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¿De dónde salieron los griegos? – 2 (Invención de una aristocracia heroica)

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Un resumen combinado de tres libros sobre la Grecia Antigua

Capitulo II. La mixtificación de una aristocracia heroica

Por Waltraud García

Early Greece, de Oswyn Murray, Fontana History of the Ancient World. Londres 1993.

Introducción a la Grecia Antigua, de Francisco Javier Gómez Espelosín. Alianza Editorial. Madrid 1998.

A History of the Archaic Greek World, de Jonathan M. Hall. Blackwell History of the Ancient World. Oxford. 2007.

Terminábamos el capítulo anterior con un propósito de Jonathan Clark: averiguar no qué pasó en el periodo de la Grecia Arcaica, sino cómo sabemos lo que (creemos que) pasó.

Disipar las dudas resulta sencillamente imposible. Todo lo más que se puede hacer son especulaciones derivadas de los mitos y leyendas y de la arqueología. La «Edad Oscura» duró entre 300 y 400 años, y las evidencias que tenemos de quiénes eran los griegos que ocupaban el Peloponeso, el Ática y el resto de las regiones e islas del Egeo y la costa anatolia en esa época son escasísimas. No dan para construir hipótesis consistentes.

Propone Hall que, una vez descartada la teoría de los dorios, un testimonio que suele usarse es el de los Pueblos del Mar, denominados así por los egipcios. En el quinto año del reinado del faraón Merneptah (1208 a.d.n.e.) se inscribe un jeroglífico en el templo de Karnak conmemorando la victoria sobre unos invasores libios en la parte occidental del delta del Nilo. Los libios venían acompañados por aliados, uno de los cuales, Ekwesh, se identifica con los aqueos. De las inscripciones se deduce que los invasores no parecían piratas, porque iban acompañados de familia y ganado.

Treinta años después Ramsés II erige un monumento para conmemorar otra victoria sobre invasores en este caso orientales, y también cita a pueblos que algunos historiadores identifican con los hititas y otros más o menos coetáneos. Hall duda de que esto sea aceptable. Entre otras cosas porque si atribuimos a los aqueos formar parte de los Pueblos del Mar enemigos de Egipto, tendríamos que aceptar que los constructores de los palacios micénicos también fueron sus arrasadores.

A mí no me parece una contradicción, las guerras civiles son viejas como la humanidad.

Otro argumento contra lo dicho más arriba es que el faraón Ramsés II pudo haber sido un fabulador. Derrotó a pequeños invasores, y les magnificó.

Otro apunte de Hall son las innovaciones bélicas. «Se ha sugerido que la introducción de tácticas de una infantería masiva permitió a los invasores y piratas —los pueblos bárbaros de las montañas— sobreponerse a los carros empleados por los reinos de la Edad de Bronce Tardía». (Pág. 52). Advierte Hall que esta hipótesis supone que diferentes naciones tenían diferentes tácticas guerreras, cosa que está por comprobar, advierte.

Como veremos después en Murray, la elite guerrera de la Iliada combatía a pié, y solo utilizaba los carros como «taxis», para moverse de un sito a otro, no como armas de guerra. La decadencia de esta elite pudo ser la razón de la épica homérica, un canto de cisne promovido por la nueva aristocracia «burguesa» para cimentar su alcurnia.

Otras hipótesis sobre la destrucción de los palacios micénicos son de carácter endógeno, una sublevación. La hizo el historiador Gordon Childe, argumentando que cuando el hierro dejó de ser de uso exclusivo de la aristocracia y se popularizó, permitió el armamento de las masas populares. Gordon Childe era marxista, recordémoslo. Hall apunta que el hierro no se popularizó hasta después de la fecha de las destrucciones palaciales, corrigiendo a Childe, y añadiendo que era demasiado caro para el lumpen.

Nuevas hipótesis hablan de sequías y otros problemas medioambientales, o de terremotos y volcanes como el que hizo volar por los aires la isla de Tera. Para Hall la ruina de la cultura Micénica se desarrolló al cabo de las décadas, y tuvo causas diversas. Lo cual es una explicación muy prudente y asumible.

Hará cosa de una década adquirí en el rastro de la Ostbanhof de Berlín un libro en español; me lo vendió un ruso que ofrecía también insignias y uniformes soviéticos. Se llama Historia de Grecia, de Heinrich Swoboda, y es una edición de Labor de 1942 impresa en Barcelona, si bien la primera edición en español data de 1930. Lo he repasado para contrastar los tres libros que intento simplificar y fundir. Curiosamente no hay avances espectaculares en los setenta años que separan la síntesis de Swoboda y las de nuestros tres modernos autores, salvo que Swoboda da crédito a las leyendas sobre los dorios.

La explicación es la inexistencia de nuevas fuentes. Como mucho, la arqueología ha desenterrado más ruinas y objetos que permiten datarlos, pero no relacionarlos con nada conocido mediante distintas fuentes. El otro paso adelante es que se ha descifrado el texto de las tablillas micénicas, y que se ha afinado la filología. Poco más. El problema sigue siendo casar las fuentes escritas contemporáneas con lo que la arqueología ha ido desenterrando. No hay matrimonio. Y lo más chocante es que, como muestran esas tablillas, la escritura o protoescritura ya existía. ¿Por qué y cómo se perdió? No tenemos ni idea.

Jonathan Hall propone que la destrucción de los palacios micénicos y el hundimiento de la sociedad que los mantenía, entre otros los escribas y administradores, dejó sin trabajo a esta casta. Como debían ser muy pocos, y no tenían ni razones ni estímulos para perpetuar sus conocimientos, la escritura cayó en desuso.

De mediados del siglo VIII a.d.n.e. es el primer testimonio escrito que ha llegado a nosotros, unas letras grabadas en un trozo de cerámica. Se han encontrado otros, quizá más antiguos, en Eretria, Naxos y Lefkandi. La duda es que las inscripciones podían haber sido hechas mucho después de su producción alfarera. Hall también dice que como algunas inscripciones han aparecido en tumbas, puede considerarse esto como prueba terminus ante quem, anterior a su enterramiento.

Nuevo asunto: el alfabeto griego. Las investigaciones más concluyentes atribuyen su origen al alfabeto fenicio, adaptado y con vocales, cosa que las lenguas semíticas no incluyen en sus escritos primitivos. Hall propone algo hermoso, pero imposible de comprobar, que el alfabeto griego fue creado por una sola persona, o sociedad de ellas, escribas o administradores, en un solo lugar. ¿Son los grafitis que conocemos las primeras pruebas del nuevo alfabeto o hubo textos escritos en papiros o en cuero que se perdieron?

La difusión de la escritura se ubica en Creta o Chipre, debido a la presencia fenicia en ambas islas. Esto también lo dice ya Swoboda en 1930. Pero Hall se atreve a atribuir a un natural de la isla de Eubea la adaptación de un alfabeto a otro. No me consta que haya ninguna película de la serie Indiana Jones y sucedáneos que haya fantaseado sobre ello; lo propongo: En busca del alfabeto perdido.

Hemos estado hablando hasta ahora de la Edad Oscura como concepto histórico «moderno». Lo cierto es que Swoboda no menciona para nada esa edad, para los historiadores de su época (hace un siglo) no existía. Hall se arriesga de nuevo y la pone en cuestión.

La Edad Oscura de los historiadores modernos supone un retroceso cultural de la civilización minoica a prácticamente la barbarie. En realidad, recuerda Hall, esos trescientos o cuatrocientos años son oscuros porque no tenemos ningún testimonio de lo que sucedió. Una vez más: no tenemos ni idea.

Hay muy pocos yacimientos arqueológicos, y de ellos se deduce que la población disminuyó mucho. Pero, se pregunta Hall, ¿por qué no deducir que esa población ausente fue la que emigró a las costas de Anatolia y dio lugar a las ciudades de la Jonia? En Swoboda he encontrado también esta misma sugerencia. Otra hipótesis sobre la escasez de restos: la sociedad se hizo nómada, pastoril; y más razones, la dieta de los consumidores de carne limita la fertilidad, en relación con los agricultores.

Hall llega de nuevo al yacimiento de Lefkandi, excepción de la Edad Oscura, y dedica argumentos para explicar quiénes eran los guerreros misteriosos que lo construyeron. ¿El «gran hombre» enterrado en ella dirigía una sociedad próspera y numerosa? Porque construir el enterramiento de Lefkandi requiere muchos días de trabajo por multitud de albañiles de antaño. ¿Tan grande era la población? ¿Quedan otros Lefkandi por descubrir, que nos puedan alumbrar sobre la cultura que los produjo? Para los interesados en el asunto recomiendo estos portales de internet: http://lefkandi.classics.ox.ac.uk y https://en.wikipedia.org/wiki/Lefkandi.

Vuelve de nuevo Jonathan Hall a la destrucción de los palacios micénicos. Dice que en 1991 un grupo de historiadores y arqueólogos sugirió que quizá la Edad Oscura es un espejismo generado por un error cronológico, y que el caos se produjo bastante después, a lo largo de esos 300 años vacíos.

El argumento para esta afirmación son los posibles errores en los cálculos egipcios, que son nuestra fuente de referencia. Los egipcios contaban los años lunares, que ignoran el día que se añade al año solar cada cuatro. Esto puede rebajar la datación de las dinastías egipcias en 250 años, y situarnos en la supuesta Edad Oscura, que ahora estaría bastante más clara. No obstante, los testimonios cerámicos y el radio carbono no abonan esa conclusión.

Vamos a revisar ahora las historia de la Grecia primitiva que propone Gómez Espelosín.

Data la presencia griega en la península balcánica en la primera mitad del segundo milenio a.d.n.e., mediante sucesivas infiltraciones a lo largo de los siglos. Poco a poco se van constituyendo los reinos cuyas huellas están en Micenas, Troya y otras ciudades desenterradas. Para Espelosín los ocupantes de las tumbas monumentales o thóloi pertenecen a la elite que dirigía aquella sociedad.

«Elites guerreras que acumularon tal cantidad de bienes, de materiales preciosos diversos y de procedencia también diversa mediante el control de las rutas comerciales y de intercambios que surcaban la cuenca oriental del Egeo. Estas rutas y el flujo de mercancías y materias primas se hallaban anteriormente bajo el control de la llamada civilización minoica de Creta.» (Pag. 43). Los complejos palaciales de esa isla muestran una cultura floreciente y asombrosa.

La estructura política y social de estas ciudades era sólida y la dirigía un rey llamado wánax, con séquito de funcionarios. La prosperidad de los reinos micénicos se prueba en los contactos comerciales que establecieron con Egipto. El último periodo antes de su decadencia es en el que se construyen las fortalezas, algo que, dice Espelosín, parece indicar un creciente clima bélico, o el temor a que se produjeran ataques del exterior.

A partir de ahí Espelosín desarrolla hipótesis como las expuestas hasta ahora sobre la Edad Oscura. El yacimiento funerario de Lefkandi muestra, dice, que hubo ciudades que en cierta forma heredaron la cultura micénica, dominados por un figura llamado qa-si-re-u, que más tarde se convertiría en basileus, rey en griego.

Certifica la continuidad de la lengua griega en ese periodo de tinieblas históricas, una teogonía semejante a la antigua, y también una continuidad de cultos en diversos santuarios.

Se refiere a la excepcionalidad de Atenas, capital del Ática, que no sufrió daños como los de Micenas, pese a no estar lejos de ella, en el Peloponeso. Quizá se refugiaron en la ciudad los que escaparon de la destrucción de los palacios micénicos. El historiador griego del siglo V Tucídides aventura que Atenas se libró de los ataques porque era pobre, y no interesó a los saqueadores. También resulta singular que Atenas resulte citada en el llamado «catálogo de naves» de la Iliada, cosa que admite duda, porque la redacción de esa epopeya contiene intercalaciones.

Las islas de Chipre y Creta son objeto de la atención del profesor Espelosín, que las sitúa como encrucijada del comercio de los fenicios o filisteos. También examina el caso de Troya y de las sucesivas ciudades desenterradas por la arqueología, en relación con los textos homéricos. Como hemos conocido en los otros autores citados, la Iliada no refleja la cultura micénica que conocemos a través de las tablillas y la arqueología, aunque ha habido intentos de identificar la Odisea con una representación de la sociedad griega durante la Edad Oscura.

«El poeta describe una época heroica, distante y lejana del mundo contemporáneo del auditorio al que iban destinadas. Sus personajes pertenecen a una época remota. Son de una estatura y condición muy superior a los mortales corrientes y se hallan cercanos a los dioses que se entremezclaban frecuentemente en la acción». (Pág. 779)

Sostiene Espelosín que, sin embargo, no se trata de un mundo completamente inventado, que responde a las expectativas de los que escuchaban al aedo cantar. Después de analizar las dos epopeyas homéricas concluye con una reflexión sobre esa época histórica sin historia. Siendo la arqueología el campo de objetos mudos, es imposible iluminar la Edad Oscura, como no sea datar las sucesivas escalas de la cerámica encontrada aquí y allá, merced a su semejanza.

Oswyn Murray basa su análisis en los datos y supuestos resumidos en este capítulo, pero se atreve a dar un paso muy interesante: la glorificación de la Aristocracia, que finge hundir sus raíces en la difusa Edad Oscura. También podríamos llamar al fenómeno la gentrificación griega o cómo aclarar la oscuridad gracias a la poesía.

La primera tesis que ofrece es conocida: la sociedad homérica es en ciertos aspectos una clara creación artificial y literaria. Pero existe una base en la sociedad descrita, porque Homero ha retroproyectado la sociedad en la que él vive con todas sus características. La prueba para Murray está en que las tabletas descifradas en lineal B hablan de aspectos que Homero ha recogido (probablemente él no necesitó tabletas, recibió tradición oral), pero los héroes y dioses que él describe en la Iliada no tienen casi nada que ver con los que podemos deducir de las tabletas.

Aporta más detalles Murray. Los fenicios de Homero no pertenecen a la época micénica, así como los ritos de cremación de los muertos, que los micénicos enterraban. Todo esto sugiere que la épica homérica influyó en determinadas costumbres de los potentados contemporáneos, encantados en vincularse a antepasados que pertenecen más a la leyenda que a la realidad. Téngase en cuenta el papel de los aedos, servidores en cortes y en casas nobles.

El uso de los carros de guerra es para Murray una mitificación de la caballería bélica de los nuevos aristócratas. Otro aspecto es el análisis filológico y lingüístico de los poemas homéricos, con términos griegos anacrónicos, que ya no se usaban en época del poeta, para dar más veracidad a la leyenda. Este método lo usa Cervantes para hacernos ver el anacronismo de don Quijote, que habla como se hablaba en Castilla un siglo antes.

Cuando se compara a Hesíodo con Homero, se observa que el primero habla de agricultores, el segundo de héroes y aristócratas, siendo ambos casi contemporáneos. Murray dice que la pintura que como investigador hace de esa época oscura se basa en una combinación de ambos testimonios.

Por ejemplo, Homero califica a sus héroes de reyes, basileus. Pero en los textos de las tabletas a los grandes señores, digamos reyes, se les llama, como hemos adelantado, wánax. Propone Murray que los basileus pudieron ser los jefes que quedaron tras la ruina de los palacios, personas importantes que se hicieron cargo de las comunidades sobrevivientes, y con el curso de los siglos se convirtieron en la nueva aristocracia.

Recurre el autor a los ritos y costumbres de casamiento, la dote de las novias y los regalos del novio. Propone Murray que esto no es un intercambio; la familia del novio hace regalos valiosos a la de la novia en competición con otros pretendientes, no para comprar la novia, sino para demostrar su riqueza. Los pretendientes que son rechazados se quedan sin sus regalos.

Otro detalle es la endogamia, practicada por las clases populares para preservar la propiedad. Por ejemplo una viuda debía casarse con el hermano de su difunto si él la reclamaba. La aristocracia, por el contrario, procuraba mezclar su sangre con familias lejanas de riqueza equivalente. El mito de Edipo es un fuerte aviso.

Por otro lado, las mujeres de los héroes de Homero tienen mayor estatus que las mujeres de clase baja, y gozan de cierta independencia. Entiende Murray que si las mujeres respetables de la sociedad griega cercana al periodo clásico están sometidas y salen poco de casa, puede deberse a que la aristocracia ha dejado de ser rural y es ahora urbana, donde hay que confinar a la hembra para que no tire para el monte, cual es el estereotipo todavía vigente entre los maltratadores. «En otras palabras, las mujeres habían sido instrumentos valiosos en una edad en la que las alianzas de familia y los matrimonios eran más importantes; en la ciudad-estado ya habían dejado de ser un premio gordo.» (Pág. 42).

Describe luego la vida de los trabajadores por cuenta ajena, los hombres libres, los peones, cuya vida cotidiana era un cúmulo de desgracias e ignominia. Algo que no ocurre con los esclavos que, no siendo dueños de su persona, sino de su amo, requieren de él un buen trato. Ser hombre libre en esa Grecia era lo que hoy llamaríamos «una cabronada». A continuación cita Murray «Los trabajos y los días» de Hesíodo como testimonio de la vida agrícola. Sobre este asunto recomiendo al lector interesado el capítulo IX de la Historia General de la Agricultura del profesor José Ignacio Cubero, en la recensión hecha por el también colaborador de esta revista Gaspar Oliver.

En relación con esto, recuerda Murray que los héroes de la Iliada comen poco cereal y verdura, y mucha carne, de lo que se deduce una sociedad dedicada al pastoreo: hasta las mujeres tiene un valor en ganado. Mientras que los nuevos aristócratas tienen una dieta variada, como se ve en Hesíodo. (El profesor Cubero asegura en el libro antes citado que los campesinos libres del medievo se alimentaban mucho mejor que los señores.) Para el profesor inglés la gran pregunta es cuándo se produjo esta transición. Sugiere que las clases pudientes mantuvieron su apego a la ganadería, cosa que demostraba su casta superior.

La sociedad primitiva griega no era feudal, afirma Murray. Había pequeños propietarios agrícolas, desgraciados hombres libres y afortunados esclavos (menos los que trabajaban en las minas, pobrecillos). Y una clase de grandes propietarios, los nuevos aristócratas. Era una sociedad competitiva, porque las actividades ligadas a la aristocracia: la guerra, el saqueo y la piratería requerían una habilidad para atraer aventureros ajenos a la familia. Para ello organizaban fiestas en las que se consumía la sobreproducción de sus fincas, a las que acudían individuos de su clase y jerarquía, y donde quizá se organizaban correrías, conquistas y venganzas. Para Hesíodo la fiesta era algo muy diferente: cada labrador aportaba algo a la comida común.

Otra forma de manifestar su poderío y riqueza eran los regalos valiosos hechos a los forasteros de su nivel social, algo que se observa en diferentes personajes de la Odisea, desde Ulises a su hijo Telémaco que recorre el Mediterráneo en su busca, o Menelao antes de irse a Troya a rescatar a su casquivana Helena, cuando salió de Egipto en una nave vacía, y llegó a su casa con todo tipo de riquezas recibidas en los puertos que iba tocando. Las actividades habituales o frecuentes de los ricos aristócratas hoy serían consideradas propias de cuatreros y de piratas, para lo cual necesitaban y buscaban aliados, con quienes salían en bandas (bandidos) a saquear a los que no podían defenderse, probablemente propietarios menos fuertes que ellos. Un trabajo honorable, algo que reconoce el gran Tucídides, como cita Murray en la página 50 del libro. En la Odisea Ulises cuenta historias de esta naturaleza cuando reinventa su vida ante los feacios. Eran iniciativas privadas, salvo la guerra de Troya, que fue una guerra de todos los aqueos contra los atrevidos raptores de la bella Helena.

La guerra institucional era un escenario en el que la comunidad tenía interés para el entrenamiento y mantenimiento de su aristocracia y sus bandas de luchadores; al guerrero se le podía incluso otorgar una tierra para su explotación (junto con esclavos, claro), llamada tememos, en otras palabras, una finca o un cortijo. Era una clase de guerreros que campaba a sus anchas por la Grecia antigua; poseían medios para adquirir armas de hierro, algo prohibitivo, y les hacía casi invulnerables.

«La épica oral creó un pasado heroico por un grupo particular de la sociedad, y glorificó sus valores; puesto que los poemas homéricos les establecieron como la biblia de los griegos, la ética que retratan tuvo una influencia permanente en la moralidad griega.» (Pág. 52)

Se la ha descrito, dice con agudeza Murray, como una cultura de la vergüenza, en lugar de una cultura de la culpa. Las sanciones morales no eran internas sino externas. Y dejar a un cobarde o a un perdedor sin propiedades era el peor de los insultos, porque la tierra era un honor. Los héroes homéricos no niegan la responsabilidad de sus acciones, aseguran que sus obras son provocadas por fuerzas divinas contra las que no cabe oponerse, bonita manera de lavarse las manos, hoy tan usada por la clase política, el equivalente a aquella aristocracia de la Grecia arcaica. Volvemos al arcaísmo.

Concluye este capítulo Murray con una referencia a las fratrias, relacionadas con las Hermandades en español, Bruderschaft en alemán, Fraternité en francés, etc. Las fratrias se mantuvieron en la polis, la ciudad-estado griega, prueba de su cimentación en la sociedad. En griego fratria no expresa una relación de sangre, sino de grupo social artificial con intereses comunes. Vienen a ser una división militar semejante a la tribu, pero de menor entidad, regimientos encuadrados en divisiones.

El poder de los genos (las estirpes podríamos decir) aristocráticos griegos alcanza a las guerras persas, y sin su continuidad no habría habido aristocracia: los Bacchiadai, los Kypselidai, los Philaidai, los Alcmenoidai, los Peisistratidai de las distitas polei o ciudades-estado, que hoy equivaldrían a los Rockefeller, los Du Pont, los Botín, los Urquijo… Eran, como hoy, potentes fuerzas políticas (y económicas) dominadas por una o varias casas nobles. Luego se convirtieron en grupos de culto (hermandades sevillanas, por ejemplo) o en clubes sociales (tenis, golf, etc).

Agrega Murray que el código moral era una cosa, y otra la importancia de lo que llamaríamos hoy «fiestorros». Los simposios literarios y filosóficos de Platón van por un lado, y por otro los clubes aristocráticos dedicados a comer, beber y organizar follones para influenciar en las decisiones de los tribunales o en las elecciones «democráticas». La cantidad de asesinatos callejeros en la Grecia Clásica demuestra que los jóvenes de buena familia eran incorregibles.

Concluye Murray con un latigazo anticlerical. La caridad cristiana es una continuidad de estas antiquísimas costumbres: dar sin esperar compensación, que el judaísmo tomó de los reyes asirios y babilónicos, quienes demostraban con la caridad el abismo que había entre ellos y los pobres necesitados. Entre los griegos y los romanos después no hubo ninguna caridad, se daba algo a cambio de algo. Esto le hace pensar a una en la mafia. No es de extrañar, ¿verdad?, que provenga de Sicilia, que fue Magna Grecia.

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