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Una colaboración de Joan Durà

Cuando aún trabajaba, los avatares del destino televisivo hicieron que en poco tiempo conociera a Aurora, la jefa del departamento de oncología de un gran hospital público, Berta, la relaciones públicas de un tanatorio, y Carolina, una de las embalsamadoras de cadáveres de la sala de disección de una universidad. Y además por este orden.

A las tres les une la muerte, a cada una desde un punto de vista diferente, pero con un único tema central. ¿Cuántas veces Aurora, con mayor o menor suerte, habrá ayudado a un cuerpo enfermo a luchar contra la muerte? ¿A cuántos familiares habrá asistido Berta para que asimilen de la mejor manera el mal trance? ¿Cuántos cuerpos habrá “preparado” Carolina para que, al final del proceso, se pueda extraer algo positivo, la curación, la salud, la vida…?

Pero no es la muerte lo único que las une. Y es que, a pesar de lo especial de sus profesiones, las tres sienten auténtica pasión por su trabajo.

A la planta de oncología que dirige Aurora se accede por un ascensor de uso exclusivo. Parece más un hotel que un hospital. Limpia, luminosa, con cuadros adornando sus paredes y salas de espera con cómodos sofás. Nos comentan que todo ello es fruto de la obstinación de Aurora por ofrecer el mejor servicio posible a sus enfermos. Paseando por los corredores presenciamos cómo la doctora amonesta amablemente a una de sus colaboradoras quien, en su afán por acabar un trabajo, se ha saltado la pausa para comer. Parece que la doctrina de Aurora ha calado en su equipo, doctrina basada en dos puntos principales: el primero dice que el enfermo ha de disfrutar de una estancia hospitalaria lo más placentera posible, ya que no está allí por su propio gusto; el segundo, que la enfermedad no entiende de clases sociales, por lo que la sanidad ha de ser intrínsecamente pública.

El tanatorio donde trabaja Berta tampoco se corresponde con la imagen que yo tenía en la cabeza. Podría pasar por la sucursal principal de una entidad bancaria, aunque creo que aquí los depósitos serían a muy largo plazo. En unas vitrinas, urnas que se disuelven en agua y joyas confeccionadas con cenizas de difunto. Mientras nos muestra las instalaciones, vestida con un correctísimo traje negro adornado por un broche morado, Berta no cesa apasionadamente de quitarle hierro al asunto. Nos habla de que la muerte no es un fin sino un cambio, y de la necesidad de su asimilación por parte de los familiares del difunto. La muerte es algo que está ahí y con lo que hay que convivir. En su frenesí, llega a afirmar que los médicos a veces luchan “demasiado” contra la muerte.

El lugar donde ejerce Carolina sí que es como yo esperaba. O más bien, y a fin de evitar inoportunos episodios digestivos, como yo deseaba. Limpio, aséptico y funcional. Huele a hospital, exageradamente a hospital. Alumnos y profesores se agrupan alrededor de las mesas de disección, mientras Carolina lleva de un lado para otro carros con secciones de cuerpo humano. De cuerpos humanos. Nos cuenta con qué cariño tratan ella y su compañera a los cuerpos que llegan a sus dependencias. Los lavan “como si estuvieran vivos” y los preparan para su conservación. Ella está orgullosa de la utilidad de su trabajo por lo importante que es para la medicina extraer cuanta más información se pueda de la muerte. Y con ello hace honor a la inscripción latina que preside la sala: “Hic locus est ubi mors gaudet succurrere vitae”, que más o menos viene a decir “este es el lugar donde la muerte se alegra de ayudar a la vida”.

En este viaje un poco dantesco por tan especiales profesiones, me encontré a tres personas amantes de su trabajo y entregadas a él. Esforzadas por mejorarlo día a día. Orgullosas de su servicio público y al público.

Ahora ya no trabajo. Se ha consumado ese cáncer llamado ERE, ante el que nada pudieron hacer los denodados esfuerzos del comité de empresa de RTVV. Familiares y abogados intentan ayudarnos a asimilar el golpe de la pérdida de nuestros puestos de trabajo, y la Plataforma de Afectados por el ERE se desvive para que se pueda sacar algo positivo de todo esto.

En cierta manera, y sé que esto lo comparto con muchos de mis compañeros, me siento unido a las protagonistas de este texto. Durante los últimos 24 años, y a pesar de las adversas condiciones en las que se desarrollaba, siempre he sentido, como ellas, pasión por mi trabajo y por poder sentirme orgulloso de lo que hacía.

Y eso no me lo van a quitar. Me podrán quitar otras cosas, pero esto no. Seguro que no.

(Los nombres mencionados no se corresponden con los reales)

 

 

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