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Agricultura y naturaleza

La sabiduría campesina en l’Horta Nord de Valencia

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El texto que reproducimos es el proyecto de fin de máster de Francisco Marco Rubio,Técnico Superior en gestión y organización de empresas agropecuarias, Máster internacional de Agricultura Ecológica, Formador Ocupacional y Educador Ambiental. Actualmente trabaja como profesor del certificado de profesional, nivel 2, de agricultura ecológica en la isla de La Palma (Canarias). Se presentó en noviembre de 2014, y su título completo es “Sistematización de los conocimientos de la sabiduría campesina en la comarca de l’Horta Nord de València. Aplicación práctica en el estudio del contexto histórico, cultural y social”.  Francisco dedicó este trabajo a sus padres labradores, Paco «Ferrús» y María «Ulloig». En la fotografía de arriba, Sisco Marco Rubio, a la derecha, almorzando en un bar de Burjassot con los pocos agricultores que quedan en el pueblo.

Sisco en

Sisco en uno de los registros que derivan el agua de la acequia de Tormos por la huerta de Burjassot. Al fondo, la pizarra (maltratada por los vándalos locales) donde los labradores se «atandan», se apuntan para la tanda de riego.

El presente estudio es el fruto de un trabajo de descripción, de recopilación y de denuncia.

De descripción de un paisaje único y mil veces amenazado, de un modo de vida casi extinta basada en el duro trabajo en el campo, descripción también de costumbres y términos asociados a una agricultura tradicional respetuosa con el entorno.

De recopilación de fuentes orales antes de que fuera demasiado tarde, y por tanto, de una recopilación incompleta por las personas que ya nos han dejado y por todas aquellas que ha sido imposible entrevistar.

Y lamentablemente, de denuncia, denuncia por no saber aprovechar la sabiduría de la gente del campo, denuncia por las políticas que obligan a abandonar la actividad agraria y denuncia por permitir y fomentar que desaparezcan espacios de vida.

El actual modelo expansionista de desarrollo rural percibe lo económico como la única dimensión a tener en cuenta y ha generado todo un modelo pedagógico afín a sus intereses y basado en una total dependencia tecnológica.

Es un modelo de aprendizaje piramidal, simple y unidireccional, lo define el binomio enseñar-aprender donde únicamente se le concede el honorable rango de “dueños del conocimiento” a los centros universitarios de capacitación e investigación agrarios, limitados a implementar en sus proyectos y curriculums complejos programas de transferencia de paquetes tecnológicos y soluciones externas, y sólo con ello pretenden acabar con los problemas locales de los campesinos, que son relegados al dudoso rango de “necesitados del conocimiento”.

Este trabajo es la recopilación de una pequeña muestra de la sabiduría campesina de la gente que ha trabajado toda su vida en el campo, que ha generado un paisaje único en el mundo modelando con sus arrugadas manos un lienzo de geometrías y vida.

Es el merecido reconocimiento a una forma de vivir basada en la tradición, la cooperación y un profundo arraigo a la tierra y plantea, al mismo tiempo, una reflexión, la necesidad de incorporar toda esta valiosa información en metodologías para el desarrollo rural alejadas de lo que podría denominarse “la pedagogía de la dependencia tecnológica”, propia del extensionismo agrario convencional, promoviendo una agricultura familiar sostenible apoyada en el diálogo de saberes y en el intercambio de conocimientos, un modelo horizontal, complejo y multidireccional, definido por el binomio compartir-construir.

Un aspecto de la huerta de Burjassot. Al fondo, el urbanismo salvaje en contraste con la iglesia de

Un aspecto de la huerta de Burjassot. Al fondo, el urbanismo salvaje en contraste con la iglesia de Sant Miquel

Contexto cultural, histórico y social de la agricultura tradicional

Podemos entender por “sociedad tradicional” resumiéndolo en pocas palabras, aquella anterior a la industrialización, que en tierras valencianas, se sitúa a mediados del siglo XX, evidentemente con mayor intensidad según los sectores productivos y las diferentes zonas geográficas, y con profundos cortes de espacio y tiempo en su proceso de evolución. El término industrialización no se refiere al conocido como Revolución Industrial, que es un proceso anterior, sino a los profundos cambios en la estructura económica que se produjo en esos momentos y que provocó una gran transformación social: el crecimiento económico, una economía plenamente monetaria, los cambios en la estructura de la población activa –crecimiento de la industria y los servicios en detrimento de la agricultura y la ganadería, con la inmigración de contingentes masivos de población de otras comunidades de España-, el éxodo rural del interior hacia la costa, la producción masiva y seriada de bienes, la mejora de las comunicaciones y la gran expansión de los avances técnicos / tecnológicos. Todo esto, provocó, en la segunda mitad del siglo XX que comenzara a desaparecer un rico mundo tecnológico forjado durante siglos a través de un largo proceso de prácticas de acumulación cultural (Wolf, 1982).

En el contexto de la vida cotidiana tradicional, la agricultura fue el sector más afectado por estos cambios. En las tierras interiores se produjo un importante abandono de esta actividad; en las huertas se generalizó la mecanización y la incorporación de nuevas técnicas y el agricultor de toda la vida emigró a otro país o a las áreas urbanas para trabajar en la fábrica o atender al incipiente turismo. Como resultado de todo este proceso, el extraordinario conjunto de conocimientos adquiridos durante tantos años y generaciones se fue perdiendo poco a poco y con ellos la gran variedad de útiles y herramientas que se utilizaban para el trabajo en las huertas quedó abandonada en el mejor de los casos en los corrales y porches de las casas, si antes no se había quemado ya en la hoguera. Con los objetos no solo desapareció el nombre y la lengua con que se pronunciaba a los mismos, sino también su función y el conjunto de valores culturales en el que se contextualizaban.

Uno de los pocos labradores jóvenes de l'Horta Nord, facilitando el riego de su parcela, previamente preparada para que la inundacion sea provechosa.

Uno de los pocos labradores jóvenes de l’Horta Nord, facilitando el riego de su parcela, previamente preparada para que la inundacion sea provechosa.

La herencia de nuestros labradores

Cuando finalizó la segunda guerra mundial se produjeron grandes cambios en el sector de la agricultura que, lamentablemente, abandonaría los conocimientos tradicionales transmitidos de generación en generación durante siglos y el saber hacer de los labradores que siempre habían vivido unidos a la tierra y a las condiciones de su entorno. En los pocos años que ha durado este proceso de cambio se ha cometido un daño irreparable, se han dejado de cultivar miles de variedades locales que constituían el mayor patrimonio de nuestros agricultores unido inseparablemente al conocimiento de sus técnicas de cultivo y a los criterios de selección. La situación actual es lamentable, los datos son preocupantes, en la actualidad, solamente 120 especies de plantas cultivadas y 14 especies de mamíferos y aves proporcionan más del 90 % de la alimentación del ser humano. (Alföldi, 2002).

La FAO por su parte, estima que cada año desaparecen unas 50.000 variedades de interés para el sector agrario, con pérdidas que pueden alcanzar el 75 % de las variedades vegetales de todo el mundo. La arriesgada apuesta por la uniformidad y la homogeneidad en las producciones agrícolas puede significar el cese de la actividad para muchos agricultores y tener un efecto devastador sobre el sistema de producción de alimentos. Jugárselo todo a una carta, sabiendo que todo el mundo apuesta por la misma, garantiza el fracaso.

Esta situación también afecta a los consumidores, es decir, a todo el mundo, porque se empobrece la variedad de frutas y verduras que pueden ofrecer los mercados y porque sin apenar darnos cuenta se nos recorta el derecho a elegir lo que más nos gusta.

Perder nuestros recursos fitogenéticos de forma irreversible es una amenaza al verdadero desarrollo agrícola y a la soberanía alimentaria de los pueblos, se trata de un patrimonio de la humanidad de valor incalculable, y debería garantizarse su conservación, y la mejor forma de poder hacerlo consiste, simplemente, en preservar el carácter local como una forma de lucha contra la uniformidad que impone la globalización.

La pérdida del papel que desempeñaba el campesino en la selección y mejora genética de variedades locales y razas autóctonas ha resultado clave en la desaparición silenciosa de la diversidad agrícola. Ahora son las grandes empresas que comercializan las semillas las encargadas de la selección y mejora de sus pocas variedades, manipuladas y seleccionadas con criterios nada sostenibles.

Este proceso ha sido progresivo, y se han ido sustituyendo las variedades locales por las comerciales con el solitario argumento de la mayor productividad de las últimas. Atrás ha quedado el proceso tradicional por el cual el labrador era parte activa, seleccionaba las plantas más adaptadas al lugar, aquellas que tenían mejor aceptación en los mercados, etc…, se trataba de una mejora colectiva y compartida, que fomentaba el trueque y no la transacción económica.

La agricultura tradicional, todavía hoy, está muy arraigada a la cultura de los pueblos, sin embargo, la moderna agricultura convencional ha convertido la producción de alimentos en una parte más de la industria.

Ser agricultor es una manera de vivir, la gente del campo conoce muy bien cómo debe aprovechar sus recursos, sería un grave error dejar que se perdiera toda esta importante fuente de conocimientos. “La cultura vivida, la que se transmite de manera no escrita, o se pone en práctica o se pierde” Gómez y Bello (1983).

Por todo ello además de frenar las pérdidas de diversidad biológica, se debe prestar mucha atención también a la conservación de la diversidad cultural, que guarda una estrecha relación con las variedades tradicionales. Nuestros agricultores han sido dueños de una de las culturas agrarias más ricas y productivas de la historia, porque han sabido aprovechar los recursos de su entorno, y sin embargo, poco queda ya de toda esta sabiduría que era la base de “l’ús i costum del bon llaurador” (uso y costumbre del buen labrador) porque se trata de saberes que se mantienen por transmisión oral.

Es fundamental recuperar toda esta sabiduría campesina e incorporarla por escrito para poder unirla a los conceptos agronómicos actuales, junto a otras formas de conocimiento como base para elaborar los ejes agronómicos de la agricultura ecológica (Domínguez et al., 2002).

Parcelación de la Huerta de Valencia. Fotografía tomada de laciudadviva.org

Parcelación de la Huerta de Valencia. Fotografía tomada de laciudadviva.org

La cultura agraria de la comarca de l’Horta de València

La huerta valenciana se encuentra en un área geográfica de unas características muy particulares, con una superficie formada por las aportaciones del río Turia y los barrancos de Carraixet y Catarroja, con una red de riego de origen islámico que asegura el agua hasta el último de sus rincones y que está formada por 8 acequias que proceden del Turia: la Real Acequia de Moncada y las 7 acequias que pertenecen al Tribunal de las Aguas (Rascanya, Tormos, Mestalla, Mislata-Xirivella, Faitanar-Benàger, Rovella y Favara). En este espacio vivía la población rural en barracas y alquerías, arquitectura propia del lugar, donde también era fácil encontrar otras construcciones típicas como los secaderos de chufas, maíz, tabaco y cebollas entre otros cultivos. Los diseños geométricos de los cultivos en campo, la vegetación espontánea de las acequias y la red de caminos dibujaban un paisaje único con identidad propia que rodeaba la ciudad de Valencia, donde todo formaba un conjunto armónico que en buena parte se ha perdido víctima del voraz desarrollo urbanístico de las últimas décadas.

Unos de los elementos más representativos de la cultura valenciana ha logrado sobrevivir gracias a la tenacidad y el buen hacer de la gente del campo que con su duro trabajo diario ha sabido aprovechar la presencia de unos suelos fértiles que mantienen una elevada productividad agrícola desde, muy probablemente, la época romana (Maroto, 1994), fruto y recompensa del esfuerzo es un espacio que representa a uno de los modelos agrarios más eficientes, sustentables y diversos del mundo. Decía Joan Francesc Mira que “era la cosa que los valencianos mejor hemos hecho, más bien que cualquier otro pueblo” (la cosa que els valencians millor hem fet, més que cap altre poble).

Habilitar espacios para ser cultivados cuando nunca antes lo habían estado, requiere de un enorme esfuerzo, y si esta circunstancia se llevó a cabo en el pasado en ausencia de toda la maquinaria moderna que hoy existe, podemos entender las dificultades por las que tuvieron que pasar muchas generaciones de campesinos para llegar a contemplar el paisaje rural de la comarca de l’Horta de Valencia que ahora podemos disfrutar. Dentro de la sistemática de labores agrícolas, el trabajo de poner en cultivo las tierras se encuentra al comienzo del proceso y, como tal, no se repetirá en el ciclo de cultivo de plantas.

Desde que la agricultura se consolidó como actividad productora de alimentos, esta operación ha consistido, básicamente, en un conjunto de acciones orientadas a producir modificaciones del relieve (relleu) que permitieran la reproducción sistemática y exclusiva de plantas domésticas. En el caso concreto de l’Horta de Valencia, dichas acciones fueron más encaminadas a desecar zonas pantanosas y marjales que a modificar sustancialmente un relieve plano.

En las grandes huertas litorales, y los huertos de tamaño medio y pequeño (horts i hortets) del interior, y en las huertas aterrazadas de los valles de los ríos, el trabajo fundamental consiste en aplanar, abaixar la terra, y nivelar para facilitar la homogénea distribución del agua de riego gracias a una amplia red de acequias grandes y pequeñas (sequiots i séquies), que regulan y canalizan el agua de una forma muy eficiente.

Conviure (Convivir)

El ser humano es un ser que vive con otros como él, que convive. Relacionarnos entre nosotros hace que la identidad de la que nos dotamos tenga muchas caras, sólo aparentemente somos un único individuo a lo largo de la vida. Al mismo tiempo somos hijos, padres, maridos, mujeres, amigos o familiares de alguna otra persona, pero también somos integrantes de alguna colectividad al mismo tiempo que somos habitantes de un municipio, ciudadanos de un estado, fieles de una creencia o socios de una agrupación cultural o festiva. Por lo tanto, nos relacionamos de muchas formas a través de los sentimientos con los que consideramos próximos, con las emociones colectivas con los grupos sociales, con la fe con los que ya no están aquí. Familia, sociedad, fiesta, cultura, religión, trabajo, no son otra cosa que sinónimos de convivencia.

Cuentan todos los entrevistados en este trabajo, que, a pesar de las dificultades vividas, de la complicada época que les tocó vivir, la ayuda mutua en las labores del campo generaba comunidad, y aunque alaban los avances de la tecnología agraria que han permitido minimizar la dureza de muchos faenas agrícolas, también echan de menos el trabajo conjunto que servía para fomentar el colectivo, para conversar, para reír y también para escuchar y ayudar a quien lo necesitara. A tornallomes una expresión que se escuchaba mucho en las huertas valencianas y resume a la perfección esa colaboración y ayuda entre la gente del medio rural. La traducción al castellano puede ayudar a entenderla “a devolver (tornar) el lomo o la espalda (el llom)”, muy clarividente.

Muchos de los trabajos se desarrollaban en las casas, acondicionadas a tal efecto, con espacios preparados y diáfanos que permitían conservar y guardar parte de las cosechas que no se habían podido vender o de las que se esperaba obtener un mejor precio en otro momento. Esas labores conseguían juntar a toda la familia, y también a otros campesinos si era necesaria su ayuda.

El antiguo "Moli de la Sal" de Burjassot, abandonado y maltratado.

El antiguo «Moli de la Sal» de Burjassot, abandonado y maltratado.

Casa de vida i treball (Casa de vida y trabajo)

La dot de la casa (el ajuar de la casa)

La casa es el lugar de acogida física y social, el lugar de la intimidad, del agrupamiento familiar, del descanso y del trabajo. Es también el contenedor de numerosos objetos que permiten muchas actividades vinculadas a su cuidado y mantenimiento, la iluminación, la alimentación, la calefacción y la limpieza.

Lógicamente los objetos y el mobiliario estaban vinculados a la posición socioeconómica de sus habitantes; en la mayor parte de las casas eran más bien escasos, sencillos y pobres, y sólo en los casos de gente de mayor escala social eran más abundantes y de mayor calidad.

L’aigua i el foc (El agua y el fuego)

El agua se sacaba de los pozos, aljibes y fuentes y era utilizada para beber, cocinar, limpiar o emblanquecer. Numerosos contenedores la guardaban: cántaros, botijos, jarros; otros la filtraban y mejoraban su calidad. Para las aguas residuales también había bacines o pilas (bacins), con diversas tipologías. La colada se hacía en las baldas con jabón casero (sabó casolà).

El fuego era un elemento importante en la casa y tenía muchos objetos vinculados a él, atizadores (atiadors), tenazas (estenalles), trébedes o trípodes (trespeus) y arrimadores (arrambadors) para manipularlo en el hogar. Hornillos (foguerets) para producirlo, objetos de barro (atifells de fang) para cocinar: ollas (olles), cazuelas (perolets, cassoles), cacerolas (casseroles). Junto a la chimenea (la llar o el fumeral) estaba el anaquel (l’escudeller) con la vajilla (l’escurada): platos, fuentes, tazas.

Por otro parte, el fuego del brasero proporcionaba calor, y el fuego de candiles (cresols), faroles (faralets) i quinqués iluminaba las viviendas.

Molt més que simples objectes (mucho más que simples objetos)

Al ver un objeto, lo primero que pensamos es en su uso, pero si lo analizamos más profundamente, nos muestra las relaciones que se establecen en la sociedad agraria tradicional entre las personas y sus instrumentos de trabajo. Para el propietario es un bien valioso, adaptado a él y que le permite cubrir sus necesidades y progresar en su trabajo; y por eso lo marca con sus iniciales (senyal de propietat). Para el artesano, es una obra única, producto de su habilidad y de muchos años de evolución técnica, y por eso lo marca con un símbolo que identifica su taller (senyal de l’artesà). En cierto modo, el objeto se personaliza.

A veces los objetos tienen formas diferentes según el territorio, es decir, que en determinados lugares adoptan una forma característica. Las razones de esta variabilidad pueden ser diversas: desde el estilo propio creado por artesanos locales, hasta ciertas adaptaciones relacionadas con el tipo de suelo y de producto, y las técnicas de cultivo, pasando por las influencias de territorios contiguos con los que se tiene relación. La fabricación en serie ha acabado, prácticamente, con esta variabilidad que es cultura.

Utillatge agrícola (Herramientas agrícolas)

Hay herramientas agrícolas que desde hace milenios han sido iguales, conocidas como de larga duración. Son formas simples, tan perfectamente diseñadas para su función y tan bien adaptadas al movimiento humano que no pueden ser mejoradas de ninguna manera. Una hoz (corbella o falç) o una azada ibérica o romana (aixada) no son diferentes a las que hoy en día se producen industrialmente.

Hay instrumentos agrícolas que son versiones de un mismo objeto básico adaptado a diferentes operaciones o para ser utilizados en cultivos específicos. Así, por ejemplo, a la atabladora (entauladora) plana, que se utiliza para alisar la tierra de los campos, se le incorporan unos clavos cortantes para romper la costra superficial de la tierra y cortar las malas hierbas, atabladora de ganchos (entauladora de claus). En las marjales se le incorporan unos cortantes oblicuos que sirven para hacer el barro fino y plantar el arroz (draga).

Treballs del camp (Trabajos del campo)

Aunque muchas veces las imágenes preconcebidas nos indican lo contrario, el trabajo del campo es más sofisticado de lo que parece. Hacer surcos (fer solcs) con una geometría casi matemática, injertar (empeltar), labrar entre surcos (llaurar entre solcs), plantar en espacios regulares o en dado (al dau), quitar brotes (desullar) o hacer el plantel (fer el planter) son buenos ejemplos de la especialización profesional que significa labrar la tierra.

En las huertas y marjales, antes de sembrar o plantar había que hacer toda una serie de operaciones para preparar los campos: nivelarlos para facilitar el riego, labrar con la vertedera (xaruga) para orear y regenerar la tierra, desterronar, pasar la draga o la tabla de ganchos, limpiar las acequias y canales o reparar almantas y boqueras.

La siembra se hacía a voleo (a eixam), esparciendo la semilla o ubicándola en los caballones que forma el arado (arroz, cebolla, tomates, melones… La plantación necesita de la realización previa de un plantel (planter), cuando las plantas alcanzan un estado de crecimiento adecuado, se trasladan al campo y se trasplantan (lechuga, col,…). Hasta que las plantas empiezan a dar frutos hay que realizar toda una serie de tareas para garantizar una buena cosecha. Regar, abonar (adobar), escardar (birbar), deshojar (desullar), airear la tierra (orejar la terra) y pulverizar (sulfatar) son las más comunes.

Cada cultivo requería de una técnica para que fuera cosechado. Los cereales se segaban con la hoz (la corbella o la falç) o la guadaña (la dalla) para después trillarlos (batre’ls); los tubérculos eran extraídos con azadas o rejas (aixades o relles) especiales, y las legumbres, las hortalizas y las frutas se cosechaban a mano o con cuchillos y alicates (ganivets i tisores).

L’arrivada de la tecnología (la llegada de la tecnología)

La agricultura también está sometida a la evolución tecnológica. La mecanización con el tractor como símbolo más representativo, y la introducción de los productos químicos (abonos, insecticidas) han sido los grandes hitos de este proceso. Sin embargo, al menos en Europa, asistimos a nuevos planteamientos técnicos, tales como la expansión de la agricultura ecológica o la lucha biológica contra las plagas que así nos lo demuestran.

Los ciclos solares y lunares son los que determinan la agricultura y, en consecuencia, son éstos los que establecen el calendario de las sociedades agrarias. Los tiempos de trabajo y los tiempos de ocio están en función de los trabajos del campo, especialmente de los que más dedicación necesitan, como la siembra o la cosecha, y todo ello condicionado por los fenómenos atmosféricos. Con la tecnificación de la agricultura (invernaderos por ejemplo) se ha conseguido un cierto dominio sobre los ciclos naturales.

A pesar de las ventajas no se puede pensar que toda aportación tecnológica comporta mejoras. La contaminación de tierras y aguas y el agotamiento de los suelos son también efectos provocados por el uso inapropiado de la tecnología, que no puede evaluarse únicamente con criterios técnicos, sino incorporando valores como su adaptación al medio, a los tipos de trabajos y productos específicos y las consecuencias sociales y económicas de su aplicación.

La valuosa ajuda de les cavalleries (La valiosa ayuda de la caballerías)

No se podía entender la agricultura tradicional sin la participación de jacas (aques), rocines (matxos), mulos, burros y bueyes. Su energía (energía se sangre) era necesaria para transportar los productos y para ayudar a hacer los trabajos más pesados, tales como arrancar, labrar, extraer agua o alisar la tierra. El animal era la herramienta más valiosa del labrador y la más cara en el mercado. Una prueba es que tenían y tienen nombre propio, como las personas. Todo un conjunto de objetos asociados a estos animales eran necesarios para que pudieran tirar del carro o la tartana: el colleró, el capçó, els ramals, el sellom, el correjot, la barriguera de carro, la barriguera de tirants, les retranques o el forcaset (per acoplar el forcat) (para acoplar el arado) son sólo algunos ejemplos.

En las huertas valencianas, y en tiempos más recientes, lo más habitual ha sido labrar con el forcate (el forcat), arado arrastrado por un animal. En la parte activa, la que entra en la tierra, se acoplan diversas rejas y complementos para hacer diferentes tipos de labranza. El nombre viene dado por la forma de los timones (en forma de horca) y suele designar a todo el conjunto, aunque detrás también se enganchen a veces vertederas (xarugues), acaballonadoras (cavallonadores) o traíllas (tragelles). Con el cambio de reja (rella) y la colocación de complementos, el arado (l’arada) adopta funciones diferentes:

– labrar sin voltear la tierra. Punzón (punxó)

– hacer surcos amplios. Arpón (arpó)

– labrar profundamente. Reja (rella) triangular

– arrancar malas hierbas en las regadoras. Reja atada o binadora (rella d’ales o

magencadora)

– hacer caballones. Tabillas de encaballonar (postetes de cavallonar)

– separar la tierra. Aletas y orejeras (aletes i orelleres)

– Escardar. Cuchilla (tallant)

Una antigua alquería. Véase la precisión geométrica de los caballones dispuestos para el riego fertilizador.

Una antigua alquería. Véase la precisión geométrica de los caballones dispuestos para el riego fertilizador.

Las viviendas a l’Horta de Valencia

Para hacernos una idea de las viviendas en l’Horta este apartado del trabajo se centra en el análisis de algunos tipos de construcción que suponen la gran mayoría de las casas que podemos encontrar en los paisajes hortícolas tradicionales valencianos. Es evidente que algunos tipos o alguna variante local no estén recogidas en este trabajo pero de las que hablaremos son las más significativas.

La Barraca

Hablar de la vivienda tradicional de las huertas valencianas nos obliga a comenzar por las barracas, arquitectura primitiva muy abundante hace poco más de 100 años y de la cual quedan ya pocos ejemplares. La barraca ha sido utilizada como uno de los símbolos que definen l’Horta, que envuelve a la ciudad de Valencia. Es ya una obviedad referirnos a su explotación iconográfica que la ha convertido en un tópico de referencia de la identidad de los valencianos y ha servido para transmitir la imagen de un mundo rural voluptuoso, fértil, feliz y bucólico, dentro de nuestra tradición folclórica. Pero la realidad era muy diferente. Sirva como ejemplo el acuerdo del Ayuntamiento de Valencia de 1884 en la cual se prohibía la reconstrucción, o nueva construcción de estas residencias con la finalidad de evitar la insalubridad y los numerosos incendios que sufrían. En el trabajo de campo hecho a l’horta de Alboraya he recogido testimonios que hablan de la necesidad constante del mantenimiento de las cubiertas vegetales y de los devastadores efectos que los periódicos desbordamientos que el barranco del Carraixet tenían sobre unas construcciones estructuralmente endebles y realizadas con materiales de escasa resistencia. De hecho la mayor parte de los ejemplares identificados han sido transformados especialmente reforzando los muros con ladrillos y utilizando teja plana o fibrocemento en sustitución de la cubierta vegetal.

Por otra parte cabe remarcar que la barraca tampoco es una forma arquitectónica exclusiva de tierras valencianas. A la costa mediterránea, desde Murcia hasta la Carmarga francesa, pasando por las tierras del Ebro, encontramos construcciones muy parecidas, tanto en su estructura como en los materiales utilizados. Puede ser que se encuentren cambios en el grado de inclinación de las vertientes, o en la sujeción de la estructura portante, en la división interna o en la ubicación de la puerta, pero en esencia son construcciones del mismo tipo. La barraca ha estado, y todavía está presente de norte a sur en el territorio valenciano. La encontramos a la Vega Baja y a la Plana de Castellón, pero la mayor concentración se dio en la zona que envuelve la ciudad de Valencia, la más densamente poblada, lo cual ha provocado que la barraca se identifique con la Comarca de L’Horta.

Durante la Edad Media y parte de la Moderna, los conflictos bélicos, la piratería y la expulsión de los moriscos tuvieron consecuencias catastróficas sobre la agricultura valenciana y provocaron procesos de despoblación y abandono del campo y, en consecuencia, de las viviendas dispersas en favor de los núcleos urbanos, mejor protegidos. Esta tendencia secular al declive se rompió en el primer tercio del siglo XIX, periodo donde se puede encontrar el mayor número de barracas a causa de la desaparición de los peligros anteriormente citados y una vez recuperada la capacidad productiva de la agricultura. Sin embargo, esta expansión de una vivienda tan primitiva solamente duró hasta el inicio del siglo pasado. El crecimiento demográfico y el desarrollo de una agricultura más intensiva y capitalista provocaron que la barraca, de la misma manera que otras viviendas primitivas, con una rígida estructura formal que le impide cualquier posibilidad de evolución tendiera a desaparecer. Bien pronto se encontró en desacuerdo unas nuevas necesidades y usos del pequeño agricultor, el cual, a medida que mejoraban su situación económica, iba sustituyendo el barro y las cañas por otros materiales de construcción que hacían más seguras y confortables las viviendas.

Si nos ceñimos a las barracas valencianas conviene señalar que podemos encontrar dos variantes territoriales significativas: las de l’Horta de Valencia y las de la Vega Baja. Seguidamente describiremos la primera, objeto del presente estudio.

Una de las características de la Barraca de l’horta es que habitualmente está compuesta por dos, y a veces tres, barracas. Como decíamos antes, la estructura y calidad constructiva no permitían ampliar el edificio de la barraca, por eso la solución más utilizada con tal de ganar espacio fue la de repetir el modelo. Generalmente en una se ubica la vivienda y en la otra el establo y el común. Según el espacio disponible de la parcela las barracas se construían en paralelo (en este caso se comunicaban por un pequeño corredor); alineadas sobre un eje longitudinal o en perpendicular. La barraca auxiliar, generalmente más pequeña, solía recibir el nombre de fillola . En la principal había una andana o cambra donde se almacenaban las cosechas y durante muchos años se pusieron cañizos para criar los gusanos de seda para proveer de hilo a la entonces potente industria sedera valenciana. Este sistema de trabajo a domicilio era muy utilizado en las sociedades pre-industriales estuvo muy extendido y proporcionaba a las familias de los agricultores unos ingresos complementarios. También, eventualmente, se podía instalar allí una cama para alguno de los hijos.

Era común la presencia de elementos ubicados en el exterior: horno, gallinero, pozo, cocina, pila, emparrado y banco corrido. La limitación del espacio interior de la barraca y la benignidad del clima hacen que se cree este singular espacio de transición entre el interior y el exterior de la vivienda tan peculiar del ámbito mediterráneo.

Las barracas, a pesar de su sencillez constructiva y de la utilización de materiales del entorno no solían ser construidas por los agricultores. Había unos especialistas, “els barraquers” (los barraqueros), que se encargaban de la construcción, eso sí, ayudados por todos los miembros disponibles de la familia y de los vecinos, con la finalidad de abaratar costos.

L’Alqueria

Puede ser que la palabra alquería sea uno de los conceptos que, tanto desde el punto de vista de las unidades de habitabilidad como desde la tipología arquitectónica, más borroso se nos presenta a la hora de ver la evolución de nuestra arquitectura tradicional. Casi todos hemos hablado u oído hablar de alquerías pero bajo este vocablo se esconden realidades muy diferentes. Intentar definirla y, más todavía, adivinar su origen, sería introducirnos en una problemática compleja donde encontramos desde generalizaciones excesivas hasta interpretaciones que responden a concepciones historiográficas e ideológicas muy determinadas.

Por lo que hace a su definición, pocos nos aportan los diccionarios más reconocidos. Así, por ejemplo, el Diccionari Català-Valencià-Balear que en general es una magnifica fuente etnográfica, solo nos habla de una casa con tierras de cultivo, mientras que el de la Real Academia Española, añade a este significado el de pequeña concentración de casas. Joan Coromines y María Moliner siguen esta línea y hablan de un significado dual, es decir, sería tanto una casa rural como una agrupación de casas. La gran Enciclopedia de la Región Valenciana concreto un poco más y la identifica con una casa de l’horta con una gran propiedad de tierras.

José Mª Casas Torres, uno de los estudiosos clásicos de la arquitectura tradicional, nos habla también de la existencia de dos concepciones al respecto: una de cariz popular, adjudicaría el vocablo a cualquier casa rural aislada de mayor tamaño que las habituales. La otra, por la cual se decanta, se refiere a la casa de grandes dimensiones, generalmente de origen señorial, que se compone de un conjunto integrado de edificios donde habitaban propietarios y colonos, además de las indispensables dependencias para los animales y los almacenes.

Una tendencia, formulada en las últimas décadas por la historiografía valenciana más moderna, incorpora nuevos planteamientos que, a través de la revisión de los documentos, de los vestigios arqueológicos y de estudios lingüísticos y toponímicos ha formulado una tesis que podríamos calificar de “rupturista”, dado que rechaza la continuidad de otros planteamientos y constata las profundas diferencias que existirían entre los sistemas socioeconómicos desarrollados por los sucesivos pobladores: el esclavizador romano, el modo de producción asiático de los árabes y el feudalismo cristiano. Pierre Guichard, especialista en el islam valenciano, ha abordado el tema concreto de las alquerías a la hora de marcar las diferencias entre la sociedad musulmana y la implantada a partir de la conquista del s. XIII, y niega cualquier paralelismo entre las residencias rurales romanas y las alquerías (del árabe alqariyya).

Para este investigador, la población rural de la zona de l’Horta de Valencia se agruparía en una especie de distritos rurales donde había alquerías habitadas por agricultores libres y propietarios de tierras, los cuales pertenecían a un mismo clan familiar tribal. Estas alquerías podrían estar más o menos dispersas o bien formando pequeños núcleos, algunos de los cuales podrían llegar a tener entidad propia, lo que significaría el origen de algunos pueblos actuales. Por otro lado, cada uno de estos conjuntos estaría vinculado a algún recinto o instalación defensiva común. Así pues, el único elemento que, de carácter formal y al mismo superficial, podría tener relación tanto con las villas romanas como con las propiedades señoriales posteriores serían unas residencias rurales grandes con tierras de cultivo, propiedad de altos funcionarios o cargos del gobierno de la ciudad que recibían el nombre de rahal y que se encontraban en lugares alejados de los núcleos urbanos.

La hipótesis de Guichard se adapta bastante bien a la realidad del paisaje que envuelve a la ciudad de Valencia y que es la zona de huerta más grande y poblada de todo el territorio valenciano. Así podemos encontrar alquerías dispersas combinadas con otras que formarían unos núcleos pre-urbanos que darían lugar más tarde a muchos de los pueblos de la comarca. Esto no significa que las alquerías que han sobrevivido sean de época musulmana. Algunos de los propietarios de éstas afirman que son de “temps dels moros” (de tiempos de los moros) pero esta referencia cronológica no se puede interpretar en sentido literal, ya que es una expresión muy utilizada para referirse a acontecimientos y elementos muy antiguos. De hecho, las alquerías actuales más antiguas se pueden datar, como muy pronto, a partir del s. XV. Otra cosa es que estas alquerías se eleven sobre aquellas, bien como nuevas construcciones, bien con reformas sucesivas.

Sea como fuere, lo que queda bien claro es que todas las casas que se encuentran a las zonas de l’Horta no pueden ser clasificadas ni identificadas como alquerías, aunque popularmente sí es así. Existen unas pautas básicas que ayudan a diferenciar a las cases de llaurador (casas de labrador) de las alquerías:

– En general, las alquerías son más grandes que las casas. Aunque algunas casas pueden acercarse a su tamaño. Esta apreciación conviene matizarla, ya que normalmente las grandes casas rurales de l’horta están formadas por la adición de construcciones.

– Muchas de las alquerías tenían o tienen una torre. Algunos investigadores les adjudican un carácter defensivo que se remontaría a la Edad Media y que con el paso de los siglos, con una progresiva disminución de las confrontaciones bélicas y de las revueltas sociales, se convierten en elementos casi exclusivamente estéticos y de ocio que se generaliza a partir del s. XVII. En la comarca de l’Horta son conocidas como torretes Miramar, de planta cuadrada y cubierta acampanada.

– No es nada fácil concretar el origen de muchas de las alquerías, pero algunos elementos nos permiten afirmar que son los elementos más antiguos de l’Horta: grosor de los muros, materiales de compactación, aperturas exteriores, las citas en la documentación antigua y algunas inscripciones nos permiten situarlas entre los s. XV y XVIII. Además, en el trabajo de campo realizado en algunas zonas de l’Horta Nord ninguno de los propietarios actuales que entrevisté recordaba datos de su origen, contrariamente a lo que sucede con las barracas y las casas.

– Las alquerías más antiguas tienen la entrada principal en arco, así como el espacio abierto del muro interior que separa las dos crujías.

– Hay una vivienda para los propietarios y otra para los “estatgers” (residentes). Las alquerías eran propiedad de señores o burgueses ricos que fijaban allí su residencia, bien de forma permanente, o bien de forma temporal, que era lo que solía suceder. En general vivían en la ciudad y se trasladaban a la alquería en los meses de verano. El espacio reservado a los propietarios estaba en la planta alta, mientras que la baja era para los arrendadores. A parte del posible significado simbólico, esta distribución les permitía un mejor aislamiento de las condiciones climatológicas y de los trabajos que tenían lugar en la planta baja y en los patios.

Cuando las alquerías pasaron a manos de los “estatgers” (residentes) muchos de estos espacios se transformaron en cambras, de tal manera que en algunas de ellas todavía se encuentran restos de las decoraciones pintadas en las antiguas estancias de los señores.

– Los espacios económicos ocupan gran parte de la edificación: porches, establos, corrales, gallineros y porqueras, y cambras donde guardar las cosechas y criar gusanos de seda, los cuales, a diferencia de lo que pasaba a las barracas y las casas, se criaban sobre grandes estructuras de cañizos que tenían hasta cuatro o cinco alturas.

– Muchas de las alquerías tienen una capilla o un oratorio dedicados al culto religioso de la familia del propietario y del personal que estaba a su servicio. Allí acudían frailes y curas que normalmente tenían vínculos con la familia y les administraba los sacramentos.

– Muchas de las alquerías disponen de un espacio de transición entre dentro y fuera cubierto por un emparrado.

Con esta relación de características he pretendido acercarme a la definición de aquello que representan las alquerías en el mundo agrario valenciano.

La alquería de Mitja Figa, de Burjassot.

La alquería de Mitja Figa, de Burjassot.

La Casa del llaurador (La casa de labrador)

La segunda mitad del s. XVIII es el punto de inflexión al partir del cual la economía y la población valenciana inician una tendencia de crecimiento de larga duración, lo que no significa que a lo largo de los siglos posteriores no existieran periodos de crisis demográficas y de subsistencia originadas por las deficiencias estructurales de la economía o bien periodos de inestabilidad política y conflictos bélicos.

Las bases de este crecimiento son variadas, por un lado la gran expansión de ciertas actividades manufactureras, especialmente la de los tejidos de seda, que aunque está presente desde principios de la Edad Media, es en el s. XVIII cuando tiene una expansión sin precedentes, tal como lo demuestran los más de 4500 telares que funcionaban en los últimos años del siglo y la importante cantidad de hilo de seda que se exportaba. Esta expansión tuvo grandes repercusiones en el mundo rural, que como ya se ha citado anteriormente, el cultivo de moreras y la crianza de gusanos de seda la hacían los agricultores en sus casas. Había casos, como en la comarca de la Ribera, y más concretamente en Carcaixent, donde se podría hablar de casi un monocultivo de la morera. Hoy nos cuesta imaginar que las grandes explotaciones de naranjos de esta zona fueran campos de morera no hace tanto tiempo.

El otro factor que hizo evolucionar la economía fue el aumento de la explotación extensiva e intensiva de las tierras de cultivo con riego. Así, la desecación de marjales y el embasamiento de secanos, se sumó a la introducción de abonos minerales, que permitían dejar de depender de lo que proporcionaban los animales, que siempre eran escasos en estas zonas. Además se perfeccionaron los sistemas de riego y se introdujeron cultivos más rentables. Todos estos factores provocaron un importante crecimiento cualitativo y cuantitativo de la agricultura valenciana de regadío. También se constata un gran incremento del tráfico comercial, especialmente el marítimo, con las mejoras de los puertos y la incorporación del vapor a la tracción de los barcos, se facilitaba el movimiento exportador y como consecuencia nuestra economía se abría al mundo, y especialmente a Europa.

Ligada a esta expansión económica y demográfica comienza a producirse un cambio en la tipología de la vivienda aislada del entorno rural, supone el principio del fin de la barraca, dejando paso a la casa, y transformando por completo el paisaje de las zonas de huerta. Sin embargo, esta transformación se tomó su tiempo, no fue rápida, porque era un proceso sujeto a la disponibilidad económica del labrador y al hecho de ser construida en muchos casos sobre la parcela que ocupaba la anterior, por lo cual conviene hablar de un cambio muy gradual. De este modo, a medida que se construían las diversas dependencias de la nueva vivienda, se iban derribando las más viejas o se reformaban, y esto suponía que se prolongara durante mucho tiempo la finalización total de la vivienda, e incluso en algunos casos sin llegar a producirse nunca de una manera completa, situación que daba lugar a la coexistencia de elementos de diversas tipologías en una misma casa.

Es importante señalar que muchas de las nuevas casas, o las sucesivas ampliaciones, eran realizadas por el labrador en tierras arrendadas, con lo que se producía la curiosa circunstancia de ser propietario solamente de la construcción (del edificio) pero no del solar, del que continuaba pagando un arrendamiento a precio de

tierra de cultivo.

Es mejor hablar de “Cases de llaurador” (Casas de labrador) que no de “Casa de llaurador” (Casa de labrador) que puede resultar demasiado genérico, la categoría de les cases de llaurador es muy compleja y de una gran variabilidad: Un primer grupo podría englobar a aquellas casas sencillas de una navada o crujía (espacio comprendido entre dos muros de carga), cubiertas por un tejado de una o dos vertientes. Estas construcciones, muchas veces conocidas como casetes (casitas), no solían estar habitadas de forma permanente, eran utilizadas para el descanso de personas y animales, y como almacén de herramientas del campo. Con la llegada del verano, en las huertas litorales, los agricultores solían pasar algunos días en estas casetes; ya que la brisa del mar hacía las jornadas veraniegas mucho más agradables. Normalmente, el espacio interior no estaba distribuido, era un espacio diáfano donde había un espacio para el fuego, una pila y un pesebre. No suele producirse la co-habitabilidad de personas y animales en las zonas costeras del mediterráneo, pero en este caso sí se daba por el carácter temporal de estas estancias.

Un segundo grupo, más frecuente y característico de las huertas que envuelven la ciudad de Valencia, estaría formado por las casas rurales aisladas de dos crujías paralelas a la fachada, con la cubierta a dos vertientes con tejado árabe y los muros de ladrillo cocido. La casa estaba generalmente orientada al este, o a un camino si estaba cerca. En la fachada destacaba la puerta, de dos hojas y “arquitrabada” y ubicada en la parte central que marca el eje transversal de la vivienda y que interiormente se prolonga en el corredor central, a lo largo del cual se distribuyen las diferentes habitaciones. El muro interior tenía un gran espacio vacío en medio. A ambos lados de la puerta había dos ventanas protegidas por rejas de hierro. En la primera planta se repetían los espacios de la planta baja, pero solía haber uno más grande que servía para introducir las cosechas, con la ayuda de una polea. En la planta baja estaban los lugares habitables: cocina, comedor y dormitorios, y en la primera planta (la cambra o andana) se guardaban las cosechas, herramientas y trastos viejos, aunque si hacía falta se habilitaba algún espacio para instalar un dormitorio para los hijos solteros (fadrins). A este edificio principal se unía el establo, el corral y los porches, hecho que proporcionaba como resultado un conjunto de planta definido por formas regulares adosadas.

Antiguamente la fachada principal era la única que se pintaba, con cal y un poco de blanquet (emblanquecer), excepto un zócalo o rodapié (sòcol) de unos 80 cm. Que se pintaba con un color más oscuro o se dejaba lucido con cemento para evitar rascadas y salpicaduras (esguitades). Las otras paredes permanecían de ladrillo lucido, a excepción de la cara norte, a la que se le daba periódicamente una capa de alquitrán para protegerla de la lluvia. En la actualidad el alquitrán ha sido substituido por pinturas impermeabilizantes, de tal manera que hoy es común verlas pintadas de color rojo granate. Por la misma razón, en esta cara, la pared no tenía ventanas o eran muy pequeñas.

Es muy probable encontrar casas parecidas a las aquí descritas, pero que no se adaptan totalmente a los ejemplos citados, eso es, precisamente, una demostración de lo que se decía al principio de este capítulo, la vivienda tradicional, aunque no lo parezca, es un verdadero registro de la vida de las personas, de sus inquietudes y conocimientos y de las circunstancias sociales y económicas de cada momento, por lo que adquieren un carácter de ejemplares únicos e irrepetibles. Lo que se pretende es mostrar un panorama claro y sencillo de este tema a través de la búsqueda de unas características generales que nos permiten, en cierta medida, ordenar un universo tan complejo y ofrecer claves para entender una arquitectura peculiar desarrollada a lo largo de los siglos en las huertas valencianas.

Fotografía tomada del portal laciudadviva.org

Fotografía tomada del portal laciudadviva.org

Los roles de mujeres y hombres de l’Horta

En la huerta había mucho trabajo para las mujeres. María Rubio Alonso cuenta que en la huerta en todas las casas había mucha faena “como mi padre se dedicaba a comprar los productos del campo ahí había muchísimo trabajo. Se tenía que tener siempre la casa impecable porque venía mucha gente a cobrar, normalmente los sábados y los domingos, y convenía tener la casa a punto (en punt d’onze).

Después lo que era el almacén tocaba limpiarlo todos los santos días y los patios eran de losas (llambordes) y costaba mucho barrerlos. En fin, era una casa de mucho trabajo y de mucha gente que acudía todos los días, y se procuraba, sobre todo mi madre, que estuviera muy presentable”.

La vida de las mujeres de l’Horta ha estado condicionada por las necesidades de sus padres y de sus maridos. Cuidar de la casa y de los hijos no solo era una prioridad exigida por los maridos y secundada y controlada socialmente, era lo que se esperaba de ellas. Además las mujeres eran las cuidadoras de la familia, de la suya propia y de la del marido, cuidadoras de los enfermos y de las personas dependientes de la familia. Muchas han vivido primero con sus padres y después con el marido y los suegros en la misma vivienda. “He estado muy condicionada por atender a mis padres y a mis suegros, hemos vivido todos juntos como antiguamente en l’Horta y también he estado muy condicionada a las personas mayores, pero mucho, puede ser porque de pequeña nos influenciaban a que de mayores teníamos que ser amas de casa”, destaca María.

Respecto a las hijas, “ahora tenemos la mentalidad más abierta, mis hijas han hecho su vida que difiere tremendamente de las nuestras y hemos tenido que mentalizarnos mucho las madres, para asimilar muchas cosas de las hijas o de la sociedad, que ahora estamos viviendo. Pero hemos de evolucionar.” María estaba de acuerdo en que su generación ha tenido que hacer un esfuerzo enorme por adaptarse a las nuevas exigencias sociales, porque venía de una sociedad muy machista.

Los Pueblos de l’Horta

L’Horta es uno de los elementos más presentes en todas las conversaciones. Es de hecho un tema transversal porque afecta prácticamente todas las vertientes de la vida que los entrevistados recuerdan y tienen presente. Es significativo que muchos pueblos tienen su origen en una alquería y que la vida de sus habitantes ha estado estrechamente vinculada a l’Horta como paisaje y como medio y forma de vida. La cultura de l’Horta impregna la cultura de sus pueblos y su universo simbólico: los juegos infantiles, los hábitos de los jóvenes, la gastronomía, los olores, las profesiones, el lenguaje, los hábitos sociales, la formas de relación, la memoria,…

Esta vida en l’Horta ha ido encogiéndose a medida que la ciudad avanzaba sobre los pueblos pero a pesar del paisaje actual de edificios altos y hormigón todavía quedan en la memoria puntos físicos de referencia relacionados con la huerta. Se pueden encontrar indicaciones como “on estava l’alqueria del moro” (donde estaba la alquería del moro), “on tenia la tenda el Famós” (donde tenía la tienda el Famós), “on estava l’alqueria del Pí” (donde estaba la alquería del Pino),… Son lugares que físicamente ya no existen pero que continúan en la memoria de los más mayores y que todavía siguen de punto de referencia para la orientación.

También una de las referencias para valorar la magnitud del cambio que han sufrido los pueblos de l’Horta es la expresión “abans tot era horta” (antes era todo huerta) o “d’ací fins a… tot era horta” (de aquí hasta… era todo huerta).

María Rubio (1934) nació en la Calle Milagrosa y ésta finalizaba en la huerta. “Al final de mi calle todo era huerta y éramos privilegiados, de noche cuando estábamos en silencio escuchábamos el sonido del mar. Abríamos las ventanas y le decía a mi madre: “¡cómo se escucha el sonido del mar” Era muy bonito y todo aquello ya se ha acabado. Ahora todo son fincas, ves menos a la gente y te sucede que vas al cementerio y ves que éste señor o el otro se ha muerto y te das cuenta que no te enteras de lo que pasa. Antes éramos como una familia”.

Se habla de l’Horta como un espacio propio, escenario de vivencias y vínculo fundamental en la vida de los entrevistados como elemento de calidad de vida relacionado directamente con la uno de los cambios más evidentes y radicales en los pueblos.

Algunos de los entrevistados se suman al discurso de lo inexorable de la destrucción de l’Horta a causa de lo que denominan “progreso”, identificado éste como la extensión de la ciudad urbanizada. Hablan del progreso como una causa irremediable de la desaparición de la huerta. Esa creencia de que no es posible otra forma de crecimiento, de progreso, que no implique necesariamente del terreno cultivable de alta calidad es muy reveladora del concepto de progreso que sostienen algunos entrevistados, estrechamente vinculado con el urbanismo y que encontramos en el discurso dominante en los medios de comunicación valencianos.

L’Horta está directamente relacionada a la memoria de sus sabores y olores. El recuerdo más agradable de Conchín Crespo (1940) es la paella a leña hecha en la alquería de sus abuelos con animales de corral, garrofó de la planta que había plantado su padre y bajoqueta acabada de recoger.

Ella todavía cogió el relevo de su madre para matar los animales de casa. Alguien lo tenía que hacer, explica, y normalmente eran las mujeres. “T’has de fer l’ànim, filla” (debes hacerte el ánimo, hija), le dijo su madre y así fue.

Por las acequias, de agua muy clara cerca de su alquería, pasaban anguilas y Conchín Crespo (1942) todavía recuerda coger alguna y comérsela en casa.

José MarÍa Crespo (1931) recuerda l’arròs a banda de su madre. Casi todos los entrevistados tienen en la memoria aquellos sabores y olores de productos frescos de l’Horta que ya no pueden encontrar en los alimentos que compran en el supermercado. “No val res”, dice José Dasí (1932), refiriéndose a los productos de invernadero que vienen de una cámara frigorífica. Sienten en ese sentido una valiosa pérdida. Recuerdan el sabor intenso de las carnes de los animales criados en casa, pero también de la flor de las habas en los campos, de la flor de los limones y de los naranjos. “Comíamos cosas auténticas, no como ahora que no sabes lo que comes”, dice la hermana de José Dasí, Encarna (1929), ama de casa de Burjassot.

En este sentido lamentan que se haya perdido la proximidad del origen de los alimentos que consumen, y por tanto también la seguridad sobre los productos químicos y procedimientos utilizados en su cultivo y sobre su calidad.

En las fiestas de Pascua, se comía la mona, con un huevo, y también “podías comer carne el día que tú quisieras, ni era pecado ni nada” si pagabas la bula de 25 o 40 pesetas que pagaba la madre de José Dasí. Los que no podían pagar comían pescado, arròs a banda, garbanzos, y esgarrat, entre otros.

Una actividad relacionada con la cocina y mencionada en diferentes ocasiones, era la costumbre de ir a la huerta a recoger caracoles cuando llovía y después hacer caragolades que Concha Camps (1933) recuerda en la calle, en fiestas, con una mesa bien larga llena de niños.

En la tienda de Ultramarinos Silvestre, “Ca’ Silvestre”, se compraba todo de la huerta de los alrededores. Los productos alimenticios eran próximos y de temporada. El padre llevaba habas, patatas, alcachofas, coles, lechugas, mandarinas, naranjas, calabazas, pimientos, pepinos, fresas, “que empezaban en las fiestas de la Virgen, no como ahora que hay todo el año” dice Rosario Marco (1943). Y todo era de l’Horta de València. En la actualidad, explica, muchos productos vienen de invernaderos de Almería, las cerezas de Navidad vienen de Argentina, la patata suele venir de Holanda, Francia y Almería, pero la verdura de invernadero no tiene el mismo sabor que el de la huerta de aquí. Lo recogen muy verde y fuerzan la maduración en cámaras.

Los sabores, recuerda Rosario “eran mucho más intensos entonces, más ricos en el campo apenas se utilizaba un poco de azufre para los tomates. No había tanta contaminación como hoy, el agua de las acequias pasaba muy limpia. De hecho yo he recogido con mi padre anguilas en las acequia, y nos las hemos comido, y también nos hemos bañado. Las hortalizas las regábamos con esta agua y los animales se alimentaban con piensos naturales, por eso una vez cocinados tenían un sabor muy bueno, el mismo que las gallinas en la olla, ponías un trozo de esa gallina en la paella o en la olla, como los pollos y los conejos, y los sabores eran muy intensos”.

Los olores también se guardan en su memoria, porque la huerta era un jardín, en invierno había habas, que tenían una flor con su propio aroma; todas las casas tenían uno o dos limoneros, o un naranjo que cuando estaba en flor te llegaban esos olores, era maravilloso. Cuando venía la primavera las flores silvestres que salían por todas las acequias y los márgenes tenían sus olores y su belleza, era otro estilo de vida diferente al de hoy. En la actualidad, los niños conocen las plantas y los animales por los libros, pero entonces los vivíamos, formaban parte de nuestra vida.

En la posguerra se pasó mucha hambre es va passar molta famtodo y que algunos entrevistados explican que en la huerta al menos había algunos productos de casa, como los huevos porque tenían gallinas, patos y cerdos y se podía aguantar mejor que en las ciudades. De todas maneras, la gente se mataba por ir a espigolar, dice Paco “el Polit” (1934). El recuerda recoger zanahorias en la huerta, limpiarlas en la acequia y comérselas en el momento, y con eso llegar a casa con la merienda resuelta.

Los que vivían en la huerta y de la huerta contaba Toni “el de Fermín” (1930) “sí que era más fácil que no pasaran tanta hambre pero para los que no eran agricultores era diferente, y si tenías algún corral o alguna gallina te venía muy bien”.

L’Horta siempre ha estado en simbiosis con la ciudad, proporcionándole alimentos frescos y oxígeno y por otra parte llevándose o retirando la basura que a su vez servía para producir más y mejores alimentos. Los agricultores, explica Toni “el de Fermín”, (1930) iban a la ciudad a por la basura todos los días con los carros. A las 3 o las 4 de la madrugada cogían los carros y se iban al centro de la ciudad, recogían la basura y la dejaban secar en el campo para después poder abonar; a final de año algunos agricultores le llevaban una calabaza o algún producto de la huerta a la persona que le daba la basura todo el año en compensación, dice Toni.

Además, en las alquerías era común sentarse a la fresca, en la puerta de casa cuando se escondía el sol. María Rubio que los veranos los pasábamos allí -en la alquería de sus padres a l’Horta- a la fresca, aquello sí que era a la fresca. Salíamos allí y la brisa del mar nos llegaba porque en Alboraya llegaba muy bien la brisa del mar.

El ambiente era de vecindad en toda la huerta y en toda Alboraya, se conocían todos, eran una piña y cuando alguien necesitaba alguna cosa o le pasaba alguna desgracia, todo el mundo acudía, cosa que ahora no ocurre, no sabes quién vive arriba, ni quién vive abajo y te cuentan que a “Fulano” le ha cogido un no sé qué y te das cuenta que no sabes nada. Entonces era diferente. Eramos una gran familia. Si venía alguna persona de fuera, bien porque se casaba alguna chica del vecindario con un chico de fuera o bien porque venía alguna familia de fuera a vivir, se les acogía enseguida como uno de tantos, eran una más, asegura Fina. Era suficiente que supieras que alguien estaba pasando por un momento de necesidad y, aunque ninguno iba sobrado, todo el mundo se volcaba, un plato de comida,…, si se le había perdido la cosecha se le recogía dinero y se le decía que estuviera tranquilo y que lo devolviera cuando pudiera, como una gran familia, que ahora se reduce a padres e hijos, pero que antes era en toda la huerta o en los pueblos, como quieras decirlo, que éramos todos, dice Fina Rubio (1932).

Esa proximidad también tenía sus inconvenientes, el control social era muy evidente. Había mil ojos observando con quien ibas o con quien dejabas de ir, comenta Rosa Navarro (1942), porque todo el mundo se conocía.

La llengua

Hablar valenciano “estaba prohibido” dice más de un entrevistado y también estaba mal visto socialmente. La prohibición de la que hablan es el fruto de la represión del régimen franquista decidido a imponer el castellano como la única lengua nacional en todo el país. Esta represión se inició en los años 40 y se extendió hasta bien entrados los 70. Hay testimonios de alguna de las personas entrevistadas, que todavía sufrió el menosprecio en la ciudad de Valencia por hablar valenciano a su hijo en 1.979. El valenciano se identificaba como lengua de las personas humildes, sin formación académica, una lengua de gente de pueblo, entendido este calificativo en el sentido de ignorantes.

Encontramos entre los testimonios el relato de unas circunstancias que no son extrañas en la huerta y que son fruto de aquella época: familias de padre y madre valenciano-parlantes que deciden hablar a sus hijos en castellano para que tengan, según se consideraba en ese momento, más oportunidades, y no sean considerados ignorantes, pobres o de pueblo. La misma Concha Camps dice “lo hablamos entre nosotros“, refiriéndose a una conversación mantenida con su marido para decidir qué lengua le hablaban a sus hijos, ellos son valenciano-parlantes y decidieron utilizar el valenciano con sus descendientes porque iban a seguir el trabajo en el campo.

El hecho de que años después, entre algunos hábitos sociales, el valenciano empezara a revalorizarse propició que en una misma familia que a los hijos nacidos en los años 60 se les hablara castellano y a los nacidos en los 70 y 80 se les hablara en valenciano.

Hablar valenciano era de “poca categoría” y por eso las de Rosario Marco, la anticuaria, que todas ellas hablaban valenciano en casa, le advertían cuando iban al cine Alameda de Valencia: “cuando salgamos del cine, Rosario, habla castellano o pensarán que somos de pueblo”. Existía el complejo de sentirse inferior por el hecho de hablar valenciano y las chicas cuya lengua madre era el valenciano, hablaban entre ellas el castellano para no ser excluidas o menospreciadas. Cuando las mujeres de Alboraya iban a comprar a Valencia, por ejemplo a “El Siglo Valenciano”, según recogen varios testimonios “si hablabas valenciano no te atendían igual, sino peor”, de hecho Mª Carmen Crespo le decía a su madre “cuando entremos en la tienda, madre, no hables”, porque su madre no sabía hablar castellano y ella, dice, que si la madre utilizaba el valenciano pensarían que éramos de pueblo y nos atenderían peor”.

En la escuela, el valenciano significaba que te pusieran un 0, como dice algún entrevistado, pero José (Pepe) Monzón tuvo de maestro a Carles Salvador “que solo hablaba valenciano” y era el único en la escuela.

El valenciano ha sido la lengua de Alboraya y de l’Horta aunque con la dictadura el castellano se impuso, al menos fuera del ámbito doméstico, pero afortunadamente, en la actualidad y en el ámbito rural, se habla y se escucha “valencià” en la mayoría de casos.

Existen muchas expresiones y vocablos que pertenecen al mundo agrario que pierden una parte importante de su significado si se traducen a otra lengua, la desaparición de ciertos cultivos y labores asociadas a los mismos es también la desaparición de esas palabras que los nombran y describen. Es por ello que este trabajo también se ha volcado en recuperar parte de ese interesante vocabulario agrícola que ha surgido en las múltiples entrevistas que he podido llevar a cabo sobre cultivos, viviendas, aperos, gastronomía, etc.

Llaurador Valencià
Aqueix home magre,
tronc de garrofer
que té el parlar agre
i el callar sincer.
Aqueix home imatge
de terra en guaret,
esdau de l’oratge
i senyor del fet.
Home de cintura
àgil com el blat
fet a la postiura
d’arbre i de sembrat.

Situación privilegiada

Una mayor variedad de cultivos

La fertilidad del suelo (profundo, rico en nutrientes y arenoso en las zonas aluviales más próximas al litoral), la benignidad del clima ( sin grandes oscilaciones térmicas y temperaturas moderadas al invierno) y la disponibilidad constante de agua (gracias a una compleja red hídrica y a una organización “secular” de su uso) hacen de la huerta un espacio privilegiado para la actividad agrícola, permitiendo tanto la posibilidad de tener hasta tres cosechas anuales como la de introducir nuevos cultivos demandados por el mercado. En las zonas de secano la situación es la contraria: zonas de monocultivo cerealista de una cosecha anual que se complementa con cultivos arbustivos y arbolado (vides, olivos, almendros y algarrobos). Bien es verdad que en casi todos los pueblos del interior encontramos pequeños huertos ubicados junto a cursos de agua dedicados al cultivo de productos diversos destinados al autoconsumo o al intercambio local, pero no son significativos a nivel general.

La agricultura valenciana de regadío es, desde hace siglos, un ejemplo de adaptación al mercado tanto en productos como técnicas y en continuo crecimiento sobre el territorio de secano.

La proximidad a los centros de producción de herramientas

Es una peculiaridad de la geografía valenciana que algunas ciudades se encuentren en plenas zonas de huerta. El ejemplo más claro y palpable es el de las dos ciudades más importantes del antiguo Reino, Valencia y Orihuela, prácticamente rodeadas de huertas y marjales. Por esta razón, y a pesar de tener todas las características propias de las grandes ciudades (presencia física del poder terrenal y espiritual y centro administrativo, cultural y de manufacturas), la agricultura tiene un gran peso específico.

La ciudad y la huerta están totalmente imbricadas en una estrecha conjunción de intereses: la ciudad es el mercado donde cada día acuden los agricultores a vender su cosecha y a llevarse los desperdicios urbanos que les servirán de abono para sus campos; allí residen los dueños de muchos de los campos, a los que conviene ir a pagar periódicamente las rentas en los palacios donde viven; allí se reúne el Tribunal que dirime los conflictos relacionados con el riego, y en ella están los artesanos que les proporcionan los útiles. Estos especialistas en la producción de aladres, palas forques i garbells, de recipientes de madera y esparto, los picadores de rulos de piedra y los herreros que fabricaban azadas y legonas se concentraban en determinadas calles que todavía llevan su nombre (carrer dels aladrers, dels manyans, dels rolons, de l’espart, etc.), todos ellos en la ciudad de Valencia (Gregoria i Palanca, 1990).

La capacidad de adquirir medios de producción no solo dependen de la situación económica del agricultor sino también de la posibilidad física de adquirirlos, por lo cual la proximidad de los centros de fabricación de los mismos es fundamental. Si a eso añadimos que habitualmente es en las ciudades donde se crean y/o llegan las innovaciones tecnológicas, podemos hacernos una idea de la importancia que tuvieron en la evolución de la agricultura en sus zonas de influencia. En las áreas rurales más lejanas los proveedores de este tipo de material eran los pequeños talleres locales (fundamentalmente de herreros y carpinteros) o los artesanos y vendedores ambulantes.

Mejor Renta Agraria y una economía basada en el sistema monetario

Las huertas suelen estar ubicadas en las zonas de influencia de las ciudades y poblaciones valencianas, y por tanto, cerca de los mercados. Esto supone que el sistema de intercambio de bienes se realiza a través del dinero, quedando el de productos y servicios a una escala muy reducida, hecho que permite que el agricultor disponga de efectivo para comprar aquello que necesita, situación que contrasta con los datos obtenidos en esta investigación realizada en bastantes pueblos del interior valenciano, donde hay una mayor presencia de intercambio de productos y de la producción doméstica de bienes hasta bien entrado el siglo XX.

Sin embargo, y a pesar de esta diferencia entre la huerta y el secano, conviene destacar que los sistemas de compartir las dificultades y resultados en la organización del trabajo tiene plena vigencia entre los pequeños propietarios de la huerta y otros. De esta manera el fenómeno del treball de torna, en el que dos o más productores poseen en común tanto los medios de producción (sobre todo el que tenía animales de tiro o una herramienta cara y compleja), como el tiempo y el esfuerzo en el trabajo (especialmente en aquellas partes en el ciclo agrícola más intensivas como la siembra o la cosecha) era completamente habitual también en los espacios de huerta. Otra de las formas de compartir la explotación agrícola habitual era la de anar a mitges (ir a medias), en la que propietarios que por alguna razón no podían hacerse cargo del trabajo (viudas, herederos lejanos, vecinos o parientes, etc.) ponían la tierra de su propiedad a disposición de otros que físicamente se encargaban de trabajarla con la misma participación tanto en el coste de la explotación como en el producto. Finalmente, en el proceso de mercantilización de la economía de la huerta se experimenta, a partir de la década de los 60, una mayor presencia absoluta en el uso del dinero a todos los niveles, incluyendo las formas de organizar el trabajo.

Los cultivos especiales

Otra de las razones por las cuales en las zonas de huerta el labrador necesita crear una herramienta especifica o adaptar las suyas habituales para el trabajo de la tierra es la existencia de “cultivos especiales”. Con este concepto se designan aquellos cultivos que se concentran en zonas con características geográficas muy determinadas, bien por las propiedades intrínsecas del suelo, por la disponibilidad suficiente de agua o por la existencia de una industria transformadora especializada.

Suelen tener una rentabilidad mayor que los cultivos tradicionales y su venta está prácticamente asegurada, ya que suministran a franjas de mercado muy concretas. Este es el caso, por ejemplo, del naranjo, el tabaco, la morera, las hortalizas, el arroz, la chufa, el cacahuete, el cáñamo o el cultivo de la palmera en las huertas meridionales valencianas. Algunos han desaparecido morera y cáñamo-, otros han quedado reducidos a la mínima expresión cacahuete- y otros, a pesar de las dificultades, continúan cultivándose naranja, arroz, chufa-.

El trabajo en las huertas es intensivo y eso se debe a dos factores fundamentales: la simultaneidad de cultivos, incluso dentro de una misma parcela- y la ya mencionada diversidad. Eso hace que el agricultor necesite de muchos conocimientos técnicos, de entre los cuales podemos destacar:

* determinar el orden anual de las cosechas (rotación), ya que una mala programación puede agotar los suelos. Por ejemplo: el cultivo de nabos o el trébol proporcionaban hidrogeno al suelo; la chufa extrae (espleta) los nutrientes,…

* conocer la técnica de cultivo de planteles. La cual permite evitar faltas en la siembra y conseguir unas plantas más uniformes. Se suelen realizar en pequeñas parcelas habilitadas en los extremos de los campos.

* efectuar la selección de semillas. Cuando la cosecha había sido buena los agricultores apartaban la semilla que una vez seca era guardada en pequeños sacos de tela hasta el año siguiente.

* la construcción de barracas de caña para cultivar las legumbres y los tomates.

* conocer los diferentes tipos de abonado y la cantidad que se necesita suministrar a cada cultivo, así como la periodicidad de los riegos.

Es lógico que una gran variedad de productos y de técnicas de cultivo corresponda también a una extraordinaria diversidad de útiles y herramientas de entre los de uso general en las huertas podemos citar los siguientes:

Tallador de planter: especie de hoz con la hoja grande y robusta que tiene el corte en la parte exterior y que sirve para cortar porciones de tierra con plantel (gassons)

Llença: cuerda fina y larga que a espacios regulares lleva una marca o un nudo. En los extremos va ligada a sendos palos o clavos largos. Se clava en los dos extremos del caballón para distribuir las plantas a espacios regulares.

Palustre: paleta de hoja elíptica con un mango de madera del tamaño del puño. Mango y hoja se encuentran en planos diferentes ya que ésta acaba con un codo de

90°. Se utiliza para plantar.

Bicicleta: rueda de bicicleta con un manillar. En la parte posterior de la rueda lleva incorporada una pequeña hoja para escardar entre los caballones.

Birbadora: bastidor de hierro que en su parte inferior lleva diversas hojas colocadas alternativamente. Sirve para birbar (escardar) Algunos modelos incorporan un rulo metálico en la parte posterior que permite aplanar la tierra en la misma operación. Puede ser arrastrada por un caballo.

Ganxos: herramienta parecida a la Birbadora pero que sustituye las hojas por ganchos en forma de L y se utiliza para romper la costra superficial de la tierra.

Taula llibre: compuesta por dos pequeñas tablas rectangulares de madera que en la parte inferior llevan colocados a espacios regulares clavos de hierro. Se articulan por un eje longitudinal, de tal manera que se adaptan al ángulo que se forma entre los surcos y el caballón, sin afectar a las plantas. Se puede utilizar arrastrada por un caballo.

Orelleres: es un complemento del aladre parecido a una hoja que se coloca junto al punzón o la reja (el punxó o la reixa) y que sirven para ampliar el surco en sentido horizontal. Hay de diversas formas y medidas.

Postetes d’encavallonar: complemento de madera del aladre que permite hacer caballones.

Llegonet: Es una llegona (legón, legona) en miniatura (la pala puede tener 2 cms.) que se utiliza para birbar (escardar).

Se analizan a continuación las peculiaridades tecnológicas del trabajo del ciclo en la tierra de algunos de los siguientes cultivos:

Hortalizas

Son los cultivos por excelencia de l’Horta y de hecho son definidos por los diccionarios como las plantas que se cultivan en las huertas y se caracterizan por necesitar riegos constantes en líneas generales. Componen un amplio conjunto de especies y variedades, que comprenden desde las verduras, de las que se consumen sus hojas (lechugas, escarolas, acelgas, espinacas, coles,…) hasta raíces y tubérculos (patatas, zanahorias, boniatos, nabos,…), pasando por legumbres en verde (habas, guisantes, judías,…). Las imágenes más populares y extendidas de la huerta son, precisamente las de los campos muy bien trabajados en los que podemos encontrar una gran variedad de cultivos, agrodiversidad, que componen un magnífico mosaico de colores y formas.

El naranjo

Es el cultivo más representativo de la agricultura valenciana, pero no de la comarca de l’Horta. Del que se dice que fue el primer huerto de naranjos, plantado en Carcaixent en 1791, hemos alcanzado las más de 180.000 há. del año 2009 y se ha transformado en nuestro paradigma agrario, llegando incluso a alcanzar tintes de identidad. No se conoce en la historia de la agricultura valenciana otro caso de mayor éxito en la expansión de un cultivo. Conviene citar al respecto que es un fenómeno tan extraordinario que va más allá de la tradicional división entre huerta y secano, difuminando sus límites. De hecho, el naranjo ha colonizado grandes extensiones de tierra antaño dominadas por la vid, el algarrobo y el olivo, llegando incluso a ocupar las faldas de las montañas más bajas. Paradójicamente el cultivo del naranjo hace años que fue desplazado de sus originarias zonas de huerta con el objetivo de evitar la dependencia de un monocultivo asentado sobre tierras que podían ofrecer hasta tres cosechas al año. Es importante pues, establecer la dicotomía entre secano y regadío, porque este último espacio no se puede asimilar a lo que conocemos como huerta tradicional, sólo comparte con ella la presencia constante del agua, pero no las estructuras culturales, en sentido amplio, que la caracterizan.

Al principio, la tecnología del cultivo del naranjo se diferenciaba poco de la de otros frutales, pero rápidamente empezaron a generarse adaptaciones e innovaciones con el fin de mejorar las condiciones de trabajo, aumentar la productividad y crear productos adecuados al gusto de lo que solicitan los mercados. De entre todo este variado conjunto técnico podemos destacar los siguientes elementos:

Les estufes (las estufas): colocadas en los campos para evitar las heladas.

Les màquines de sulfatar (las máquinas de pulverizar): para el control de plagas y enfermedades.

La gandula: una azada de mango largo para trabajar por debajo de los árboles sin necesidad de agacharse.

Les botelles: para combatir la mosca blanca

Les alicates (las tijeras): específicas para recolectar la naranja

Así como la creación de una mecanización específica, sirva como ejemplo los motocultores fabricados por una empresa de Villareal, al sur de Castellón, MACAPER, o la constante expansión de nuevas variedades que se conseguían a través de la técnica tradicional del injerto.

CONCLUSIONES

Este trabajo ha evolucionado como lo hacen las cosechas hortícolas que cultivan los campesinos de la huerta valenciana, nada tiene que ver con sus orígenes y objetivos, no es momento de explicar los motivos personales que me han obligado a reinventar el estudio y reconvertirlo en una recopilación de datos bibliográficos mezclada con la información extraída de las entrevistas y las imágenes aportadas al mismo.

Hubo momentos trágicos, de auténtica desesperación en el desarrollo del estudio original, las semillas han desaparecido o han perdido su viabilidad, algunos de los encuestados ya nos han dejado, éste era el motivo y la razón de este trabajo, al año pasado perdí a mi padre, agricultor de los de toda la vida y me quedaron muchas preguntas por hacerle, estamos llegando tarde para recuperar todo el legado y la información que guarda esta gente.

No me importa la calificación de este documento, espero seguir entrevistando a muchas más persones antes de que sea demasiado tarde. Sus modos de vida, su amor a la tierra, sus historias relatadas con la emoción propia de remorar tiempos de su juventud me han servido de aliento para proseguir el camino y presentar estas hojas que espero sirvan para entender el verdadero objetivo del proyecto, recuperar y valorar a la gente que vive del medio rural.

1 Comentario

  1. Jose 25 abril, 2020

    Covid 19 o el desprecio a nuestros padres. Amemos lo nuestro y veremos pasar al mundo por delante de tu casa.
    El desig del que no tens et porta virus extranys

    Responder

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