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Bitácora y apuntes

Crimen y castigo en la novela actual

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Expediente X

Una reseña de Waltraud García

La decepción es la marca de carácter de Occidente.

Lo que resulta más llamativo, sin embargo, es que la herida de la decepción en Europa y en América del Norte no se ha curado ni tiene pinta de ir a hacerlo.

Desde hace un siglo, los occidentales vivimos en la sociedad del desengaño creciente. Algo que también ha dado en llamarse la “crisis moral” o el “relativismo moral”. Pero estos conceptos tienen más de doscientos años de antigüedad, proceden de la Ilustración, cuando la idea fija del mundo empezó a ponerse patas arriba.

Cuanto más próspera y estable es una sociedad, más desengañada está. Un desengaño pasivo, ramplón, que conduce directamente al desequilibrio psíquico, que se enquista en cada individuo y le aleja del resto de sus congéneres, viéndose a sí mismo como un apestado en una sociedad que aparenta felicidad en un escenario de consumo casi pletórico.

Como los que controlan y dirigen el sistema (políticos, banqueros, publicistas…) procuran que no se den las condiciones para la confluencia del desengaño social, la Europa Rica cada día está más angustiada, deprimida, esquizofrénica y paranoica. De vez en cuando sale un psicópata disparando al tun-tún y dejando docenas de cadáveres. La sociedad se estremece un poco, pero no tanto como cuando un pirado que dice ser islamista se carga a dos o tres inocentes; entonces el peligro viene de fuera, y hay que tomárselo más en serio, aunque mate mucho menos. Al go parecido está pasando con el Covid 19.

Los ciudadanos mediterráneos que vivimos más allá de los Pirineos y los Alpes en esos antiguos territorios bárbaros, que compensaron con guerreros y líderes la agotada vitalidad del Imperio Romano, nos encontramos en una sociedad aparentemente envidiable, pero bastante hermética e indiferente a lo ajeno. Y eso que es una sociedad trufada de sangre mediterránea, por ejemplo la mía, pero se conoce que no la suficiente para revitalizarla.

Los que no suelen o no pueden hacer turismo por la Europa transpirenáica tienen otro recurso para detectar la “decadencia moral”, el cada vez más insufrible desengaño de los europeos ricos, la novela, en especial la llamada novela negra, y las series televisivas. La pandemia ha facilitado las horas lectivas o televisivas.

Se supone que la novela negra es un género de entretenimiento, un pasatiempo veraniego. Pero se ha contaminado de la hosca seriedad de los novelistas de elite, esos que no compra casi nadie porque las historias que relatan y la retórica que utilizan son ladrillos de hormigón.

La novela negra empieza a convertirse en un ladrillo.

Al menos a mí me lo parece. Este verano he empezado dos libros significativos. Case Histories, de Kate Atkinson, y Los gritos del pasado, de Camilla Läckberg. No los he podido acabar. Es una determinación que tomé hace unos años, si un libro no me gusta (no digo que sea malo), lo dejo y en paz. Leí el primer tomo de Millenium, de Stieg Larsson. Tuve suficiente.

No soporto ese recrearse en la tristeza, en la depresión, en la tortura psicológica y física de los personajes. Los asesinos y los malvados son personas respetables que han perdido la cabeza. Los personajes secundarios son pobres víctimas que se engañan a sí mismos con el consumo, la publicidad, la televisión, las drogas. Y los policías y detectives son individuos fracasados emocionalmente, aunque con un resto de voluntad moral, que les redime e incluso les hace pequeños héroes.

Un turbio fondo moral, la insatisfacción, la culpa, el desengaño ético y filosófico abruma a esta caterva de seres monstruosos. Qué diferencia con los héroes clásicos, que se enfrentaban a todo tipo de pruebas con la sangre fría del que se sabe juguete del destino. Hoy el destino no existe, ni la fatalidad, ni la mala suerte. Hoy la vida nos desengaña, porque nos hemos engañado previamente, incluidos los héroes. Nos comportamos como adolescentes consentidos a quienes de pronto privan de subvención y de hogar.

La realidad es algo diferente, es rica, abierta, imprevisible. Las series que se hagan sobre el coronavirus serán mucho más aburridas que la realidad vivida. Pero como hemos sustituido el destino y la fatalidad por el estereotipo audiovisual y literario, nos comportamos como ratas de laboratorio. Este es el panorama que describen las novelas negras actuales.

Prefiero la novela negra española, la italiana, la griega, con individuos descritos con trazos estereotipados, pero que empatizan con el resto de la sociedad.

No siempre. Los escritores españoles mainstream empiezan a contaminarse.Será también porque la sociedad española se parece cada vez más al tópico colectivo, conciencias consumidoras de pastillas culturales: egoísmo y ambición mediocres, desapego y cobardía, desesperanza y abandono a la terapia institucional (servicios sociales, gurís, brujos de la autoayuda).

En fin, me voy a tomar una cerveza al jardín y a ver pasar los aviones, que vuelven a cruzar el cielo.

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