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Cultura y comunicación

Escaparates, Vetrine, Schaufenster

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Fotografía tomada en Madrid desde el escaparate, que era una sencilla ventana. El escaparate es la tienda.

Fernando Bellón

Hoy más que nunca el mundo es un escaparate. “Espacio exterior de las tiendas cerrado con cristales, donde se exponen las mercancías”, dice la RAE, y también, “Apariencia ostentosa de alguien o de algo”.

El escaparate es un anzuelo para captar la atención del transeúnte, ciudadano o turista. Los escaparates me atraen y algunos me fascinan. Suelo retratarlos en mis viajes si tengo el instrumento a mano. Supongo que habrá ensayos, tesinas y teorías filosóficas sobre los escaparates. Con las fotografías que he hecho este verano en Palermo, en varias ciudades de Franconia (Alemania), en Madrid y en Valencia tengo la base argumental de un Tractatus sobre el tema.

Empezaría partiendo del capitalismo, del mercado, de la necesidad de competir, de la debilidad de copiar, de las falacias, de la impostura, de la codicia, de la concupiscencia, del mito de la Cueva de Platón, de Santo Tomás de Aquino y de Wittgestein.

Una vez escritas novecientas páginas con las correspondientes notas al final del libro, estaría en disposición de alcanzar conclusiones, unas doscientas páginas.

Sería aburrido como una película de vampiros.

Así que me limito a comentar una selección de escaparates del último verano. La fotografía de presentación es el interior del Mercado de la Cebada de Madrid, convertido o pervertido en centro comercial para turistas y ciudadanos de renta alta.

Hubo un tiempo, largo de siglos, cuando los escaparates no existían. He aquí el testimonio de dos negocios en la ciudad de Burjassot, aledaña a Valencia

Sin salir de esta localidad de l’Horta Nord de Valencia, he aquí un escaparate que algunos  estetas denominarán «de pueblo». La realidad no desmiente el calificativo, porque Burjassot ha sido hasta hace poco un pueblo. Pero unos productos tan domésticos y necesarios como es la perfumería y la droguería no necesitan alardes estéticos. Perfumería Paquito es uno de los negocios más veteranos de Burjassot en el mismo sitio, la carretera de Liria. Más de sesenta años hace que lo fundó Paquito, hoy un jubilado. Existen otras perfumerías en la ciudad, pero son de franquicia, carecen de originalidad y de postín.

En el barrio de Salamanca de Madrid son multitud los negocios de postín, en especial las tiendas de moda femenina. Las dueñas o dueños se esmeran en hacer sus escaparates atractivos. En este caso, que es común, no se empeñan en hacerlo luminoso, sino al contrario. Lo que llama la atención es el entorno sombrío, y en medio, dos maniquís impersonales. Una decisión filosófica: el cliente es anónimo. Otra explicación es psicológica, el dueño o la dueña sobreviven a la tenebrosa competencia desesperadamente.

Estampa opuesta a la anterior. Dos negocios contiguos en el barrio del Carmen de Madrid, una farmacia convencional y una tienda esotérica. La farmacia no necesita lujos estéticos, tiene al lado un llamativo anzuelo, diríamos que hortera, pero vivimos en un país libre y democrático (no se sonría, por favor), y cada propietario hace de su capa un sayo. Faltaría más.

Estamos a punto de irnos de Madrid. Haremos como esta recua de turistas que baja por la Gran Vía. No sé dónde se dirigían, quizá a un hotel, porque salían en bandadas de grandes autobuses aparcados cerca de Callao. A estas alturas, todos ellos habrán vuelto a casa. ¿Qué recordarán de las ciudades que visitaron? Entre otras cosas, los escaparates. La Gran Vía de Madrid es una de esas calles impermanentes, donde los negocios se improvisan y son réplica de otros negocios en cualquier ciudad europea. Sin embargo, cada vez que voy a Madrid me paseo por esas calles del centro que van perdiendo la personalidad poco a poco, como un herido en una reyerta al que han apuñalado y abandonado en el arroyo. Es como ser transeúnte en París, en Roma, en Londres, en Berlín. Europa lo iguala todo.

Estamos ya en Palermo. Palermo fue una de las ciudades más elegantes del reino de Nápoles y Sicilia. Tiene iglesias formidables, palacios duraderos, monumentos barrocos y jardines paradisíacos. La ciudad tiene apariencia de ruina, pero no está en ruina. Por razones inexplicables, la decadencia de Palermo llegó a un punto en el que estabilizó, y se quedó ahí. A sus habitantes les da una higa vivir como se viviría hace uno o dos siglos. Se han adaptado biológicamente a la falsa detención del tiempo, pero no se engañan, el tiempo es una broma a veces de mal gusto. El pequeño negocio no tiene tiempo para embellecer sus escaparates, incluso este, dedicado a mejorar la apariencia de los hogares.

Escaparate inquietante en uno de los barrios populares de Palermo. La tienda se dedica a «Ristorazione, Cultura, Música Arcana». La persona durmiente parece una mujer. ¿Qué hace ahí dentro? ¿Cómo ha entrado? La hora era mediodía, y hacía un calor de horno, el menos indicado para tumbarse detrás de un cristal en donde dará el sol en pocos minutos.

Un negocio de ropa para familias en Palermo. ¡Claro, sólo podía estar en Palermo! Grave error. Más abajo en este mismo artículo, el lector puede encontrar estampas de escaparates en la noble y antigua ciudad de Nuremberga similares a este. Llama la atención que Italia, famosa por su competencia en la ilustración y en el escaparatismo elitista, registre homenajes a la familia de toda la vida. Esta idea es un espejismo. A mí me parece que el escaparate que reseño es un desafío saludable a la globalización postmoderna. Incluso es algo subversivo.

Nos vamos despidiendo de Palermo con este otro detalle. Vale la pena fijarse en el entorno del supermercado Marotta. A la derecha, en el fondo, una ruina literal. Y delante de ésta, en la acera, un puesto de mercadillo callejero que constituye en sí mismo un escaparate desmontable.

Una imagen más de Palermo que no quiero desestimar. Es el escaparate más viejo de la historia del comercio: la calle. No es un rastro porque todo Palermo es un rastro. Es la oferta espontánea más desconcertante que pueda imaginarse. Ya comentamos en la crónica dedicada a Sicilia que es frecuente encontrar muebles y objetos domésticos abandonados en la calle. Lo curioso es que hay quien hace una selección de ello, lo reúne y lo pone a la venta. El fenómeno es absurdo, pero tendrá explicación. Por la noche, cuando la ciudad se vacía, puedes pasearte por la ciudad e ir recogiendo lo que te interesa y que está tirado. Como no lo hice ni vi a nadie intentándolo, ignoro si es posible o tendrá un precio.

Ya estamos en Alemania, y esto no es un escaparate pero tiene vocación de serlo. Dice «Prohibido pegar carteles». Debe de ser la puerta de una bodega en el pueblo de Pegnitz, en Franconia (Baviera). Está fuera del municipio, al otro lado de la carretera que lo circunda, en un talud. Es un paisaje de bosques, prados y río, la quintaesencia de lo rural alemán, con su iglesia de torre puntiaguda y su castillo encima de una roca. Un rincón turístico con sentido del humor, porque no tiene otra explicación la placa de advertencia.

Nuremberga.  Atardecer de julio. Un manifestante patriota regresa a su casa por la Calle del Rey. La Königstrasse es una de las más comerciales de la ciudad. Durante el día se instalan puestos de frutas y verduras a precios exorbitantes. Los veo cada vez que vuelvo allí. De lo que se deduce que tendrán clientes. ¿Tantos millonarios hay en Nuremberga?

Una frutería en Plärrer Platz de Nuremberga. Es propiedad de turcos, y ofrece estupendos productos, como puede verse, de diversas procedencias, berenjenas de Holanda, tomates de Bélgica, y muchos productos de Turquía, como las judías verdes o los pimientos. Los precios son asequibles a los bolsillos alemanes. ¿Cómo es posible que sobrevivan los puestos que ofrecen fruta y hortaliza local, frankische, a doble precio? Misterios del mercado.

Seguimos en la calle, ahora Karolinenstrasse, otra vía altamente comercializada de Nuremberga. Este puesto es un ejemplo de orden y eficacia teutona. Vende instrumentos cortantes de calidad, hechos de auténtico acero. Confieso que al hacer la foto, me dejé llevar por la limpieza de la imagen, y hasta no tratarla en casa en el ordenador, no me di cuenta de lo que ofrecían. Estaba anocheciendo y no tardaría en cerrar el negocio. Me pregunto si tiene muchos clientes.

Las tiendas de flores son frecuentes en Alemania. Pero las floristerías ambulantes de los mercados callejeros son una delicia. Este es el mercado de flores de la ciudad de Erlangen.

No recuerdo si esta foto la tomé en Erlangen o en Beyreuth. Algo que me fascina de Alemania y de los países nórdicos son los negocios dedicados al arte. Un mercado tan exclusivo está en manos de las grandes galerías, que es lo mismo que decir de los grandes consorcios financieros, sus compradores habituales. He visto una galería en Viena con montones de tierra de colores, obra de una catalana, perdón, de una española. Nadie sensato llena su comedor, por grande que sea, de arena de colores. Esto se queda para los ricos ociosos, digo yo, y no sé qué gusto le sacarán. Bueno, el caso es que hay pequeñas galerías que exhiben y venden, supongo, materiales tan simpáticos como los que se ven en la fotografía.

Otra galería de arte, esta vez en la Bucherstrasse de Nuremberga. Llevo visitando la ciudad desde 2008, y ya existía este negocio. Hace esquina, y cada vez que lo veo ofrece material novedoso, siempre delicado y de buen gusto. No sé si serán objetos de arte mayor. La verdad es que no creo que exista un arte mayor y otros menores, artesanos. Para mí lo artesano tiene mucho valor. El gusto es algo imprescindible, por particular que sea, para disfrutar de las creaciones de nuestros semejantes, no siempre artistas profesionales.

Una perspectiva reflejada de la calle comercial de Erlangen.

Una cafetería seductora en Erlangen. Estos lugares pulcros, aunque estén desvencijados por la edad (no siempre), son espacios donde al alma se remansa. Entra uno con una novela, digamos de Fontane, ese notario soberbio de la Prusia decimonónica, pide una jarra de café, y pasa la tarde leyendo y disfrutando del lugar. También puede uno llevarse «Fortunata y Jacinta» de Galdós. Pero nunca un bestseller de Pérez Reverte, por académico que sea.

No recuerdo si esta tienda se encontraba en una calle comercial. Deduzco que no, por el espacio a ambos lados de los escaparates. En un callejón poco frecuentado de Erlangen se instala una persona atrevida que fía todo su éxito en la elegancia, el atractivo de la elegancia. Una elegancia tan sólida que aguanta la segunda o la tercera mano.

También en Erlangen. Estas tiendas cajón de sastre fino son otro ejemplo de elegancia. Vienen a ser bazares para el hogar y algo de vestido. En Alemania los «chinos» de aquí son por lo general turcos. Pero también los hay de sabor germánico, como este. Más abajo, otros ejemplos.

Una esquina en la Südstadt de Nuremberga, zona interétnica dominada por la etnia turca. Los productos han desbordado los escaparates y se han escapado a la calle. Ropa, fundas de móviles, cinturones, y otras cosas que no se ven. Un mercado turco.

Una tiendecita en la Bucherstrasse de Nuremberga. Vende tabaco y apuestas. Y todo lo que muestra en el escaparate. A primera vista es algo cursi. Pero, ¿quién tiene la medida del gusto? A mí me seducen estos lugares tan distintivos de la cultura popular germana. Quien haya pasado una noche en un camping del Mediterráneo español habrá visto esta decoración en las caravanas centroeuropeas. A mí me recuerda la Alemania de los años 70, cuando en los tranvías viajaban ancianitas con discretos sombreros floreados, casi de la época de la Ilustración.

Otra estampa kitsch. ¿No recuerda los años cincuenta en algunos escaparates madrileños? ¿Venderán estos cachivaches a alguien? ¿A qué tipo de personas? Alemanas, sin duda, este barrio no es étnico. He aquí un motivo de estudio sociológico.

«¿Ha pensado usted en todo?», dice el texto que se ve a medias. Y responde. «En ningún hogar debe faltar un botiquín de viaje completo. Con gusto le ayudamos a componerlo». El contenido de la tienda es variado, algo de zoco tiene. En la España de mi juventud había cacharrerías donde se compraba casi todo; en los pueblos las cacharrerías vendían legumbres y frutas y verduras. Confieso que me pirro por la diversidad de productos cuando están bien exhibidos. Y en eso, Alemania es un ejemplo.

Fin. Escaparate = mercado. En este caso, supermercado con señora. Que no nos falte de nada.

1 Comentario

  1. rafael escrig fayos 10 septiembre, 2023

    Dices que te llama la atención el hecho de que ciertos escaparates elegantes de Madrid se vean con poca luz. He de decirte que una de las técnicas usadas en el escaparatismo es precisamente esa, oscurecer los escaparates cuando los adyacentes están muy iluminados, o al contrario si están oscuros. No deja de ser una forma de atraer la mirada. Por otra parte, la luz en sí misma, mucha o poca, es uno de los ingredientes del propio escaparate y jugar con ella es esencial.
    Hasta bien entrado el siglo pasado, los escaparates eran herederos de ese batiburrillo de cosas varias que vemos en algunas de tus fotografías más kitsch, puesto que la idea original siempre fue la de mostrar al viandante el surtido de cosas para vender que uno tiene. Esto es así desde la antigüedad. Últimamente, quizás porque la sociedad ya está agotada de ver y de tener, el escaparatismo se ha hecho más sobrio, como queriendo decir: «ya sabemos que tiene usted de todo, pero mire este detallito de aquí qué mono es ¿Verdad que le gusta?».

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