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Cultura y comunicación

Baltasar Gracián y «El Criticón», cenizos clarividentes

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Comentarios sobre El Criticón de Baltasar Gracián, obra deliberadamente oscura, que se considera una de las cumbres de la literatura española.

Fernando Bellón

(Fotografía de presentación, paisaje de la comunidad de Calatayud. F.B.)

Baltasar Gracián, jesuita español del siglo XVII, escribió y publicó las tres partes de El Criticón al final de su vida, sin permiso de la orden para sacarlas de la imprenta. Esto le costó un castigo a pan y agua.

A El Criticón se le ha colocado una etiqueta filosófica, una novela filosófica, como las hay románticas o bizantinas.  Se tiene como uno de los tres libros culminantes de la literatura española de los siglos imperiales: La Celestina, al inicio de ese periodo, y El Quijote, en el momento más alto del imperio; de modo que El Criticón representaría el inicio del declive.

Llegué a interesarme por Baltasar Gracián gracias a una de las magníficas clases del profesor Jesús Maestro colgadas en YouTube. Seguí el hilo señalado por Maestro en los estudios y referencias dedicados a Gracián en la página filosofía.org, de la escuela de Oviedo de Gustavo Bueno, materialismo filosófico.

Son precisos estos detalles para explicar los vericuetos que el interés por el conocimiento nos hace recorrer. Caminando por ellos podemos perdernos si nos quedamos en los escaparates que encontramos en ese itinerario imprevisible. Podemos quedar atrapados en la Red, igual que antes (y ahora) uno podía perderse en una biblioteca bien provista.

O no. Los vericuetos de la cultura escrita pueden ser iluminadores si se transita por ellos con cautela y sin alejarse del interés que suscitó el ponerse en marcha. Eso es actuar con prudencia. Oráculo manual y el arte de la Prudencia es uno de los éxitos de ventas de Gracián.

A mí me gustaría estar capacitado para seguir el método de análisis literario de Maestro, la crítica argumentada de la literatura, según su definición: La literatura es una construcción humana y racional. Se abre camino hacia la libertad a través de la lucha y el enfrentamiento dialéctico. Utiliza signos del sistema lingüístico, a los que confiere un valor estético o poético, y otorga un estatuto ficcional. Se desarrolla a través de un proceso comunicativo o sistema de dimensiones históricas, geográficas y políticas. Los términos fundamentales de la literatura son cuatro: el autor, la obra, el lector y el transductor.

Pero después de leer La filosofía crítica de Gracián, de Gustavo Bueno, me siento un gusano  con ínfulas de erudición. Así que, no tema el lector, no voy a largarle un ladrillo

Me quedaré en un aficionado sin más pretensiones que la de convencer a quien lea estas líneas de que la lectura sosegada y ardua de El Criticón elevará su conocimiento y producirá en él efectos salutíferos, el verdadero gozo libre de todo engaño.

La leyenda negra del pensamiento español

El portal “Filosofía en español”, de la Fundación Gustavo Bueno es el que acumula más entradas útiles sobre Gracián, además del ensayo mencionado del profesor.  Contiene este portal ensayos rescatados y digitalizados de bibliotecas del siglo pasado. Se observa en ellos el interés de los intelectuales y profesores de la época en confirmar la calidad de la creación filosófica y ensayística española de los siglos pasados, para contradecir la negación de la existencia del pensamiento español. Así se titula la entrada en el “Diccionario Filosófico” colgado por la Fundación Gustavo Bueno, en la que se refuta con datos y reflexiones la superchería de que los españoles de los siglos XVII, XVII y XIX no pensaran.

El origen de esta actitud, tanto en su anverso como en su reverso, tiene mucho que ver con lo que se ha llamado “interiorización de la leyenda negra” por una parte de la llamada “izquierda española”; interiorización que es, a la vez, una prolongación de la misma, tanto hacia el pretérito (la “España invertebrada” de Ortega) como hacia el futuro (Gumersindo de Azcárate y la asfixia o ahogamiento de la actividad científica en España durante los tres últimos siglos, contando desde 1786). Por ello, me permitiría denominar a esta actitud historiográfica, en su anverso y en su reverso, como metodología negra. La zona central sobre la que proyecta su sombra la leyenda negra es, sin embargo, la época que va desde los Reyes Católicos hasta el final de los Austrias. La inquisición y los Austrias, con su absurda voluntad imperialista ejercida contra la reforma, habrían sido la causa de la asfixia del “pensamiento español”. Todavía Miguel Delibes presenta (El hereje), como “vanguardia intelectual” de España que fue aplastada por la Inquisición, a unos individuos de la élite que se reunían en cenáculos protestantes, como si la prole de Lutero (que decía Machado refiriéndose a Ortega) hubiera podido ser la salvación del pensamiento español.

Es la misma actitud que parte de la izquierda española, una “izquierda negra” que exalta la recuperación que el pensamiento español habría experimentado en las primeras décadas del siglo XX, encuentra en el llamado “tiempo de silencio”, identificado con el franquismo, y que por fortuna se habría vuelto a recuperar con la transición democrática, a partir de 1975…

Descartes, por ejemplo, pretendió poner como fundamento de la ciencia positiva a la duda y al cogito; Hume a las sensaciones; y Kant a las formas a priori de una conciencia autónoma y no heterónoma: pero todo esto es tan artificioso y rebuscado como poner al Pacto social como fundamento de la sociedad política, sin perjuicio de lo cual Descartes o Hume, juntamente con Kant, serán considerados por la metodología negra como los creadores de la nueva filosofía exigida por la revolución científica. Una revolución que, en todo caso, no la consideramos incluida en la rúbrica de “pensamiento”, en el sentido que venimos utilizando este término.

Así pues, la respuesta a la leyenda negra del pensamiento español es que lo hubo y profundo. Además de la escuela de Salamanca del siglo XVI (Francisco de Vitoria, Francisco Suárez et alia), de la que beben diversas escuelas europeas contemporáneas y posteriores, en pleno Barroco surge el teatro teológico y filosófico de Calderón, y luego Baltasar Gracián. Un siglo después destaca Benito Feijoo y en el XIX Jaime Balmes. Todos fueron sacerdotes, cosa que no tiene nada ni de descrédito ni de sorpresa, porque en la Iglesia estaba el estudio y la cultura directora, en España y en el resto de Europa. En la Alemania protestante, por ejemplo, no se enseñó filosofía en las universidades hasta el siglo XIX, antes la asignatura era teología.

Algunas referencias de fácil consulta sobre Gracián están en la Red. Selecciono dos escritas: su biografía en Cervantes Virtual, y otra página en el mismo portal de Manuel Alvar, Un rasgo aragonés: la agudeza de conceptos.

Y otras dos en YouTube, una lección sobre Gracián, un Séneca dinámico, para estudiantes de bachillerato de un profesor encomiable, Carlos Herreras (no el periodista famoso), y una conferencia de la profesora Aurora Egido en la Fundación March.

Gracián, el jesuita y el hombre

Baltasar Gracián nació en Belmonte de Calatayud (hoy, Belmonte de Gracián) el 8 de enero de 1601 y murió en 1658 en Tarazona. Su padre era médico, es decir, persona ilustrada, que procuró que sus hijos tuvieran la mejor educación, de hecho todos acabaron en el clero. Gracián siempre se consideró una persona de elevada alcurnia, no por estirpe sino por formación y amor propio, y no sentía ninguna atracción hacia la plebe, a la que despreciaba y la acusaba de sentirse a gusto en el engaño. Esto indica que el lastre de los valores aristocráticos empezaba a ser discutido por la práctica de hijos de hidalgos más valiosos que la nobleza. Algo así como una burguesía incipiente, que también emergía en los países europeos.

Se hizo jesuita, recorrió diversas ciudades españolas en su itinerario profesional como predicador y profesor. Escribió tratados sobre “el ingenio”, que quería decir la razón y el conocimiento, y “la agudeza”, la inteligencia viva. También escribió obras piadosas. Su último empeño fue acabar El Criticón, cosa que hizo poco antes de fallecer. Siendo hombre de razón, conocimiento e inteligencia viva, y además aragonés tozudo, escribió lo que le salía, no lo que debía escribir, y le costó disgustos con la orden, a la que nunca pidió permiso de publicación.

Es uno de los autores españoles más apreciados y reconocidos por los “intelectuales” europeos de su época y siglos posteriores. Parece ser que Schopenhauer le tuvo como modelo, que Nietzsche le admiró, y sus obras fueron traducidas a varios idiomas, empresa de alto mérito. A finales del siglo pasado, unas escuelas de negocios norteamericanas pusieron de moda Oráculo manual y el arte de la Prudencia, un compendio de máximas explicadas (una especie de I ching ibérico), que se vendió como rosquillas entre los ejecutivos agresivos que buscaban no parecerlo.

Novela alegórica

El Criticón es una novela alegórica. Sus protagonistas son un salvaje que ha crecido entre fieras (Andrenio) en la isla de Santa Helena, en mitad del Atlántico, rescatado y rescatado por un náufrago (Critilo), de noble familia, un perdulario o vicioso incorregible a quien el susto del naufragio reforma. Ambos recorren varias naciones europeas hasta llegar a Roma y de allí a la isla de la Inmortalidad.

Andrenio y Critilo viven sabrosas aventuras en su viaje, se ven envueltos en las falsedades del mundo aparente, salen dañados pero vivos, y van aprendiendo, sobre todo el primero, los sinsabores y engaños de la vida y la forma de esquivarlos.

No van en busca de la moralidad, porque saben que la lleva dentro cada ser humano, y si es el objetivo de la vida honesta y virtuosa, también es difícil de llevarla siempre encima. El Criticón viene a ser un viaje crítico de retorno a la civilización, en el que aprenden que la moral es un producto escaso porque coarta el egoísmo y el hedonismo, pero seguro y jubiloso a la larga. Andrenio y Critilo, que ejerce de maestro con el salvaje, se ven obligados a usar de las normas morales, y dejarse guiar por sabios muy oportunamente ubicados en el camino, para no caer enredados (caen varias veces, pero los rescatan) en los vicios y la ruindad dominante.

Además de lo que pretendía decir el autor en su novela, se descubren en ella ideas y situaciones de calado. La iglesia como tal no sale, tampoco el dogma católico, señal de que Gracián sabía que era mejor no topar con esos asuntos. Las cortes son nidos de víboras y de arañas venenosas, algo que Gracián conoció en carne propia en Madrid y en otros reinos peninsulares. La virtud es un incordio, aunque proporciona seguridad y verdadera alegría (no felicidad).

Todo esto va narrado en un lenguaje culterano y conceptual al mismo tiempo, que a nosotros, españoles del siglo XXI, nos cuesta descifrar, y precisamos notas aclaratorias. La lectura trabajosa del puro texto es enriquecedora para el lenguaje y para el ingenio, y nos permite gozar de la hermosura, la riqueza, la precisión y las delicias de la lengua española. Sólo necesitamos algo de constancia y de cabezonería aragonesa.

Pesimismo existencial y aversión a la claridad

Santos Alonso, a cargo de la edición crítica de referencia de Cátedra que usado, habla del “pesimismo existencial y el expresionismo” en El Criticón. No se refiere a los fenómenos que tuvieron su apogeo en el siglo XX, sino a conceptos válidos en todas las épocas, y que dan categoría de filosófica a la novela. También dedica espacio en su introducción al estilo y al lenguaje del jesuita aragonés.

El instrumento básico es la alegoría. En palabras de Gracián: “El ordinario modo de disfraçar la verdad para mejor insinuarla sin contraste, es el de las Parábolas y Alegorías”. Esto dificulta el trabajo del novelista, porque “nos encontramos ante unos lugares inespaciales por su imprecisión. Le falta a Gracián la plasticidad expresiva de otros novelistas”.

El mayor trabajo del autor es encontrar figuras retóricas suficientes para desarrollar su narración. El culteranismo y el conceptismo, escuelas enfrentadas y a la vez complementarias en el Barroco español, son motivo de reflexión de quienes han estudiado la literatura española del largo Siglo de Oro español. Todos coinciden en la oscuridad de expresión del aragonés. Dijo Menéndez Pidal  que Gracián “profesa firme aversión a la claridad (…) por el placer especulativo de penetrarla y evitar la comprensión del vulgo. Gracián propugna lo difícil, no lo oscuro (…) No busca Gracián las palabras exquisitas como los culteranos; no atiende a las superficies brillantes de las mismas, sino a la significación”. Cita tomada de la introducción de Santos Alonso. Éste habla de la amplificación o intensificación semántica, el inmenso campo semántico de cada término, una especie de laboratorio en donde la ambivalencia y la polisemia se explayan a gusto, y hacen de su creación un arte minoritario.

El estereotipo como instrumento de crítica

El Criticón va repleto de estereotipos, porque el estilo de Gracián induce a ellos. La lectura hoy de la novela escandalizaría a los “wokistas” y “cancelacionistas”. Idiotas hay en todas las épocas, aunque la nuestra desborda más que las anteriores.

El estereotipo es un recurso literario tan viejo como el lenguaje que, si nos ponemos rigurosos, es un compendio de estereotipos en términos morfológicos y sintácticos. Cuando una palabra o sintagma se convierte en algo con sentido, es porque se ha convertido en un estereotipo. El mismo animal es el jabalí, el wild boar, como el sanglier, y llega a serlo mediante la plasmación en cada lengua y cultura de una imagen o de un concepto. Un estereotipo. Y que me perdonen los inspectores y guardianes del idioma.

De entre la colección de estereotipos de Gracián en El Criticón me quedo con dos bosquecillos floridos: los tópicos nacionales y la misoginia.

Yo no sé si Gracián era misógino. He leído en uno de los ensayos sobre el tema que misoginia y clero van encadenados. No lo entiendo. Un siglo después, el dominico Feijoo hizo apología de las mujeres y se burló de quienes menosprecian su inteligencia y escatiman su virtud.

En una novela alegórica, las mujeres son símbolos de lujuria, ligereza, inconstancia, malas artes y una colección de vicios. Claro que en la misma novela aparecen obispos corrompidos, y multitud de varones con los mismos defectos que las mujeres. Esto lo digo en descargo de Gracián, porque si nos tomamos en serio lo que sus personajes dicen de las hembras, más que misóginos eran imbéciles incorregibles. Y si aceptamos que la descripción de las sociedades con las que se van encontrando los peregrinos es realista y precisa, vivían en un infierno. “Nunca exagerar” era una de las máximas del aragonés, pero es obvio que se refería a la vida real, no a la ficción. Vale la pena repetir una idea suya que hemos señalado: “El ordinario modo de disfraçar la verdad para mejor insinuarla sin contraste, es el de las Parábolas y Alegorías”.

La crisi o capítulo duodécimo está dedicado a Falsirena (falsa sirena), una especie de bruja que convierte a los hombres en bestias, como la Circe de la Odisea. Empieza Gracián el capítulo de este modo tan rotundo: Fue Salomón el más sabio de los hombres y fue el hombre a quien más engañaron las mujeres; y con haber sido el que más las amó, fue el que más mal dixo de ellas. Sigue un rosario de maledicencias como más vale la maldad del varón que el bien de la mujer, menos mal te hará un hombre que te persiga que una muger que te siga. Nunca está seguro de ellas ni moço, ni varón, ni viejo, ni sabio, ni valiente, ni aun santo, siempre está tocando al arma este enemigo común y tan casero, que los mismos criados del alma la ayudan: los ojos franquean la entrada a su belleza, los oídos escuchan su dulçura, las manos la atraen, los labios la pronuncian, la lengua la vozea, los pies la buscan, el pecho la suspira y el coraçón la abraça”.

¡Pero esto qué es! Pues una sarta de estereotipos que Gracián considera necesarios para a continuación describirnos a Falsirena, la arpía. ¿Significa eso que Gracián estaba convencido de que todas las mujeres eran arpías? No creo que fuera idiota, ni siquiera un estrecho moralista, aunque sí un cenizo. ¡Está haciendo ficción, señores! No vale escandalizarse.

El segundo bosquecillo de estereotipos en el que me detengo es el de los pueblos, que hoy serían naciones, algo así como los vicios de los nacionalismos.

Recuerda Gracián el pecado original, y la intervención de la curiosa ligereza de la mujer en él. Se aparta del Génesis el jesuita mediante una alegoría, acaso para no suscitar sospechas heréticas, no sé. Al crear Dios al hombre encarceló todos los males en una profunda cueva (…) allí encerró las culpas y las penas, los vicios y los castigos, la guerra, el hambre, la peste, la infamia, la tristeza, los dolores y hasta la misma muerte, encadenados todos entre sí. Y no fiando de tan horrible canalla, echó puertas de diamante con sus cadenas de acero. Entregó la llave al albedrío del hombre (…) Pero duróle poco esta dicha; que la mujer, llevada de su curiosa ligereza, no podía sosegar hasta ver lo que había dentro de la fatal caverna (…) cogióle un día el coraçón al hombre, y después la llave (…) Al poner la llave, aseguran, se estremeció el  universo; corrió el cerrojo y al instante salieron en tropel todos los males, apoderándose a porfía de toda la redondez de la tierra.

Y sigue de esta implacable guisa:

La Soberbia, como primera en todo lo malo, cogió la delantera, topó con España, primera provincia de la Europa. Parecióla tan de su genio que se perpetuó en ella; allí vive y allí reina con todos sus aliados: la estimación propia [hoy dirían autoestima], el desprecio ageno, el querer mandarlo todo y servir a nadie, hacer el don Diego y vengo de los godos, el lucir, el campear, el alabarse, el hablar mucho, alto y hueco, la gravedad, el fausto, el brío, con todo género de presunción, y todo esto desde el noble al más plebeyo.

Dos siglos después el premio de la Soberbia se la habría llevado Inglaterra, y hoy los Estados Unidos de América del norte.  Luego reparte los demás vicios capitales.

La Codicia se apoderó de Francia, distribuyó su humilde familia por todas partes: la miseria, el abatimiento de ánimo, la poquedad, el ser esclavos de todas las demás naciones (…) el alquilarse por un vil interés, la mercancía laboriosa (…) cometer cualquier baxeza por el dinero. El Engaño se enseñorea de Italia: la mentira, el embuste y el enredo, las invenciones, traças y tramoyas; y todo ello dicen es política y tener brava testa. La Ira pasó a África y a sus islas adyacentes, gustando vivir entre alarbes [bárbaros] y entre fieras. La Gula, con su hermana la Embriaguez se sorbió toda Alemania, alta y baxa, gustando y gastando en banquetes los días y las noches, las haciendas y las conciencias. La Inconstancia se fue para Inglaterra. La Barbaridad, a Turquía. La Astucia, a Moscovia. La Atrocidad a Suecia. La Injusticia a la Tartaria. Las Delicias, a la Persia. La Cobardía, a la China. La Temeridad, al Japón. Y la Pereza aun esta vez llegó tarde, y hallándolo todo embraçado, hubo de pasar a la América y morar entre los indios.

Es cierto que leer esta sarta de tópicos conmociona a nuestra conciencia y aún a nuestra hacienda. Muestra lo que un espíritu cenizo y descarnado ve en las naciones de su tiempo, aunque insístase una vez más, es una exageración, un “disfraz de la verdad para mejor insinuarla”.

Un retrato muy actual de los vicios políticos

Leyendo El Criticón me crucé con variadas referencias. Una de ellas, la del padre jesuita italiano Gabriel Malagrida, colega de nuestro Gracián, aunque con peor suerte. Murió un siglo después que el aragonés, y de mala manera. Fue misionero de indígenas en Brasil, con éxito y fama. De regreso a Portugal, se le metió en la cabeza que el terremoto de Lisboa de 1755 había sido un castigo divino por la perversión de las costumbres. La Inquisición le encarceló, le condenó a muerte, acusado de obscenidad y blasfemia, y el infeliz murió ahorcado.

Pues bien, este Malagrida  dijo: El don de la palabra ha sido otorgado al hombre por que pueda ocultar lo que piensa. Y él no quiso ser mentiroso.

Viene esto a cuento porque el peor tormento que sufrió Gracián por no pedir permiso a su orden para publicar sus libros fue estar a pan y agua unos días. O fue más afortunado que Malagrida o más astuto. Pronto fue rehabilitado, pero el disgusto acabó con él prematuramente.

Baltasar Gracián dijo siempre lo que pensaba, y ni la Inquisición ni la corona se metieron con él, salvo intervenciones menores, prueba de la falsedad indecente de la leyenda negra. Y encima vivió en la decadencia del imperio español. Como otros “intelectuales” de su época, era consciente del lento derrumbamiento.

La Crisi duodécima, la de Salomón y las mujeres, la dedica a un recorrido por la Corte, por Madrid. Critilo sale de una pieza, sin contaminarse de las úlceras morales del lugar. Lo atribuye el autor a que era un hombre despierto, con los cinco sentidos alerta y también un sexto que haze discurrir y hallar las cosas, por recónditas que estén. Y no es ni más ni menos que la necesidad, ingeniosa, inventiva, cauta, activa y perspicaz.

En Madrid topan con un tal Egenio (etimológicamente “necesitado”), que expone con orden clínico los males de la Corte, figuras de este jaez, refiriéndose a un tren de acémilas cargadas de oro y plata con reposteros bordados de o mismo: Estos son (digo, eran) grandes hombres, gente de cargo y de carga, y aunque los ves tan biçarros, en quitándoles aquellos ricos jaeces, parecen llenos de feíssimas llagas de sus grandes vicios, que los cubría aquella argentería brillante.

El escenario que vamos leyendo tiene una actualidad pavorosa, la misma que leemos cada día en el periódico digital o escuchamos en la radio. ¡Tres siglos y medio después!

Otro punto divertido y didáctico es el de uno de los hijos de la Fortuna, el desgraciado, que va descubriendo las mentiras con que se cubre la realidad, y determina ir en busca del Engaño, para sacudirle de las solapas. Es otra muestra del discurso alegórico. Va el pobre dando palos de ciego, podríamos decir, hasta que le topa la Sabiduría, y le dice: Perdido, ¿qué buscas otro que a ti mismo? ¿No ves tú que el Engaño no le halla quien le busca y que en descubriéndole ya no es él? Ve a casa de alguno de aquellos que se engañan a sí mismos, que allí no puede faltar.

Tratando de la “anatomía moral del hombre” (del ser humano), repasa los sentidos, y dice del oído, para eso formó la naturaleza las orejas, como coladeros de palabras, embudos del saber.

Y acabo este resumen de citas con una que antecede al fútbol en sentido figurado y en sentido real. Había un gran partido de pelota, propio entretenimiento del mundo, y así se jugaba en su gran calle a dos bandas, muy contrarias, porque los unos jugadores eran blancos y los otros negros, unos altos y otros baxos, estos pobres y aquéllos ricos, y todos diestros, como quien no hace otro eternamente. Las pelotas eran de viento, tan grandes como cabeças de hombres, que un pelotero llenaba de viento por ojos y por oídos, dexándolas tan huecas como hinchadas.

Andrenio, que se ha perdido por los andurriales, se para a ver el espectáculo, y cae en la cuenta de la parecen cabezas de hombres. Un sabio que le andaba buscando por encargo de Critilo, le explica: Y lo son, y una de ellas es la tuya; de hombres digo, descabeçados, más llenas de viento que de entendimiento, y otras de borra, de enredos y mentiras.

                  Es fama que tal temperamento cenizo de Gracián muestra la desazón causada por la descomposición del Imperio Español, todavía en sus inicios. No sé si será verdad. Porque el siglo XVII en el que vivió el cura aragonés fue testigo de la separación de Portugal de España, de la guerra de Cataluña, en la que intervino el ejército francés, y que Gracián conoció personalmente en Lérida, de la paz de Westfalia, de la pérdida de Flandes. Pero es incomparable esta situación con la pérdida de Cuba, Filipinas y Puerto Rico de 1898, el final completo del viejo imperio.

Que en todas partes cuezan habas no es consuelo, porque la paz que se firmó en Westfalia cerraba ochenta años de guerra en Europa, mientras que en la península española, sólo se había rebelado y separado Portugal, sin apenas derramamiento de sangre, y (vaya por Dios) los catalanes recurrieron a las milicias gabachas para deshilacharse del reino de Aragón, al que siempre habían pertenecido desde su primer rey. El resto de España no tuvo mayores conflictos, y las Américas prosperaban también en paz.

En cuanto al siglo XX, España perdió las mal mencionadas colonias, pero se libró de dos guerras catastróficas. Se enredó en la propia, entre españoles, y al final logró recuperarse sin ayuda de nadie.

El mercado pletórico

La crisi décimatercia es la última de la primera parte. Sitúa Gracián a sus héroes saliendo de la Corte, de Madrid, escarmentados y  más sabios. Les acompaña Egenio, su protector en ese momento. Les saca de Madrid por la Puerta del Sol, y les lleva a la «gran feria del mundo», una plaza de mercado o, como hoy diríamos, el mercado mismo, con sus leyes implacables: «donde de una y otra parte acudían ríos de gentes, unos a vender, otros a comprar, y otros a estarse a la mira, como más cuerdos».

Acuden a Critilo y Andrenio unos «corredores de oreja», correveidiles, entrometidos, intermediarios, que les conducen por los puestos. Un joyero les atiende y les pide que pasen la mano por una placa de oro, y les dice que él es «el contraste de las personas, el quilatador de sus fuerzas», en semejanza con la piedra de toque que se usa para ver el valor el oro y los metales preciosos. Les dice que «la piedra de toque de los mismos hombres es el oro: a los que se les pega a las manos no son hombres verdaderos, sino falsos».

Otro tendero dice que vende lo mejor y lo peor a la vez: lenguas, para callar las mejores, para mordérselas, y que se pegan al paladar. Otro no dice lo que vende, y se descubre que es el callar. Los viajeros lo tienen por mala mercancía y que la usan los malos, para ocultar sus fechorías, pero Egenio les desengaña: «ni aún esos, que está ya el mundo tan rematado que los que habían de callar hablan más y hacen gala de sus ruindades». Véase lo poco que han cambiado los vicios públicos con el paso de cinco siglos.

Otro vende «la quintaesencia de la salud», que resulta ser la saliva de los enemigos. Egenio saca de su desconcierto a los viajeros: «Creedme que el varón sabio más se aprovecha del licor amargo del enemigo bien alambicado, pues con él saca las manchas de su honra y los borrones de su fama».

Venden en distintos puestos la ocasión, el tiempo, el escarmiento, el menosprecio, y gratis («despreciando cuanto hay seréis señor de todo»). Lo que no se vende en ningún sitio, descubren, es la amistad, porque «los amigos comprados no lo son y valen poco». Unos mercaderes venden la estimación, pero de lejos, «porque roçándose se pierde, la familiaridad la gasta y mucha conversación la envilece». Otro vende «un remedio único para cuantos males hay», la paciencia.

Concluye Gracián que hasta el mismo vender se feriaba (se vendía), porque «saber vender sus cosas vale mucho; que ya no se estiman por lo que son, sino por lo que parecen; los más de los hombres ven y oyen con ojos y oídos prestados, viven de la información de ageno gusto y juicio».

El jesuita era buen y experimentado conocedor de las leyes del comercio y de la publicidad, que han cambiado poco desde que existe el mercado. Como se ve no era un simple, sino una persona con juicio propio, que es lo que tiene todo filósofo. El licor que hace inmortales a los hombres es el sudor propio: «tanto cuanto uno suda y trabaja, tanto se le da de fama y de inmortalidad».

Habría que aclarar que el trabajo del que suda es virtuoso. En los tiempos que vivimos hay mucho canalla sudando en pos de la inmortalidad. También entonces. Gracián lo deja claro cuando Egenio advierte a los viajeros que el licor está compuesto de elementos virtuosos y puros, que no provienen de la ambición o la codicia.

Y así abandonan el mercado para dirigirse a los puertos de la edad varonil, y se dirigen a Aragón, «de quien decía aquel su famoso rey que en naciendo fue asortado (escogido) para dar tantos Santiagos, para ser conquistador de tantos reinos, comparando las naciones de España a las edades, que  los aragoneses eran los varones».  Una debilidad del padre Gracián, que era de Calatayud.

En el próximo capítulo comentaré la segunda y la tercera parte de El Criticón, que va ganando en interés y hasta en intriga.

2 Comentarios

  1. Rosa M Marín Torrens 7 abril, 2024

    Que interesante descripción y análisis, Fernando!. Nos devuelves a los clásicos y te lo agradecemos!.
    En esta sociedad tan falta de análisis cultos, se agradecen mucho los tuyos!!

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  2. rafael escrig fayos 7 abril, 2024

    Interesantísimo, como siempre, tu artículo sobre la obra de Gracián. Esperaré la segunda parte. Ha sido imposible sustraerme al asunto del «transductor», palabra que no había oído nunca, y me he dirigido a los comentarios del profesor Maestro de YouTube, lo que me ha resultado muy instructivo y agradezco la cita, pues esos desvíos, o vericuetos, como dices, sirven para redondear y acabar de entender el discurso.
    Evidentemente, Gracián es un personaje señero en la filosofía española del XVII, esa que los anglosajones intentan ocultar o denigrar siempre que pueden (leasé Leyenda Negra).
    Haces un apunte sobre la posible misoginia de Gracián (aunque me parece bastante al margen del resto del artículo). De todas formas, puestos a opinar, yo diría que el concepto de misoginia que tenemos en la actualidad, es completamente diferente al que pudiera tener un señor del XVII como también de un pensador clásico griego.
    La misoginia, en la Grecia antigua, era vista por muchos como una enfermedad, una aversión a algo bueno, en general. Este es el conflicto o cambio de visiones filosóficamente polémicas para los escritores antiguos.
    Aristóteles también ha sido acusado de misógino por haber escrito que las mujeres son inferiores a los hombres. Juzgar estas cosas con 25 siglos de distancia me parecen aberrantes porque los conceptos, el lenguaje mismo y el corpus social son absolutamente diferentes.
    En cualquier caso creo que está bien que se discuta y opine. Muy bueno el artículo. Ya te digo que espero la segunda parte y seguiré también con el Profesor Maestro. Un saludo.

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