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Bitácora y apuntes

Escombros, Crimen, Castigo

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Contenedor de escombros en un barrio elegante de Madrid.

Fernando Bellón

Ayer, día 5 de septiembre, regresando por carretera a Valencia desde Madrid, mi  mujer y yo fuimos testigos del castigo que determinadas acciones humanas deparan a los atrevidos. Los carriles de la autovía en dirección a Madrid no daban abasto, y la fila de vehículos atascados a las ocho de la tarde alcanzaba el kilómetro 174, casi la mitad de trayecto. Ignoro a qué horas llegarían a su casa los últimos, calculo que de madrugada. Y hoy, a agolparse en el metro, en el autobús o a someterse a una sesión continua de atascos… para ir a trabajar, a ganarse la vida.

Miles de ciudadanos se han encontrado con un castigo a su deseo de felicidad. Un castigo no inesperado, sino previsible. ¿Es acaso la felicidad un crimen?

Pobrecitos. Se desplazan 350 kilómetros, llegan a una ciudad supuestamente en fiestas, la recorren en busca de novedades excitantes. Puede que las encuentren, a un precio nada barato. Comen mal, duermen peor. Y antes de que se produzca el sacrificio ritual de la quema, salen zumbando hacia Madrid, para que no les pille el atasco. Pero el atasco les pilla. El castigo. Lo sabían, lo sabían.

Y eso que este año, gracias a la colaboración inestimable del Covid 19, las Fallas no han sido el apiñamiento, el desorden, el exceso de decibelios y de alcohol de antes de la pandemia. Tengo la sospecha de que tanto los turistas en busca de emociones nuevas (o conocidas, da igual, el caso es salir de casa, salir de la rutina) como los estruendosos y rebeldes falleros han terminado insatisfechos.

Una fiesta sin tumultos y sin alcohol a raudales es lo más parecido al Purgatorio, donde los creyentes se aburren a la espera de que les dejen entrar en el Paraíso. La vida es un Purgatorio, con puertas de salida y de entrada señaladas con precisión. Asómese a la felicidad, hombre o mujer. Disfrute un ratito de ella, antes de volver a su purgatorio personal. Es lo que pasa por confundir el Cielo con las Fallas, San Fermín, la Feria de Abril, las playas atiborradas, el caos de los aeropuertos internacionales, las calles céntricas de las grandes ciudades, réplicas unas de otras, el botellón, la turbamulta, los baños de masas, la comida bazofia…

¡Con lo bien que se está en casa!

Menuda falacia.

El crimen de buscar la felicidad a toda costa tiene un castigo proporcional.

Queremos tener una vivienda, un trabajo, una familia, comodidades, entretenimiento, salud, estabilidad… ¿Qué crimen hay en eso?

La fantasía de la felicidad es el inevitable castigo. ¿Qué comodidad hay en las ciudades colmena? ¿De qué vale la estabilidad laboral o familiar en una oficina, en un tajo, en un negocio, si estamos deseando abandonar la esclavitud para echarnos a la carretera en pos de la alegría de vivir de verdad, hacer lo que nos dé la gana, gritar, beber, comer?

Lo chocante es que de esta forma de vida no tiene la culpa el gobierno, ni el clero, ni el poder judicial, ni las fuerzas armadas, ni la seguridad social ni los talibanes. Y no me vengan ustedes con sociologías, ideologías y otros engaños. Lo que a usted o a mí nos pasa en la vida personal no es responsabilidad de nadie más que de cada uno de nosotros, afanados en transformar la vida cotidiana en escombros, y abandonarlos en la calle.

Dios nos asista, ya que los hombres confundimos la felicidad con el aturdimiento.

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