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Bitácora y apuntes

La Fantasía del Progreso

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El rostro de Marte visto desde el espacio sideral. Foto de F.B. cuando era astronauta.

Fernando Bellón, editor de Perinquiets-Libros

El registro del progreso en la historia de la Humanidad es confuso. Primero porque la Humanidad es una idea metafísica, no una realidad. Los seres humanos no son una totalidad homogénea que progresa al mismo ritmo, están encadenados a la sociedad a la que pertenecen y ellos mismos forman; en otras palabras, hay muchas humanidades. Y segundo porque los únicos progresos certificados entre los seres humanos del planeta son de carácter tecnológico: hoy conocemos nuestro mundo mejor que los griegos gracias a los avances de la ciencia, y en este concepto caben muchas cosas, desde la medicina que cura, hasta la guerra que mata, pasando por la agricultura que nos alimenta y la fabricación de objetos de consumo que antes nos llenaba de orgullo y satisfacción, y hoy nos atosiga.

El Covid 19 está suponiendo una de esos fenómenos que los políticos llaman «punto de inflexión», como la bomba de Hiroshima, la muerte del general Franco o la caída del Muro de Berlín.

Cuando expiró el caudillo a la mayoría de los españoles nos acongojaba el futuro. La perspectiva nos permite saber que la Transición salió bien, aunque podría haber salido mejor si los políticos de entonces se hubieran asomado a la ventana de la historia y observado el daño causado por un sistema autonómico cedido a los separatistas y a los caciques. Fueron décadas de incertidumbre y de terrorismo en estado puro.

Hoy los terroristas están mejor organizados, son virus a los que no puede desarticular ni encarcelar la Guardia Civil.

El horizonte está lleno de nubarrones.

¿Dónde está el progreso social?

Hoy vestimos mejor, comemos mejor, no tememos que nos alcance una bomba lapa en un paseo por la ciudad. Pero el porvenir, siquiera el inmediato, es un muro contra el que hay que darse de cabezazos. Sobre todo los jóvenes. Yo nací en 1949, y los destrozos de la Guerra Civil en bienes y en seres humanos todavía no habían sido reparados. Los que nacieron poco antes que yo en Europa lo tenían igual de mal. El futuro se nos presentaba como un foso que había que saltar a las bravas, sobre todo a nuestros padres, verdaderos magos de la versatilidad. Y aquí estamos.

La reconstrucción de los países y de las naciones es algo material y sometido a las propiedades del progreso tecnológico. Salimos de las guerras en Europa, que se desplazaron a otras latitudes del planeta, donde todavía perviven algunas. Me echo a temblar cuando me pongo en la piel de un contemporáneo mío nacido y vecino de Siria. Sus hijos y sus nietos no tienen ningún futuro, literalmente.

Y sin embargo, la vida sigue. ¿Sigue el progreso?

El progreso político (un concepto vacío, pero vamos a tomarlo como medida de mi razonamiento, como si fuera una fórmula matemática) afecta a las costumbres, a la moral y también a la ética. Pero como es un concepto tan vacío para nuestra práctica cotidiana y vital como el logaritmo de Pi (no sé si existe) es una tontería divagar sobre él. Y sin embargo los políticos no paran de hacerlo, divagar, proclamar, exigir. El caso es que los políticos son necesarios para el gobierno de las sociedades. Pero se podía suponer que después de miles de años de experiencia en la «gobernanza» (¡qué horror!) de los pueblos, podían haber aprendido de modo semejante a los científicos con el conocimiento de la naturaleza en todas sus facetas. Tampoco ha aprendido la población, a mucha de la cual llena de orgullo y satisfacción considerarse progresista.

¿Por qué la política es tan refractaria al progreso?

Porque el progreso es una fantasía, un mito, igual que la democracia.

Pero, sin democracia, ¿cómo íbamos a convivir?

Es una pregunta idiota, porque la mayoría abrumadora de la población del planeta vive y convive sin democracia.

El remedio está en dejarnos de mitos y fantasías, y empezar a llamar a las cosas por su nombre. Esta comprobado que la democracia no es el mejor sistema dentro de los malos para gobernarnos, que hay que buscar la forma de hacer que funcione el bien común, contando con lo que tenemos, unas sociedades que conviven a empujones y bastonazos, un sistema económico que favorece la especulación a escala planetaria, unos intereses inevitablemente contrapuestos y difíciles de conciliar.

Es decir, como siempre.

Con la diferencia de que antaño los problemas y los conflictos se desarrollaban en escenarios más pequeños, y con menos población, prácticamente sin masas. No, no hemos progresado. El progreso es una fantasía que casi todos los políticos se tiran a la cara unos a otros, pasando de los ciudadanos.

Hay una segunda parte: «La Eunomía y la Eutaxia, o quién le pone el cascabel al gato».

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