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Bitácora y apuntes

La Eunomia y la Eutaxia, o quién le pone el cascabel al gato

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El gato esquivo

Fernando Bellón, editor de Perinquiets-Libros

El gobierno de los pueblos se considera una ciencia, sólo por el hecho de que los ensayistas y publicistas de antaño, filósofos y sofistas, trazaron ya sus mapas políticos. La veteranía no hace el oficio, sino la práctica, el error y el propósito de enmienda, que se da poco entre los cargos públicos.

Uno de los argumentos para certificar el progreso de los seres humanos (de la Humanidad metafísica) es comparar el presente con el pasado, y concluir que vivimos mejor. Antes hemos advertido que no hay que confundir el avance de los conocimientos científicos y tecnológicos con las costumbres y las formas de gobierno. A la magia sucede el animismo, a este el paganismo, y luego vienen las religiones monoteístas, hablando a grandes rasgos. Pero a poco que miremos a nuestro alrededor, comprobamos que esto es sólo válido en Occidente (Europa, norte de África y desde 1492, las Américas descubiertas y colonizadas por españoles y portugueses, que se merendaron en el siglo XIX los anglosajones). La India, la China, el Japón, casi toda África y Oceanía, donde vive el doble o el triple de gente que en nuestras orgullosas tierras que hasta ahora nos han llenado de satisfacción, no encajan en el modelo.

Así que no tenemos más remedio que parcelar el planeta, y limitarnos a hablar de nosotros los euroasiáticos y magrebíes. Vamos a ello.

Ocupando el ocio en lecturas amenas y provechosas, me he topado con Solón. Solón fue el legislador por antonomasia de Atenas y de la Grecia Antigua. Voy a señalar algunas citas, y ya me dirán ustedes si no se parecen a palabras extraídas de la boca de cualquier político de hoy.

«Los dirigentes del pueblo tienen una mentalidad malvada, y están maduros para sufrir muchas penalidades por su gran arrogancia; porque no saben como restringir su codicia, ni conducirse con decencia en las alegrías de su presente ni festejar en paz». Y también habla de la dismonia (el desorden social): «El mal público se acerca así a la casas de cada uno, y las puertas del corral no consiguen detenerlo; salta sobre la alta tapia y busca al incauto, aunque se esconda en los rincones más oscuros de su hogar.»

Solón escribió su constitución en verso y fue muy celebrado entre los suyos. El ideal de los griegos era la eunomia, el bien común. «La eunomia ordena y encaja todas las cosas, y encadena lo injusto; suaviza lo áspero, pone fin a los excesos, ciega la insolencia, marchita las flores de la injusticia, endereza juicios torcidos y ablanda los hechos arrogantes, pone fin a las facciones y a la ira de enfrentamiento doloroso; sometidos a ella, las acciones de los hombres son sabias y derechas.»

Esto se dijo hace dos mil quinientos años. En China, Confucio y Lao Tse añadieron cosas parecidas. ¿No son estos conjuros la expresión más nítida del progreso político? ¿Por qué no han funcionado?

Recomiendo al lector un ejercicio poco complicado. Busque en Internet o en las hemerotecas y bibliotecas públicas periódicos de hace un siglo, dos, de antes incluso, gacetillas, papeles sueltos. O simplemente lea a Galdós, a Jovellanos, a Gracián, a los cronistas de Indias, a los religiosos que describen la vida de españoles e indígenas (ojo con las Casas, la mayoría de lo que escribió no lo vio, se lo contaron). Están describiendo una sociedad muy parecida a la nuestra. Y si uno retrocede a Juvenal, a Cicerón, a los historiadores latinos, ve que los hombres y las mujeres tenían prejuicios parecidos (adaptados a su época), sueños similares y emociones que compartimos.

Pero como irse tan lejos puede hacernos perder el foco, quedémonos en las dos primeras décadas del siglo XX. Al inicio del siglo de las peores guerras mundiales, se estaba produciendo un jubiloso cambio notorio en casi todo: ideología, industria, masificación, consumo, turismo, ciencia, religión, sexualidad, feminidad (feminismo, vale), masculinidad (que no es lo mismo que machismo), educación, sanidad…

Exactamente lo mismo que hoy en día. No habían progresado en relación a la Ilustración de cien años antes, igual que la Ilustración no progresó respecto al Antiguo Régimen. Los felices años veinte parieron dos guerras, y sembraron las semillas de cien. La única novedad es que con picas, espadas, mosquetes y culebrinas desperdiciaban mucha pólvora y esfuerzo, y ahora con un maldito dron se puede liquidar un regimiento. Ha evolucionado la tecnología. No hay progreso de la Humanidad. Hay cambios determinados por una serie de circunstancias que varían de lugar en lugar, de sociedad en sociedad.

Incluso en la tecnología y en la ciencia el progreso padece un regreso.

¿Qué diferencia hay entre el ápeiron o caos, el atomismo difuso, el río en el que no puede uno bañarse dos veces, el Espíritu Santo, el poder omnímodo de Alá, la meditación trascendente que nos traslada a otra dimensión, entre todo eso, y la mecánica cuántica, en la que si uno sabe dónde esta una partícula no puede medir su energía, el gato de Schrodingen, la energía atómica, el muón, las ondas gravitacionales, el Big Bang, la materia oscura, conceptos y fenómenos que solo y exclusivamente se representan matemáticamente? ¿No parecen las matemáticas un apéndice de la magia?

Ojo, no estoy negando la cosmología, el modelo estándar de partículas y la expansión o contracción del Universo. Digo que nos hemos precipitado en unas explicaciones que la ciencia positiva deriva hacia la ciencia especulativa. Creer en Dios es equivalente a creer en el Big Bang, por mucho que se empeñe Hawkins en lo contrario, y las matemáticas son hoy lo más parecido a la teología.

En resumen, una vez más, el progreso social es un fraude del que se valen políticos y académicos para seguir en sus poltronas.

El ideal de convivencia sigue siendo el mismo, eumonia, o eutaxia, según la teoría política del Materialismo Filosófico. El objetivo y misión de un gobierno es la estabilidad y el orden social, intentar que los intereses y conflictos no deriven en desequilibrios y choques. Siempre hay quienes salen mejor parados que otros, porque los grupos humanos no son modelos de nada, sino que actúan según les conviene o creen que les conviene. Gobernar presupone que los que dirigen son los más capacitados para hacerlo, algo que no suele suceder. Pero ese es el juego de la política, aprender a ponerle el cascabel al gato.

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