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El nacimiento de Alándalus Cultura y comunicación

Espada, hambre y cautiverio (Apéndice)

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La caída del reino visigodo

 

Waltraud García

(La ilustración de portada presenta a la reina Egilona, esposa de Rodrigo en actitud desesperada ante la victoria musulmana. Sin embargo poco después se casó con Abd al Azi ibn Nusair, que fueron geradores de una estirpe visigodo musulmana de gran prestigio  en su tiempo.)

Los visigodos. Hijos de un dios furioso, de José Soto Chica, publicado en la misma editorial que Espada, hambre y cautiverio, de Yeyo Balbás, es otro libro fundamental en torno a los visigodos, desde su origen brumoso en las orillas del mar Báltico a su ocaso en Spania a manos de los musulmanes,

Los estudios históricos en los que se combina el rigor académico con la divulgación maestra son una bendición que en español era difícil encontrar hasta ahora, como tampoco era fácil hacerlo en la Alemania de los Herren Doktoren.

Esta visión minuciosa de los visigodos muestra un pueblo compuesto de varios pueblos. Soto Chica deja claro que no hubo visigodos puros, ni siquiera godos exclusivos. Eran pueblos que fueron bajando por el Danubio hasta el Ponto Euxino, estableciéndose aquí y allá adaptándose a las circunstancias, hasta que desbordaron la frontera del Imperio Romano y se integraron tanto en él que llegaron a dominar Italia, la Panonia y la Tracia, antes de dirigirse a Galia, ocupar la Septimania en la actual Francia, y atravesar los Pirineos para fundar reino propio en Hispania (Spania) con capital en Toletum. En el itinerario se iban agrupando y deshilachando y en la península Ibérica se constituyeron como visigodos, el reino visigodo que perdió Rodrigo.

Me ha parecido digno de un resumen el último capítulo de Los visigodos. Hijos de un dios furioso, “Con la espada, el hambre y la cautividad. La caída del Reino (672-722)”. Lo añado como apéndice a esta serie sobre el avance musulmán en Europa.

 

Comienza Soto Chica el capítulo recordando que la destrucción implacable y sangrienta del reino visigodo no fue una novedad ni una excepción en la expansión musulmana desde el siglo VII, cuando destruyeron el impero persa e hicieron retroceder el Romano en Palestina y Siria, y después en el norte de África.

Arranca con el rey Wamba, en la apoteosis del reino godo, que empezó su descomposición con el destronamiento de Wamba por Ervigio, que intentó asesinarlo con una pócima. Wamba enfermó y tuvo que retirarse para morir en paz. Pero no murió, y cuando se recuperó se encontró tonsurado (perder a la fuerza la melena era una deshonra entre los godos) y en un monasterio. Hasta ese momento había llevado a Spania hasta una cima comparable a la que llego Chindasvinto.

Ervigio utilizó el mismo instrumento de poder que sus antepasados, los concilios de Toledo, cuyas conclusiones tenían efecto de leyes. Wamba había reconstruido y embellecido la ciudad para gloria de su pueblo, y Ervigio no tuvo más que aprovecharse de esta situación. Lo curioso es que pedía la colaboración del clero “para dar apoyo a un mundo que se derrumba”, según consta en las actas del XII Concilio en 681. No se equivocaba, los árabes se habían establecido en Egipto y avanzaban hacia el Oeste.

El imperio bizantino aguantó la embestida durante varias décadas. Pero los musulmanes se iban imponiendo a sangre y fuego. Lo hemos visto en los capítulos anteriores. En los primeros tiempos del reinado de Ervigio las hordas musulmanas llegaban a las puertas de Septem, Ceuta, y se retiraban a Kairuán para acumular fuerzas, donde fueron derrotadas, y se vieron obligadas a regresar a Trípoli.

Como sabemos, Cartago, la capital bizantina, cayó en manos del islam en 697. De nuevo fueron expulsadas por la armada de Bizancio. El califa Abd al-Malik ordenó un contragolpe, que se llevó a cabo con éxito.

Nos dice Soto Chica que en “el otoño de 698 en Hispania reinaban el hambre la peste y Égica, un rey implacable pero incapaz. Cuando las tropas llegaron a Las Columnas de Hércules,  el comes de Septem pactó con los musulmanes un acto de sumisión. Soto le menciona como “el enigmático, semilegendario y maldecido don Julián”.

“El 14 de noviembre de 684 Ervigio y su amigo y cómplice Julián de Toledo [no el de Ceuta], tenían ante sí el apresuradamente reunido XIV Concilio de Toledo.[…] Muchos obispos no pudieron acudir, pues el reino se hallaba cubierto por la nieve y atrapado por un temprano invierno.” Soto subraya que la tierra estaba sepultada sobre la nieve, porque este fue uno de los cambios climáticos perceptibles y documentados de la Alta Edad Media, que había empezado en el 536, cuando se declaró la gran peste de Justiniano. La Crónica Mozárabe, que tantas veces hemos citado en esta serie, dice que los siete años de gobierno de Ervigio fueron de un hambre terrible; y en los quince de su sucesor, Égica, no cesó una peste inguinal mortífera. Este dato lo refleja también el Ajbar Machmúa.

Ervigio tuvo que condonar impuestos imposibles de pagar, y también modificar las leyes militares de Wamba, muy duras con la alta nobleza, para ganarse su favor. A muchos devolvió las propiedades que Wamba les había arrebatado por apoyar a Paulo, que se había rebelado contra él, según también hemos relatado antes. Reconoce explícitamente el nuevo rey la capacidad legislativa de los concilios, además de la dimanante de la autoridad real.

La tensión entre realeza y nobleza e Iglesia se multiplicó por entonces. El obispo de Toledo, Julián, cuidaba sus intereses por encima de la amistad, en otras palabas. No era un incondicional. El halo de sacralidad de la figura del rey perdió brillo. Por su complejidad, evitamos ahora especificar las causas y razones. El reinado de Ervigio también es famoso por el bautismo forzado a los judíos.

En noviembre de 687 Ervigio “bebió el amargo trago que el destino le había preparado con el jugo de los frutos de su desmedida ambición y de su retorcida traición a Wamba: en el lecho de muerte el sobrino del traicionado Wamba, Égica, yerno de Ervigio [casado con su hija Cixilo], le arrancó su reconocimiento como nuevo rey, postergando a los hijos varones del moribundo”.

No fue un buen rey, dice Soto Chica, aunque conseguirlo en aquellos tiempos tan duros era difícil: “no ser excepcional era casi una condena al fracaso”. Es preciso recordar que Égica era sobrino de Wamba, todavía vivo, recluido en un monasterio, pero activo bajo el hábito de monje.

Dos cosas voy a destacar de la crónica que hace Soto Chica sobre el reinado de Égica. En primer lugar, los conflictos que tuvo con la nobleza, a pesar de haberle devuelto tierras y prebendas arrebatadas por su padre Ervigio. Una de las leyes de Égica fue prohibir los juramentos de fidelidad que no fueran hechos al rey.

Dice Soto Chica: “Estos juramentos eran la base de una sociedad que caminaba resueltamente hacia algo que, discusiones estériles y eruditas aparte, podemos denominar la como protofeudal […] Las disposiciones de Égica se enfrentaban a una realidad social cada vez más omnipresente: el patrocinium que estaba convirtiéndose de hecho en el eje organizador de las relaciones de poder y riqueza en el reino visigodo”.

El segundo hecho destacable pertenece casi a una crónica salvaje del corazón, a una teleserie o una novela de conflictos intrafamiliares, que quizá algún autor haya llevado a cabo.

Hemos dicho que Égica era hijo de Ervigio y de Cixilo, hija a su vez  del depuesto rey Wamba. El reino estaba dividido en banderías, rasgo común en los estados y protoestados europeos de la Edad Media. En Spania  los ervigianos estaban enfrentados a los partidarios de Wamba y su nieto Witiza. Ervigio alejó de la corte a su mujer Cixilo, que fue la urdidora de los enemigos del rey, uno de los cuales, Suniefredo, intentó deponerle sin éxito. Los líos que esto ocasionó son dignos de un melodrama decimonónico o de una astracanada tipo la Venganza de don Mendo, según el punto de vista. Tanto Soto como Balbás han escrito novelas histórica aprovechando sus conocimientos.

Es el caso que a la muerte de Ervigio le sucedió Witiza. Witiza intentó congraciarse con todos, pero era demasiado joven e inexperto para conseguirlo.

El muchacho se quedó sin patrimonio real, por haberlo distribuido entre los nobles que podían echarle del trono. Tuvo que convocar un Concilio, el XVIII, para recaudar fondos. Las actas de este concilio se han perdido, y la Crónica de Alfonso III afirma que una de las conclusiones fue permitir el matrimonio de los sacerdotes, que ya se había aprobado en Constantinopla. Esto contrarió a Roma, que quizá influyera en la Iglesia hispana para que las actas del concilio se esfumasen.

El último asunto del capítulo reseñado se titula:

 

La batalla de Guadalete y el fin del reino

El tema ha sido narrado con cierta extensión en el capítulo anterior de esta serie. De modo que me voy a limitar a resumir la situación del reino visigodo desde la muerte de Witiza a finales del 709 o inicios del 710.

Soto Chica insiste en algo que Balbás también hace suyo. “Pero, ¿cómo se perdió un reino tan poderoso en tan poco tiempo?” “Lo cierto es que la caída del reino visigodo no tuvo nada de extraordinaria, ni de singular, si la colocamos en su contexto: la gran expansión árabe de los siglos VII y VIII. Si es observada desde esta amplia perspectiva, no fue sino un acontecimiento más en una cadena de grandes conquistas que, además, en no pocos casos, tuvieron un mismo patrón: divisiones políticas internas, ejércitos poderosos dispuestos a rechazar a los invasores pero debilitados en su cúspide por las divisiones en el alto mando, ofrecimiento al invasor de una batalla decisiva y, tras ser barridas sus fuerzas en ella, una repentina y rápida caída no exenta de una resistencia feroz pero, al cabo, inútil.”

Recordemos que Musa ibn Musair había aplastado una revuelta africano romana y bereber, en los mismos tiempos en que Witiza heredó Spania. Junto a esta coincidencia, resulta que el comes Julián, aislado y olvidado señor de lo que quedaba del territorio de Septem, acababa de pactar con los nuevos señores de África y lanzado una razia contra las costas de la península. Julián es llamado en las crónicas árabes (posteriores, téngase en cuenta) “patricio de los romanos”, “Vali Majaz al Andalus” o “comandante del estrecho de España”.

Conjetura Soto Chica que debía ser un hombre desesperado. “En algún momento posterior a la definitiva caída de Cartago en agosto/septiembre del 698, Julián debió de comprender que el Imperio no le enviaría ayuda”, porque su posición en la lucha por el poder en Bizancio no fue acertada. Es posible, dice Soto Chica, que buscara protección en el reino visigodo, que no estaba para prestar apoyo a nadie. En la primavera de 709, cuando los musulmanes ocupan Tingis, Tánger, decide pasarse el invasor, igual que hizo después Teodomiro con gran éxito para él y su familia en el sureste mediterráneo. “Así fue como en el otoño de 709 los cuatro dromones de la flotilla destacada en Septem desembarcaron tropas septensianas y moras para correr los campos de más allá de los montes Transductinos.”

Muerto Witiza, Rodrigo ocupa su lugar con oportunismo. Según la Crónica Mozárabe “Rodrigo, más por astucia que por valor, toma el reino de los godos”. Pudo ser astuto porque contaba con el apoyo de los comes de la Bética y probablemente de la Lusitania y la Gallaecia, pero no con los de la Tarraconense y la Septimania. Durante seis meses hubo negociaciones y traiciones, algo natural en aquellas luchas por el poder.

Parece ser que Rodrigo venía de estirpe regia, hijo de un hijo de Chindasvinto, Teodofredo, y era un hombre maduro en 709. A Todofredo le habían arrancado los ojos por orden de Égica. Familia de apestados. Es el caso que Rodrigo aparenta una reconciliación con Witiza, y queda a la espera de que llegue su momento, preparando cumplida venganza por la muerte de su hermano Fabila, asesinado por un muy joven Witiza por causa de una mujer.

La trama shakesperiana está urdida, y subirá a la escena viva muy pronto.

A ello se añade que Egilona, la esposa de Rodrigo, pudo haber sido hija o sobrina de Égica. Esta Egilona después se casará con Abd al Azi ibn Nusair. Soto Chica expone más detalles de este enredo familiar que me ahorro para no despistar.

Tenemos a los hermanos y a los hijos de Witiza por un lado, y a Rodrigo por otro, esperando los primeros una oportunidad para destronarle o una muerte en combate o por enfermedad de oportunista.

Dice el historiador que los árabes poseían también un gran sentido de la oportunidad. Lo mismo que habían hecho en el Imperio Persa y en el imperio Romano a mediados del siglo VII, aprovecharon la división de Spania para saquear primero, y si se les daba bien, conquistar después.

Agila, posiblemente duque de la Tarraconense  o de la Narbonense, se proclamó rey y se alió con los vascones buscapleitos. Rodrigo salió hacia el norte, igual que lo había hecho Wamba medio siglo antes. Pero Wamba se impuso, y Rodrigo no pudo hacerlo porque le avisaron de la invasión musulmana. La Crónica Mozárabe dice que previamente a 711 hubo dos ataques moros, uno de ellos conducido por Tariq ibn Ziyad, que arrasó la Bética. Eran ataques de tanteo. Rodrigo había enviado al recién nombrado conde de la Bética, cuya derrota le forzó a llevar du ejército a toda prisa a los montes Transductinos, donde en el capítulo anterior le hemos visto perecer traicionado por los suyos.

Esta es la historia fatídica de la que surgiría con el paso de los siglos España.

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