Clara Campoamor y el voto femenino, al teatro
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Yo Clarita. Las raíces de Clara Campoamor. Escrita y dirigida por la escritora, actriz, directora, dramaturga y pedagoga Antonia Bueno, ofrece una perspectiva innovadora de la vida de uno de los grandes referentes del feminismo.
Se ha presentado en el Teatro Patraix de Valencia el fin de semana del 21, 22 y 23 de marzo. Las tres representaciones completaron el aforo. Por ello se realizará otra representación no programada el viernes, día 28 de marzo en el mismo local, Teatro Patraix, calle Humanista Mariner, 16, de la ciudad de Valencia.


La memoria viva de la lucha por el voto femenino
Una reseña de la poeta y danzante butoh Elvi Minato, autora también de las fotografías
La dramaturga Antonia Bueno nos entrega una joya teatral con “Yo, Clarita”, una obra que no solo rescata la figura de Clara Campoamor y su histórica lucha por el sufragio femenino en España, sino que lo hace desde una perspectiva innovadora y profundamente emotiva: el recuerdo de la infancia. Estrenada en el Teatre Patraix de Valencia, la puesta en escena brilla por su cuidada dirección, un guion sólido y la impecable interpretación de las actrices Pilar Rochina (Clara Campoamor), Aranzazu Pastor (Victoria Kent) y la propia Antonia Bueno (la madre de Clarita), que dan vida a un relato esencial para la memoria democrática y feminista.
La obra nos sitúa en la España de principios del siglo XX, cuando dos mujeres excepcionales protagonizaron un debate trascendental en el Congreso de los Diputados: Clara Campoamor y Victoria Kent. Ambas, pioneras en el ámbito político y jurídico, se enfrentaron en torno a la aprobación del voto femenino en la Constitución de 1931.
Clara Campoamor, abogada y diputada, fue la gran defensora del derecho de las mujeres a votar. Su discurso en el Congreso fue una pieza oratoria brillante que reivindicaba la igualdad sin concesiones. A pesar de la oposición, logró su objetivo y el voto femenino fue aprobado en 1931, permitiendo a las mujeres participar por primera vez en unas elecciones generales en 1933.
Victoria Kent, también diputada y primera mujer en el mundo en dirigir una prisión, se opuso a la concesión inmediata del voto, argumentando que las mujeres, por su falta de educación política y la fuerte influencia de la Iglesia, podrían inclinarse hacia opciones conservadoras y poner en riesgo la recién instaurada República.

Este debate marcó un punto de inflexión en la historia del feminismo y la política en España. Y es precisamente en ese contexto donde “Yo, Clarita” nos sumerge, pero desde una perspectiva más íntima y simbólica.
La obra nace a partir de un relato de Antonia Bueno, que obtuvo el Primer Premio en el XI Certamen de Narrativa Breve del Ayuntamiento de Valencia, en el año 2012. En ella se plasman las vivencias de Clara Campoamor desde su infancia en 1898 hasta el año 1933.

La iluminación y la escenografía como lenguaje del tiempo y la emoción
Se abre el telón (bueno, en el Teatre Patraix el telón siempre está abierto), y vemos un escenario iluminado en tonos dorados que resalta su belleza onírica. En el centro hay una máquina de coser antigua, que sugiere la memoria familiar. Un tejido blanco se extiende como un gran velo desde la máquina de coser hasta el mismísimo proscenio. Nos recordamos de nuestras madres, nuestras abuelas. A los lados, biombos de estilo oriental, iluminados suavemente, crean una sensación de nostalgia y delicadeza, e incluso de duelo. Hay también una botella-lámpara para coser en las noches de desvelos, una mantilla negra, unas servilletas bordadas con palomas que quieren volar, un almanaque con fecha de la época, un cofre donde se guarda lo más sagrado (¿los juguetes de Clarita?), una urna con una esfera de luz, un librero pequeño, un babi verde, objetos escondidos, una sillita de enea, una foto de una mujer que apenas nadie ve.

La obra nos muestra a Clara Campoamor de niña, curiosa, perspicaz. Clarita, mientras hace los deberes, observa y pregunta. Su madre, mientras borda y canta, le responde con amor y resignación, en un mundo donde ser mujer es aceptar ciertas limitaciones.
La historia avanza y vemos a Clarita crecer, reafirmando sus convicciones hasta convertirse en la gran defensora de los derechos de la mujer.
El enfoque desde la niñez en la obra de Antonia Bueno nos aporta una sensibilidad especial. Nos permite comprender cómo el entorno, la educación y la observación de las injusticias moldearon el carácter de Clara Campoamor. La obra no solo reconstruye su lucha política, sino que nos invita a mirar más allá de la figura histórica y ver a la persona, a la niña que soñaba con cambiar el mundo. Vemos en escena el enfrentamiento entre esas dos grande mujeres, Clara Campoamor y Victoria Kent, ese juego de dualidad entre lo femenino y lo masculino, el pasado, el presente, lo dicho y lo silenciado, y a las que Antonia Bueno une en el acto final.

Un teatro lleno de símbolos y capas de lectura
Uno de los elementos más llamativos de la puesta en escena es el uso de caretas de animales (jabalí y ave rapaz, máscaras de Juanma Picazo), para representar los comentarios de la prensa de la época. Durante los años de la Segunda República, tanto Clara Campoamor como Victoria Kent fueron blanco de ataques mediáticos, muchas veces a través de caricaturas y burlas que ridiculizaban a las mujeres en política. Este recurso teatral no solo refuerza la crítica social, sino que nos recuerda cómo los discursos de desprestigio han sido utilizados históricamente para deslegitimar las luchas feministas. Las caricaturas y críticas misóginas de la época a menudo representaban a las sufragistas como bestias agresivas o ridículas, sugiriendo que su deseo de votar era antinatural o peligroso.

Cuba: un eco del pasado que resuena en el presente.
La obra empieza con un danzón cubano. En “Yo, Clarita”, la historia de España y de sus luchas por la libertad se entrelazan con un episodio crucial: la pérdida de Cuba y de las últimas colonias en 1898. Se recuerda cómo, tras la derrota ante Estados Unidos, España perdió no solo sus territorios de ultramar, sino también parte de su identidad y sus ilusiones de grandeza. Este guiño no es casual. Entre palabras, la obra deja un eco de memoria que no solo revisita la historia, sino que también nos recuerda la realidad de la Cuba de hoy. Un recordatorio de que las heridas de la historia no se cierran con el tiempo si la justicia y la libertad siguen siendo utopías. En algún momento Clarita pregunta – ¿Y en Cuba también se vota?-, y yo me pregunto también ahora, – ¿pero a quién, a qué, para qué?-, pero ya esto sería, como dice la propia Antonia Bueno, otra historia.
Una escena simbólica: el voto de las mujeres silenciadas
Uno de los momentos más conmovedores de la obra es cuando se representa la implicación del voto como parte de la puesta en escena. Cuando las actrices salen con la urna e invitan a las mujeres a votar, el espacio deja de ser solo un escenario para convertirse en un acto de reivindicación colectiva. Hay momentos en los que los aplausos del público surgen espontáneamente, especialmente cuando se nombra a las mujeres que han sido importantes en la historia pero que en su momento no tuvieron reconocimiento. Ese acto de enunciación, de devolverles su voz a través del teatro, genera una respuesta visceral en cada representación.
Esta escena es un acto de justicia poética, un homenaje a todas las mujeres que lucharon sin ser reconocidas. Las mujeres votan, y lo hacen en primera fila. Invitar a las mujeres a votar no es solo un acto simbólico en “Yo, Clarita”, sino una forma de hacerlas partícipes de una memoria colectiva, de recordar la lucha sufragista y de conectar ese pasado con el presente. Además, convierte la obra en una performance viva, donde el cuerpo, el objeto (en este caso, la urna) y la acción del público se entrelazan para generar una experiencia transformadora.

“Yo, Clarita” es una obra poética que es memoria, pero también advertencia. Nos recuerda que el feminismo ha tenido que abrirse paso en un mundo hostil, que los derechos conquistados pueden perderse, y que la historia, si no se aprende de ella, se puede repetir. Porque en el fondo, la pregunta sigue siendo la misma: ¿quién decide qué voces merecen ser escuchadas?

Fragmento:
CLARITA– Padre tarda hoy en venir del periódico.
MADRE– Ha ido a votar…
CLARITA- ¿A votar? ¿Y eso qué es? ¿Dar saltos? No me imagino a padre…
MADRE– No, hija. Votar es… una caja en la que cada hombre mete un papel, diciendo quién quiere que nos gobierne.
CLARITA– ¡Ah!… ¿Y tú no vas?
MADRE– Qué cosas tienes. Yo soy una mujer.
Equipo
Autora: Antonia Bueno
Actrices: Pilar Rochina, Antonia Bueno y Arantzazu Pastor
Especio escénico y sonoro: Antonia Bueno
Diseño de iluminación: Carlos Molina
Vestuario y máscaras: Juanma Picazo
Atrezzo: Laura Lloret
Asesoría de movimiento: Olga Peris
Cartel: María Vega
Fotografía: Elvi Minato
Vídeo: UKEMOTION
Técnico de luz y sonido: Alejo Fanego
Ayudante de dirección: Arantzazu Pastor
Dirección: Antonia Bueno
Agradecimientos: Teatre Patraix, Ajuntament d’Olocau, Fernando Bellón, Mercedes Iglesias, Amparo Lillo, CMAPM Marxalenes, Albert Sandoval, Umeya Rodriguez.
Pilar Rochina Producciones
@pilar.rochina