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Cultura y comunicación La Revolucion Campesina alemana de 1525 Series

La Guerra Campesina de 1525 en Alemania (y X)

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La guerra Campesina Alemana desde una nueva perspectiva, Peter Blickle Traducido al ingles por por Thomas R. Brady Jr y H.C. Erik Midelfort. John Hopkins University Press. Baltimore. 1981 Resumen elaborado por Waltraud García

Conclusión

La Revolución del Hombre Común

El objetivo final de este trabajo, resume el profesor Blickle, es poner a prueba la validez conceptual de las interpretaciones empíricas (de Blickle) sobre la revolución del hombre común. Para ello el autor hará dos cosas a continuación, primero, reunir y enlazar sus hipótesis; y segundo compararlas con la teoría general de la revolución. Perfecto procedimiento académico.

He aquí la tesis general: «La Guerra Campesina fue un esfuerzo por superar la crisis del feudalismo mediante una transformación revolucionaria de las relaciones socio políticas. El agente revolucionario no fue el campesino como tal, que sólo apareció como figura central en la etapa inicial, cuando las quejas y demandas se formularon, sino el hombre común».

El propósito social de la revolución, dicho en resumen, fue la abolición de todos los derechos y privilegios específicos de grupos sociales particulares, y guiar la acción política mediante el bien común, y la hermandad y el amor cristiano.

De estos objetivos surgió la revolución en dos escenarios: los territorios pequeños quisieron formar un estado corporativo federal; los grandes, una constitución basada en la asamblea territorial. En ambos casos la racionalidad derivaba del Evangelio y del principio de elección comunal.

La derrota militar produjo una estabilización del sistema socio político previo a 1525. Esto se consiguió gracias a un alivio económico en la agricultura en casi todas partes, mayores garantías de justicia, y la institucionalización y estabilización de los poderes políticos de los campesinos. Pero también mediante la supresión por los señores de la Reforma religiosa en su versión comunal.

Causas, objetivos y consecuencias de la revolución

Causas. Las décadas anteriores a 1525 fueron de declive económico en las explotaciones campesinas medias, ocasionadas por diferentes motivos, movimientos de población, recuperación de cargas serviles, restricción del uso de recursos e impuestos elevados.

Todo esto provocó crisis sociales en la familia y en las aldeas. Se incrementó la diferencia entre ricos y pobres, y también aumentó la clase baja. Muchas necesidades básicas quedaron sin cubrir, y la autonomía de las comunas se redujo.

La expectativas políticas de los campesinos se dispararon en muchas partes del territorio entre Salzburgo (moderna Austria) y Alsacia, y del Palatinado (Colonia, para entendernos) y el Tirol.

Ahora saca a colación Blickle la dimensión legal y religiosa de la revuelta. Por un lado, la fuerza de la legitimidad del señor obligaba a los campesinos a la obediencia, de acuerdo con la sacrosanta tradición. Solo podían quejarse de las innovaciones. Pero al aparecer la Reforma y con ella la Ley divina, el efecto fue liberador y revolucionario.

Objetivos. El objetivo básico que los campesinos tenían claro fue la ley de dios y el Evangelio, que impulsaba un cambio político radical. Esto expandió el llamamiento revolucionario hasta el hombre común, de modo que las expectativas dejaron de ser meras demandas y pasaron a ser exigencias mediante la fuerza. Fueron los predicadores los que llevaron esas exigencias con el evangelio de parroquia en parroquia, y transformaron la Guerra Campesina en una revolución del hombre común. Burgueses, campesinos, y mineros compartieron intereses, unidos por la esperanza de un mundo más cristiano.

Los señores se convirtieron en los mayores enemigos de los campesinos, burgueses y mineros porque les impedían el acceso al Evangelio o porque se oponían a la interpretación del hombre común de la palabra de Dios, siendo este el caso de los dirigentes evangélicos, y deduzco que Blickle se refiere e Lutero Melanchton y otros. En cuanto el bien común y el amor cristiano fraternal se pusieron en práctica, los clérigos fuero desposeídos de su dominio político y económico, y los nobles, cuya posición fue siempre nebulosa, fueron sometidos a las nuevas federaciones comunales y desposeídos de sus privilegios políticos. De modo que, de hecho y por principio, el hombre común vino a ser el forjador de la sociedad y el estado.

El vacío político creado exigía un programa, reflexiona Blickle, en términos teóricos y políticos. Un programa que debía ir más allá de las listas de quejas. Basado en las instituciones existentes en los estados territoriales, evolucionó hacia dos alternativas. Las regiones con pequeños territorios (Suabia, Alto Rin y Franconia) desarrollaron la idea de una constitución corporativa federal; su base corporativa la formaban las aldeas autónomas y las comunas urbanas, y se constituyeron en ejércitos, básicamente militares. Se federaron voluntariamente en Asociaciones Cristianas, sin ceder sus soberanías individuales. Las federaciones adquirieron un tamaño semejante al ducado de Württemberg o a la Confederación Suiza.

Los territorios mayores basaron sus constituciones en asambleas de campesinos, ciudadanos y mineros. Aunque conservaron el marco institucional de la comunas locales, la dieta territorial, el régimen centralizado y el príncipe, la «asamblea» significó el cuerpo total de los rebeldes en el territorio. Cada uno de los sectores eligieron representantes y los enviaron a la dieta, para establecer un régimen de gobierno compartido con el príncipe.

Consecuencias. La derrota militar hizo imposibles los cambios propuestos, pero no destruyó la posibilidad de reforma. Advierte el autor que la inseguridad en la que quedaron los señores, según mencionaba el comité que informó a la Dieta Imperial de Espira, y la terquedad de los campesinos condujo a una cooperación a largo plazo, dentro de los límites de la asamblea constitucional. No hubo una restauración general de la nobleza, y los campesinos fueron integrados más en el sistema. La estabilización supuso la neutralización de los elementos revolucionarios, recortó la fuerza de la Reforma para crear un nuevo orden político, y la convirtió en un asunto de Estado.

Y por fin llega el profesor Blickle al punto controvertido de su trabajo. ¿Fue la Guerra Campesina en Alemania de 1525 una revolución? ¿Estaban los campesinos alemanes capacitados políticamente para ser agentes revolucionarios? El primer planteamiento, ya expuesto al inicio del capítulo resumido aquí, es que la revolución no fue campesina sino del «hombre común».

Ya hemos ido viendo a lo largo del libro lo difícil que resulta definir al hombre común, un concepto que le viene muy bien al autor, pero que es ambiguo para las teorías sobre la revolución vigentes, que en la época de Blickle eran multitud, y hoy se van disolviendo cual azucarillos en el agua caliente del globalismo. ¿Fue revolucionario Chaves en Venezuela? ¿Lo puede ser el camarada Iglesias en España? ¿El prófugo Puigdemón es un revolucionario catalán, lo es el piadoso interno Junqueras, que predica cual Lutero?

Se da cuenta Blickle de lo poco sostenible de su atribución revolucionaria al «hombre común», porque relaciona dos conceptos anacrónicos, uno de la actualidad (revolución) y otro del siglo XVI. Pero asegura que su salvaguarda es la tradición historiográfica, si se habla de revolución «burguesa» o «proletaria», ¿por qué no se va a poder hablar de revolución del «hombre común?

Es fama que la universidad se está deteriorando en términos académicos y científicos. Como se ve, viene de lejos, porque el libro se publicó en Alemania en 1977, con gran aplauso.

Las teorías de la revolución que presenta Blickle van desde el marxismo ortodoxo a Samuel P. Huntington, menos famoso pero gran divulgador. Se queda con un resumen de la idea o más bien fenómeno de revolución de Hans Wassmund, que no creo necesario citar entrecomillado porque es de sentido común: cambio político, social y económico, de la propiedad, de la legitimidad, tras una crisis aguda, apoyada en las masas, hecha a la fuerza y orientada hacia la idea de progreso.

Vuelve a repasar Blickle los datos hasta ahora enunciados de la revuelta campesina, y concluye lo que ya es evidente, no fue revolución,campesina, pero sí del «hombre común», sea eso lo que sea.

 

Espero que a los interesados en temas históricos les haya servido y entretenido mi trabajo desde la tercera entrega, cuando tomé el relevo a Gaspar Oliver.

Estoy pensando en dedicar mis energías a un nuevo tema que siempre me ha gustado, la historia de la Grecia Temprana Early Greece, de Oswing Murray, profesor en Oxford, Inglaterra, uno de los libros más agudos que yo he leído de este tema. Pertenece a Fontana History of The Ancient World, y es una segunda edición de 1993. Confieso que me da algo de miedo, no por el trabajo en sí, sino porque las editoriales anglosajonas no se andan con bromas en eso de «no part of this publication may be reproduced, stored in a retrival system, or transmited, in any form or by any means…» Y son capaces de poner en apuros al editor de esta revista. Se me ha ocurrido un truco, que es citar a la vez dos buenos textos, Introducción a la Grecia antigua, de Francisco Javier Gómez Espelosín, reputado historiador español, y A History of the Archaic Greek World (1200-479), de otro gran historiador americano Jonathan M. Hall (Blackwell publishing).

Convenientemente urdido el texto, discurro yo, siempre puedo argüir que no estoy reproduciendo un libro, sino comparándolo con otros, lo cual supone un ensayo nuevo. Lo titularía así: Un ensayo para máster en torno a la historia de la Grecia Antigua.

Si me decido y al editor le parece bien, en marzo publicaremos el primer capítulo, pandemia mediante.

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