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Cultura y comunicación

Goliardos fumando un Farias desportillado

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(En la fotografía, de izquierda a derecha: Angel Facio, Mercedes Guillamón, Concha Grégory, Paco Algora, Fernando Doménech, Agapito Álvarez, Gloria Muñoz, y Julio Huélamo.)

Texto y foto de Fernando Bellón

Los Goliardos fueron el primer grupo de teatro independiente español en los años 60, nacido en viveros de teatro universitario madrileño, y el que promovía el teatrólogo norteamericano William Layton, residente entonces en Madrid

Ahora hace medio siglo que surgieron, y sus antiguos componente están celebrándolo.

Durante el mes de abril se han programado en Madrid una serie de actos, conferencias, lecturas dramatizadas, exposiciones y mesas redondas organizadas por la Fundación Los Goliardos.

Esta semana Fermín Cabal abrió el melón del aniversario. El escenario era el de La Corsetería, “un lugar para (re)pensar y (re)hacer el teatro” en el barrio de Lavapiés, que alberga el Nuevo Teatro Fronterizo, dirigido por José Sanchís Sinisterra.

 

Fermín Cabal es uno de los dramaturgos españoles que más han circulado por el laberinto teatral hispano, y está sobradamente capacitado para introducir un evento como el medio siglo de Los Goliardos. No formó parte de ellos, pero trabajó para ellos o en ellos durante un tiempo.

Fermín, que es un tipo socarrón, recordó que estando en El Ferrol del Caudillo al inicio de la década del 70, instigando la revolución marxista leninista, recibió una invitación de Ángel Facio, a la sazón en Oporto, para participar en un montaje de Los Goliardos. Aceptó,intuyendo que la revolución era algo muy complicado, y se vio en Madrid al poco tiempo barriendo el local donde se iba a producir el espectáculo.

Angel Facio, subrayó Fermín Cabal, fue el alma de Los Goliardos. Esto quiere decir que acaso si el grupo hubiera subsistido sin él, su naturaleza habría sido muy diferente. A lo largo de la velada en La Corsetería, tanto Ángel Facio como los viejos componentes de Los Goliardos, dejaron claro que Facio sólo jugó su papel, decisivo, pero que Los Goliardos no fueron nunca Angel Facio.

“El término goliardo”, precisa la Wikipedia, “se utilizó durante la Edad Media para referirse a cierto tipo de clérigos vagabundos y a los estudiantes pobres pícaros que proliferaron en Europa con el auge de la vida urbana y el surgimiento de las universidades en el siglo XIII.”

Cuando se fundó el grupo en 1963, la izquierda española era sólo el PCE, ni siquiera habían surgido sus escisiones marxistas leninistas, y el PSOE era un grupo de amigos sin el menor arraigo político entre los antifranquistas. El PCE era un partido muy serio. Y Los Goliardos no lo eran en absoluto, entroncaban en la sólida tradición anarquista española. Sin embargo, tanto el PCE como Los Goliardos convivieron de un modo inexplicable, porque algunos de sus miembros eran militantes.

Esto sólo se apuntó en la velada del lunes 8 de abril en La Corsetería. No hacía falta dar detalles. La mayoría aplastante de los que ocupaban la sala eran mujeres y hombres de 60 años para arriba, que conocíamos en nuestras propias carnes la historia gloriosa y tenebrosa a la vez del PCE durante el Franquismo. Las décadas de los 60 y los 70 en España tuvieron una esencia y una densidad cultural que fueron traicionadas con contundencia en los años 80 y en los sucesivos. Por el PSOE, claro, que absorbió y sobornó a todos quienes aceptaron cambiar la independencia goliárdica por la poltrona.

 

Cabe decir que tras Los Goliardos apareció una generación de grupos de teatro independiente numerosa como los hongos en un bosque húmedo. Fermín Cabal recordó que las tres figuras claves en el teatro español del tardofranquismo y la Transición son Angel Facio (con Los Goliardos), Juan Margallo (con Tábano) y Albert Boadella (con Els Joglars). Los dos primeros en Madrid y el tercero en Barcelona. De esa semilla nació una forma de entender y hacer el teatro dirigida a la ciudadanía, entonces conocida como “el pueblo”.

El discurso de Fermín Cabal fue poniendo en evidencia estas y otras cosas con la socarronería que da el tiempo y la documentación de una memoria bien amueblada. Hace 35 años, este discurso habría sido furiosamente contestado, aunque dudo que Fermín, tipo independiente, lo hubiera variado.

Después habló Angel Facio, con un sentido del humor goliárdico, exasperado y zumbón. Recordó anécdotas, giras, juegos al escondite con “la censura”, los esfuerzos instintivos del grupo para alejarse del dogmatismo marxista (incluso de Bertold Brecht) y de aproximarse al alma del “pueblo” español.

Los dos primeros montajes de Los Goliardos fueron Juan de Buenalma, basado en pasos de Lope de Rueda, y La boda de los pequeños burgueses, adaptación del texto del joven Brecht (“cuando todavía no era marxista leninista”, insistía Facio).

Con ellos recorrieron España de arriba abajo, haciendo más de 300 representaciones. Una gira llena de jugosos incidentes que darían para una serie de televisión que podría desbancar de los índices de audiencia a “Cuéntame”. Los actores no cobraban más que las dietas, porque la taquilla y lo que conseguían sacar de algún sitio lo empleaban en la producción de las obras y en pagar una furgoneta en la que circulaban por las carreteras de la Piel de Toro.

Facio se partía de risa hablando de los propósitos pedagógicos de Los Goliardos, dominados por dos deseos éticos: pasarlo bien (no ser dogmático-coñazos) y servir con su trabajo al “pueblo”. El “pueblo” eran los “hijos de papá”, gente como nosotros mismos, que podíamos vivir gracias a la familia, vino a decir (él se ganaba la vida dando clases de Historia del Pensamiento Político en la Facultad de Políticas de la Complutense). En otras palabras, durante largos años, el público (y los componentes) de Los Goliardos, Tábano Els Joglars y los grupos que les sucedieron fueron jóvenes de las clases medias. Unas clases medias que eran la cosecha de la bonanza económica europea durante las décadas de los 50 y 60, que afectó a España en lo que se conoció como “el despegue”, “el desarrollismo” o la modernización de la economía ibérica.

Los Goliardos, Tábano, Els Joglars vinieron a ser los labradores evangélicos que echaron la buena simiente en el campo abonado. La cosecha la podemos ver hoy. No hay ciudad española de más de 50.000 habitantes que no posea media docena de escuelas o salas de teatro, aunque la mitad sean iniciativa de argentinos. Y este “aunque” es rico en interpretaciones, porque los argentinos, los chilenos, los uruguayos, los mexicanos, los colombianos, los peruanos, etc, han acudido a la península con toneladas de talento que han servido de abono a esa tierra culturalmente labrada en los años 60 y 70 de España y Portugal.

El párrafo anterior es de mi exclusiva cosecha, por mantener la metáfora. Pero se desprende de lo que se declaró en la velada del lunes 8 de abril en La Corsetería.

Facio cedió la palabra a los antiguos miembros de Los Goliardos que formaban una mesa redonda. Tras las precisiones eruditas de Julio Huélamo, del Centro de Documentación Teatral, rememoraron sus años mozos Paco Algora, Agapito Álvarez, Mercedes Guillamón, Concha Grégory y Gloria Muñoz, moderados por Fernando Doménech.

Fueron evocaciones notables todas, anecdóticas, emotivas, y con declaraciones sobre el carácter rotundo de Facio. Salvo Paco Algora, los demás habían sido universitarios e “hijos de papá”, incluso Gloria Muñoz, hija de una familia dedicada al espectáculo, que gracias a eso poseyó desde los inicios de su carrera carnet del sindicato del ramo, lo que le permitía actuar legalmente y encima cobrar más, según ella misma informó.

Gloria, a quien me precio de conocer desde la adolescencia, porque vivíamos en el mismo barrio de Madrid (el de la Concepción) y acudimos a los mismos guateques en la colonia de San Vicente (donde Fermín Cabal vivía con su familia), contaba que su entrada en Los Goliardos le costó un conflicto interior que resolvió con inteligencia.

Al parecer, Angel Facio le propuso que, para ganarse la vida que no le podía pagar el teatro, se pusiera a trabajar en un bar, si no entendí mal en la barra de un bar de señoritas. Pero entonces, Gloria trabajaba en TVE presentando un programa infantil, donde ganaba según los estupendos sueldos de los sindicados, y también en los escenarios comerciales. Después de dudarlo, la joven declinó lo del bar y siguió mientras pudo en TVE. Tanto Gloria como los demás confesaron el impacto que el teatro independiente les produjo, emocional e intelectualmente. El teatro comercial, convencional, era una fuente de ingresos para algunos de los que luego se echaron al monte goliárdico; pero la pasión, la incertidumbre, las aventuras nada fabulosas sino bien reales, bien conmovedoras compensaban la seguridad y el aburrimiento de un trabajo “decente”.

Para acabar la velada se leyeron las escenas finales de los dos primeros espectáculos de Los Goliardos: Juan de Buenalma y La boda de los pequeños burgueses. Angel Facio los introdujo con informaciones pertinentes y chispeantes. Fueron, a mi parecer, dos joyitas que emitían el brillo deslumbrante de la bisutería, porque eran piezas (“funciones”, insistía Facio) pensadas para ese evanescente “pueblo” español (incluidos el catalán, el vasco y el gallego, según se dejó bien de manifiesto), que tan pronto se encarnaba en los “hijos de papá”, como cambiaba de aspecto. El lenguaje, los guiños, las referencias culturales, sociales de ambos espectáculos emergen del rico tronco de la literatura, la poesía y el teatro español.

A finales de los 70 y comienzos de los 80 nacieron numerosos grupos teatrales, hermanos menores del primer teatro independiente, que siguieron la estela de Los Goliardos. La lista es larga. Como muestra podemos citar en Madrid a: Guirigai, Zascandil, Cambaleo, Producciones Marginales, o en Barcelona a La Fura dels Baus, Dagoll Dagom o Tricicle.

Permítaseme concluir con un último y privado excurso. Hoy, todo es diferente a lo soñado. La diferencia empezó a plasmarse en los años del primer gobierno socialista, cuando la Cultura fue encapsulada, institucionalizada y sobornada. No se deduzca que proclamo que todo cuanto se hizo fue perjudicial. Es posible que pudiera haber sido peor si en el gobierno hubieran estado los bolcheviques. Pero la cultura no es patrimonio del Estado, sino del “pueblo” en sus variadas encarnaciones. Gracias sean dadas a Los Goliardos, y largo sea su legado medio siglo después.

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