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Cultura y comunicación

Conciencia cívica frente a mocrofestival

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Texto de Fernando Bellón y fotos de Xelo Gimeno y Gaspar Oliver

El mes de julio ha pasado haciendo ruido en casi todos los rincones de España. Siguen en agosto, pero julio es el mes por excelencia de los festivales, sobre todo los festivales de una variedad de músicas, la fina, la clásica, la popular, la hortera… En este artículo se repasa la muerte anunciada de un festival que se preparaba en una playa de Valencia, y su inesperada resurrección en la Marina Real del Puerto el último fin de semana de julio.

Hay una infinidad de puntos de vista para observar en perspectiva el fallido Marenostrum Music Festival en Alboraia. Y en ninguno de ellos sale el festival bien parado. No consideramos ahora el punto de vista de los miles de jóvenes paganos que encuentran placer en las estridencias de pinchadiscos de estampa artificiosa.

Desde una perspectiva arbitraria, pero sólida, veo yo que  la gente joven necesita vías de escape para soportar su incierto futuro, igual que la clase media aterrada se consuela pegando alaridos en un estadio. Hay clubes de fútbol capaces de mover montañas de dinero para pagar a individuos de piernas hábiles ante decenas de miles de personas que se desgañitan. Así, también hay empresarios que se juegan los cuartos en un macrofestival con los permisos en el aire.

Nada es hoy lo que era antes. El capitalismo se ha transformado tanto que nos tiene a todos sometidos a reglas absurdas, pero poderosas. Antes los festivales y los deportes de masas se hacían para entretener a la gente y distraerla de sus cuitas. Hoy se hacen para sacarle el dinero a la gente haciéndole creer que se divierte.

Yo presencié el Festival de la Isla de Wight de 1969. Era un españolito despistado que había pasado el verano fregando platos en Londres, y culminaba mi beca de cocina con una aventura que parecía atractiva, pero que desconocía por completo. Había oído hablar de Bob Dylan (poco, porque llevaba varios años calladito, después de su accidente de moto), pero no tenía ni idea de quiénes eran The Who, Moody Blues, Joe Cocker, Tom Paxton, Richie Heavens, etc. Acudía allí por la fuerza gravitacional de estrellas ignotas que representaban a la juventud rebelde de aquel tiempo, según la BBC y las emisoras piratas escuchadas en el Reino Unido.

Esta confusión mental juvenil es lo único que me permite entender que haya hoy jovencitos y jovencitas que encuentren estético el mecánico trabajo de los pinchadiscos. Si acuden a festivales como el fallido Marenostrum es para sentir el contagio emocional de la mesnada. A mí me parece que ese ruido está concebido para aturdir. Si no que se lo pregunten a los presos que los Estados Unidos mantuvo o mantiene en Guantánamo, a quienes debe complacer poco una música que les ponían para demoronar su voluntad.

La inclinación juvenil al roce y al escándalo sonoro debe ser algo biológico. Aunque siempre queda el reproche de que mi generación satisfizo esa inclinación adolescente con músicos de la talla de los mencionados. Vaya usted a saber lo que piensan de sí mismos estos jóvenes cuando recuerden su edad heroica hacia 2060. No es cosa mía.

Pero el punto de vista que conviene destacar en este asunto es el político económico.

Se desprende de lo que se ha informado que la empresa de Marenostrum, después de dos ediciones en el puerto de Valencia que dejaron huella y mala fama, encuentra un ayuntamiento que le facilita las cosas. Y encima en un escenario más exótico, una playa donde la conciencia alterada de los chavales y chavalas recreará sus sueños más alucinantes. Y además, como se incluye el macrofestival en las fiestas locales, ya no hace falta pedir permisos a una Generalitat posiblemente reticente.

Si en Valencia no estuviéramos acostumbrados a décadas de mal gobierno, no cabría en la cabeza que un ayuntamiento se atreva a jugársela por un puñado de euros.

Pero se conoce que la estupidez carece de fondo, sobre todo la estupidez de los cargos públicos y de los empresarios concupiscentes.

En perspectiva, el desarrollo de los acontecimientos conducía a la muerte anunciada del festival.

Cuando los cargos públicos tienen un almacenamiento infinito de estupidez, aparece el sentido común de la ciudadanía.

El 19 de junio se producía una concentración en la partida del Miracle, ermita dels Peixets, convocada por la plataforma Per l’Horta. Eran cien personas, y se reunía allí la conciencia ecológica de la comarca, la Plataforma Som Horta d’Alboraia, Acció Ecologista Agró, Plataforma per la Sobirania Alimentária del País Valencià, la Unió de Llauradors , y activistas de asociaciones de vecinos de Valencia, de colectivos ciclistas y de otros grupos de la sociedad civil. Al día siguiente se plantaron, los mismos, frente al ayuntamiento de Alboraia.

Imagino la mirada sardónica de los políticos involucrados en el macrofestival, y su posible comentario: Però si son quatre gats! Això no és res. Y los promotores de la macroatrocidad, que pagaban las obras de adecuación del terreno y de retorno a la normalidad, es probable que dijeran, Serà per diners!

La ermita del Peixets, acosada por el macrofestival

La ermita del Peixets, acosada por el macrofestival

Per l’Horta emitía un comunicado en el que señalaba que la partida del Miracle era un espacio protegido, que los daños que ocasionaría el macrofestival serían difícilmente reversibles, exigía un pronunciamiento de las autoridades autonómicas, pedía explicaciones minuciosas al ayuntamiento sobre el impacto que el festival iba a tener en los campos, y aseguraban que el follón no iba a dejar ningún beneficio al municipio.

El 28 de junio, Agró emitía otro comunicado dejando claro que 40.000 personas pisando terrenos de huerta en producción, acequias y dunas, entrando a la playa y generando ruido y residuos junto al mar y el Carraixet «solo pueden tener impacto negativo sobre la naturaleza».
El 2 de julio, la Conselleria de vivienda y Obras Publicas enviaba al ayuntamiento de Alboraia un informe desaconsejando el festival y pidiendo un emplazamiento alternativo.
A partir de ahí, la pelota rodó cuesta abajo. El día 4 de julio Som Horta presentaba al ayuntamiento 25.000 de las sesenta mil firmas que ha llegado a recoger contra el festival. El 5 de junio, la EMT y Ferrocarrils de la Generalitat informaban que no dispondrían autobuses ni tranvías o metros especiales para los días del festival.
¿Qué estaba pasando? Que los ciudadanos se estaban moviendo por la senda del sentido común a una velocidad de vértigo, que los cuatro gatos habían empezado a parir como conejos.
El día 6 se hacía público que la Conselleria de Vivienda y Obras Públicas había enviado un requerimiento al ayuntamiento de Alboraya requiriendo la paralización de las obras de la empresa promotora para el macrofestival.
Por fin, el día 7 el ayuntamiento tiraba la toalla. La empresa tardaba algo más en asumir los hechos, con argumentos económicos y victimistas.  Y empezaba a desmontar los tinglados.
Resulta curioso que el mismo día que la Generalitat negaba el permiso a Marenostrum, su presidente presentara las marcas “Musix” y “Mediterranews”para proyectar la imagen de la Comunidad Valenciana como lugar de acogida de festivales.
El mensaje es, no señor, el poder no ha perdido la chaveta, el poder está con el turismo de masas.
Poco después, la Agència Valenciana de Turisme anunciaba la constitución de una mesa técnica en la que las consellerías implicadas en festivales (casi todos macro) tramiten los permisos que faciliten su celebración, en beneficio del buen nombre de la Comunidad en los ámbitos de la música atorrante y sus atónitos seguidores.
¿Qué diferencia hay entre el festival de Benicássim o el Rototom, que son masivos del carajo, y el frustrado Marenostrum? Yo no veo ninguna, salvo la larga experiencia organizativa del primero y la astucia ideológica del segundo, que lo presenta como una avanzadilla musical de los pueblos oprimidos del Caribe y la naturaleza machacada de cualquier parte del planeta.
¿Y por qué el de la ermita dels Peixets se ha impedido y los otros, que arman el mismo jaleo y perjudican el medio ambiente en la misma o en peor medida, se autorizan?
A mí me gusta creer que, además de los intereses creados y fortísimos de los de Castellón, en Valencia hay una conciencia ciudadana de mayor calado en lo que toca a la conservación de la naturaleza. Pero tengo amigos que rebajan mi optimismo antropológico, con el argumento de que las Fallas  en una noche llenan de veneno el cielo de la ciudad y de la Huerta, y ninguna admonición crítica les hace cambiar de hábito.
Me pregunto si el hecho de que los inversores de Marenostrum sean exclusivamente valencianos tiene algo que ver en el porrazo que se han dado. No porque hayan sido víctimas de una silenciosa conspiración orquestada por el capital extranjero, sino por su propia incompetencia. Valga como ejemplo el caso Teyoland, que quería ser mejor que Ikea, copiándola.

El penúltimo episodio de este lío ha sido la intervención de oficio de la fiscalía, en virtud de la falsedad en los datos que la empresa facilitó a los que habían comprado entrada para recuperar su dinero. No está claro si al final la fiscalía ha actuado o no. Porque el último episodio, de momento, ha sido el anuncio de que Marenostrum Music Festival sí se celebrará, según el diario Levante, «tras un acuerdo al que llegaron los organizadores del evento con el Ayuntamiento de Valencia, el Consorcio Valencia 2007 y la Federación de Ocio y Turismo de la Comunitat, con la mediación de la vicepresidenta Mónica Oltra».
Se conoce que la presión de los organizadores ha causado efecto. Ahora habrá que ver cómo termina el desaguisado en la partida del Miracle, donde se removieron dunas, se trasladaron escombros (¿a dónde?) y se inició la construcción del tinglado. Por su parte, los agricultores a quienes se alquilaban sus tierras dicen no haber cobrado. Los trabajadores que participaron en la construcción del escenario y trabajos similares (los de la retirada de supuestos escombros son de la empresa del padre de uno de los organizadores), contratados de palabra, dicen, tampoco han cobrado. Y para acabar de rematar las paradojas, la subdirección de Costas de la conselleria de Obras Públicas asegura que ya en marzo les advirtieron a los organizadores y al ayuntamiento de que el festival iba contra la ley.
No me gustan los macrofestivales. Prefiero los mini. Hace unos días acudí a una sesión de Jazz del Vicente Espí Trío New Sound, en un local llamado La Fábrica de Hielo, en la Malvarrosa de Valencia. Además de disfrutar de lo lindo con las interpretaciones de Vicente Espí, Jesús Santandreu y Mathew Baker, uno se encontraba tan a gusto junto a las ciento y pico personas que asistían al evento, casi todos ciudadanos de edad avanzada, cuando no provecta. Y no era por la noche, sino a las siete y media de la tarde.

Entiendo, no obstante, las razones que los políticos tienen para promover los macrofestivales y autorizarlos. Eso que se llama “la felicidad del pueblo”. Calmar los miedos, las frustraciones, la inquietud social, sobre todo de una juventud cuyo futuro es tan negro como la cueva de un oso.

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La foto está tomada en una parada de tranvía del bulevar de Prenzlau en Berlín. Dicen que representa a un vecino del barrio del Cabañal de Valencia exiliado a Berlín Este a causa de los trastornos producidos por el macrofestival.

Post Scriptum.- Vivo en Burjassot, a unos seis o siete kilómetros en línea recta del Puerto de Valencia. El jueves 28 y el viernes 29, desde las cinco de la tarde, llegaba con bastante potencia a mi balcón el zumbido de los bajos del macrofestival de marras. El sábado 30 llegaba menos, no sé por qué. Así hasta la madrugada. No quiero ni imaginar cómo les llegaría  a los vecinos del Grao y de los Poblados Marítimos. Horas y horas de macropercusión. ¿Qué pecado han cometido los pobres para padecer el tormento aplicado por los yanquis a los sospechosos de terrorisno islamista? También me pregunto si el ayuntamiento de la ciudad se ha presentado por allí para medir los decibelios que emiten los macroaltavoces del macrofestival. Y si lo ha hecho, ¿por qué no ha clausurado el evento? Supongo que por no añadir otro escándalo más a algo que en sí mismo es una macroatrocidad.

Post-Post Scriptum.- Del diario Levante El Mercantil Valenciano de 2 de agosto de 2016: La Asociación de Empresarios de la Marina Real expresó ayer mediante un comunicado su deseo de que este espacio no albergue conciertos «con el formato del Marenostrum», ya que consideran que la dársena no se debe convertir «en un cajón de sastre». 

 

 

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