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Bitácora y apuntes

Hipocresía, desvergüenza e histeria de energúmenos

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Se sostiene en este artículo que la sociedad española ha sido arrojada al cubo de la basura por una banda de políticos profesionales incompetentes y mendaces.

Fernando Bellón

Este texto consta de dos partes. La primera es un grifo abierto de iracundia, incluso de cólera. La segunda es un intento de razonar lo primero.

Tres preguntas se hace el ciudadano cuando es convocado a las urnas: ¿A quién voto? ¿Por qué? ¿Para qué?

Si tuviéramos que votar ahora mismo, yo me encontraría en un laberinto.

A quién votar no tiene respuesta. Los espectáculos del Congreso de los Diputados de las últimas semanas lo dejan claro. Una bandada de políticos españoles se dedica deliberadamente a sembrar la confusión entre la ciudadanía perpleja. Discursos hipócritas, desvergonzados, mendaces e histéricos, ajenos por completo a la circunstancia presente, a las necesidades de la sociedad, a la confianza de la gente en sus elegidos para el gobierno y su control.

La segunda y la tercera pregunta tienen respuesta negativa. No hay razón alguna para votar a nadie, y no queda ni una pizca de crédito para confiar en los compromisos y obligaciones de los elegidos.

El poder, sus aledaños y también la oposición está ocupada por un grupo de incompetentes, caraduras y sectarios, con muy pocas excepciones, como los virtuosos de Sodoma y Gomorra, que eran insuficientes.

Lo insostenible de tal escena es que los españoles nos hemos acostumbrado a ella, y a muchos les parece natural. Pero dar un repaso a las redes sociales muestra el peligro que se cierne: rebosan de menosprecio, de odio y de bilis, de momento digital. Pocos se preocupan en razonar su rabia o su frustración. La razón no vale un pimiento en la vida política española hoy, marzo de 2024. Ha sido avasallada por una horda de energúmenos, sinvergüenzas y mangantes.

Esto es así porque este comportamiento no es novedoso, es el habitual desde que la Ruptura se convirtió en Transición entre 1979 y 1982. Repásense las hemerotecas y se podrá constatar. La libertad de expresión y de prensa eran ya un vocerío con contadas excepciones. La única diferencia es que, fracasada la Ruptura, la demagogia se convirtió en retórica, a veces burda, a veces grotesca, casi siempre hipócrita, pero lejana todavía a lo que hoy es el Parlamento, un manicomio de piratas lenguaraces.

Cuando digo Ruptura me refiero a la transformación a la fuerza de una dictadura en otra, y también a la Ruptura de España, o bien partida en dos, como la que precedió a la Guerra Civil, o bien fragmentada en cachos federales o “nacionales”, como sucedió con la Primera República de 1873, que no duró ni dos años.

Doy término a mi cólera. Ahora voy a razonar de la mejor forma que pueda.

Todo lo que estamos viviendo los españoles en estos días aciagos obedece a un plan. No es una conspiración, es un plan mal elaborado, de escaso fundamento y sin anclaje social. Por eso ha fracasado hasta ahora, y por eso ese mismo, antiguo y fracasado plan ha roto la barrera del sentido común necesario en cualquier plan. Los granujas que se han sucedido urdiendo y procurando el plan con el paso del tiempo han perdido la paciencia, la cordura y el sentido de la responsabilidad. Paralelamente, los que se oponen al plan, conscientes o inconscientes de él, carecen de ideas, argumentos y fuerza de voluntad para convencer a los españoles de sus sinrazones.

No es una conspiración, porque el plan se hizo público en la época de la Ruptura/Transición, y no se ha ocultado. Perdió fuelle cuando entre los profesionales de la política y del periodismo cundió la impresión de que, al fracasar el plan, había que olvidarlo. Pero el plan seguía vigente.

La indiferencia de los gobiernos conservadores ante la reactivación del plan de Ruptura les costó su salida del poder mediante un golpe de estado encubierto, los atentados sangrientos del 11 M de 2004. Desde entonces, la ofensiva rupturista ha vuelto la activarse al máximo y nos ha llevado a la actualidad presente. El objetivo declarado es sustituir la monarquía parlamentaria por una federación o confederación de repúblicas.

Entre febrero de 1981 y marzo de 2004 los españoles vivimos la ilusión de que por fin la política había establecido un régimen de equilibrio democrático.

Es obvio que el “golpe” militar de 1981 fue un engendro preparado para desactivar al ejército, harto de los asesinatos de ETA. Los que prepararon entre bambalinas el “golpe”, engañando a un grupo de soldados ilusos, prefirieron convertir el ejército en una ONG antes que dedicarse a perseguir a los terroristas asesinos.

No obstante, la tenacidad asesina de ETA, sostenida por los intereses franceses en debilitar a España, forzó a los triunfadores del “golpe democrático” a responder con la fuerza del Estado. A la vez se coaligaban cuando era necesario con los adalides de la separación. Era el programa de los rupturistas, y la traición de los conservadores o ciegos o sinvergüenzas.

En el presente de España estamos regresando al pasado. Como 1936 y las atrocidades de la Guerra Civil están más cerca, muchos creen que la vuelta es a esa fecha. Pero no está nuestra sociedad madura para enfrentamientos salvajes, si bien los políticos nos dan macabras lecciones cada día en el Parlamento y en los medios de comunicación. Estamos retrocediendo más de un siglo, a 1873.

La incertidumbre en Europa central y en la Unión Europea en particular empieza a ser opresiva para los incompetentes y temerarios hombres y mujeres que dirigen el continente. Esto es más gasolina en el peligro de incendio que cualquier día puede producirse en España. En el pasado reciente nos libramos de las dos catástrofes bélicas del siglo XX. Pero desde que entramos en la OTAN, estamos ligados a la suerte del resto de nuestros vecinos, y obligados a enviar tropas a un posible y hasta previsible frente, a miles de kilómetros de distancia. Esto lo avisan y lo sugieren los grandes dirigentes europeos, uno de los cuales es español, José Borrell, mucho más peligroso que un Pedro Sánchez en declive.

Pero el consumo, el turismo, el entretenimiento  masivo nos distraen, y nos hacen creer que el peor escenario está solo en la imaginación de los pesimistas.

¿A quién votar, si no hay nadie digno de ser elegido? ¿Para qué votar, si nadie se va a ocupar de los problemas de la ciudadanía? ¿Por qué votar, cuando la experiencia nos dice que los ganadores harán lo que les plazca, de acuerdo al plan de Ruptura, o sin fuerza de voluntad y de programa para evitarla?

 

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