Las cortes de todas las épocas dedicaban dinero a artistas becados para que compusieran música, épica o lírica, obras plásticas, muebles y otros objetos de lujo. Allá donde emergía una corte, se creaba un complejo cultural que la amenizaba. Uno de los países europeos con más cortes fue Alemania, luego Francia, y también Italia. Cada marqués, duque o lo que fuera se recreaba en las artes. En España y en Portugal era lo mismo, pero en menor número.
La caída del Antiguo Régimen pasó el testigo cultural a los ricos propietarios, industriales y financieros. La temible burguesía. Luego llegó el socialismo igualitario, y el negocio se hizo oficial. Los creadores servían de buena o mala gana a los mandamases de su tiempo, que convirtieron la cultura en algo funcional y funcionarial.
Por fin, con el parlamentarismo socialdemocrático, la cultura literaria y artística pareció liberarse de las cortes y los salones bien amueblados de la nueva nobleza. El creador se independizó, y se volvió bohemio.
Eso no era nada bueno para el cada vez mayor número de artistas. El creador independiente y libre acaba pasando hambre. Los filtros de la fama, la popularidad y el reconocimiento dejaban fuera de juego al noventa y tantos por ciento de los creadores.
Así que para ser artista y sobrevivir había que tener un oficio lo más paralelo a la cultura. La mayoría de los novelistas, escultores, pintores y oficios agregados acabaron siendo profesores de instituto, de universidad, funcionarios con tiempo libre, parados subvencionados, pensionistas, y cosas así.
En España tenemos la institución de la tertulia realmente existente. Me refiero a las que funcionan con regularidad, y reúnen a profesionales de esto y aquello, a cultoparlantes, a letraheridos, a pedantes de oficio, y a hombres y mujeres ilustrados.
Es cierto que la regularidad no es un rasgo definitorio de las tertulias, lo digo por experiencia. Pero es lo más parecido a una antigua corte, a una iniciativa editorial, libresca o de ateneo, mantenidas con dinero publico o privado.
Y por último están las citas culturales improvisadas en las que la gente se reúne una tarde para escuchar un recital poético, una lectura dramatizada, o una actuación.
Aquí es donde quería yo ir a parar.

En Valencia tenemos una amiga creadora mutifuncional que convocó el viernes 4 de julio a cosa de veinte personas en la terraza de su casa del barrio del Carmen, para ofrecernos un recital poético y teatral. Se llama Elvira Rodríguez Puerto, Elvi Minato, forastera en la ciudad, nacida en Cuba, poeta, fotógrafa, artista plástica y artista de danza butoh. Los habituales de esta revista la conocen.
Pero lo más admirable es que no nos convocaba para leernos nada suyo, sino fragmentos de La capital del sol, una pieza dramática del también cubano César Pérez.
César Pérez (Vueltas, Villa Clara, 1973) es poeta, dramaturgo, traductor y novelista inédito. Estudió periodismo en la Universidad de La Habana y maestrías en literaturas hispánicas en Unverisity of Iowa y Harvard University, donde se especializó en literatura medieval. Desde 2004 reside en Boston, Massachusetts. Ha publicado poemas, cuentos y artículos en revistas de varios países, pero La capital del sol es su primer libro.
César es profesor de español, es decir, cimienta su creatividad sobre un modus vivendi sólido y seguro. Gracias a sus conocimientos y estudios literarios acumulados durante varias décadas domina la literatura en español, y merced a su bagaje caribeño puede dar rienda suelta a su vena poética, al estilo de los bardos antiguos. La capital del sol esta compuesta en estrofas de arte menor y unas pocas de arte mayor, ocho u once sílabas por verso, la mayoría de las veces cuartetas y redondillas. Yo he leído el texto antes de escucharlo, y me fascinó. Pero su lectura en alta voz lo convierte en ecos de La Habana y de Miami, la capital del sol.

Cuenta la historia de una antigua jinetera y de un grupo de ciudadanos exiliados de moral andrajosa, que se han buscado la vida fuera de la isla castrista y poscastrista. A primera vista, para los españoles son personajes valleinclanescos, y la peripecia asemeja un largo esperpento. Pero esto es una visión deforme de los peninsulares que nos hemos educado aquí. Porque la riqueza vital y poética del Caribe español supera cualquier imitación.
La trama se desarrolla en torno al secuestro de la hija de un gangster cubano residente en Miami, como el resto del plantel, por matones y chulos que viven vidas de tebeos de Mortadelo y Filemón pasados de rosca. El valor de La capital del sol es múltiple, por su calidad literaria, su riqueza lingüística, y el interés que despiertan en el lector los vericuetos solanescos por los que se meten estos individuos.
La obra leída multiplica sus virtudes. Se ha hecho en Madrid, en Miami, en Valencia, y se ha presentado en la universidad de Nueva York. Parece que ha suscitado interés en círculos cinematográficos. Desde luego, daría para una serie de éxito en manos de un buen director.

César contó a los asistentes de la lectura en casa de Elvi Minato que escribió dos monólogos de los protagonistas sin ningún propósito determinado, supongo que por sacar de dentro la morriña y la lengua de su patria. No tuvo título hasta empezar a crecer. Después de un tiempo se le fue ocurriendo una trama situada en Miami, una ciudad que él ha transitado poco, y decidió seguir con esa lengua barroca del Siglo de Oro español, versos sencillos, populares, servidos por Lope deVega, Tirso de Molina y luego Quevedo, porque el español de entonces debía de sonar más cubano o colombiano que el que hablamos hoy.
Guardó los papeles en el cajón digital del ordenador, hasta que le pareció que no debían dormir allí. Envió La capital del sol a varias editoriales, y le contestaron de una, Bokeh, radicada en Leiden, Holanda, creada por otro cubano a quien César no conocía, Waldo Pérez Cino. El libro está editado con gusto y primor. Llama la atención leerlo, y más escucharlo.
Dice César que en una próxima edición incluirá un glosario de expresiones cubanas, para ayudar al lector. No obstante, la gracia, ligereza y sonoridad de los cubanismos es tan bella, que si no se entienden por el contexto se imaginan y se recrean.
César Pérez está terminando una novela larga titulada Cubamerón. Estaremos atentos a su publicación. Y un ensayo sobre el poeta cubano Orlando González Esteva, que tiene un título provisional, La métrica libertad.
La capital del sol se puede comprar en Amazón.
Existen en Valencia, e imagino que en muchas ciudades españolas, no todas capitales, lugares donde el creador que no ha podido o querido forjarse un caché puede presentarlo en público. Un libro, una colección plástica, un concierto de música. Conozco dos, La Fábrica de Hielo, y la Casa de Patraix, gestionados privadamente, el segundo más modesto. Pero hay más, y no siempre gestionados por profesionales, como algunos cafés o salas de exposiciones. Son clubes de lecturas, espacios privados no venales. Forman esa capa de la sociedad civil sobre la que se asienta lo más valioso de la comunidad ilustrada sin expectativas de celebridad. Y en ellos se encuentran en ocasiones verdaderas joyas de la creación, como es el caso de César Pérez, su La capital del sol, ofrecidas gracias a la generosidad de Elvi Minato y de su compañero Javier Buergo, hombre cabal e incombustible.