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Bitácora y apuntes

Bazares chinos «Di jiu tian chang»

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Un fotograma de la película.

Una reseña de Fernando Bellón

El bazar chino de mi calle lo lleva una pareja joven con dos niños, dos. Con frecuencia les oigo disputar, es decir, que no están contentos con la vida que llevan en Europa. Otro bazar chino de una ciudad diferente que suelo visitar, lo lleva también un matrimonio no tan joven, con dos hijos, significativa casualidad. El hombre intenta ser simpático, se le ve siempre sonriente, y parece que conversa con los locales; pero la mujer está todo el rato seria, sentada tras el mostrador, escuchando una melopea que suena a oración o rosario. La chica del primer bazar tiene encendido un ordenador con películas chinas, equivalentes a las teleseries occidentales, en eso consume las horas, que son más de doce, en su negocio, aunque a lo mejor son empleados.

La comunidad china en España está por completo segregada de la aborigen, y no porque se les haga el vacío. Se nos presentan como seres taciturnos, incomprensibles, distantes. A mí me gustaría que algún chino o china de segunda generación se planteara un día hacer un documental, no, mejor una película, una ficción, sobre la experiencia de una familia china, desde su barrio en su patria hasta su barrio en España, cómo eran, cómo vivían, por qué deciden emigrar, en qué condiciones, qué vida llevan en España, todo eso. Me gustaría conocerlos en el cine, ya que es tan difícil aproximarse a ellos en la realidad, no por culpa de nadie, sino de una lengua complicadísima para quien la desconoce.

A nuestras pantallas llegó antes de la pandemia una película de tres horas sobre las peripecias de un par de familias desde poco después de la Revolución Cultural hasta hoy. Se trata de Di jiu tian chang, (Hasta siempre, hijo mío), de Wang Xiaoshuai. No se me hizo larga. La seguí con interés, a pesar de que la falta de costumbre de ver a chinos normales y corrientes, de los que no vuelan ni esgrimen espadas flamígeras, me hacía confundirlos, y perder el hilo narrativo, pero de esto hablaré luego.

Lo que más me llamó la atención de la película fue encontrarme con personas muy, pero que muy parecidas a nosotros, a los mediterráneos. Y no solo en el carácter o las costumbres, sino en la evolución de su sociedad desde 1949, el año en que yo nací y se constituyó la RPCh. Las imágenes representadas en Hasta siempre, hijo mío, me recordaban a las de mi infancia, ciudades y ciudadanos de pobre aspecto, que se las apañan para sobrevivir lo mejor posible en un ambiente que hoy nos parece sórdido, pero que entonces era el único que había. Los chinos de la película son laboriosos, ruidosos, festivos, fomentan la amistad, y hacen lo que pueden para no amargarse por los dictados políticos, sobre todo por el que les prohibe tener más de un hijo.

Como es inevitable buscar analogías para entender lo lejano, yo diría que Hasta siempre, hijo mío, es un excelente melodrama en la línea de Cuéntame, con la diferencia de que a la familia de Cuéntame no paran de pasarles calamidades absurdas (es una serie, qué puede esperarse), mientras que las familias de la película china solo padecen una, que constituye la trama principal, y la narración carece de los subidones y los bajones a que estamos acostumbrados en la televisión.

Acabo con una referencia al empleo de los flash backs o retrocesos (anámnesis, dicho en fino) de la historia. Estoy seguro que para alguien que conozca la cultura china contemporánea o haya visitado con interés ese fabuloso país, Hasta siempre, hijo mío no supone un problema de comprensión. Pero para mí fueron una tortura. Se conoce que no estaban hechos al uso holliwoodiano, bien marcados, y yo me hice un lío hasta el final. Eso no quiere decir que sea una película de arte y ensayo, es bastante convencional. Pero la falta de costumbre de ver películas chinas normales y corrientes, insisto, que nos cuenten la vida cotidiana de por allí (ni héroes ni antihéroes), me hacía confundir los personajes, por su apariencia y por sus nombres, extraños a nuestros hábitos indogermánicos.

Yo recomiendo Hasta siempre, hijo mío, igual que recomiendo la visita a los cines que exhiben películas no norteamericanas, porque en el cine, no siempre, pueden verses retazos de una realidad que los medios de comunicación nos hurtan o nos presentan hipostasiada, cosificada, retorcida, irreal.

0 Comentarios

  1. Redacción 18 diciembre, 2020

    He visto una película relacionada con la historia reciente de China, «Balzac y la costurera china». Es una coproducción con Francia, y la narración es de un convencionalismo occidental. Sin embargo, se centra en la evolución de la sociedad entre la revolución cultural que purgaba a los intelectuales enviándolos a campos de rehabilitación en lugares remotos, y la China urbana y burguesa de hoy. La historia que cuenta es irrelevante para la reflexión que hago ahora. Lo importante es el contraste, y una carga de nostalgia muy significativa, porque muestra que vida rural tenía bastante de idílico en relación a la vida presente en los grandes monstruos urbanos. No se trata de una crítica a la urbanización e industrialización, aunque se puede interpretar así, sino la evocación de una época considerada una calamidad por quienes la sufrieron en las comunas rehabilitadoras, pero que vista en la distancia no parece tan espantosa, sobre todo en relación con el horror de las ciudades millonarias de rascacielos. La modernización de China no es un progreso ejemplar, es otra cosa.
    Segismundo Bombardier

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