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Bitácora y apuntes

El oscuro cielo protestante («Nomadland»)

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Las costuras del sistema

Una reseña de Segismundo Bombardier

He visto sur l’écran de un multicine de los Altos de Francia la película Nomadland, y todavía me estoy preguntando por qué le han dado varios Óscar y dos docenas de premios más de festivales y asociaciones profesionales.

No estoy diciendo que la película sea ni buena ni mala. Tampoco discuto que se los merezca. A mí me ha gustado. Pero hasta ahora los premios a películas se solían dar a películas, no a documentales.

Argumento mi perplejidad en que el filme, que dura 108 minutos, no empieza a manifestar conflicto, ingrediente indispensable de toda narración, hasta pasada la hora.

Acostumbrados al desarrollo trepidante de una historia, pasan ante nuestros ojos breves episodios de las vidas sin sentido de personas desgraciadas. Los escenarios desolados que yo veía me recordaban documentales de esquimales víctimas del cambio climático. Enseguida la protagonista o hilo conductor se pone en movimiento. La hemos visto como trabajadora sin especializar en una nave espléndida de Amazon, luego en una sucia planta de tratamiento de remolacha, luego, o antes, no me acuerdo, empleada de mantenimiento en un camping deprimente, en un parque temático de dinosauros… Y entre medias, se reúne con una multitud de seres como ella, casi todos mayores y jubilados sin recursos en un desierto de Arizona donde ni los míseros indios que auxiliaron a Cabeza de Vaca en su travesía de Norteamérica en el siglo XVI se habrían dignado acampar.

Cumplida la hora, en la que no sucede nada que provoque sorpresa o se remita a los estereotipos hollywoodienses de personas descontentas y agresivas, todo lo contrario, cumplida la hora, digo, esta mujer, ejemplo de peregrinaje moderno (el mensaje va implícito en la narrativa), decide ir a casa de su familia. Al verla aparecer en la urbanización te imaginas que todo acabará en bronca. Es lo que cuentan las películas convencionales ante esta tesitura. Pues, no. La nómada se marcha porque no se encuentra integrada. Es decir, no hay conflicto, como mucho, conflicto interior de la protagonista. De esto vamos sabiendo poco, y es desconsolador: estuvo casada con un hombre bueno y vulgar, empleado en una industria en un lugar deprimente, pero que eligió quedarse allí antes que largarse por el mundo jugándosela cada día. Porque de tanto ver películas yanquis sabemos que si una persona acampa en un desierto, lo más probable es que la asalten, la roben y hasta le corten el cuello. Nada de esto se manifiesta en Nomadland.

La última prueba que se pone a sí misma la vagabunda es ir a vivir con un hombre como ella que ha decidido regresar a casa, y que se muestra dispuesto a acogerla. De acuerdo con los cánones de la narrativa cinematográfica moderna, imaginamos un melodrama. Tampoco. La mujer se marcha una madrugada sin despedirse por no llamar la atención. (Algo de melodrama hay, sobre todo en la partitura musical.)

La película no tiene ni principio ni final, como los buenos documentales. No hay narración, sino viajes en furgoneta por escenarios escalofriantes, fragmentos de historias tan vulgares como nuestra existencia acomodada.

Varias ideas se me iban ocurriendo al presenciar esa vida perra de personas sin domicilio fijo. Primero la pregunta de si habrá en Europa un fenómeno semejante. El más parecido que se me ocurre es el de los gitanos pobres y “auténticos”, pero ahora parece que se han establecido, aunque muchos practican la venta ambulante, resto de lo que fue la vida itinerante. Luego me decía que el infortunio de los jubilados sin pensión de este continente no llega a los extremos de Nomadland. Hacer un documental sobre este tema en Europa sería imposible sin caer en la demagogia o el estereotipo. Los hombres y mujeres que aparecen en Nomadland da la impresión de que son así, como se nos muestran.

Cómo sobreviven sin perder el oremus es otro asunto. No se nos presentan como individuos valientes, pioneros de nada, poseen amor propio, pero no orgullo. Los responsables de la docupelícula nos están diciendo “son buena gente, son mejores que vosotros que los veis sentaditos en la butaca, y lo pasan fatal, no se lo merecen.”

Nomadland es un producto típico de la mentalidad protestante arraigada en la Norteamérica realmente existente. Individualismo, diálogo interior con la divinidad o con su ausencia, estoicismo, ingenio para hacerse con recursos y salir de las dificultades, pero nada de sentimiento de grupo, de comunidad, de colectivo con una vida y un propósito común. Los indígenas de aquella tierra fabulosa fueron exterminados por esa mentalidad, y ahora se les protege con gran hipocresía como a especie en peligro de extinción. Me aterra pensar que los productores de Nomadland tengan en la cabeza proteger a los nómadas, igual que lo han hecho con los indios, los homosexuales, las lesbianas y otros fenómenos de relativo calado social. Pero sospecho que un componente de la pieza es: «sal de este sistema acabado, y responsabilízate de tu vida, aunque te cueste muy caro. Sálvate, el cielo protestante te espera con los brazos abiertos»

Me alegro de haber visto el documental Nomadland, y creo que no debo quejarme de que no sea una película, porque habría salido un mediocre melodrama que no querrían ver ni los posmodernos de la posverdad.

0 Comentarios

  1. Redacción 3 mayo, 2021

    Responde Vicente Torres a esta reseña lo siguiente:
    Por lo que cuenta, de modo muy ajustado y realista, el documental carece de vocación de obra, que debería ser el propósito de toda película, sino un intento del pensamiento buenista, que es una de las plagas modernas, para hacernos sentir culpables.
    Vi en Twitter una foto de un partido de fútbol en el que los jugadores ingleses ponían rodilla en tierra pidiendo perdón.
    La estupidez se contagia muy rápidamente y habrá que poner ristras de ajo o algo en las puertas de las casas para conjurar el peligro.

    Responder

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