El cortito siglo XX
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Un artículo de Gaspar Oliver
El siglo XX es uno de los más cortos en la historia de las civilizaciones. La idea la vi escrita en un libro de cuyo autor no me acuerdo. La tomo y la edito.
El siglo XIX se prolonga hasta la Gran Guerra. El XX empieza con la Revolución Bolchevique y acaba con la caída del Imperio Soviético. La década de los noventa abre la puerta con varios años de anticipación al siglo XXI, la digitalización de la economía, la industria y la cultura, las guerras regionales y el terrorismo (no todo islámico o islamista). Total, de 1917 a 1987 (por redondear), el siglo XX tiene 70 años.
Me explico.
Están saliendo libros (por ejemplo “Sonámbulos”, de Christopher Clark) en los que se pone en cuestión la inevitabilidad o fatalidad con que los gobiernos de la época se tomaron la declaración de guerra de 1914. Clark es australiano y ha estudiado a fondo las relaciones anglo alemanas desde Bismark hasta la Gran Guerra, y deja claro que Londres fabricó una imagen abominable de Alemania, la difundió y consiguió que calara, con el apoyo implícito o explícito de Francia y Rusia, las otras dos potencias. En definitiva, la Gran Guerra fue una fabricación en la que el Imperio Británico tuvo, si no toda, la mayor responsabilidad. Alemania se había vuelto peligrosa para los intereses británicos, era una potencia industrial, había desmochado a Francia en 1870…
Esta línea geopolítica la desarrolla Londres desde la Conferencia de Berlín de 1884, en la que Europa se repartió África, o antes, hasta el estallido de la Gran Guerra. Era la forma decimonónica de hacer política, respondía a una visión el mundo que se inicia con las guerras napoleónicas y llega a 1914. Se trataba de mantener la supremacía colonial, algo que Inglaterra hizo a sangre y fuego. El colonialismo francés corre en paralelo al británico. El ruso, se despliega en Asia, donde se da un batacazo monumental contra los japoneses en 1905.
Ese mundo se viene abajo con la Revolución Bolchevique. Empieza a verse la realidad política de un nuevo modo. Ortega le llamó “la rebelión de las masas”, con gran perspicacia. Arranca el siglo con las dictaduras ideológicas. Lo aprendido en la Gran Guerra da réditos industriales, se desarrolla la aviación, la marina, el arte militar, y llega el choque de 1939, después de veinte años de conflictos sordos. Luego, la Guerra Fría acaba con casi treinta años de guerra caliente en Europa y Asia. Se llega a un ten con ten basado en la disuasión atómica y en la industria armamentistica.
Muchos avances técnicos adquiridos a toda prisa en la II Guerra Mundial se emplean en la industria y el comercio. En política, en Europa se impone el llamado estado de bienestar, y las socialdemocracias (a veces disfrazadas de cristiano-democracias y hasta conservadoras) rigen los gobiernos. El imperio colonial británico se desmembra, también el francés. El ruso se fortalece. Aparece lo que será un nuevo imperio, la China de Mao.
Ahora las guerras ya no serán coloniales, sino intercoloniales, entre países independizados o guerras civiles producto de un trazado de fronteras incongruente. Emerge el llamado Tercer Mundo, la India, Pakistán, Egipto y los países árabes.
Los Estados Unidos lubrican su nueva fortaleza imperial en conflictos en los que se impone a Inglaterra y Francia, como la Guerra de Suez, o encabeza acciones de defensa o ataque en Corea y luego en Vietnam.
Nos encontramos en 1975, año de la muerte de Franco, ya es curioso. Los Estados Unidos pierden la guerra de Vietnam. Cuatro años después, el imperio soviético sufre un descalabro en Afganistán. Los yanquis encuentran llegado el momento de atacar a la URSS donde más le duele, en la economía.
Pero también en la política. El desplome de la Unión Soviética se fabrica en Washington por un lado y en Roma por otro. Gente sin conocimiento da en considerar a Reagan un presidente casi bobo (algo parecido a lo que hacen ahora con Trump). Pero fueron él y el Papa Juan Pablo II los que dirigieron el ataque descomunal que sufrió la URSS y su imperio. La figura de Gorbachov ha sido apreciada en Occidente como la personalidad libertadora de la dictadura soviética. Otros, yo por ejemplo, creen que fue un traidor a su país o lo más parecido a una marioneta.
El caso es que el siglo XX agoniza con la URSS, y muere sin que nadie le entierre. Ni siquiera las grandes corporaciones financieras y/o digitales. Les da igual, el nuevo siglo es el suyo.
Vuelven las guerras a gran escala, en Oriente Próximo estallan dos en poco tiempo. Se articula el terrorismo internacional. No es el terrorismo de los anarquistas del siglo XIX, es algo mucho más sofisticado, financiado y alentado, básicamente por los reinos árabes petroleros y por Washington. Esta alianza parece contradictoria y contra natura, pero no lo es, como tampoco lo es que el estado de Israel ande involucrado en el asunto. El terrorismo se esgrime en Occidente como la peor amenaza, algo absurdo, falso. Después de un atentado, no tardan en caer sus ejecutores, señal de que están identificados, algo que la policía no niega. Las películas y series filmadas al efecto son legión, y todas hurgan en la complicidad de los poderes fácticos, aunque sea con guiones demenciales. Las víctimas del terrorismo, infelices ciudadanos que “pasaban por allí”, suman un número infinitesimal en relación a los muertos por accidente de tráfico, suicidio, enfermedades coronarias o cancerígenas, y otras.
Cuando los terroristas logran organizarse y ocupar un territorio en su zona, se les hace la guerras y se acaba con ellos. Occidente tiene medios potentes e ingeniosos para conseguirlo. Entre medias de este maremágnum aparecen conflictos inesperados (para los no avisados) como las matanzas de Siria, pero también tienen una explicación geopolítica: Rusia no está dispuesta a abandonar la base en el Mediterráneo que tiene en Siria, y apoya al asesino, porque sabe que en cuanto caiga, los Estados Unidos harán lo posible por echarla de un mar que de momento es yanqui. Otro conflicto es el de la dictadura religiosa de Irán, que no está dispuesta a casarse con nadie en cuestiones geopolíticas. Es un país potente, bien armado y orgulloso de su papel, algo parecido a lo que sucede con Cuba, caso que nos afecta a los españoles, que hicimos una guerra al proto imperio yanqui para no perderla. En ambos casos, lo de menos es que sean países dictatoriales o no democráticos; el sistema político es lo que menos importa en la historia de las civilizaciones. Si la Alemania nazi llega a ganar la Guerra Mundial, cosa que pudo haber hecho, ahora la democracia sería un sistema desprestigiado.
Y por fin llegamos a 2019, y al corona virus.
Es la mascletá del nuevo siglo. Cuando pase, acaso dentro de un año, empezarán a salir a la luz lo que ahora no son sino hipótesis alucinadas, paranoicas y, en resumen, conspiranoicas. Noam Chomsky acaba de hacer pública una.
Cómo se ha precipitado sobre el planeta es un verdadero misterio. ¿Por qué salta de China a Italia y luego a España? Ojo, también ha calado en Persia o Irán, ya es casualidad. ¿Por qué no se ha expandido por países menos preparados que los dos católicos como Albania, Croacia, Rumanía, etc? ¿Por qué en Alemania, el Reino Unido y otros países protestantes se están tomando la epidemia como si fuera una gripe vulgar? Acaso porque lo sea.
Ya veremos cómo arraiga el corona virus en los países más poderosos de occidente, y también en Rusia, otro espacio que parece ignorar el bicho. Estaremos en mejores condiciones de averiguar por qué se ha expandido como lo ha hecho y de qué manera.
No entro en la vertiente económica y política porque requiere datos y conocimientos que no poseo. Pero no hace falta ser un analista de Inteligencia para sospechar que algo no encaja. Es posible que alguna vez nos enteremos. Pero quizá el efecto de la epidemia y sus consecuencias sociopolíticas y económicas ya esté asegurado. ¿Están jugando con fuego? Vaya usted a saber. Lo cierto es que son unos temerarios? ¿Quiénes? Sinceramente, no tengo ni idea. Pero como las meigas, haberlos, haylos.