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Cultura y comunicación

Tras las huellas de Germana de Foix

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Antonia Bueno Mingallón

Comienza este octubre de 2022 mientras paseo por el centro de Toulouse, la Tolosa occitana, capital histórica del Languedoc, ahora la cuarta ciudad más poblada de Francia. Las calles están llenas de ecos en castellano, muchos de sus habitantes son hijos o nietos de aquellos españoles que escaparon al exilio al final de la República; pero también de voces árabes y mujeres veladas. Sorprende la cantidad de mujeres, muchas jóvenes y perfectamente maquilladas, que se esconden bajo los velos, supuestamente reivindicando una cultura. A mon avis, en mi opinión, perpetuando una costumbre emanada del patriarcado, que ellas asumen como si fuera su libre elección. Mientras las mujeres no sean libres de ponerse o quitarse el velo, mientras sean ultrajadas e incluso asesinadas, como ha ocurrido en Irán con Masha Amini, no podemos de ninguna manera aceptar que se trate de un hecho cultural.

Abro así esta pequeña crónica, porque éste es uno de los aspectos que más me han impactado de mi estancia en Toulouse, invitada por la universidad Jean Jaurès para impartir una conferencia y varios talleres teatrales en el proyecto “TransMigrARTS”, transformando la migración por las artes, que coordina magníficamente Monique Martínez y su equipo. Los talleres resultan muy estimulantes. Ayer concluimos la sesión creando una historia colectiva sobre Aisha, inmigrante argelina, y su odisea para llegar a Francia.

Esta estancia de dos semanas en Toulouse ha sido una experiencia fantástica. Por un lado, mi participación en “TransMigrARTS”, por otro mi acercamiento a las tierras de Germana, sobre la que me dispongo a escribir una obra teatral. La Germaine, migrante ella también, nacida francesa y convertida en reina española por arte del tratado de Blois, uno de esos acuerdos en los que las mujeres suponían una letra de cambio entre reinos, en este caso entre el español Fernando El Católico, viudo de Isabel, y el francés Luis XII, tío de Germana.

He intentado seguir la pista, olfatear las huellas de Germana. Mi estancia en Toulouse ha estado enriquecida por mi viaje a Foix, lugar de nacimiento de Germana, y a Mazères, donde los condes de Foix pasaban los veranos y cuyo alcázar ardió cuando Germana tenía cinco años.

Algunas bicicletas, la sordina de un motor, una vespa que siempre me recuerda la llegada de papá joven. La mañana transcurre plácida bajo el magnolio de la Biblioteque. He bajado del metro en la gare Patte D’oie, Pata de Oca, quería sentir si había algo mágico en ese emblema occitano, que me acercara a mi Germana. De la plaza salen cinco calles, de ahí el nombre. A mi espalda un puesto de fruta, un tabac, un spar y un cartel: “Choisissez vous projects pour votre quartier”, elige tus proyectos para tu barrio. Enfrente un raro edificio con torre redonda como atalaya de ladrillo oteando la plaza. Al fondo una grúa iniciando la construcción de lo que serán nuevos bâtiments, hogares donde se amarán, se odiarán, se aburrirán nuevas familias. Tilín tilín de bicicletas y un autobús que va a Marengo. En su frente: “Je monte, je valide” yo subo, yo valido. Hojas caídas alfombran este cálido otoño.

Al acabar los talleres camino y camino, cada día casi 10 kilómetros. En busca de las huellas de Germana me topo con una tienda que anuncia gafas en 10 minutos por 10 euros y con una pancarta que dice que Toulouse acogerá la Copa Mundial de Rugby 2023. Observo a la gente sin mascarillas. Qué pronto hemos olvidado la pandemia, parece que fue hace siglos… o que nunca ocurrió.

Una nueva plaza, un nuevo oasis de descanso en mis caminatas y mis talleres, un nuevo observatorio de la ciudad. Plaza Wilson. Una joven cubierta de pies a cabeza empuja el carrito con su hija. ¿Logrará esta pequeña su derecho a dejar volar sus cabellos?… A mi izquierda, en este nuevo banco, otra musulmana velada. Estar en vela, velar la muerte del velo y luego lanzarlo al fuego liberador, como hacen valientes mujeres en Irán. No suelta el móvil, que escucha tamizado por el velo. A mi derecha una pareja de jóvenes tolosanos acariciándose, fundiendo sus labios recién estrenados. Quién sabe qué será de ellos y de sus futuros…

Me dejo discurrir en este viernes, como discurren las barcas y los péniches por el canal du Midi y el río Garona, la grande rivière Garonne, y llego hasta le quai des exiliés espagnoles. ¿Llegaron también ellos hasta este margen fluvial, junto a la chûte? La caída de agua está hoy seca, como mi piel, debo beber más agua. Luego camino hacia el centro de Toulouse, las galerías Lafayette, con sus perfumes aún más caros que en nuestro Corte Inglés. Me perfumo discretamente, Pamplelune, mi predilecto, y otro que huele como las rosas de mi jardín. Por un momento cierro los ojos y me traslado a mi terraza valenciana, llena de plantas que esperan mi regreso.

Me dirijo a mi casa tolosana, donde gentilmente me hospeda un entrañable matrimonio vecinos de Monique. Son Cecile et Beltrand, que me ceden todo el piso superior de su chalet para mi estancia, y con los que cada noche, antes de subir a mi ático, converso ante una humeante tisana sobre España, Francia, lo divino, lo humano… y Germaine de Foix, personaje para ellos casi desconocido. Les hablo sobre la vida de esa mujer occitana que llegó a ser reina de nuestro país.

Los primeros días mi francés es raquítico, cosa que me molesta, ya que las palabras son mi herramienta creativa. Con el paso de los días voy soltándome hasta que… Oh, la la!… ¡Acabo pensando en francés!

Las hierbas y los grafiti crecen en las orillas de las vías que discurren paralelas al camino a casa. Pasan trenes atardecidos que conducen a personas que nunca conoceré, apenas atisbo sus efímeras siluetas en los cuadrados de las ventanillas. Tampoco esos fantasmas fugaces saben que escribo sobre ellos, apoyada en la bandilla de este puente, bajo las nubes que esta tarde ocultan la luna. Ya en casa ceno una pera francesa y una naranja española. Hermanamiento gastronómico.

Un nuevo día. Un mendigo minusválido sentado a la entrada de la Banque Populaire dibuja con su muleta en el suelo; su tinta es el agua derramada por algún transeúnte. Dibuja despacio, sonriendo, sin dibujo concreto, apenas traza sobre el cemento de la acera como Christophe trazaba sobre la arena de la playa en los años 60 el nombre de Alinepour qu’elle revienne”, para que ella vuelva. Christophe es ahora un anciano que quizá no ha olvidado a Aline, aunque las fauces insaciables del tiempo se la tragaran hace decenios, como se tragarán los trazos del mendigo, como lo harán conmigo y con los que leéis estas líneas, que ahora soy yo quien trazo sobre la pantalla del ordenador.

Rue Colombettes, la calle de las Palomitas me trae desde el mercadillo dominguero alrededor de la rara iglesia de Saint Aubin, donde venden de todo, incluso paella, hasta la encrucijada en que se juntan dos bulevares: Strasbourg y Lazare Carnot. Camino despacio tras un anciano que camina aún más despacio. ¿Caminaré algún día tan despacio como él? ¿Me adelantarán los jóvenes que aún viven la eternidad de su tiempo?

En la rue du Rempart Saint-Etienne la Policía Nacional tiene el cierre echado. ¿Dónde irán los denunciantes? ¿Tendrán que esperar al lunes? Un poco más allá Groupe Mercure, inmobilier de prestige. Es ésta una calle de inmobiliarias, parece que se hubieran juntado aquí, como puestos de mercado que en vez de vender tomates venden pisos.

Y de repente, la catedral de Saint-Étienne, emergiendo tras la marquesina del restaurante La Gourmandine en la rue Riguepels o carrièra Tira Pel. Las calles con rótulos duplicados, francés y occitano.

Es una catedral ecléctica, que mezcla el románico con el gótico y el barroco. La puerta está abierta. En el altar siete candelabros y una fogata de incienso. Una furgoneta descarga instrumentos de música para un concierto.

Nueva plaza: De Gaulle. A mi derecha la entrada del metro Capitole, a mi izquierda dos hombres magrebíes mezclan una algarabía de árabe y francés. Pasa una nueva mujer con velo junto a otra con el ombligo al aire. Contrastes. También pasa la policía, vigilando la buena convivencia de estos contrastes.

Tomo la rue du Taur, llena de restaurantes y tiendas turísticas. A mitad se alza la afilada espadaña de Notre Dame de Taur, Nuestra señora del Toro, donde se venera una Virgen Negra. Junto a la entrada, una capilla con dos mandorlas: Jesucristo y San Juan Bautista. Me hace pensar en los juanistas, que consideraban a Juan como el verdadero Mesías, y su relación con los cátaros que poblaron esta Occitania en la Edad Media. En el retablo dorado dos hombres sujetan un morlaco bajo la mirada de Virgen, ángeles y otros divinos personajes. Es un preludio de lo que encontraré al final de la calle: la gran basílica de Saint-Sernin.

         Saint-Sernin, una de las más impresionantes iglesias románicas, evoca el misterio de este santo arrastrado por un toro. ¿Será éste el San Serenín de mi canción infantil?: “San Serenín del monte, San Serenín cortés, yo como soy cristiana, yo me arrodillaré”… Deambulo por la girola, como hacían los peregrinos medievales, contemplando las capillas y reflexionando sobre el paso de la vida. De repente, en una de las capillas: Sainte Germaine. ¿La mía?… No, claro, se trata de una pastora mártir que murió a los 22 años, antes y después de los cuales realizó numerosos milagros. Mi Germana tuvo una vida más carnal y sus grandezas fueron más terrenales.

Y ahora directa a seguir sus huellas por estos dominios. Monique Martínez, la profesora de l’Université Jean Jaurès que me ha invitado a esta estancia en Toulouse, se dispone a inaugurar en Foix el Master de Théâtre Applié en France, novedoso proyecto que integra teoría y práctica sensorial en los procesos de investigación académica, cosa que yo siempre hago en mis procesos creativos, fuera de la Academia, claro. Me pregunta si quiero acompañarla. Bien sûr!, le digo, enchantée. Así que, después de comer, nos dirigimos en coche a Foix, lugar donde nació Germana.

A mitad de camino entre Toulouse y Foix está Mazères, donde se alzaba el alcázar en que los condes de Foix pasaban el verano, y que se incendió cuando la petite Germaine tenía cinco años, quedando huérfana y yendo a vivir a Blois, a la corte francesa, con su tío el rey Luis XII. Monique tiene la gentileza de parar y empezamos a preguntar sobre Germaine. Aquí en Mazères preguntar por Germana es como hablar en chino. En el ayuntamiento, la Mairie, apenas una funcionaria que nunca oyó hablar de ella. Sin embargo, ¡una huella!: A mi espalda en la pared… ¡el plano de la villa antes del incendio, con la localización del alcázar! Monique y yo caminamos hacia la zona marcada, no queda ni una piedra de aquel alcázar, sólo una calle llamada boulevard des Comtes de Foix, con casas de fachadas antiguas, que bien podrían haber estado levantadas a final del siglo XV y haber contemplado el incendio.

Ay, ma petite Germaine, vengo en tu busca, intento olfatear tus huellas, pero la escoba del tiempo las ha barrido con verdadera tenacidad. Dejo Mazères, tierra de aves y me encamino a Foix, tierra de historia.

Y llegamos a Foix. Vueltas con el coche por el laberinto de calles, y al fin nuestro hotel, una pequeña hostería en la rue des Chapeliers, a los pies del castillo. Pequeño paseo por el pueblo. Arriba le château, majestuoso guardián sobre su roquedal de 450 metros de altura, testimonio del pasado tumultuoso de Occitania, residencia condal, cárcel, museo, reinventándose al paso de la Historia. Símbolo de la defensa cátara. Ahora es de noche y está iluminado de un absurdo color fucsia, como un castillo de Disneylandia. Espero al día siguiente, en que supongo volverá a su cromatismo original.

Amanece un hermoso día otoñal. Salgo a respirar el aire de una Germaine que abrió sus ojos en este lugar, aunque aquellos aires serían sin duda más puros y diáfanos. En España es hoy el Día de la Hispanidad. Aquí en Foix es día laborable, un día más en que la gente camina, toma el autobús, compra, va y viene… Por todas partes, las torres del castillo, asomándose curiosas sobre los tejados, sobre la abadía, sobre las grúas y los obreros que reconstruyen la ciudad, un château voyeur que contempla a los niños que van a la escuela, a las personas que se dirigen a sus trabajos, a mí, que miro estas torres que me miran y que pronto treparé. Pero aquí la gente está acostumbrada a que el castillo les observe y no le dan importancia, lo tienen integrado en sus quehaceres cotidianos.

La villa, bajo el castillo, cuya existencia como burgo se data ya en el siglo VI, ha ido creciendo desde el IX en torno a la abadía de Saint Volusien. El poder de los abades abajo y de los condes arriba, poderes religioso y civil conviviendo durante siglos. Es ya medio día cuando penetro por una pequeña puerta y camino hacia el altar. En la abadía todo está en silencio. Apenas tres turistas sentados, reposando tal vez la comida. ¿Españoles? Je ne sais pas. Yo también me siento y entran nuevos visitantes que me hacen una mueca de sonrisa al pasar y continúan su camino sobre estas gastadas losas. A mi derecha un biombo de madera que reza: Je suis avec vous tous les jours, estoy con vosotros todos los días. Asomo la cabeza, dentro una mujer arrodillada me ofrece otra sonrisa. Salgo de nuevo a la plaza y me encamino al château de ma petite Germaine.

Asciendo por la rue du Rocher. Este roquedal calcáreo del cretáceo contiene 27 grutas, ocupadas desde el Paleolítico, la friolera de 40.000 años antes de Cristo, con hermosas pinturas grabadas de caballos. Hoy algunas casas tienen acceso a esas cavidades y las usan como almacenes o bodegas. Y llego al castillo, que ahora se ofrece como visita y museo.

Entro con reverencia, pago mi entrada y me adentro en estas paredes que contuvieron las correrías de una petite Germaine descubriendo el mundo encerrado entre estos muros, sin imaginar que los traspasaría y aún otros cuantos más, lejos de este familiar château, que se alza entre los ríos Ariège y Arget como símbolo de un condado en expansión desde el año 1000, resistiendo innumerables asaltos y nunca vencido. Cuna de grandes condes que protegieron a los cátaros, y sobre todo de condesas como la célebre Esclarmonde de Foix, antecesora de mi Germaine, abiertamente protectora de los albigeois contra la Inquisición. Estirpe de mujeres valientes estas moradoras del castillo.

Germaine, la hija primogénita de Jean de Foix, conde de Etampes y vizconde de Narbona, y de María de Orleans, hermana del rey de Francia, habría sido la heredera en lugar de su hermano menor Gastón, si la ley hubiera tratado igual a hombres y mujeres. Tal vez habría ido a la guerra y habría muerto en la batalla de Rávena, como le ocurrió a su hermano. No habría sido cedida en prenda por su tío el rey francés al monarca Católico, no habría sido reina de España y luego virreina de Valencia, no le habría tocado bregar con las Germanías ni habría creado la hermosa corte renacentista en el Palacio del Real…

Pero eso sería un relato de ciencia ficción. Y yo estoy intentando bucear en los acontecimientos ocurridos.

Paseo por las estancias y subo a las torres, y ahora soy yo la que contemplo la ciudad de Foix a mis pies, como lo contemplaría la petite Germaine, trepando los 40 escalones de caracol hasta lo alto de las almenas desde su dormitorio, donde ahora está colocada la reproducción de una cuna, tal vez la suya. La imagino niña traviesa, escapando de su nodriza y subiendo deprisa hasta la cima de la torre redonda, la más nueva, construida a final de siglo XIV, cien años antes de que ella naciera. Desde allí la petite Germaine contemplaría curiosa la abadía de Saint Volusien, que nunca había pisado, ya que el castillo tenía su propia capilla, el Pain de Sucre, a menudo coronado por nubes, el Prat d’Albis, el Massif du Plantaurel y los Vallées de l’Ouest. Y luego bajaría de nuevo rápida con su pierna quizá ya coja, tal vez aún sana hasta el suceso del incendio.

Desciendo por las rampas del château y visito el museo, con documentos, trajes,  músicas, proyecciones que intentan recrear aquel castillo condal y las costumbres de sus habitantes. A lo lejos un panel: “FEMMES CÉLÉBRÉES”. Me acerco con interés. Busco tu rostro… Pero te busco en vano.

Compro una mermelada del Pirineo para Cecile, mi hospedera de Toulouse, el folleto del Château y un libro ilustrado de Fêtes et Jeux au Moyen Age, en busca de tus juegos, petite Germaine. Y abandono por el momento tu cuna y tu infancia.

Germana, hermana, moriste a los 48 años, no llegaste a completar los casilleros del juego de la Oca. Yo con 70 llegué hace tiempo al final y camino ya por el jardín. En algún lugar está esa puerta que me adentrará en otra dimensión, tal vez la sabiduría, tal vez la muerte. Es este un vergel tan hermoso como el que tú acabarías construyendo en Valencia, alrededor del Palacio del Real, lleno árboles de todas clases, fuentes, pájaros exóticos, incluso se dice que un enorme oso, en lo que ahora son los jardines de Viveros, donde quedan escasas piedras que recojan el eco de tus pasos de virreina. Te sigo buscando mientras recorro este jardín, que algunos llaman vergel y otros vejez.

Germana, Medea, la extranjera francesa en tierras castellanas; pero también Ifigenia, la víctima propiciatoria ofrecida a sus 18 años en sacrificio, no por su padre sino por su tío, el rey francés, al cincuentón Fernando el Católico, para aplacar a los dioses de la Guerra entre Francia y España.

El 15 de Octubre acaba mi estancia tolosana y escribo en el aeropuerto de Toulouse. Casualidad o causalidad: Justamente hoy es el aniversario de la muerte en Lliria de Germana, una mujer ya virreina, ya valenciana, ya casi de 50 años, separada de esa petite Germaine por un cúmulo de avatares, de exilios, de matrimonios, de amores apasionados, de kilos añadidos, de burlas soportadas… Un colega de Toulouse me dijo que había indagado sobre Germana. “¡Menuda dictadora!” Le respondo que hay que contrastar fuentes y considerar circunstancias. ¿Quién escribe la Historia? En su caso, hombres españoles. Y ella es mujer y francesa. Oh, mon Dieu! Si hubiera sido varón se la habría tenido por brava, audaz, valiente… Lo que en realidad era. De todos modos, las personas somos poliédricas. Esas diversas caras de mi Germana son las que busco.

Où est que tu est, Germaine?

Olfateo tus huellas, aunque el tiempo y la ignorancia de esta época adanista han logrado prácticamente borrarlas. Pero yo soy tan tenaz como tú y juro que te encontraré y te sacaré a la luz adormecida de estos tiempos.

Te reconstruiré, hermana, con el mayor mimo posible y sacaré a la luz tu convulsa y oscurecida historia.

3 Comentarios

  1. Redacción 31 octubre, 2022

    Bellísimos apuntes de ese viaje que dan para «muchas y diversas reflexiones.»
    Para mí, amante de la historia, y amante de Francia y su cultura, conocedora de esa región de edificios rojos y de «les bons hommes», los cátaros, en donde por dos veces les busqué por los pueblos que habitaron, comenzando por Toulouse y Albi, que fue su centro, y terminé como tú en Foix, es especial.
    Gracias por compartirlo.
    Tienes una empresa emocionante e ilusionante con la reina Germana que vas a disfrutar.
    Estudié francés en el Instituto Francés de jovencita y me adentré en su cultura, y viviendo en Basilea con su frontera en la esquina, y mi esposo director de la Orquesta de Cámara francesa La Follia, la he recorrido y conocido aún más, y también a los franceses que son estupendas personas, y estupendos amigos.
    Lo que cuentas de tantas mujeres hasta con burka me entristece mucho. Esas mujeres que tienen la posibilidad, al no vivir en un país que obliga a ello, de liberarse de velos y tabúes es terrible que lo acepten y lo vayan a perpetuar en sus hijas.
    Un abrazo.
    Elina Aguado

    Responder
  2. Marian 10 noviembre, 2022

    Un reportaje estupendo, digno de una gran dramaturga

    Responder
  3. Juan Ortiz de Mendivil 12 noviembre, 2022

    Ameno e interesante trabajo el de Antonia Bueno sobre un personaje atractivo de interés histórico.
    Juan Ortiz de Mendívil.

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