LORD BYRON EN ANDALUCÍA
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Los profesores Andrés Arenas y Enrique Girón vuelven a estas páginas en compañía de Lord Byron. Reseñan con finura y autoridad el tránsito que realizó el poeta romántico inglés por España en el verano de 1809, en concreto por Sevilla, Cádiz y Puerto de Santa María, para terminar su viaje en Gibraltar, colonia inglesa todavía hoy. Toros y amoríos podría también titularse esta visita de Byron, que no entendió nada de las costumbres de las mujeres españolas.
(Publicado en el Anuario 2023 de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo de Málaga. Ilustración de presentación, portada del Anuario 2023)
Andrés Arenas y Enrique Girón
La idea de hacer un viaje por el extranjero le había estado rondando por la cabeza ya desde el año 1806. El día 24 del mes de febrero de ese año le escribe una carta a su madre en la que expresa la conveniencia de pasar dos años lejos de Inglaterra, habida cuenta del bajo nivel existente en las universidades inglesas, en concreto en Cambridge, que era donde Byron estaba matriculado. La verdad es que cuesta imaginarse al poeta romántico asistiendo a las clases mañaneras y escribiendo los ensayos imprescindibles para obtener el título de licenciado en Artes.
Habría sido lo más normal que el grand tour que el poeta inglés emprendería dos años más tarde recorriese Francia, Italia, parte de Alemania, Suiza y los Países Bajos. No fue el caso, pues, inclinado por temperamento hacía lo exótico y raro, prefirió comenzar el viaje por la ruta del Mediterráneo Oriental, para lo cual se vio obligado a recorrer antes Portugal y España.
El Byron que está a punto de empezar su periplo tiene veintiún años, ya ha ocupado el escaño que le pertenece en la Cámara de los Comunes y ha publicado su primer libro de versos, Hours of Idleness [Horas de ocio] que fue duramente atacado por la crítica, lo que provocó un poema satírico, English Bards and Scott Reviewers [Bardos ingleses y críticos escoceses]. Además ha escrito algunos poemas breves entre los que destaca, When we two parted [Cuando los dos nos separamos]:
When we two parted
In silence and tears,
Half broken-hearted
To sever for years,
Pale grew the cheek and cold,
Colder thy kiss;
Truly that hour foretold
Sorrow to this…..
Cuando nos separamos
en silencio y con lágrimas,
el corazón maltrecho
al distanciarnos durante años,
frías y pálidas tus mejillas se tornaron
más frío tu beso;
en verdad aquel momento presagiaba
un gran dolor.
Desde el punto de vista de las generaciones, Byron pertenece a la segunda oleada de románticos ingleses. En 1798 Wordsworth y Coleridge, miembros de la primera, publican Baladas líricas, pequeño volumen que inició el Romanticismo propiamente dicho en la poesía británica, pues aunque ya se vislumbraban en ella aspectos románticos desde muchos años antes, en esas baladas se encuentra un estilo y una inspiración peculiares, que, aunque con indudable base tradicional, renuevan el gusto de los poetas ingleses, con influencia luego en toda Europa. El nombre de Byron suele aparecer en las historias de la literatura junto al de Shelley y al de Keats, sucesores de los lakistas arriba mencionados. Estos vivieron junto a los lagos del Noroeste de Inglaterra, en la zona conocida como Lake District, inspirándose en los encantos de la naturaleza.
En el triunvirato Shelley-Keats-Byron es este último no solo el más conocido como un poeta británico de gran talento, sino también una personalidad cuya actitud vital representó un símbolo de insospechada fuerza y poder de sugestión en la Europa de su tiempo. Por todo ello dirá de él Goethe, admirador suyo sin reserva: «Es el genio más grande del siglo. No es antiguo ni moderno; es el presente». Otro gran admirador suyo será el filósofo Bertrand Russell, quien en su ‘Historia de la Filosofía’ le dedica al poeta inglés un capítulo titulado Byron. Ello demuestra que la figura de Byron trasciende lo meramente literario. No olvidemos que fue en Europa donde su obra tuvo más influencia. Russell llega a afirmar: ‘Para muchos de nosotros, sus versos parecen con frecuencia pobres, y su sentimiento a menudo estridente…Pero su manera de sentir y su actitud frente la vida se trasmitieron y desarrollaron hasta tener tal difusión que fueron factores de los grandes acontecimientos.
Hay tres obras en las que podemos rastrear las aventuras de Byron en España, habida cuenta de que sus memorias fueron destruidas por iniciativa de su editor Murray. Éste se deshizo de ellas por miedo a las posibles represalias por parte de personas a las que Byron posiblemente no trata demasiado bien en sus escritos. Las tres obras son: Las peregrinaciones de Childe Harold, Don Juan y, por supuesto, el Epistolario. Las dos primeras parecen ser obras autobiográficas.
Su primer viaje
El 11 de junio de 1809 Byron parte de Londres en dirección a Falmouth, allí se reunirá con su amigo Hobhouse. Allí embarcarán en el paquebote ‘Princess Elizabeth’ en dirección a Lisboa a donde llegará el 7 de julio. Byron elogiará la capital así como también tendrá palabras de alabanza para Sintra.
Tras su estancia en Lisboa donde fue feliz porque, como él dice, le encantan las naranjas y puede hablar en latín con los monjes, aunque sea con deficiencias y lleva además una intensa vida social. No le pasarán desapercibidos los juramentos que oye allí y que le suenan algo así como: carracho. Sin duda se refiere a uno de los términos más repetidos en gallego: carallo; y que es el equivalente del término inglés (o eso asegura Byron) damn [‘maldito’] aunque equivale más bien a ‘carajo’ (cast.), ‘cazzo’ (it), ‘caralho’ (port)]. No nos ahorrará todo tipo de detalles hasta el de sus excursiones en burro o su diarrea crónica o que le pican los mosquitos. Pero todas las incomodidades se superarán por abandonar su país nativo que está deseando perder de vista y porque: «Comfort must not be expected by folks that go a pleasuring» [No deben esperar comodidades aquellos que van a divertirse por el mundo]. Se trata pues de un requisito importante con el que debe contar el viajero: estar dispuesto a soportar las desventuras que surjan durante el viaje con el mejor ánimo posible. Porque de alguna manera el viaje está unido a la aventura, a la posibilidad de que acontezcan avatares. Así a los extranjeros que se aventuraban a visitar España, lo que equivalía casi a venir a Andalucía, se les aconsejaba en ocasiones que portasen algún objeto de valor para entregar al posible bandolero que asolase los parajes por donde los esforzados viajeros pasaban. Así nos lo hará saber Byron:
How merrily we lives that travellers be! ‒if we had food and raiment. Buin sober sadness, anything is better than England, and I am infinetely amused with my pilgrimage as far as it has gone.
¡Qué contentos viviríamos siendo viajeros!, si tuviésemos comida e indumentos. Pero imbuidos de una sobria tristeza, afirmo que cualquier cosa es mejor que Inglaterra y que por ahora, me siento infinitamente feliz con mi peregrinación.
Byron nos irá desvelando todo lo que ve. Ése es otro de los requisitos indispensables para el viajero [que no turista] y es que se tome la molestia de dejar testimonio escrito de lo que va viendo, de lo vivido, de lo que le sobreviene de forma que nos haga sentir las angustias a las que se va enfrentando. No olvidemos que estamos en los comienzos del siglo XIX con unas comunicaciones muy primitivas, con unos carruajes para desplazarse, adecuados para la época, pero totalmente en desuso hoy en día, con unas posadas inmundas en muchos casos, con unas comidas en las que predominaba el aceite, cosa que espantaba especialmente a los ingleses que no utilizaban este condimento. Frecuentemente escribían que en España todo olía a ajo y a aceite.
Byron tiene sentimientos encontrados con respecto a Portugal afirmando que tiene bellas iglesias y conventos, pero también sucias callejuelas y aún más sucios habitantes. Ese comentario tan despectivo tal vez se deba a que Byron requebró a una muchacha y su acompañante le propinó un puñetazo.(1) Debió de dolerle el golpe que le dieron en Lisboa, sin embargo habla maravillas de Sintra a la que califica como «el enclave más hermoso de Europa».
Sabido es que Byron fue un consumado nadador. Por ello no se pudo resistir la tentación de cruzar a nado el Tajo y lo hace de un tirón. Era pues tan buen nadador que incluso cruzaría más tarde el Helesponto. La travesía a nado desde Lisboa antigua hasta la Torre de Belén le llevó casi dos horas. Asegura su amigo Hobhouse en su diario que, aunque no fuera tan celebrada, esta aventura deportiva resultó más peligrosa que la realizada en el Helesponto.
El 20 de julio partieron de Lisboa e hicieron noche en Aldea Gallega, dispuestos a emprender la marcha al día siguiente. De todos es sabido que España estaba entonces inmersa en una guerra contra el francés lo cual no hacía sino aumentar el interés de los dos jóvenes británicos. Más tarde atraviesan Sierra Morena por el puerto de las Marismas.
Llegan a Sevilla el 20 de julio. En una carta a su amigo Francis Hodgson (6 de agosto de 1809) dice: «Los caballos son excelentes: hemos recorrido 70 millas (112 km) diarias. Huevos, vino y camas duras es todo lo que hemos podido encontrar, sin embargo me siento mejor que en Inglaterra. Sevilla es una ciudad bonita, y Sierra Morena, parte de la cual atravesamos, es una cordillera enorme».
Llegan a Sevilla el día 25 de julio y se encuentran con una ciudad engalanada y plena de euforia. Le describe a su madre sus limpias y serpenteantes calles, la catedral (2) y la magnífica Giralda, pero sobre todo se extenderá en los comentarios sobre la mujer española. Merece la pena detenerse un poco para ver la descripción que Byron hace de la capital andaluza y de la aventura amorosa que allí tuvo lugar. Siempre nos quedará la duda de si nuestro protagonista fue o no sincero, si magnificaba un tanto los hechos o simplemente era un fanfarrón que alardeaba de sus conquistas, algo que un caballero de verdad nunca haría. Así lo cuenta en una carta a su madre, fechada el 11 de agosto de 1809:3
Nos alojamos en la casa de dos damas solteras, dueñas de seis casas en Sevilla, hecho que me proporcionaría una curiosa visión de las costumbres españolas. Ambas son mujeres de carácter, siendo la mayor una mujer refinada y la más joven, aunque hermosa, carece de la bonita figura de Dña. Josefa. Su trato afable, algo que abunda por estos parajes, me sorprendió gratamente; y, tras una observación más detallada, me doy cuenta de que el recato no es la característica principal de las damas españolas, que son, por lo general, muy hermosas, con grandes ojos negros y figuras muy esbeltas. La mayor le dedicó a tu indigno hijo una atención muy especial abrazándolo con gran ternura al despedirse (estuve allí solo tres días), tras cortar un mechón de mi cabello, hizo ella lo propio con el suyo de casi un metro de longitud que te enviaré y que confío lo guardes hasta mi regreso. Sus últimas palabras fueron ¡Adios tu hermoso! Me gusto mucho ‒Adieu, you pretty fellow! You please me much (4). Me ofreció compartir su habitación pero mi honor me impidió aceptar. Ella se rio y me dijo que yo debía de tener una amante inglesa, y añadió que iba contraer matrimonio con un oficial español.
Este hecho que puede tratarse de un malentendido, o de alguna fantasía tan propia de un romántico, viene corroborado por Hobhouse, quien dice que partieron «después de besar a la patrona y a su hermana, una de las cuales le preguntó a Lord Byron por qué no había acudido a su lecho a las dos de la madrugada, de acuerdo con la invitación».
La versión que da la biógrafa Fiona MacCarthy varía ligeramente:
Byron y Hobhouse, gracias a la mediación del cónsul británico, se alojaron con dos señoritas, Doña Josefa Beltrán y su hermana menor. Para su sorpresa los cuatro durmieron en la misma habitación….La dama le reprochó que no aceptara su sugerencia de acostarse en su cama a las dos de la madrugada.
Dicha versión se acerca más a la de Hobhouse sobre la despedida. No se sabe si hicieron un menage à quatre o si hubo algún que otro movimiento nocturno. En cualquier caso, el desparpajo del que hacían gala las damas españolas les causó a los dos ingleses bastante sorpresa, aunque tal vez todo se tratara de algún malentendido propio de culturas diferentes.
Desde luego el impacto que les causó Sevilla fue más allá de la mera admiración por sus mujeres, pues, como él mismo sugiere, es muy posible que surgiera allí la idea de escribir el más famoso de sus grandes poemas ‒Don Juan‒ probablemente después de haber presenciado alguna representación teatral del famoso burlador en su auténtico ambiente sevillano. La realidad es que en el primer canto del Don Juan se refiere al nacimiento de éste en Sevilla, famosa, dice, «por sus naranjas y sus mujeres». Cita el proverbio «Quien no ha visto Sevilla, no ha visto maravilla»:
Who has not seen it it will be much to pity,
So says the proverb ‒and I quite agree;
Of all the Spanish towns is none more pretty,
Cadiz perhaps ‒but that you soon may see;
Don Juan’s parents lived beside the river,
A noble stream, and call the Guadalquivir.
Quien no ha visto Sevilla, no ha visto maravilla
eso dice el proverbio y estoy muy de acuerdo;
de todas las ciudades españolas ninguna la supera;
tal vez Cádiz, lo cual pronto comprobarás;
los padres de don Juan vivían junto al río,
un hermoso río al que llaman Guadalquivir.
Tras dejar Sevilla el día 28 se dirigen a Cádiz en dos coches de caballos, y tras atravesar pintorescos pueblos deciden pasar la noche en la posada El León de oro, de Utrera. Al día siguiente de madrugada se dirigieron a Jerez de la Frontera. Allí se encontraron con el señor Gordon, bodeguero escocés, pariente de su madre, que los atenderá amablemente llevándoles a sus bodegas donde dieron buena cuenta de sus magníficos caldos. Tras su estancia allí, Byron y su grupo prosiguieron su camino hasta el bullicioso Puerto de Santa María. Allí embarcarán en dirección a Cádiz. La ciudad les cautiva desde su llegada: «Cádiz, dulce Cádiz es la ciudad más encantadora que jamás haya visto», comentará en una carta a su madre.
A la hora de comparar ambas ciudades, Byron al parecer se decantará por Cádiz, como nos recuerda él mismo en el primer canto de Childe Harold, estrofa LXV:
Fair is proud Seville; let her country boast
Her strength, her wealth, her site of ancient days,
But Cadiz, rising on the distant coast,
Calls for a sweeter, though ignoble praise.
Hermosa es la orgullosa Sevilla; que su tierra presuma
de su fuerza, de su riqueza, y de su pasado
pero Cádiz que se yergue en la lejana costa,
reclama las más dulces aunque inmerecidas alabanzas.
Allí residirán «las mujeres más bellas de España» como le dice a su madre en la carta del 11 de agosto. Como corresponde a un dandi como era Byron, éste no permanecerá pasivo ante tal reclamo, así que se enfrenta a nueva aventura amorosa, protagonizada esta vez por Carmen Córdoba que se brinda a darle lecciones de español. (5) A ellas responderá el aristócrata inglés con lecciones de amor. Con ella y su familia va al teatro, a bailes y a conciertos. Invitado por el gobernador, presencia una corrida de toros en el Puerto de Santa María. El espectáculo le desagrada, pero lo narra magistralmente en las estancias 71-80 del Childe Harold, descripción que recuerda a las de Ernest Hemingway, otro hispanófilo que se vio fascinado por el tema de los toros. El colorido y los pormenores de la corrida le impresionaron vivamente. En la estrofa 71 retrata a los asistentes que se desplazan ‒según Byron‒ y desde la iglesia corren en tropel al la plaza: «Luego se dirigen a un circo abarrotado:/ jóvenes, viejos de alta y baja posición/ comparten de inmediato la misma diversión». Empieza la lidia: «Mucho antes de que suene la primera nota de los clarines/ no queda ni un asiento libre para los rezagados». Se hace el silencio y aparecen cuatro jinetes profusamente adornados. En el centro hace su aparición el protagonista principal, engalanado con un vistoso traje de luces de dudoso gusto. Faena de capa, suenan los tres toques de clarín que anuncian el cambio de suerte. Hay expectación entre el público, aparecen los picadores. En la estrofa 76 se centra en el toro: «El morlaco echa espuma por la boca…..mana abundante sangre por sus costados desgarrados». El poeta inglés mostrará compasión por el toro pues no puede escapar, se agita enfurecido por las heridas; sobre él cae una lluvia de estoques, los rejones se suceden por doquier. Después se centrará en el caballo: «Uno de los caballos permanece muerto en la arena». En la estancia 78/79 asistimos a la muerte del toro: «Agotado, sangrando, sin aliento, bravo hasta el final, En el centro del ruedo mantienen al toro a raya,/ pases de capa, banderillas colgantes y rejones en el lomo, / entonces los matadores lo rodean, lo aturden agitando la muleta roja…. ». Por fin colapsa el morlaco:
He stops ‒he starts‒ disdaining to decline:
Slowly he falls, amidst triumphant cries,
Without a groan, without a struggle dies.
Él se detiene -arranca- negándose a caer:
se cae lentamente, rodeado de gritos de aclamación,
sin un lamento ni lucha, muere.
Describe con habilidad el momento en el que el torero entra a matar:
Where his vast neck just mingles with the spine
Sheathed in his form the deadle weapon lies.
Donde su poderoso cuello se funde con el lomo
en su cuerpo se hunde la mortífera espada.
No tardarán en aparecer cuatro mulas que se llevan arrastrando al astado muerto. Como señala el profesor Pujals las escenas de toros «tienen el mérito de ser posiblemente la primera interpretación de una corrida de toros desarrollado por un extranjero de forma poética».
Pero detengámonos en la segunda aventura antes mencionada de la que fue protagonista una gaditana, la señorita Córdoba, hija del almirante Córdoba, que estaba al mando de una flota española. Un día antes de que Byron partiese para Gibraltar, es invitado a la ópera en la ciudad. Todo esto lo contará desde Gibraltar el aristócrata inglés en la famosa carta a su madre del día 11 de agosto de 1809. Escribirá sobre la señorita Córdoba en estos términos:
The girl is very pretty, in the Spanish style; in my opinion, by no means inferior to the English in charms, and certainly superior in fascination. Long black hair, dark languishing eyes, clear olive complexion and forms more graceful in motion that can be conceived by an Englishman used to the drowsy, listless air of his country women, added to the most becoming dress, and, at the same time, the most decent in the world, render a Spanish beauty irresistible.
La muchacha, que es muy hermosa, con ese aire tan español; en mi opinión, no desmerece de los encantos de las inglesas, y resultan con mucho más fascinantes. Poseen un largo cabello negro, una tez aceitunada clara y se mueven con más garbo de lo que pueda imaginarse un inglés, acostumbrado a la sosería, languidez y falta de donaire de sus compatriotas; además, esa forma elegante de vestir, unida a un mayor recato, hace que la belleza española sea irresistible.
Tras describir a la hermosa muchacha pasa a hacer unos comentarios que producen cierta sorpresa. Así pues describe el ambiente en la ópera, escenario seguramente de una gran actividad social con miradas y gestos de lo más jugoso:
I beg leave to observe that intrigue here is the business of life; when a woman marries she throws off all restraint, but I believe their conduct is chaste enough before. If you make a proposal, which in England would bring a box on the ear from the meekest of virgins, to a Spanish girl, she thanks you for the honour you intend her, and replies: «Wait till I am married, and I shall be too happy». This is literally and strictly true.
Me permito observar que la intriga amorosa forma aquí parte de la vida; cuando una mujer se casa se libera de toda atadura; sin embargo creo que su comportamiento antes de contraer matrimonio es honesto. Cuando en Inglaterra se le hace una proposición no decente a una mujer, te arriesgas a recibir una bofetada, por el contrario en España una muchacha te agradece el honor que le dispensas, y te contesta: —«Espera hasta que me case, y estaré encantada de aceptar». Lo cual es lisa y llanamente, verdad.
Esta forma de expresarse provocará comentarios como los que hace el profesor Pujals: «La juventud, su imaginación romántica, alguna oportunidad y posibles malentendidos, hicieron formular a Byron opiniones desconcertantes y a veces contradictorias de las españolas. (…..) . Yo no sé qué pensar del párrafo en que Byron juzga tan superficialmente a la mujer casada española, y desconozco cuáles fueron sus razones para opinar así». (6)
El siguiente testimonio, muy crítico con las observaciones del aristócrata inglés acerca de las damas españolas, pertenece a Emilio Castelar: «Pero siento en el alma que viera nuestras costumbres tan de ligero…Cádiz le ha inspirado algunas bellísimas estrofas. Mas ¿por qué Byron, que ha visto con una tan clara perfección el valor de los españoles, no ha visto también la virtud de las españolas?…….Un viajero pasa algunos días por una extranjera ciudad, tiene fáciles placeres, encuentra el vicio en la superficie, y generaliza sus emociones. Así me explico la injusticia de Byron y las duras frases con que marca ligeramente a las mujeres de Cádiz. Y sin embargo, si entra en aquellos hogares, y ve los tesoros de ternura, de pasión unida a la fidelidad más austera ¡cuán otra hubiera sido su idea!». (7)
Podríamos deducir por el testimonio de Byron en relación a la aventura tanto con las hermanas Beltrán en Sevilla como con la señorita Córdoba que las damas españolas era más liberales que las inglesas. Sin embargo, Carmen Martín Gaite matiza afirmando que «La ambigüedad era una de las reglas del juego, de forma que, según las apariencias, los galanes nunca traspasaban las reglas del amor platónico». Había pues un código bastante estricto por el que las damas recurrían al coqueteo, pero generalmente después de casarse.
En cualquier caso la imagen de la muchacha de Cádiz, parece retratada en ‘The Girl of Cadiz’, poema escrito en 1809, que en el manuscrito original de Childe Harold entraba a continuación de la estancia 84 del Canto I:
Oh never talk to me
Of Northern climes and British ladies;
It has not been your lot to see,
Like me, the lovely girl of Cadiz.
Oh, nunca más me hables
del clima norteño ni de las damas británicas;
pues no has tenido la fortuna de ver,
como yo, a la encantadora muchacha de Cádiz.
La despedida de la ciudad y de España resulta muy emotiva, aunque su intención de volver nunca se cumplirá: «Volveré a España antes de regresar a Inglaterra, porque estoy enamorado de este país». (8) Y en la estrofa 85 del Childe Harold lo hace en su adiós a Cádiz: «Adieu, fair Cadiz! Yea, a long adieu!/Who may forget how well thy walls have stood?/When all were changing, thou alone wert true». [¡Adiós, hermosa Cádiz! Sí, un largo adiós/ Quién podría olvidar cómo han resistido tus murallas./ Cuando todos se rindieron, sólo tú permaneciste fiel]. Recordando seguramente su salida de Inglaterra, Byron hace exclamar a su protagonista Don Juan en la estancia 18 del segundo Canto:
«Farewell, my Spain! A long farewell!» he cried,
«Perhaps I may revisit thee no more,
But die, as many an exiled heart heath died,
Of its own thirst to see again thy shore»
«¡Adiós, España mía; un largo adiós!» exclamó
«Quizás no volveré a verte jamás
y moriré, como otros tantos corazones exiliados,
sediento de ver de nuevo tus orillas».
El viaje continuará tras su visita a España, el gran tour se prolongará hasta Atenas, pasando por Cerdeña, Malta, Patras y Delfos. En marzo de 1810 Byron y Hobhouse se embarcan con destino a Esmirna y un mes más tarde vuelven a embarcar hacia Constantinopla. Durante el viaje visitan Troya y Byron y cruza a nado el Helesponto.
Buena prueba de la influencia de Byron en los escritores españoles de la anécdota en la que un periodista le pregunta a Unamuno que qué está leyendo y éste le contesta ‘lo esencial: Byron.
1 Dicho altercado es recogido por algunos eruditos portugueses, señalando que ocurrió a la salida del teatro San Carlos de Lisboa una noche en 1844. El historiador Alexandre Herculano relata el momento en el que Lord Byron fue golpeado por un marido celoso con cuya mujer había estado el poeta flirteando. Vid. Lord Byron’s First Pilgrimage, William A. Borst, Yale Univ. Press, 1948. Pág. 9
2 «Sin embargo, prefiero la catedral gótica de Sevilla a nuestra de San Pablo, a la de santa Sofía y a cualquier otro edificio religiosos que haya visto jamás». Curiosamente no hace mención alguna del Alcázar.
3 We lodged in the house of two unmarried ladies, who possess 6 houses in Seville, and gave me a curious specimen of Spanish manners. They are women of character, and the eldest a fine woman, the youngest pretty, but not so good a figure as donna Josepha. The freedom of manner which is general here astonished me not a little; and in the course of further observation I find that reserve is not the characteristic of the Spanish belles, who are in general, very handsome, with large black eyes and very fine forms. The eldest honoured your unworthy son very particular attention, embracing him with great tenderness at parting (I was there but 3 days), after cutting a lock of his hair, and presenting him with one of her own, about 3 feet in length, which I send, and beg you will retain till my return. Her last words were, Adios, tu hermoso! Me gusto mucho She offered a share of her apartment which my virtue induced me to decline; she laughed and said I had some English amante, and added that she was going to be married to an officer in the Spanish army.
4 El error de Byron, que no conocía el español, reside en la transcripción que él hace de la frase que le dice Josefa Beltrán. Hoy en día seguramente se expresaría en inglés con un ‘I like you very much’. Nuestro antiguo profesor Esteban Pujals contaba la anécdota de que efectivamente dicho mechón de ella existe aún y es propiedad de la editorial Murray. Este curioso intercambio capilar no debería llevarnos a pensar que las damas españolas de la época eran tan permisivas. Eso afirma la profesora Blanca Krauel en su libro sobre viajeros británicos en Andalucía De Christopher Hervey a Richard Ford, [1760-1845], pág, 329-332.
5 Siempre fue Byron un buen aficionado a aprender las lenguas de los países por los que pasaba, así lo atestigua su pasión por el armenio, por el portugués, el italiano….Debía tener buen oído como poeta que era y por ello introduce términos en algunas de estas lenguas mencionadas.
6 Lord Byron en España, Ed. Alhambra, 1982, pág. 17 y 18.
7 Vida de Lord Byron, Emilio Castelar, Ed. América, Madrid 1920.
8 Carta de Byron a Francis Hodgson. Gibraltar, 6 de agosto de 1809.
El señor Byron a sus 21 años, recorriendo Portugal y Andalucía, con todo su sentido poético y toda su cultura anglosajona, lo único que demuestra es su candidez y falta de experiencia. Con el lenguaje actual, podríamos calificarlo como un «pardillo» y, evidentemente, un fanfarrón (fantasma, diríamos también hoy) que cree que la mesa está puesta para él. Salvando las distancias, yo estuve pateando Europa a esa misma edad. Entre los 22 y los 24 años fui viajero, que no turista, y espectador pasivo de ciudades y gentes, de situaciones comprometidas y toda suerte de «aventuras», podríamos decir, de las que pueden ocurrir a alguien que viaja con todo tipo de estrecheces. Supongo que el señor Byron, por contra, iría con la cartera llena de libras y alguna carta de presentación. Lo que quiero decir es que un joven de 21 o 22 años, cargado de ideas románticas, ilusiones, fantasías y pájaros en la cabeza, llámese Byron o Manolito, sea en 1809 o en el 2024, cuando se enfrente con la experiencia de un viaje a la aventura, le ocurrirán cosas que su imaginación tenderá a deformar. El señor Byron, desde la característica prepotencia anglosajona y su edad, le convertían en un verdadero pardillo, frente a unos andaluces cargados de retranca y ese humor que todos conocemos de ellos. Byron escribió a su mamá querida, todas esas cosas, aunque probablemente ocultara también algunas chanzas y tomaduras de pelo por parte de gente de su edad y de las andaluzas sobre todo. El joven inglesito corrió sus aventuras por aquellos países que los hijos de la Gran Bretaña podrían considerar como el tercer mundo con «sucias callejuelas y aún más sucios habitantes» como dice de Lisboa, cuando todos sabemos cómo era Londres en aquella época: esa sociedad victoriana, reprimida, con abismales diferencias sociales, hambre, pobreza y suciedad por todas partes (Ahí están los retratos de Dickens). Después de esta primera aventura, Byron volvió a su Inglaterra natal y en 1816 volvió a partir para viajar por Europa y otra vez hacia ese Mediterráneo que reclamaba su alma romántica, para no volver más. Murió en 1826 empeñado en una lucha en pro de la independencia de Grecia. Sí, fue el paradigma de un romántico, lo mismo que hiciera muchos años después Thomas Edward Lawrence, conocido como Lawrence de Arabia. Y lo mismo que tantos y tantos luchadores por las libertades de todas las épocas. ¿Románticos, idealistas, locos? cualquier calificativo podría servir. Gente que lo tenía todo o que no tenía nada, pero con un gran espíritu de aventura que les impulsaba al inconformismo y a la búsqueda de sueños de libertad. El Byron poeta es capítulo aparte. Sus poemas inspirados por su espíritu apasionado, marcaron una época en Inglaterra y son alabados por todo el mundo occidental.