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Agricultura y naturaleza Historia General de la Agricultura de J.I. Cubero Series

Historia general de la Agricultura de J.I. Cubero – 02 (El origen de los cultivos domesticados)

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Introducción y parte primera: El regalo de los dioses

Capítulo II

La transición a la Agricultura

Síntesis realizada por Gaspar Oliver. Comprende los capítulos 3 (“Lo que el hombre ha buscado en la naturaleza” y 4 (“La transición a la agricultura”) Págs. 51 a 107.

El profesor Cubero hace un sintético pero denso recorrido por la enciclopedia de la Naturaleza, en lo que se refiere a lo que el ser humano ha obtenido de ella desde los tiempos remotos de su origen antropoide. Insiste en que nuestros primitivos ancestros eran grandes conocedores del mundo natural orgánico e inorgánico en el que vivían, y que nuestra sabiduría presente se cimienta en esa experiencia técnica acumulada a lo largo de los milenios.

Sabiéndose parte de esa Naturaleza, la temía, la respetaba y la divinizaba. “Entre las plantas, todos los grandes cereales (cebada y trigo, maíz y arroz) de cada gran civilización ha sido encarnación de un dios o diosa que generalmente ha enseñado la agricultura a los hombres” (pág. 52). Cita a plantas “mágicas” como la mandrágora, el peyote, la coca, y recuerda que el haba fue motivo de leyendas. Distingue los pueblos agrícolas, con sus propias diosas madres, y los pastoralistas y sus dioses celestes portadores de la lluvia o el trueno, Olimpos que fueron combinándose entre griegos o egipcios, por ejemplo.

Dice Cubero que “La Agricultura vino a solucionar un tremendo problema: adorar sin dañar a nadie” (pág. 53) en referencia a los sacrificios humanos y animales de ciertas culturas.

En los minerales y en las rocas, el ser humano encontró materiales para la caza, colorantes para su decoración corporal y de las cuevas y abrigos, y en especial, la sal, que se convirtió en uno de los primeros objetos de comercio.

Sobre el alimento, Cubero se pregunta cuándo sería el momento en el que el ser humano dejó de ser básicamente herbívoro, como la mayoría de nuestros parientes antropoides, y empezó a consumir carne, primero la médula de los huesos, muy nutritiva, y luego todo lo demás. Sin embargo, salvo los esquimales y no todos, no hay grupo humano exclusivamente carnívoro, pero sí los hay estrictamente vegetarianos.

En general el ser humano ha sido ecléctico en su alimentación, prueba de ello son los potajes “que contienen granos o harinas de cereales, leguminosas, hojas y tallos de hortalizas, tubérculos y raíces de diversas familias, a eso se le añade un trozo de carne, a ser posible con algo de grasa” (pág. 58).

Los animales suministraron al hombre proteína de buena calidad, vitaminas, hierro y grasa, el elemento más valorado por los cazadores-recolectores. La grasa era también el vehículo de los pigmentos para decorar las paredes rocosas. Los tendones suministraron los primeros “hilos” para coser pieles y cuerdas de arco. Cuernos, cráneos, y plumas fueron objetos que daban prestigio o autoridad.

Una consecuencia del contacto entre humanos y animales fueron las enfermedades transmitidas de unos a otros. Esto empezó en África, antes incluso de la existencia de los homínidos, dice Cubero. África es el nido de numerosas enfermedades, contra las cuales su población ha creado resistencias. Por eso a los europeos, menos preparados, les costó esperar a la aparición de la medicina moderna para apoderarse del continente. En el Próximo Oriente, donde aparecen los primeros rebaños de animales domesticados, las enfermedades causaron estragos, pero también inmunidades que se extendieron con la ganadería. Algo que fue trágico en América, donde los europeos introdujeron virus y bacterias que resultaron letales para indígenas y animales.

Dedica algunas reflexiones el profesor Cubero a los tabúes, en especial a la porcofobia, y a su contrario, la porcofilia. Desmonta el acientífico razonamiento de la triquina, descubierta en el siglo XIX, porque hay otras enfermedades peores en ovejas que no han producido ningún tabú. Y razona que hay mucho más porcofilia que porcofobia en el mundo, y nadie ha reparado en significarla. La porcofobia se inicia en el antiguo Egipto, y solo es recogida por el judaísmo y el islamismo. Después de una reflexión sobre las explicaciones legendarias en torno a diversos animales, Cubero busca argumentos históricos más racionales. La prohibición de consumir cerdo es de dos pueblos pastoralistas el hebreo y el árabe. Para ellos, las ovejas eran más útiles y prácticas, se movían, pastaban en todas partes, no ensuciaban el agua, mientras que los cerdos competían con el ser humano en su alimentación y no eran trashumantes. Los pastores tuvieron que elegir entre el cerdo, que les proporcionaba carne sabrosa y grasas, y la oveja, que les hacía más fácil su trabajo.

Sobre el tabú de consumo de carne de vaca en la India, argumenta que en el subcontinente hindú la vaca es un capital en una economía abrumadoramente agrícola, necesaria para la reproducción, es decir, para parir terneros y bueyes, utilizados como fuerza de trabajo en las labores. Además el tabú solo concierne a las vacas cebúes. Para el campesino hindú, una vaca es una “fábrica” de “tractores”. También se permite el uso de las vacas muertas (no sacrificadas) por las castas inferiores. Cubero reconoce basar sus razonamientos en el libro de Marvin Harris “Vacas, cerdos, guerras y brujas”, que revelan las causas económicas de estos tabúes por debajo de las prohibiciones religiosas.

Sobre el consumo de leche, se atiene el profesor Cubero a los datos históricos y biológicos. Hay pueblos ganaderos que consumen leche incluso cuando el cuerpo humano deja de producir lactasa, enzima que permite la digestión de la leche, poco después de la lactancia. Sin embargo, los pueblos pastoriles han desarrollado inmunidad. Una curiosidad es que el 70 por ciento de los norteamericanos de origen africano no producen lactasa, mientras que el 85 por ciento de los blancos, sí. Esto se debe a que en África las culturas pastoriles se desarrollan en zonas donde la trata de esclavos no cundió.

La relación entre hombre y plantas

“Cabe decir que las plantas han representado globalmente más del 50 % de los alimentos que el Hombre ha consumido desde que existe y, aunque siempre considerándole cazador, y siempre con el deseo de volver al poblado con una gran pieza, estamos aquí gracias a las plantas, que siempre le permitieron no solo comer, sino disponer de una dieta fácil de conseguir y completa en sí misma”. (Págs. 68-69)

Las plantas proporcionan al ser humano hidratos de carbono, proteínas, grasas, vitaminas, fibra dietética y textil, colorantes, adornos, pienso para el ganado, medicinas, estimulantes…

Los hidratos de carbono han sido el gran alimento de la Humanidad a lo largo de su historia. Los producen dos grupos de plantas, los cereales y los tubérculos, raíces y médulas. Esta clasificación se subdivide en múltiples variedades, desde los cereales menores a la caña de azúcar.

Las fuentes primarias de hidratos de carbono se acompañan en la alimentación de las leguminosas, completando unas las carencias de los otros. Esto ocurre en todos los lugares del planeta, con diferentes especies en cada región.

Las grasas son la mayor fuente de energía para la vida animal, y están en numerosas especies, desde la col o el rábano a la oliva. También cada región tiene sus propias plantas grasas, el árbol de la manteca o la palma aceitera en África, la soja en Asia, el cacahuete en América.

Las hortalizas y las frutas, a veces difíciles de separar en sus clasificaciones, son necesarias para una correcta función digestiva y culinaria. Estima Cubero que acaso el gusto de comerlas haya sido una de las causas de la introducción de las frutas en la dieta, aunque a veces son un alimento básico, como la banana.

Otro grupo es el de los condimentos, especias, estimulantes y drogas. Entre condimentos y especias hay escasa diferencia, como no sea la de su rareza, las próximas a nosotros las consideramos condimentos, el ajo, por ejemplo, las exóticas, especias, como los chiles. El azúcar era especia en nuestra Edad Media. Estas estas plantas han constituido un papel de primera magnitud en la alimentación (el comercio de las especias motivó las Cruzadas), si bien carecen de valor alimenticio. Lo mismo puede decirse de los estimulantes y drogas, que se consumían, además de por placer o evasión, sobre todo para adentrarse en un mundo fascinante que servía de orientación para sobrevivir el presente. “Con todas las críticas que se quieran hacer, el vino y la cerveza acompañan al hombre tanto como el pan o quizá más, porque el pan le permite vivir sobre la tierra, pero el vino le permite volar sobre ella.” (Pág. 72) Dedica a esto un largo apartado el profesor Cubero, explorando la aparición del vino y la cerveza en las antiguas civilizaciones afroeruropeas, y en otras que no brillaron tanto en diversos continentes.

La transición a la Agricultura

La agricultura era practicada hace diez milenios por una exigua fracción del género humano. Dedica Cubero un capítulo a este tránsito que, insiste, “no se debió ni a la invención ni a la revolución, sino a una evolución gradual, rápida en unas regiones, lenta en otras y ausente en gran parte del mundo” (pág. 79)

La etapa de la “Piedra Nueva” o Neolítico en la historia se documenta bien en Próximo Oriente y en Europa, pero no existe en América, donde se llega tarde a la piedra pulimentada. Hay que tener en cuenta que el Neolítico no sucede al Paleolítico como el día a la noche, sino que conviven ambos usos de la piedra.

Pone énfasis Cubero en definir los hechos: “primero aparece la Agricultura, hay un periodo agrícola sin piedra pulimentada (Eneolítico) y sin cerámica (Neolítico Acerámico) y luego, como consecuencia, aparecen la cerámica y la piedra nueva.” (Pág. 80) La transición sustancial en el régimen de vida la marca la agricultura, no la piedra pulida ni la cerámica. “No hay oposición entre Paleolítico y Neolítico, sino entre cazador-recolector y agricultor-ganadero”. Es decir, equiparar la “revolución neolítica” a la “revolución agrícola” es un error. En los lugares donde la evolución del cazador-recolector al agricultor-ganadero fue más rápida, duró dos mil años. Cubero alega que esto es una revolución harto extraña, bien que a nuestros ojos este paso sea puntual.

La idea de evolución lineal es falsa, subraya. Fueron surgiendo componentes (palos para excavar, inundación espontánea de tierras) a lo largo de miles de años en distintos sitios y aplicados a problemas locales y puntuales. En algunos lugares del planeta, estas piezas se reunieron, en otros, continuaron siendo piezas sueltas.

En definitiva, no hay ruptura entre caza-recolección y agricultura. “En algunos lugares, sus habitantes se encontraron un buen día que dependían mucho más de las plantas cultivadas y de los animales criados que de lo recogido y cazado. Habían pasado un punto de ‘no retorno’. Ya eran agricultores, pero es dudoso que se dieran cuenta.” (Pág. 81)

La estrategia de la supervivencia fue fundamental para esta evolución.

Señala Cubero que la actividad humana es adaptativa, y viene determinada por numerosas variables, no siempre conectadas entre sí. Si se modifica una, repercute en el resultado. Y propone dos principios que deben tenerse en cuenta: la minimización del riesgo, que no tiene que ver con la ley del mínimo esfuerzo, pues nuestros ancestros asilvestrados trabajaban como bueyes, es decir, su problema no era vivir con mayor comodidad sino vivir o extinguirse. El segundo principio es que un detalle aparentemente insignificante en las técnicas puede convertirse en un detonante a largo plazo, como pudo ser el arado en sustitución de la azada.

Los recursos agrícolas se pueden utilizar de dos modos, mediante la especialización en uno o muy pocos de ellos, y ejercitando una agricultura de amplio espectro, que siempre resulta más eficaz en la supervivencia.

No existe un modelo único en la transición del régimen de caza-recolección a la agricultura.

Son muchos, incluso en sentido contrario. Tiene mucho que ver con la evolución los contactos entre tribus próximas, que siempre han existido, y esto daba lugar a una cadena por la que circulaban los nuevos conocimientos. Pone Cubero como ejemplo la obsidiana, que circulaba a miles de kilómetros de distancia. Y sugiere que con la piedra viajarían también semillas (hay testimonios de ello, en culturas preagrícolas), hierbas útiles y animales.

El ejemplo de algunas tribus que habitaban las grandes praderas norteamericanas señala cómo es posible una vuelta atrás en la evolución de recolectores-cazadores a agricultores. Con la llegada de los españoles, se introdujo el caballo, y ciertas tribus que estaban convirtiéndose en agricultoras, regresaron a la caza, facilitada por los rocines. También menciona Cubero el descubrimiento en el Amazonas de grandes estructuras unidas por avenidas, pertenecían a pueblos que practicaban la agricultura que, sin que nos expliquemos cómo, regresaron al modelo cazador-recolector.

“La agricultura, como la caza y la recolección son sistema adaptativos elegidos en función de las necesidades y de las posibilidades” (pág. 83). “No hubo una ‘idea feliz’ que se expandiera rápidamente por el mundo, ni siquiera una transición rápida de un sistema a otro, sino que coexistieron agricultura y caza-recolección en distintas regiones, con diferentes niveles de importancia de una a otra en la alimentación” (pág. 84).

Una hipótesis sostiene que la domesticación de plantas con tubérculos o raíces, propias de regiones tropicales, podría haber sido independiente de la de plantas con semilla, y tan antigua como ella. Al cultivo de tubérculos y raíces le llama el profesor Cubero vegecultura, al de las semillas seminicultura.

El primero utiliza el sistema llamado en América conulco, que amontona la tierra para plantar varias especies; el acarreamiento de la tierra garantiza un buen aporte de suelo vegetal rico en materia orgánica y bien mullido.

La seminicultura se basa en el sistema llamado milpa (también nombre americano), basado en el primitivo sistema de la roza, se despeja una porción de bosque, se amontonas los árboles y arbustos cortados, se queman, y en el suelo se siembra maíz, acompañado de judías y calabazas, la tradicional triada mesoamericana.

El conulco extrae menos nutrientes del suelo, mientras que la milpa agota pronto el suelo porque extrae mucho más de él. La seminicultura es menos estable que la vegecultura, y más invasiva. A ello se atribuye su expansión, a expensas del sistema de conulco, aunque la razón principal es que la seminicultura proporciona más proteínas en la dieta, y puede prescindirse de la caza. Argumenta Cubero que los registros arqueológicos manifiestan escasos ejemplos de coexistencia de ambos sistemas, de lo que suele deducirse que la vegecultura es anterior a la seminicultura; pero, advierte Cubero, la ausencia de restos no es siempre una prueba.

“Todo apunta a una domesticación de las plantas propias de la vegecultura en regiones ocupadas por cazadores-recolectores que entraron en contacto con poblaciones agrícolas entre el II y el III milenio a.C. Como fecha más remota”… “A menos que en el futuro se realicen descubrimientos arqueológicos revolucionarios en distintas partes del mundo tropical, puede decirse que la vegecultura no es, en modo alguno, el origen de la Agricultura” (pág. 86).

Dedica un largo excurso de alto interés el profesor Cubero a la mandioca, ñames y batata, que no vamos a resumir aquí.

¿En qué momento de la Historia podemos decir que el Hombre ha construido el mosaico, que ya es agricultor?

Nos basamos en las pruebas arqueológicas. Las directas se refieren a la existencia de especies vegetales y animales domesticadas. Las indirectas consisten en utensilios y artefactos producidos por el hombre para operaciones agrícolas. Las primeras tienen mayor consistencia que las segundas. Si bien la presencia de una especie domesticada no es prueba concluyente, y hay que encontrar varias especies domesticadas para decidir si estamos en presencia de una cultura agrícola o no.

En cualquier caso, hay que examinar el contexto en el que aparecen. Ya hemos visto, dice Cubero, que la identificación de la agricultura con el sedentarismo y la cerámica no es correcta. La cultura pre-Jomón japonesa construyó objetos cerámicos hace 12.000 años, una práctica que no se hacía en el continente, pero no eran agrícolas. Otra explicación son los instrumentos de cazadores-recolectores, como el palo de cavar, piedras de moler, recipientes de piedra, hoces, etc., y no hay ningún testimonio arqueológico de agricultura. También estos cazadores-recolectores utilizaban el riego por inundación, el aclareo del terreno con hachas de piedra con las que talaban árboles, el cosechado con el palo de cavar, con azadas de piedra, el almacenamiento en recipientes de piedra. Se están preparando, sin saberlo, para adaptarse a recibir material domesticado o para domesticarlo ellos mismos.

Las modificaciones morfológicas de las plantas se utilizan para diferenciar las domesticadas de las que no lo han sido. Pero no son pruebas fiables, y requieren profundos estudios botánicos, que no siempre se hacen.

En cuanto a las modificaciones en los animales, sucede casi lo mismo, aunque un rasgo casi general de los domesticados es su inferior tamaño. Las razones pueden ser la consanguinidad de los rebaños, una pobre alimentación en los domesticados, frente a la más rica de los salvajes, o la selección deliberada de los seres humanos, que prefieren muchos animales pequeños a pocos grandes. También es significativo un testimonio arqueológico basado en los restos de huesos: los pastores conservaban las hembras y sacrificaban a los machos, para preservar la riqueza ganadera.

Sin embargo, hay que combinar muchos datos para estar seguro de que un yacimiento arqueológico evidencia un pueblo agricultor o uno cazador-recolector.

“La prueba de mayor valor es, vale la pena repetirlo, la presencia mayoritaria de especies domesticadas de animales y de vegetales. Un grupo de cazadores-recolectores puede aceptar un cultivo conseguido en otro lugar por mero intercambio, y lo mismo sucede con materiales, técnicas, instrumentos y viviendas. Un solo factor no es, pues, un indicador definitivo, pero la adición de otros hace que aumente la probabilidad de acertar en el diagnóstico” (pág. 95).

Teorías sobre el origen de la Agricultura

La versión de que la agricultura fue un regalo de los dioses, concebida en la antigüedad y mantenida hasta que el ser humano se distanció de la divinidad munificente, fue sustituida por el “invento” de la agricultura por el hombre civilizado, frente al salvaje, que vivía al albur de la caza y la recolección. Señala que el mismo Darwin no aplicó su teoría evolucionista a la agricultura, como algo paulatino en la Humanidad, sino que fue algo sobrevenido que se expandió como el fuego en un reguero de pólvora.

“Fue el conocimiento de la vida de estos ‘salvajes’, es decir, de los pueblos cazadores-recolectores, la que permitió un cambio total de perspectiva… Dichos pueblos sabían de la naturaleza mucho más que el propio hombre civilizado: la utilizaban, conocían los ritmos y ciclos, podían sembrar y plantar cuando lo necesitaban, habían ‘inventado’ el palo de cavar, podían regar inundando, llegaban a cazar machos jóvenes…” (pág. 96).

Así es como se llegó a deducir que la “invención” había tenido lugar en varias regiones del planeta, y había evolucionado en cada una de ellas de modo diferente. El problema era explicar por qué el descubrimiento tuvo lugar en fechas tan recientes, y no milenios atrás, en seres que conocían tan bien la naturaleza. Los antropólogos también utilizan la idea del “difusionismo” para explicar la expansión de la agricultura.

¿Se llegó a la agricultura por azar o porque no había más remedio que caer en ella?, se pregunta Cubero. Los deterministas son partidarios de responder con la segunda hipótesis. Entre los deterministas están los ambientalistas, basada en la influencia del medio físico, el más importante, Gordon Childe y su hipótesis del oasis, que surgieron en Oriente Medio por la progresiva desertización de la zona. Hay otras hipótesis, pero que explican los cambios a posteriori. Otro arqueólogo, Robert Braidwood, consideró irrelevantes los cambios climáticos detectados en épocas prehistóricas, y explicaba que los cambios son inherentes a la especie humana, pero sin dar razones de cómo y por qué se pasaba de una fase a otra, simplemente constatando el cambio.

Resulta complicado entender cómo y por qué una sociedad recolectora-cazadora pasa a ser agrícola, dedicando más tiempo a un trabajo rutinario y también azaroso. Solo cabe pensar en la necesidad, originada por “la capacidad de carga del medio en que se encuentra la población, es decir, la superficie necesaria por individuo. Ya hemos visto que un cazador-recolector necesita unos cinco kilómetros cuadrados por individuo” (págs. 98-99). Si la presión excede a la capacidad de carga del territorio, el grupo o se divide y uno de ellos emigra, o se se incremente la superficie explotada, si no hay vecinos en la proximidad. En ambos casos se sigue operando con las mismas técnicas.

Así que la pregunta siguiente es ¿por qué el cambio se produce en varias regiones del mundo aparentemente de forma prácticamente simultánea? Se ha tratado de explicar mediante una combinación de causas, el cambio climático y la crisis alimentaria. Por ejemplo, el aumento del nivel del mar tras la última glaciación. El mar sepultó una región denominada Doggerland, que unía la actual Dinamarca con las Islas Británicas. Comenzó a inundarse hace 18.000 años y terminó hace 10.000.

Los defensores de la crisis alimentaria sostienen que los controles de natalidad de las poblaciones paleolíticas no podían ser extremos, se necesitaba un mínimo para que la población se mantuviera o se incrementara levemente. O menos levemente, y las poblaciones de humanos crecerían y se verían en dificultades alimentarias. “Habría que cambiar el sistema de vida, pues ya no quedarían tierras libres para colonizar, y recurrir a conocimientos solo practicados en los malos periodos como esparcir semillas o propágulos (‘sembrar’) de algunas plantas en las cercanías de los campamentos estacionales o a lo largo de las rutas seguidas periódicamente” (pág. 100). También mantendrían algunos animales salvajes cercados. Superada la crisis puntual, se volvería al modelo cazador-recolector, pero cada vez dependerían más de las plantas y de los animales domesticados.

Menciona Cubero la hipótesis de la economista Jane Jacobs, que en 1969 sostuvo que primero fue la ciudad y luego la agricultura. “Su teoría fue fulminada entonces, pero a la luz de los ya grandes santuarios encontrados en el Próximo Oriente hay algo justificable en su idea… Bárbara Tender, que la criticó duramente, reconoció que ‘los centros comerciales, como luego las ciudades pudieron no ser los innovadores primarios de la agricultura, pero sí un gran estímulo para la intensificación de los sistemas agrícolas’” (pág. 100).

Por otra parte, la idea de que las necesidades alimentarias fueron el detonante de la agricultura se ve negada por evidencias como el cultivo del tabaco doméstico, cultivado como planta ceremonial o ritual. Otras plantas narcóticas y alucinógenas, nada comestibles, se han cultivado en la antigüedad en diversas partes del mundo.

“Comercio y religión, pues, merecen ser considerados en las explicaciones de nacimiento de la agricultura” (pág. 101), sostiene Cubero. Y hace una lista de las ciudades de las que se tiene constancia que existieron hace diez o doce milenios, es decir, en la época del nacimiento de la agricultura, Jericó en Palestina, Nevali Çori. Göbekli Tepe en Turquía, los tres sin el menor asomo de agricultura en sus fases más antiguas. A estas ciudades se pueden añadir otras más modernas, como Çayonu y Çatal Hüyuk. Se atribuye a estas construcciones monumentales un carácter ceremonial, algo sorprendente para cazadores-recolectores. “Tales opiniones olvidan que para la mentalidad primitiva primero fueron las creencias y luego las ceremonias, y no al revés, y que la construcción de enormes y complejos edificios no se ejecutaba por los antiguos para el intercambio de mercancías, sino para el contacto con sus dioses”. En ninguno de esos emplazamientos arqueológicos se han encontrado morteros para moler semillas, pozos par almacenar alimentos, o restos de cría de ganado, aunque sí consumo de plantas silvestres y animales salvajes.

“El papel que jugaron en la domesticación propiamente dicha los extraordinarios centros mencionados está aún en discusión, pero evidentemente fueron lugares de difusión de técnicas e ideas, contribuyendo, si no en la labor directa de la domesticación de plantas y animales, si en la extensión y consolidación de materiales y métodos, y a la unificación cultural de extensas regiones” (pág. 102).

Concluye el profesor Cubero este capítulo insistiendo en que las teorías sobre el origen de la agricultura son numerosas, y todas difíciles de comprobar. Pero por encima de todas ellas está claro que no hubo una evolución lineal. Aunque existen paralelismos entre la aparición de la agricultura en el Próximo Oriente y Mesoamérica, no se trata de lineas convergentes sino paralelas que, vistas en la distancia histórica, nos parecen, sí, convergentes. La domesticación de los animales no fue simultánea con la de las plantas ni en el tiempo ni en el espacio, pero, una vez producida, tanto una como la otra se integraron en la economía como algo natural. En el Próximo Oriente esto se produjo poco a poco. Pero en Mesoamérica, la agricultura no fue de grandes extensiones y de productos aprovechables al máximo. “La domesticación de las plantas empezó hacia 5.000 a. C., o antes, pero no se estableció el sistema agrícola hasta 1.500 a.C. Durante 3.000 años las plantas cultivadas jugaron un papel menor, simplemente se incluyeron en la rotación de caza y recolección. Hasta que no se desarrolló la combinación judía-maíz no se estableció una economía que se pudiera llamar agrícola, lo que hizo que las poblaciones humanas fueran siempre de baja densidad” (pág. 104).

La próxima entrega de esta importante serie describirá la domesticación, su base y su mecánica, según las investigaciones del profesor Ignacio Cubero.

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