Carrícola (Valencia), la prosperidad de la confianza
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Carrícola, en la Vall d’Albaida, Valencia, tiene por horizonte dos sierras monumentales, el Benicadell y la Mariola. Carrícola tiene un sabor especial. A naranjas orgánicas, a barroca col romanescu de bancal bío, a trellat de agricultor de montaña. El trellat, que es el sentido común, no es común ni en páramos ni en huertas, pero aquí sobra y da para que todo un pueblo se haya hecho ecológico y viva de ello. Solo la fuerza eléctrica es convencional en Carrícola, la depuradora, de aguas residuales y la recogida de basura están pasadas por el tamiz de lo natural. Lluis Blasco ha sido uno de los promotores de La Vall Bio, una empresa que practica la agricultura ecológica desde hace décadas, y saca provecho de ello: mantiene una fuerte posición en la exportación hortícola a Dinamarca, Francia, Inglaterra y Alemania.
La Vall Bio no es la única iniciativa agroecológica de Carrícola. Situada en las Comarcas Centrales de la Comunidad Valenciana, esta localidad transita hacia otra forma de entender la economía junto a otros pueblecitos. En próximas actualizaciones de Agroicultura, daremos cuenta de la Xarxa Llauradora, uno de cuyos componentes es el Col·lectiu Pastenaga (zanahoria).
Fernando Bellón ha conversado con Lluis Blasco y ha realizado las fotografías.
Como productores y envasadores mantenemos nuestra marca, somos responsables de lo que hay en la caja y queremos que se nos conozca.
La empresa no está pensada para tener beneficios, sino para que la actividad del labrador sea lo más fácil posible.
Una característica de nuestro municipio es que el sistema político con el que nos regimos es un consejo abierto. Cualquier persona censada en Carrícola tiene derecho a voz y voto en cualquier pleno.
Lluis Blasco, fundador de La Vall Bio
Tengo 47 años. Toda la vida he estado vinculado al campo, porque mi familia era de labradores. Durante algunos años me dediqué al mundo de la artesanía. Hacía vidrieras y lámparas emplomadas. No obstante seguía sintiéndome vinculado con el campo; por ejemplo, cuando llevaba dos meses encerrado en el taller, me picaba todo y tenía necesidad de salir y hacer algo distinto. Poco a poco fui dedicando más tiempo a la agricultura, hasta que llegué a la conclusión de que las dos faenas no eran compatibles para mí.
Hacia el año 85 empezamos a hacer agricultura ecológica aquí. El hecho de haber vivido siempre en el pueblo te permite conocer bien la realidad en la que vives, y te ayuda a tener una relación especial con la gente de Carrícola. De manera que cuando encuentras algo que crees que pueda ser beneficioso para el pueblo, lo trasladas mejor.
¿Qué proceso seguisteis?
La idea empieza con una empresa francesa que alrededor del 86, 87 buscaba productos ecológicos mediterráneos que no se podían cultivarse en los países más septentrionales. En concreto buscaban cítricos y fruta. Era una empresa de Perpiñán, Alter Bio, que se introducía en España a través de Vida Sana. Joan Martorell, un técnico agrícola de la Generalitat, comentó a esta empresa lo que hacíamos en Carrícola, donde la producción de cítricos no era masiva. Alter Bio nos visitó. Y lo que nos propuso no era un cambio radical en nuestros hábitos de trabajo, sino al contrario. Se trataba de volver al abono orgánico de toda la vida. Los tratamientos fitosanitarios que hacíamos eran muy básicos, aceite mineral, polisulfuro de cal y poco más. Comprobaron que reuníamos las condiciones idóneas para lo que querían. Hicieron análisis de tierra y salieron muy bien, igual que los multiresiduos. Nos propusieron trabajar para ellos.
Su propuesta inicial era que no solo querían comprarnos el producto, sino que formáramos parte de la empresa. Algunos del pueblo eran reticentes a ello, porque no conocíamos todavía el funcionamiento de Alter Bio. Meterse dentro de la estructura de la empresa, incluso a nivel económico era demasiado arriesgado. Al final la gente no quiso dar el paso, aunque sí hacer producción.
El cambio para nosotros no fue traumático. Por aquel entonces no existía ningún organismo de certificación. Este trabajo lo realizaba Vida Sana por medio de una empresa francesa de certificación que venía a hacer los controles y el seguimiento. Partíamos de la base de que el labrador no había hecho un abuso de productos químicos y fitosanitarios perjudiciales. Fue algo sencillo. Pero lo que gustaba más al labrador era que se le diera importancia a su trabajo.
En el pueblo siempre habíamos tenido la peculiaridad de que cada agricultor no vendía su propia naranja, sino que se hacía de manera conjunta. El comprador que venía se tenía que quedar con la producción de las doscientas hanegadas de naranjos. Había dos o tres personas que se encargaban de gestionar la venta, y entre todos decidían si el precio era el justo. Este sistema permitía que toda la naranja del pueblo saliera, compensando las de mejor calidad con las que habían tenido algún problema. La otra condición era que el pueblo organizaba su cuadrilla para la recolección. Al final tenías un ingreso al recoger tu propia cosecha. En invierno los labradores no tienen demasiada faena en el campo.
Cuando empezamos en lo ecológico seríamos entre 12 ó 15 personas. Pronto empezamos a ver que es acuerdo funcionaba, que obteníamos mejores precios que los que pagaban otras empresas, incluida la producción convencional. Aunque lo más importante, como he dicho, era que sentíamos que valoraban nuestro trabajo de agricultores.
Luego, algunos labradores se plantearon hacer fruta, albaricoque, ciruela, el melocotón. Así que algunos empezaron a cultivar estas frutas además de naranjas, y hacerlo en ecológico. El resultado fue bueno. Lo que más echábamos de menos era el asesoramiento, probar tratamientos, solucionar alguna plaga. Tuvimos mucha ayuda de José Luis Porcuna, funcionario de la Conselleria d’Agricultura en Silla. Lo hacía por su cuenta, porque los que estaban por encima de él institucionalmente pasaban del tema ecológico. Puso a nuestra disposición sus conocimientos y sus prácticas. La gente empezó a atreverse a hacer otros cultivos gracias a que la relación con este técnico era muy buena. Y por fin empezamos a hacer productos hortícolas. Algunos de estos cultivos eran desconocidos por completo aquí. Probamos a ver qué pasaba. Por ejemplo el hinojo, que entonces se cultivaba bien en la zona de Massanassa para la exportación. Aquí conocíamos el hinojo silvestre, que se cría en los márgenes de los caminos, y que se usa como especie. Pero el bulbo del hinojo para el consumo era desconocido. La sorpresa fue que este cultivo se adaptaba muy bien al tipo de tierra que tenemos aquí, daba buen rendimiento, no tenía graves problemas de plagas. Todavía producimos grandes cantidades de hinojo. Otro cultivo fue la col romanescu, un híbrido entre la coliflor blanca y el brócoli. Al principio suscitaba las mismas dudas que el hinojo. También fue muy bien, y continuamos cultivándolo.
Lo que hicimos fue adaptarnos a las necesidades del mercado del norte de Europa. Empezamos a crecer. Hoy en día, la naranja ya no es tan rentable. Su producción ha aumentado mucho en Andalucía, Extremadura o Marruecos, en fincas muy grandes y ecológicas, porque lo convencional está tan mal que la gente no sabe qué hacer, y prueban lo ecológico como alternativa. En los cítricos hay ahora un exceso de producción, y al final los precios ya están muy difíciles, entras en guerras. Y la valoración inicial de que un precio bueno incentivaba a los agricultores ha derivado a que el cítrico ecológico está igual que el convencional. Ha aumentado la producción, pero no el consumo. Algo que no ocurre con los productos hortícolas.
También es cierto que hemos ampliado el mercado, ya no vendemos a una sola empresa. En este momento surtimos a diez empresas. Es algo necesario, diversificar las ventas, no depender de un solo cliente, porque si le va mal, a ti también te va mal. Trabajamos para empresas francesas, inglesas, danesas y alemanas.
¿Cómo habéis ampliado el mercado internacional?
Más que buscar nosotros compradores, los compradores nos han buscado a nosotros. Empezamos con empresas situadas en Perpiñán, que hacían de puente entre nosotros y Alemania, Inglaterra o Dinamarca. Durante todo este tiempo hemos tenido muy en cuenta la calidad del producto. No somos una empresa grande, somos cuatro familias las que vivimos como productores y los que trabajan con nosotros. El cuidado hacia la calidad es lo que nos ha traído a los clientes. Lo que nosotros enviábamos a Perpiñán, luego iba a Inglaterra o a Alemania; y la persona que veía el producto lo identificaba con su marca. Esa fue una exigencia que mantuvimos: las empresas de Perpiñán intentaron que etiquetáramos con su marca, algo a lo que siempre nos hemos negado. Por una razón muy sencilla: nosotros somos los productores, y también los que envasamos, somos los responsables de lo que hay en la caja; ¿por qué no hemos de ocultar nuestro nombre al destinatario, para bien y para mal? Que el consumidor nos conozca, ese era el objetivo. Tuvimos algunos conflictos con empresas que no se atenían a esta condición. Pero llegado un momento,
tuvimos claro que teníamos que aparecer, que el consumidor debía saber que el producto era de La Vall Bio, y que si nos buscaba nos iba a encontrar. Nunca hemos dejado de poner nuestra marca en nuestros productos. Esto permite darnos a conocer al consumidor final o a los distribuidores finales.
Es cierto que hemos participado en alguna feria internacional como Biofach en Núremberg, hemos visitado clientes… Pero la mayoría de ellos aparecieron de repente, nos llamaban un día por teléfono y nos decían que les gustaba nuestro producto, y que querían trabajar con nosotros. Así es como hemos ido aumentando la cartera de clientes. Y seguimos creciendo cada año. Claro, hay que ir con pies de plomo, porque hay mucha gente nueva, y te encuentras con empresas que no te pagan el producto recibido… Pero en general, nos ha ido bien.
¿Cómo organizáis el trabajo a lo largo del año agrícola?
Hacemos una temporada bastante larga, salvo tres meses. Somos cinco o seis personas permanentes. Y luego contratamos a gente en campañas, en momentos puntuales, por ejemplo la cebolla tierna, donde hace falta mano de obra para pelarla. Durante tres meses damos trabajo a 12 ó 13 personas.
Tenemos una pequeña programación. Consiste en una producción centrada en los meses de invierno. Empezamos a plantar en agosto, acabamos de plantar en el mes de enero: hinojo, coliflor romanescu, cebolla tierna que a veces se convierte en cebolla semi seca. De cara a la primavera y el verano, hacemos calabaza-cacahuete de asar y melón. Luego dejamos descansar los campos y empezamos a prepararnos para la campaña siguiente. En este momento estamos acabando la cebolla semi-seca, y sembramos calabazas y melones.
¿Cómo restituís la riqueza del terreno?
La biodiversidad en la tierra y el mantenimiento en ella de la vida orgánica es una de nuestras prioridades. Hacemos una rotación de cultivo, intentamos adaptarnos a las necesidades de cada cultivo, y que no agoten los microelementos de la tierra que le hacen falta a la planta. Además, hacemos una aportación de materia orgánica importante, entre 1600 y 2000 kilos por hanegada y año. También intentamos hacer un cultivo único en temporada, dos como mucho, de manera que el resto del tiempo intentamos poner abono en verde o no agotar las tierras. Estos últimos años estamos cogiendo tierras nuevas, porque hay mucha tierra yerma y sin trabajar; esto nos permite tener disponibilidad de más espacio, y cuando notamos que una parcela empieza a cansarse, la dejamos descansar y cambiamos de parcela.
En este momento cultivamos unas 200 hanegadas de hortícolas, unas 35 de cítricos y unas 15 hanegadas de caqui.
¿De qué manera estáis organizados?
La Vall Bio es una Sociedad Agrícola de Transformación, SAT. Fue un recurso que se inventaron porque para la fundación de una cooperativa hacía falta un número de socios determinado, y vieron que había mucha demanda de constitución de pequeñas empresas agrícolas con menos personas de las especificadas en la ley. Para fundar una SAT, el mínimo son tres personas. Este modelo se adaptaba a nuestras necesidades, porque a fin de cuentas la SAT es una empresa familiar. En este momento, socios fundadores de La Vall Bio somos mi suegra, mi suegro y yo, ellos dos jubilados. Los demás son labradores del pueblo que trabajan con nosotros, pero funcionan igual que yo, que estoy de gerente de la SAT; el sistema de gestión de una SAT es intentar aprovechar el máximo el organigrama de la empresa, en cuanto a compra de insumos, gestión de papeles. Lo que hacemos es que cualquier labrador que trabaja con nosotros entra en la programación que hace La Vall Bio, con los mismos beneficios a la hora de comprar productos o a la hora de gestionar los planteles; la SAT adelanta el dinero de la compra del plantel y no te lo cobra hasta que no hayas cobrado la venta del producto; eso hace que el labrador tenga cierta flexibilidad. Empleamos la empresa para sacarle todo lo que podemos. La empresa no está pensada para tener beneficios, sino para que la actividad del labrador sea lo más fácil posible.
¿Ha aprovechado el pueblo la experiencia sostenible de La Vall Bio?
Al ser un pueblo pequeño, estre trasvase de experiencias es más patente. Gran parte de los que trabajan en La Vall Bio o ha sido alcalde de este pueblo o ha gestionado de alguna manera el día a día del pueblo. Ha habido un paralelismo ideológico, siempre hemos estado preocupados por el futuro del pueblo, que parecía tener los días contados por su escasa dimensión.
Mi hermana Remei [ex redactora de Canal 9 RTVV] hizo un estudio cuando iba al instituto, hace más de veinticinco años, en el cual preveía que en cincuenta años el pueblo se acababa. Entonces empezó a nacer una inquietud entre la gente joven pero también entre la mayor: sentíamos una gran tristeza al pensar que el pueblo acabaría abandonado. Y nos planteamos qué hacer para evitarlo. No teníamos ningún plan de ordenación urbana aprobado, lo que había limitaba muchísimo. Lo que no era casco urbano consolidado era terreno rústico y por tanto no se podía edificar nada. Durante algunos años hubo demanda de viviendas por parte de habitantes de pueblos de alrededor. Venían a preguntar si había alguna casa para venir a vivir aquí, si íbamos a construir nuevas.
Y al final lo que dijimos es, mira, si nos acaban encerrando en la cárcel, ya nos encerrarán. Pero ante esta necesidad, y por otra parte el peligro de extinción del pueblo, no podíamos quedarnos cruzados de brazos. Carrícola está dividida en el casco urbano antiguo y la parte baja, donde existía un viejo palacio que ahora es una casa particular. En otro tiempo, esos dos barrios estaban unidos, pero las casas de la zona central se derruyeron. Entonces nos planteamos volver a construir en esa zona. Nos arriesgamos, y como era una necesidad municipal, todo el pueblo entendió que aquello tenía que hacerse. El ayuntamiento hizo de intermediario entre el propietario del terreno y el agente urbanizador. Las condiciones eran que los propietarios de la tierra, de manera conjunta , pusieron un precio a la hanegada, y si en el plazo de un año en la parcela no había una casa construida, el terreno volvería al propietario; y el precio de este solar no podía incrementarse. Evitábamos, por un lado la especulación y por otro lado, el labrador que tenía la tierra pegada al pueblo veía que su bancal no era para ser vendido a otra persona, sino solo para construir un edificio con el que no se podría especular. De esta manera conseguimos que esas personas que no tenían en principio intención de vender esa parcela, lo pudiera hacer, y sintiéndose orgullosos de haber contribuido a que el pueblo ganara en más vida, más gente. Funcionó muy bien. Se construyeron ocho casas nuevas, que fueron habitadas por ocho familias de fuera. A la vez, existían reticencias del tipo “no sabemos cómo será esta gente nueva, ¿se adaptarán?”.
El paso del tiempo ha demostrado que los que han venido se han integrado e incluso algunos han participado en la gestión municipal, con ideas nuevas, más frescas, por encima de los vicios que se generan entre personas que se conocen mucho. Así que personas que discrepaban volvieron a entender la idea general beneficiosa para el pueblo. Empezamos a ir todos en la misma dirección, queríamos un pueblo que hubiera superado el peligro de su desaparición y al conseguirlo podíamos dedicarnos a otras cosas.
Esas otras cosas eran darle sentido a lo que hacíamos en el pueblo, invertir bien el dinero, pensando en algo que fuera útil para nosotros y sostenible. Otra característica de nuestro municipio que nos ha ayudado mucho es que durante todos estos años el sistema político con el que nos regimos es un consejo abierto. Cualquier persona censada en Carrícola tiene derecho a voz y voto en cualquier pleno. Por un lado, las personas que gestionan se descargan de la responsabilidad de equivocarse en una decisión, todos los que quieren participan de ella, todo está más consensuado. Cuando una gran parte de los que vivimos aquí apostamos por una idea concreta, el resultado es más positivo.
Mantenéis relaciones de interés fuera del pueblo, verdad.
Antes de que existiera la Vall Bio se formó una cooperativa en Bélgida, Cofrudeca, la mayoría de los labradores de Carrícola eran socios. Cofrudeca ha ido creciendo y evolucionando y hoy es una referencia en la producción ecológica. Aquellos vecinos de Carrícola que no forman parte de la Vall Bio, comercializan a través de Cofrudeca.
Nosotros formábamos parte de Cofrudeca cuando todavía no producía ecológico, y esto era un problema para nosotros y para la cooperativa. Aplicaban a nuestros productos hortícolas los gastos de los productos citrícolas. Para nosotros estos costos económicos no eran rentables. Ahí fue cuando dimos el paso y decidimos fundar La Vall Bio el año 97. Nuestro paso por Cofrudeca nos había puesto en contacto con variados clientes de producción convencional, y esto facilitó nuestro arraigo como empresa.
Un pueblo agrocultural, con una colección escultórica
Biodivers es el nombre. 57 artistas y 72 ó 73 obras. Se trata de un grupo de escultores que han entregado su obra de manera altruista. La propuesta inicial la realizó un artista local, y el ayuntamiento la hizo suya. Se hizo una convocatoria para que los artistas vinieran y eligieran un lugar a lo largo de un recorrido establecido. El ayuntamiento ponía una cantidad mínima por obra a realizar. Pero lo más importante es que cuando venían los artistas los sábados a trabajar en su obra o a echar una mano a los demás, el ayuntamiento pagaba el almuerzo. Se creó un grupo de trabajo que funcionó muy bien, y que canalizó estupendamente el esfuerzo tremendo que cada uno realizó. Los vecinos también se volcaron mucho, y ayudaban a los artistas a montar sus esculturas o a subirlas a lugares de difícil acceso.
Se hizo un catálogo donde están registradas todas las obras y sus autores. La iniciativa estuvo apadrinada por Román de la Calle [catedrático retirado de la Facultad de Belles Arts de la Universitat Politècnica de València]. A raíz de eso, se firmó un convenio con la Universitat Politècnica de València. En este momento tenemos unos vínculos con la Asociación Campo Adentro con quienes también hemos trabajado. Así hemos conseguido situar a Carrícola en el mapa del mundo del arte. Mucha gente de la comarca se deja caer, por curiosidad o porque tienen un familiar entre los artistas, y les permite conocer Carrícola, conocernos a sus vecinos.
Y lo mismo ocurre a nivel nacional e internacional. Ha tenido una repercusión que nadie se esperaba. Se planteó la idea de hacer Biodivers bienal, renovando la exposición. Pero el esfuerzo fue muy grande, y hemos ampliado el plazo, aunque el resultado ha sido muy satisfactorio. La Politècnica de Valencia nos ha planteado que quizá este verano podrían venir estudiantes a realizar alguna actuación, y también a ayudarnos a reorganizar y gestionar la iniciativa. El hotel restaurant que tiene el pueblo prospera los fines de semana gracias a las visitas, igual que el bar y la tienda, que son propiedad municipal. Otro atractivo es el edificio de l’Atmetla de Palla, hecho en bioconstrucción, que sirve como aula de medioambiente. Cuando pusimos en marcha todo esto no imaginábamos que tendría la repercusión que ha tenido. 2011.
Háblanos del Filtro verd.
Una de las inquietudes ha sido el tema de los residuos, que han sido problemáticos debido a la mala gestión política. Decíamos, cada uno tendrá que asumir la responsabilidad de eliminar sus residuos. Nos preocupaban las aguas fecales, porque teníamos unos filtros de decantación muy básicos. Durante mucho tiempo estuvimos dando vueltas a la idea de hacer un “Filtro Verde”. Lo hemos conseguido aunque nos ha costado mucho convencer a la Consellería de que no queríamos una depuradora convencional, y al final conseguimos el dinero necesario. Ya está funcionando y muy bien. Nos produce satisfacción ver que funciona y que podemos asumir su coste de mantenimiento.
Otro proyecto es el de la recogida de basura orgánica para hacer una pequeña plana de compost. La idea es que si somos productores de residuos, tenemos que responsabilizarnos de ellos, no enviarlos al pueblo de al lado o más lejos para que no nos molesten a nosotros.
Hace más de diez años hicimos una solicitud a La Caixa, que fue aprobado. El proyecto “El Fem és nostre” estuvo parado porque no teníamos la aprobación del Plan General de Ordenación Urbana, y no nos era posible situar la planta en un lugar sin tener luego problemas con Medi Ambient. Pero ahora el Plan General está prácticamente acabado, y hemos retomado la idea. Dos o tres días a al semana haremos recogida selectiva en el pueblo, daremos trabajo a quien se encargue de la faena, y en la planta de compost, parte de las aguas fecales filtradas serían aprovechadas para humidificar el compost, y por otro lado evitaríamos la quema de restos. En su momento, con la subvención de La Caixa compramos una trituradora, para incorporar todo lo que podamos al compost. La idea definitiva es que el compost generado al cabo de un año se pueda revertir en cada casa, para que puedas gastarlo en el cultivo de tu propia hortaliza, tus plantas o lo que quieras.
En cuanto a la energía eléctrica…
Tenemos una propuesta de planta fotovoltáica, a través de una inversión de una empresa privada. Queríamos tener el número suficiente de placas para autoabastecernos, aunque sabemos que el autoabastecimiento total no es posible, porque dependes de baterías, que lo complican todo y son carísimas, pero sí que fuéramos capaces de producir lo que consumiéramos. Pero la idea coincidió con el inicio de la crisis que lo trastocó todo. Llegó un momento en que pensamos que sería mejor aplazar la idea; la garantía de la empresa se había puesto en duda. En cuando a colocar plantas fotovoltaicas más pequeñas para dar servicio a un edificio público, se planteó el problema de la estética. Somos un pueblo muy pequeño, y tener una instalación fotovoltaica en cada tejado, no es bonito. Predominó la conservación de la integridad estética del pueblo. Se quedó en que si algún vecino quería instalarla a nivel particular, destinaríamos un espacio en el Plan General donde estuvieran todas. Pero al cambiar la normativa a nivel nacional, y no ser tan rentable realizar la instalación fotovoltaica, las personas interesadas en hacerlo por su cuenta se han retraído. Estamos a la espera de cómo evolucionan las cosas en ese aspecto legal.