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Bitácora y apuntes

De puertas adentro

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Fernando Bellón

Una conversación cogida al vuelo a la puerta de un chino. Habla una montaña de hombre, de piel cobriza y rasgos étnicos, en camiseta y pantalón corto, ambas prendas oscuras. A su lado un chavalito, con todo el aspecto de ser hijo suyo, da golpes en el escaparate del chino con un trozo de plástico.

“Sí. Verás. Te he llamado antes. Sí… Es la cuenta del Santander, que está bloqueada. Y te llamé, y te di otra cuenta que me he abierto. Para que me hicieras ingresos, sí. Y me hiciste un bízum. Pero has vuelto a hacer un ingreso en la cuenta del Santander. Sí… Sí…”

Más o menos en estos términos. Entre medias, el gigante dice “!Para! ¡Para!”… “¡Que te he dicho que pares, coño, que estoy hablando por teléfono!” Refiriéndose al chaval, vestido también con camiseta y pantalón de mercadillo, que está al corriente de la situación de su familia, y se desahoga dando golpecitos donde le dejan.

Uno, que es medio sociólogo, medio psicólogo y medio periodista, tiende a sacar conclusiones de aquello que escucha y observa. Yo no le veo remedio al infortunio del hombre gigantesco. Me pregunto cuántos ciudadanos se encontrarán en las mismas circunstancias que él, y qué porcentaje de ellos serán capaces de poner remedio a sus infortunios por su cuenta.

 

Conozco a alguien que se esfuerza a fondo en poner remedio a sus males. Es una vecina de clase media, con una familia extensa y solidaria. El marido de esta ciudadana, a la que llamaré Vicenta, lleva años postrado en cama, con una enfermedad neuronal degenerativa. Las veces que le he visto me ha parecido un hombre de mediana edad, de piel lisa y pulida, que no aparenta los setenta años que tiene.

Todo esto es excepcional. No son tantas las familias en estas condiciones, ni las hay tan solidarias como la de Vicenta, ni gastan tanta energía en remediar sus males.

Aquí están Vicenta, su hijo, su nuera, su nieto, sus hermanas y hermano, y sobrinos numerosos. Aguantando el temporal de puertas adentro con una fuerza y un humor contagiosos.

El temporal suelta rayos y centellas intolerables para cualquier familia de clase media, de clase alta o de clase humilde. Son los derivados de los cuidados que necesita el marido de Vicenta. Las instituciones sanitarias subvencionan la dependencia del enfermo con unos cientos de euros. Pero no van a parar a los bolsillos de Vicenta, sino a los de una empresa que presta servicios a la autoridades sanitarias, que se ahorran la hospitalización del enfermo crónico. Gracias a que el marido de Vicenta está en casa atendido por ella y su familia se encuentra en el estado de juventud aparente, y aguanta su dolencia años y años. De encontrarse en un hospital o en un asilo, habría dejado este mundo hace tiempo.

Pero Vicenta tiene un problema irresuelto. La empresa que envía a una cuidadora o cuidador a diario para la limpieza y la alimentación no oral del hombre, estafa a pacientes y autoridades sanitarias. ¿Cómo es eso? Muy sencillo. Vicenta tiene que enseñar a los “cuidadores” enviados a realizar todas las tareas necesarias. Esos cuidadores son personas que han debido de aceptar ese trabajo a regañadientes, y carecen de la formación, de la preparación y de la fortaleza psicológica necesaria para atender estos casos.

Sí, es verdad que hay otros cuidadores capacitados. Pero Vicenta tiene rachas desesperantes. Busca remedio a esta desazón periódica. Solicita que en lugar de darle esos cientos de euros a la empresa mediadora, se los entreguen a ella, para buscarse la solución por su cuenta, aunque tenga que pagar otro tanto de su bolsillo.

¡Y tanto que tiene que pagar! Le dicen que si han de entregarle a ella el dinero de la dependencia, se quedará en 70 € al mes. ¡Vaya remedio!

A uno se le revuelven las carnes al conocer esta estafa, porque se trata de una estafa. Yo te doy dinero a ti, empresa de atención a enfermos, para que contrates a personas cualificadas; pero tú contratas a quien encuentras más necesitado, tenga instrucción o no.

Valgan estos dos casos, el que no tiene remedio, y el que lo tiene, pero no le dejan ponerlo en funcionamiento.

Mi vecina Vicenta, menuda pero recia, es casi una heroína. El hombre montaña, tan fuerte como parece, es un tipo arruinado sin solución.

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