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Bitácora y apuntes General

¡Viva México, carajo!

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El mariachi difunto

Una antigua historia familiar real relatada por Enrique Girón, Traductor y dramaturgo.

(Las imágenes adjuntas han sido generadas por la IA, a petición detallada del artista Txemacántropus)

Hace mucho, mucho tiempo, buceando por los mares de la red encontré en Youtube un video que me llamó poderosamente la atención: ‘La leyenda de la casa de la dinamita’ en Ciudad de México. El video parecía estar sacado de un programa de Cuarto Milenio de Iker Jiménez.

Con tono misterioso, el narrador contaba lo que ocurrió en dicha casa, conocida como Casa Méndez, en el lujoso barrio de San Ángel en 1878.

Según el relato, la familia del difunto D. Rafael Beraza se reunió con entusiasmo con unos amigos. aguardando la llegada de una caja que contenía reliquias y medallas del Vaticano.

Al parecer eran estas unas familias muy devotas y deseaban compartir un momento que se les antojaba único. El acontecimiento era para ellos tan importante, que llamaron al cura párroco de San Ángel para que bendijera dicha caja.

En una habitación contigua al salón principal, las hermanas Magdalena y Rafaela Beraza amenizaban a los presentes tocando el piano. Mientras tanto, en una plaza cercana, unos soldados hacían maniobras bajo las órdenes de un coronel.  Finalmente, llegó la caja que todos esperaban y la colocaron en el centro del salón. Al parecer la susodicha caja no iba etiquetada algo que en aquella época era bastante corriente. No obstante, una de las señoritas, o mejor dicho señora, pues había enviudado recientemente, Magdalena, advirtió, aunque sin éxito, que debían tomarse ciertas precauciones antes de abrir la caja. Sin embargo, era tal la impaciencia de los presentes que dieron la orden a uno de los criados para que la abriera, sin demora.

Tras los rezos de rigor, este procedió, empleándose a fondo, a abrir la primera tapa y, para su sorpresa, se encontró con una segunda caja. Entonces dio un segundo golpe y en ese momento se produjo una gran explosión que hizo retumbar todo el edificio. En la plaza, todo el público presente, que observaba con admiración los ejercicios militares, volvió sus cabezas hacia la casa en llamas. De inmediato, el coronel y un puñado de soldados se acercaron al lugar y, para su horror, contemplaron una escena absolutamente dantesca: cuerpos diseminados por todas partes. Los gritos de los heridos eran ensordecedores y entre los restos de los cadáveres había también niños pequeños.

La única persona que sobrevivió a la tragedia, aunque quedó con secuelas de por vida, fue Magdalena, quien, al parecer, había decidido volver a la habitación contigua minutos antes para continuar tocando el piano. Los que no fallecieron en la explosión, murieron en el hospital poco tiempo después.  Por desgracia, su madre y su hermana perdieron también la vida aquella tarde. Parece ser, que todo se debió a una lamentable confusión: enviaron por error al domicilio familiar, una caja que iba destinada a una mina, Ambas cajas eran prácticamente idénticas y carecían de etiquetas.

María Magdalena Ruperta Rita Francisca de Paula Beraza Urquía, que así se llamaba la infortunada joven, era hija de un prócer de México, Rafael Beraza Lorenzo, nacido en Córdoba (España) y del que se contaban historias dignas de un folletín. Al parecer, al ser algunos miembros de su familia afrancesados, tuvieron que exiliarse a Inglaterra. Se cuenta que siendo solo un crío conoció, nada menos que, al duque de Wellington quien lo acogió bajo su férula, como paje y participó en la Batalla de Waterloo.

Poco tiempo después se nacionalizó inglés y mucho más tarde se dirigió a México. Nombrado correo de la Delegación Británica, se cuenta que era capaz de cabalgar desde la capital hasta Veracruz, sin bajarse del caballo.  Más tarde fue nombrado cónsul honorario en Veracruz al servicio de su Graciosa Majestad. Con el paso del tiempo se hizo un próspero comerciante y, gracias a los servicios a la Corona, bautizaron dos buques con los nombres de Rafael y Beraza.  Se dice que fue ministro del gabinete del General Antonio López de Santa Anna, el mismo que asedió a El Álamo en 1836.

Fue decisiva su intermediación en la Guerra entre México y EEUU hasta el punto que consiguió que las tropas estadounidenses no arrasaran la Ciudad de México. En agradecimiento, la ciudad le regaló una completísima cubertería de pura plata.

Tuvo también excelentes relaciones con el emperador Maximiliano I de México. La esposa de Rafael Beraza, María del Carmen Urquía García, fue, de hecho, Camarera Real. En una de las fiestas de la corte imperial, Magdalena, su hija, que contaba con 15 años, se cuenta que, debido a los nervios de estar en presencia de los emperadores en palacio, destrozó un abanico con sus propias manos.

Como reconocimiento a toda una vida de servicio, Rafael Beraza obtuvo también la Orden Imperial del Águila Mexicana.  Muere en 1875.

Poco después del terrible accidente, el arzobispo de Ciudad de México, amigo personal de la familia Beraza, aconsejó a la joven que realizara un viaje a Europa para sanar las heridas del espíritu y hallar cierta paz tras el terrible suceso. Acompañada de su doncella personal ambas embarcaron en Reina Mercedes, barco vapor-correo de la Compañía Trasatlántica Española.

Aunque no contaba con los lujos de un futuro Titanic, Magdalena y su doncella disfrutaron de las instalaciones y de las comodidades de un gran buque de pasajeros.

Todas las noches sin faltar se celebraba, tras la cena, un baile al que acudían las parejas, muchas de ellas en su luna de miel, y también personas solteras de ambos sexos. Magdalena al principio se negaba asistir, pese a que siempre había sigo una muchacha alegre y extrovertida, pues todavía estaba muy reciente la experiencia sufrida. Fue tanta la insistencia de su doncella para que asistiera a dichos bailes, que finalmente terminó por ceder.

Vestida con un precioso traje de noche. Los pasajeros presentes en el gran salón se volvieron para admirar a la recién llegada. Más de un caballero soltero le pidió bailar y Magdalena, que le encantaba la música que tocaba la orquesta en ese momento, aceptó la mano de un joven que le sonreía.

No habían dado demasiados pasos cuando Magdalena dio un traspiés y se lesionó un tobillo. El grito que soltó hizo que se detuviera la música y por tanto también los pasajeros bailones. «¡Un médico!» –grito una elegante dama de mediana edad. Al poco apareció el médico del barco que examinó y tranquilizó a tan gentil paciente. Su nombre Sixto Germán Fuentes, natural de Murcia. Un médico cirujano que había sido director de varios balnearios hasta que se ‘enroló’ en el Reina Mercedes.

La lesión de Magdalena, pese a no revelar gravedad alguna, recibió en días posteriores los mejores cuidados del Dr. Germán. Debió de dispensarle tan buena atención que ella recuperó la salud y el buen ánimo.

Tiempo después, se casaron y fueron muy felices y…

EPÍLOGO

Cada vez que, en la casa familiar de Granada, veo el bastón de Sixto, el abanico de Magdalena, los retratos de ambos bisabuelos, y utilizo los cubiertos de plata ―regalo de la ciudad a mi tatarabuelo―, me dan ganas de gritar: «¡Pues que viva México, carajo!»

 THE END

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