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Cultura y comunicación

Batallas de plomo y piedra en vitrinas de dolor

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La Gran Guerra (1914-1918) en el Museo de los Soldaditos de Plomo de Valencia

Reseña, fotografías y entrevista de Gaspar Oliver.

Observar la batalla de Verdún encerrada en una vitrina es una experiencia a primera vista infantil. Los soldaditos de plomo evocan a Andersen, a Debussy y a Disney, a tarde de un domingo de invierno frente a la televisión. Pero la exposición que acaba de inaugurar el museo L’Iber de los Soldaditos de Plomo de Valencia es un cuento devastador.
Alejandro Noguera, continuador de la colección iniciada por su padre, ha querido contribuir a la memoria de esa atrocidad con una exhibición de argumentos que entran muy bien por los ojos, y que dejan poso en la conciencia.
El compositor francés Claude Debussy y el artista y decorador André Hellé habían preparado un delicioso cuento musical que titularon “La Boîte à Joujoux”. Fue en 1913, y Debussy se inspiró en los juguetes de su hija para su suite para piano. De pronto estalló la guerra. “Después de la guerra ya no había dinero, y aún menos, audiencia para marionetas; y una obra semejante habría parecido demasiado simple e inocente”, cuentan que dijo Debussy después de la contienda.
La inocencia bélica se perdió por completo en la Gran Guerra. Este es el principal mensaje de la exposición del Museo L’Iber. Alejandro Noguera aporta pruebas. Las cartas de su abuelo materno, que sobrevivió la catástrofe, una tremenda poesía escrita por su tío abuelo en el fuerte de Douaumont, en centro neurálgico dela batalla de Verdún.

Una vitrina con máscaras de la colección de Víktor Ferrando

Una vitrina con máscaras de la colección de Víktor Ferrando

Las máscaras de gas de la colección de Víktor Ferrando, testimonio de una de las atrocidades de aquel triste acontecimiento.
Dice Alejandro Noguera que algunas de las figuras que muestra son de fabricantes de la época, personas que tuvieron la paciencia y la presencia de ánimo de trasladar a plomo coloreado el horror que quizá ellos mismos habían vivido. Hay piezas fundidas en la actualidad hechas por un hombre que recorre los campos de batalla buscando y recogiendo balas que luego utiliza para hacer soldaditos. ¡Qué caprichos de la creatividad puede dar lugar una guerra!

En paralelo a la exposición, que permanecerá un año, se realizan en el Museo una serie de actividades pedagógicas y artísticas: conferencias, un ciclo de cine, talleres didácticos y un viaje cultural a los escenarios franceses de la guerra.
El Museo de los Soldaditos de Plomo de Valencia es una institución privada que no recibe subvenciones administrativas, afirma Alejandro Noguera, y cuyos únicos ingresos proceden de las entradas que pagan los visitantes, cinco euros. Sin embargo es el museo con más clientela, y a distancia, en una ciudad que cuenta con dos de gran calidad, el de Bellas Artes de San Pío V (la segunda colección de pintura clásica en España), y el IVAM, que cuenta con notables colecciones de arte contemporáneo.

“Los generales mandaron al matadero a la tropa”

¿Fue aquella guerra el final época y el principio de otra?
Alejandro Noguera, Director del Museo, doctor en historia, arqueólogo. Es el final de una época desde el punto de vista militar porque hay nuevas formas de matar atroces. Se mejora el uso de la ametralladora, que se había inventado antes. Se utilizan los gases tóxicos de un modo intensivo en los campos de batalla. La aviación… Y sin embargo, las tácticas en el campo de batalla no evolucionan, no se adaptan a las nuevas técnicas. Se sigue atacando de frente, a la bayoneta, masas de infantería, que provoca una tremenda mortandad entre los militares. Si comparamos las bajas entre militares y civiles en la Primera y en la Segunda Guerra Mundial, nos choca que en la Primera son sobre todo militares. Los generales, los jefes y oficiales tardaron mucho en darse cuenta de esto y mandaron al matadero a cientos de miles de soldados. Todas las guerras son horrorosas, pero esa lo fue muy particularmente.

Alejandro Noguera con la poesía de su tío abuelo.

Alejandro Noguera con la poesía de su tío abuelo.

Se atuvieron a tácticas previas y obsoletas, digámoslo así, aunque suene algo cínico.
En las guerras del siglo XIX las armas de fuego no eran tan eficaces, y por eso aún eran guerras de movimiento. No detenían los ejércitos en trincheras. En la Gran Guerra llegaron casi a un statu quo, porque no había manera de romper el frente, sobre todo el frente Oeste, donde los franceses y los alemanes se quedaron parados durante varios años, en los que no hacían más que perder hombres en cada ofensiva sin ganar nada, apenas unos metros.
Las repercusiones sociales de la guerra fueron tremendas. Sólo un país había tenido ciertos avances sociales, Francia. Por eso se pudo permitir el gobierno francés la llamada “tregua sagrada” en los conflictos sociales. La clase trabajadora aceptó apoyar el esfuerzo de guerra. En Rusia no ocurrió lo mismo, tampoco en Alemania, y tampoco en Inglaterra. De ahí que estallara la Revolución Rusa del 17, las revoluciones espartaquistas en Alemania en el 18. En Inglaterra consiguieron que no hubiera estallidos revolucionarios, pero a costa de hacer evolucionar sistemas espantosos como el trabajo de los niños en las minas. Francia soportó un tremendo esfuerzo de guerra, tanto como Alemania. Yo creo que si no hubiese tenido esos avances sociales previos a la guerra, no la habría soportado.
Un efecto colateral de las guerras es la ironía de que dan lugar a inventos de aplicación civil.
Como siempre, la investigación militar suele tener más dinero que la civil, por razones políticas. Y en aquella guerra se inventan cosas como la cremallera, la ambulancia, el reloj de pulsera, que era para liberar las manos del soldado, y permitirles mirar la hora de los ataques y bombardeos. Esos y otros inventos se emplearon en la vida civil después. Por ejemplo, las compresas. Es una historia curiosa: se empleaban para las heridas en el frente.; y al acabar la contienda quedó en Francia un exceso de material americano. Y se ve que alguien encontró una salida comercial ingeniosa, y las francesas utilizaron esas compresas de un modo muy privado y efectivo.
Exhibís en la exposición material de la familia.
Mi abuelo por parte de madre luchó en la Primera Guerra Mundial. Estuvo mucho tiempo en Champaña y en Verdún. En Verdún, entre franceses y alemanes hubo un cuarto de millón de muertos. Si estoy aquí es porque sobrevivió, obviamente. Hemos recuperado su uniforme y muchas cartas que escribía a su padre y que no estaban censuradas. Es interesante conocer la visión de un soldado en el frente, filtrada al fin y al cabo por la propaganda. Desde nuestro punto de vista actual, nos pueden chocar algunas de las observaciones de esas cartas. Pero hay que tener en cuenta que sus fuentes de información eran muy limitadas, que le llegaban a través de la propaganda y la censura, que eran despiadadas. Por ejemplo, se alegra de la revolución rusa de febrero del 17. Para un francés republicano, lo que le llegaba eran buenas noticias, que Rusia había dejado de ser un estado absolutista para convertirse en una república. Se imaginaría que iba a ser una república como Francia. Era una revolución burguesa, semejante a la francesa de un siglo y pico antes. Vete a saber lo que les estaban contando.
También exponemos un poema de mi tío abuelo, que pasó veinte días seguidos encerrado en el fuerte de Douaumont soportando bombardeos sin tregua. El fuerte de Douaumont fue el epicentro de la batalla de Verdún. Es un poema de una tristeza infinita. Yo creo que debió mantener la cordura en esos momentos horribles gracias a la literatura. Las preparaciones artillera allí fueron atroces, y el fuerte fue tomado y retomado múltiples veces. Mi tío abuelo fue herido allí.
Toda esa generación tuvo huellas psicológicas imborrables. Mi abuelo nunca quería hablar de la guerra. Sólo decía que fue una matanza. Es una pena que no podamos tener más memoria oral de los que vivieron aquellos momentos, pero es muy comprensible.
Y por último está el testigo local, Blasco Ibáñez.
Exponemos el trabajo de un valenciano insigne que fue testigo de aquella guerra. Tenemos varios los ejemplares del periódico Pueblo en los que se editaban sus crónicas. Y también una primera edición de Los cuatro jinetes del Apocalipsis, donde él plasmó tras la guerra su experiencia, con una gran lucidez.

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