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¿De dónde salieron los griegos? 5 – (La influencia oriental en la religión y la cultura griegas)

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¿De dónde salieron los griegos?

Un resumen combinado de tres libros sobre la Grecia Antigua

Capítulo V. La influencia oriental en la religión y la cultura griegas

Por Waltraud García

Early Greece, de Oswyn Murray, Fontana History of the Ancient World. Londres 1993.

Introducción a la Grecia Antigua, de Francisco Javier Gómez Espelosín. Alianza Editorial. Madrid 1998.

A History of the Archaic Greek World, de Jonathan M. Hall. Blackwell History of the Ancient World. Oxford. 2007.

La imagen de presentación es la Dama de Galera (Almería), que aúna influencias griega y fenicia

Los libros más señalados en este capítulo son los dos primeros. El de Jonathan Hall no dedica ninguna sección específica a estos temas. Sin embargo, el penúltimo capítulo, titulado «Imaginando Grecia», contiene argumentos en los que la influencia oriental en todos los campos, incluido el religioso, supone la base de la identidad de los griegos, los helenos. Así que vamos a empezar con Hall.

Tan confuso es el origen de los griegos como la creación de su identidad. El gentilicio «griego» procede, paradójicamente, de Roma. Los latinos llamaron griegos a quienes tomaron como ejemplo de civilización. Entre ellos, los griegos se consideraban helénicos, pero esta denominación es moderna, como dirá Hall.

El profesor norteamericano recuerda que, según los estructuralistas, el significado procede más de la diferencia que de la similitud. Pero si se trata de la creación de la identidad de un pueblo, el argumento es válido hasta que intentamos averiguar cuándo y cómo se construyó. En el caso de los griegos, en la época clásica se puede aplicar la técnica estructuralista y decir que NO eran esclavos, NO eran extranjeros y NO eran mujeres. Pero, ¿qué eran en términos positivos?, se pregunta Hall. Se propone responderlo considerando «qué papel —si hubo alguno— jugaron las poblaciones no griegas en la construcción de la identidad griega por los griegos mismos». (Pág. 255)

Para empezar, los griegos siempre estuvieron en contacto con otros pueblos, que luego llamaron y consideraron bárbaros. En la época micénica-minoica encontramos restos arqueológicos procedentes de ciudades «griegas» en Cerdeña, Egipto y el Levante mediterráneo, así como en la costa de Anatolia. Lo contrario, testimonios no «griegos» en tierras «griegas», también está registrado arqueológicamente. Y no cesó este intercambio, aunque disminuyó, en la «Edad Oscura». Vimos en el capítulo anterior que en el siglo VII antes de nuestra era comienzan los establecimientos griegos en Sicilia y en el sur de la península Itálica. Este fenómeno se intensifica con el paso del tiempo. Para muchos estudiosos de la antigüedad fue esta confrontación con los pueblos indigenas lo que promovió primero el sentido de la unidad helena entre los colonos que hasta ese momento se habían definido a sí mismo con gentilicios de sus ciudades de origen.

El fenómeno de la colonización no fue pacífico, supuso guerras de expulsión del territorio de los indígenas. Pero al cabo de pocas décadas, la relación entre colonos e indígenas se estabilizó, a costa a veces del sometimiento de los invadidos. Pero también hubo casamientos, y un «intercambio cultural» evidente en la arqueología. Hall pone varios ejemplos.

No obstante, dice, no puede asegurarse que los griegos no percibieran que eran distintos a los pueblos que ocupaban, pero también es verdad que apenas hay testimonios que aseguren lo contrario, y que fue gracias a estos enfrentamientos como se construyó la identidad helénica. Por ejemplo, no hay «santuarios federales» o lugares de encuentro en el sur de Italia o en Sicilia, donde los «griegos» se juntasen para manifestar su identidad opuesta a la de los locales.

Lo que sí sabemos es que los griegos se toparon con otros pueblos y culturas más allá de sus colonias. Por ejemplo, los fenicios, de quienes toman rasgos culturales y religiosos, según atestiguan monumentos y la arqueología: en diferentes santuarios griegos se encuentran grandes cantidades de ofrendas de origen fenicio. También los artesanos griegos se establecen en ciudades no griegas. El ejemplo más evidente lo tenemos en la estatua de Ramsés II de Abu Simbel, erigida por el faraón Psamético II a inicios del siglo VI, en la que constan nombres de albañiles griegos. Y Hall se pregunta hasta qué punto este y otros encuentros interculturales dieron lugar a la conciencia helénica.

Luego trata el asunto de los bárbaros, los no griegos, que hablaban lenguas que sonaban a sus oídos «bar-bar», un balbuceo, que da lugar a una denominación onomatopéyica. Pero, advierte, no hay constancia sólida de que fuera así. El término «bárbaro» puede proceder del sumerio, con el significado de extranjero. De hecho este término sólo lo encontramos cuatro veces en toda la literatura conservada del periodo Arcaico, y no siempre en un contexto de identidad territorial.

Además, insiste Hall, hay otros hechos que hacen problemática la consideración de que los griegos consideraran «bárbaros» a los que no utilizaran su lengua. El principal es que el griego que hablaban en cada región o ciudad se parecía relativamente, y a veces no eran capaces de entenderse hablando. Los testimonios que hoy tenemos son escritos, no sabemos cómo pronunciaban esas letras, pero sí que no lo hacían todos igual. Una cosas es el lenguaje escrito, algo relacionado con la técnica, y otra el hablado, relacionado con las costumbres populares. Hall recuerda que el italiano canónico actual (la lengua de la Toscana) es una construcción impuesta para unificar la multitud de dialectos hablados en la península e islas, algunos de los cuales no se entienden entre sí.

Y concluye que es sólo en el siglo V cuando aparece el verbo hellênizein como designación del acto de «hablar como un griego». «De hecho, uno de los rasgos que define lo que llamamos cultura griega en el periodo Arcaico es su tendencia a tomar prestada técnicas y estilos del Este, un fenómeno conocido como la orientalización». (Pág. 260) Y propone ejemplos en la cerámica, en objetos de bronce con criaturas fantásticas de origen asiático, del mismo modo que los kouroi del siglo VI tienen un marcado parecido con las esculturas egipcias. Muchos de estos objetos creados en territorio «griego» fueron precedidos por importaciones o regalos de Siria o de Egipto, es decir tenían no un significado étnico sino social, eran para ricos. En otras palabras, los nobles y los poderosos griegos no tenían ningún problema con parecerse a los nobles y poderosos sátrapas orientales, cuya crítica no se encuentra en la literatura arcaica.

«En pocas palabras, no parece ser el caso que en el periodo Arcaico los griegos se concibieran a sí mismos como un específico y autoconsciente grupo étnico en virtud de sus diferencias con las poblaciones no griegas. Otra cosa sucedió en el siglo V, y la explicación que muchos encontraron en este cambio de percepción radica en `la llegada de los Medos`». (Pág. 261)

Como nos hemos impuesto el límite de esta serie en la Grecia Clásica, que es cuando la identidad helénica se confirma frente a persas y otros pueblos orientales, dejamos aquí a Hall, y pasamos a Oswyn Murray

Early Greece, de Murray

Introduce el asunto refiriéndose a los contactos entre las ciudades griegas y los imperios orientales en Anatolia, Fenicia y Mesopotamia.

Coincide con Espelosín en que esos contactos produjeron significativos cambios en la sociedad griega en el siglo que hay entre 750 y 650 antes de nuestra era. Uno de ellos, como curiosidad, es la introducción del pollo y la gallina, desconocidos en Grecia. Este detalle lo cita también el profesor Cubero en su Historia General de la Agricultura, resumida en esta revista.

Otra innovación fue la de reclinarse para comer o charlar, en lugar de hacerlo sentados, algo que a mí siempre me ha resultado incomodísimo. Esta sofisticación es la que se realiza en el simposio o reunión de amigos nobles (varones) para comer, beber, charlar y mantener relaciones sexuales de todo tipo. Suena escandaloso, pero parece que era así. Murray lo compara con la decadencia de los primeros imperios chinos.

Esta íntima relación entre griegos y fenicios la testimonian bastantes palabras semíticas en el vocabulario griego. Echa mano del historiador del arte Ernst Gombrich y su teoría del condicionamiento psicológico del artista al crear modelos. Se refiere en concreto a la cerámica geométrica. «El cambio se produce de acuerdo con presiones sociales, tecnológicas o estéticas, y también como consecuencia del genio individual; y en una sociedad tradicional que estimula la habilidad del oficio por encima de la originalidad, estos cambios son por lo general lentos.» (Pág. 82). Murray propone que la influencia oriental es la que produce este cambio de forma de trabajar el arte, liberando al artesano de la tiranía inconsciente de los esquemas establecidos.

Este proceso lo facilita la consideración del artista en Grecia, un «trabajador público» que se ganaba la vida trasladándose de un lugar a otro. A veces se establecía, y creaba un taller propio. Pone como ejemplos primitivos el trabajo del metal (cobre) de artistas fenicios en Creta y la talla del marfil de artistas del mismo origen en Atenas. Los griegos eran buenos productores de cerámica, pero en otros materiales, la influencia fenicia es grande. Se detiene Murray en consideraciones sobre la cerámica geométrica, cuya producción mayor estuvo en Atenas. No obstante, los motivos orientalizantes se ven en la cerámica de Corinto. «El resultado de este arte animal orientalizante no fue tanto una mirada al mundo real, sino mayor libertad para la imaginación, naturalismo, no realismo.» (Pág. 85) Con la representación de la figura humana se abre paso a la narrativa y a la emoción. La influencia técnica de los tapices y los tejidos es difícil de valorar, y se supone mucha en el estilo geométrico, porque el material orgánico no se ha conservado.

Murray sostiene que la riqueza y naturaleza del arte occidental es una consecuencia de este aprovechamiento por los artesanos griegos del trabajo exuberante de sus colegas orientales.

Luego entra en el tema de las influencias orientales en la religión. Señala que las transferencias religiosas de un territorio a otro desfiguran los mitos, pero que al creyente no le importan los orígenes de su mitología, sino su coherencia con su vida doméstica y colectiva. Pone como ejemplo el culto a Adonis que entra en Grecia procedente de Fenicia, acompañado por el culto a Venus, una pareja que exalta la fertilidad, de fuerte carga erótica, en competición con la diosa Deméter, que hacía este papel en Grecia sin erotismo. Una compleja explicación mítico psicológica ofrece Murray. Valga esta cita como resumen en torno a la muerte y resurrección de Adonis: «Los himnos cantados por las mujeres lamentan el fruto prohibido, un amante imaginado del que les ha privado la sociedad, y unas fronteras del deseo que nunca conocerán: es este aspecto de Adonis como el joven amante el que ha penetrado en la mitología occidental del amor.» (Pág. 87)

A continuación dedica Murray minuciosas comparaciones entre la mitología y la religión griega y las religiones del Oriente Medio, que trabajó Hesíodo en su Teogonía. Pasa al tratamiento de la escritura, heredada de los fenicios, y que da lugar a los escribas poinikastas, figura reconocida en la cultura griega antigua. Resume la evolución de la escritura desde las lenguas semíticas hasta llegar al momento en el que los signos gráficos fenicios entran en la lengua griega, que da gran importancia a las vocales, derivadas de consonantes o semiconsonantes fenicias, y sientan las bases de las lenguas europeas. En el siglo que media entre 750 a 650 la alfabetización entre las clases superiores se generalizó, y se difundió en las colonias que se fueron fundando. La alfabetización comprendió a parte sustancial de la población griega, fomentada en especial por los mercaderes. La prueba son las inscripciones que dejaban manos griegas en paredes y monumentos de allí donde pasaban, en la que demuestran que eran viajeros, que deberían tener un estatus elevado, pero no dominaban la ortografía, aunque sí lo suficiente como para hacer gamberradas. Grecia fue, sostiene Murray, una sociedad moderna en todos los sentidos.

Recoge el autor una tesis de ciertos antropólogos canadienses, Goody y Wall, de la escuela de Marshall McLuhan, según la cual, la alfabetización fue la causa de la mayoría de los cambios en la edad arcaica, e impulsó el movimiento hacia la democracia y el desarrollo de la lógica y el pensamiento racional, el escepticismo, el individualismo y la alienación, y la substitución del mito por el logos en filosofía y en historia.

A mí, con todos los respetos, esta propuesta me parece un revoltijo de ideas.

Como resumen de este tema, y relacionado con la expansión de las colonias griegas, Murray dice que los griegos no fueron conscientes de cuánto debieron a la cultura de Oriente Medio. «Como la Edad Oscura, el periodo orientalizante desapareció de la vista hasta ser redescubierto por la investigación moderna. Y es este breve siglo de adaptación creativa el que inició muchos de los aspectos más distintivos de la cultura griega y de la civilización occidental.» (Pág. 101)

Introducción a la Grecia Antigua, de Gómez Espelosín

Del libro del profesor Espelosín vamos a empezar reflejando su visión del alfabeto y la moneda griegas. Dice que el alfabeto, de origen fenicio, se difundió pronto y por todas partes, a partir de la segunda mitad del siglo VIII, y cita como lugares de contacto la factoría de Al Mina, al norte de Siria o la isla de Chipre. «Es también probable que el proceso de adopción del alfabeto se produjera de forma independiente en diferentes lugares del mundo griego, lo que explicaría la existencia de diversos alfabetos locales, denominados epicóricos, que presentan leves diferencias entre sí.» (Pág. 204) Insiste Espelosín en que los griegos introdujeron en el alfabeto las vocales, ausentes en las lenguas semíticas, que les parecían más apropiadas a su lengua, y gracias a las cuales se pudo componer poesía en la métrica preferida por los griegos.

Revisa otras posibilidades de la adopción del alfabeto fenicio, el contacto de los mercaderes navegantes, algo improbable, porque apenas hay inscripciones de tipo mercantil.

Luego analiza la aparición de la moneda. Durante mucho tiempo su circulación no tuvo efectos ni fue por causas económicas, sino una manera de prestigiar a la ciudad que la acuñaba, una proclamación de autonomía política. Al cabo del tiempo adquirió importancia en los impuestos y tasas aduaneras.

En cuanto a la influencia oriental, recuerda Espelosín que fue un alemán, Walter Burkert, quien definió la revolución orientalizante, algo que después se ha confirmado y situado en el siglo VII. No obstante admite el profesor español que los contactos entre griegos y no griegos se remontan a la Edad del Bronce. Un tráfico que se vio afectado por los disturbios del siglo XII antes de nuestra era, la destrucción de los palacios. Destaca el papel de los fenicios, mencionados en la Ilíada y en la Odisea. «Incluso la épica homérica se ha visto afectada, ya que determinadas escenas encuentran paralelismos en obras de la literatura acadia, babilónica, hitita o ugarítica. Esta influencia afecta igualmente a otros campos como los mitos, algunas creencias religiosas y formas y estilos artísticos.» (Pág. 210) Concluye Espelosín destacando la envergadura y multidireccionalidad de estas influencias que arranca en los inicios de la edad arcaica entre griegos y orientales.

En cuanto a la identidad de griegos frente a bárbaros, el profesor español sigue más o menos los argumentos que se han citado más arriba. La oposición aparece consolidada en la época de las guerras persas, dando por hecho que es ese fenómeno lo que la instituye, si bien se fue construyendo en los siglos anteriores. «El contraste entre las formas de vida griegas y las de las culturas indígenas que encontraron en su camino pudo haber constituido un acicate para proceder a esta diferenciación de carácter global y para consolidar la conciencia de cierta unidad cultural entre los propios griegos, que no habían demostrado hasta entonces ninguna coherencia dentro de este terreno.» (Pág. 212) Los propios comerciantes se adentraban a veces en territorio indígena, como señalan hallazgos encontrados en territorios interiores de Francia, de España y de Ucrania. También son significativos los numerosos objetos griegos encontrados en excavaciones de tumbas escitas del sur de Rusia. Espelosín reconoce que no sabemos lo que los griegos recibían a cambio de esas mercancías, si bien uno de los bienes más preciados fueron los esclavos nativos. También recuerda que hubo una mezcla de estirpes, los griegos mezclados o mixéllenes. Esto produjo un fenómeno que podríamos llamar «helenización» de culturas indígenas. Aunque en la mayor parte de los casos resulta imposible distinguir la presencia griega de la influencia griega y de las comunidades mixtas. Señala el profesor español que sólo Egipto se resistió a la «helenización», dada su sólida cultura y el aparato político que la sostenía.

Un hecho singular es el «descubrimiento del mundo» realizado por los griegos. Se refiere Espelosín a la aparición y desarrollo de la filosofía y la ciencia en Grecia. La filosofía, que se interpreta como el tránsito del mito al logos, de una explicación mitológica de la naturaleza y de la vida humana a un análisis de causas y generaciones materiales de esos fenómenos.

El segundo paso, una vez establecido el pensamiento razonado y crítico por los filósofos jonios, es el de extender la mirada por la ecúmene, el mundo conocido: relatos escuetos sobre la navegación de cabotaje, con descripción de accidentes geográficos valiosos para los navegantes, quizá simples guías de navegación que se han perdido, aunque sí sabemos que existieron y quiénes las realizaron. Esas descripciones alcanzaron territorios que los griegos conocieron gracias a actuar como mercenarios o servidores especializados de los estados orientales, como el persa.

«La figura más destacada en este campo es Hecateo de Mileto,que compuso Periégesis (guía alrededor del mundo) en la que describía los pueblos y tierras del mundo habitado y establecía además una división entre los tres continentes principales, Europa, Asia y Libia (la signación griega de la parte de África que conocían).» (Págs. 219-220) De este modo, describiendo sociedades y países bárbaros, se contrastaba las costumbres de estos pueblos con las griegas, afirmando la identidad helénica.

En cuanto a la religión riega, destaca el profesor Espelosín que entre los griegos no existía ese término, que es latino. «La religión, que sólo podría traducirse al griego a través de un término como usebeia (piedad y respeto hacia los dioses), formaba parte indisoluble de la vida cotidiana de la polis». (Pág. 163) Los dioses griegos pertenecían al orden material del mundo, no eran omnipotentes ni creadores, simplemente tenían podres que eran reconocidos. Lo cual permitía la asimilación de dioses extranjeros, y la indiferencia ante la veracidad o falsedad de su existencia.

Para concluir el asunto, una cita significativa.

«Una consideración global de las creencias griegas puede dar la impresión de que se caracterizaban por un completo pesimismo, ya que la vida humana aparecía como algo efímero y cargado de miserias, sometida por completo al capricho y arrogancia de unos dioses que no mostraban especial preocupación por lo seres humanos». (Pág. 164)

Si cambiamos «el capricho y arrogancia de los dioses» por las leyes determinadas por la Naturaleza (la física, la química, la biología, etc.), vemos que los griegos no iba muy desencaminados.

El próximo capítulo de esta serie, que será el último, lo dedicaremos al tratamiento que dan los tres profesores cuyos trabajos estamos sintetizando a la guerra y la revolución hoplita, y a los estilos de vida de la aristocracia.

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