CARGANDO

Escribir para buscar

Cultura y comunicación La Revolucion Campesina alemana de 1525 Series

La Guerra Campesina de 1525 en Alemania (II)

Compartir

LA REVOLUCIÓN DE 1525 La Guerra Campesina Alemana desde una nueva perspectiva. Peter Blickle (1977) Traducida al inglés por Thomas R. Brady Jr y H.C. Erik Midelfort Johns Hopkins University Press. Baltimore. 1981 Resumen elaborado por Gaspar Oliver.

Introducción de la traducción inglesa (II)

 

Continuamos en esta segunda entrega con la descripción de la revuelta campesina en otras dos regiones alemanas, Turingia, Alto Rin y las tierras de la Casa de Austria y Salzburgo.

Turingia

Turingia está situada al norte de Franconia, hoy en el estado de Baviera. El movimento revolucionario se centró en Mühlhausen, que en el año 1500 era el doble de grande que Leipzig o Dresde, grandes ciudades de la región contigua de Sajonia.

En el invierno de 1525 la ciudad cayó en manos de un partido revolucionario dirigido por Thomas Müntzer, antiguo fraile franciscano convertido al luteranismo. Müntzer se convirtió en el principal teórico de la revolución. En los años previos a la revuelta estuvo predicando en diferentes ciudades de Turingia y en Praga, proclamando la inminencia del reino de los pobres y de los oprimidos, y el exterminio de los ricos y los poderosos. Expulsado de la zona, continuaron sus prédicas en el sur de Alemania, acompañado de Heinrich Pfeiffer. De vuelta en Mühlhausen, en mayo de 1525 ya habían establecido una teocracia comunista, y establecido alianzas con los campesinos rebeldes de la zona. Tras la publicación de los Doce Artículos, las ciudades de Zwickau y Erfurt, abrieron sus puertas a los revolucionarios.

La respuesta de la coalición de príncipes fue contundente en Turingia. El joven landgrave Felipe de Hesse, al oeste de Turingia se unió a las fuerzas del duque de Sajonia que procedían del este, y en la ciudad de Frankenhausen derrotaron por completo a un ejército de rebeldes, 6.000 de los cuales fueron pasados a cuchillo, y Müntzer apresado y ejecutado. Los esfuerzos del infatigable Müntzer por unir a campesinos, mineros y burgueses se echaron a perder en esta derrota, que frenó el desarrollo de la revolución hacia el norte.

Alto Rin

Suabia, Franconia y Turingia fueron escenarios contiguos de la revolución. Pero en el Alto Rin se desarrolló de otra manera. Los alzamientos preliminares de 1524 tuvieron lugar en el límite suroriental de la Selva Negra. Hans Müller, de Bulgenbach, dirigió sus tropas en mayo de 1525 y cruzó las montañas hacia Friburgo, recogiendo hasta 12.000 hombres, casi todos campesinos que se había unido uniendo al ejército.Tomaron la ciudad sin resistencia, y tampoco se opusieron a ellos las tropas del archiduque Fernando de Austria.

En la zona aledaña de Alsacia la revuelta empezó en abril, y al final se trasladó hacia el suroeste, por la Burgundia francófona y el sur de Lorena. Las autoridades austriacas no tomaron medidas contra los revolucionarios, y tampoco lo hicieron los obispos, y la ciudad de Estrasburgo negoció una paz. Se dejó en manos del duque Antoine de Lorena la contraofensiva. Sitió la ciudad rebelde de Saverne, de donde los campesinos escaparon desordenadamente el 17 de mayo, dejando 18.000 muertos. Esta tremenda derrota acabó con la revolución en el sur de Alemania.

No obstante en la región se registraron acuerdos pacíficos, en especial con los markgraves de Baden. El tratado de Renchen, el 25 de mayo, constituyó la adopción más relevante de al menos parte del programa de los Doce Artículos.

Salzburgo y tierras de la Casa de Austria

En la región que hoy es Austria, la revolución unió a campesinos, mineros y burgueses. La ciudad arzobispal de Salzburgo se sublevó instigada por la enemistad entre el arzobispo Mateo Lang y los duques de Baviera. La razón que inició la revuelta fue la persecución de luteranos por parte del prelado, unida al deseo de los ciudadanos de Salzburgo de una nueva constitución territorial.

Desde allí, la revuelta se extendió a los Alpes orientales. En Estiria, el gobernador Siegmund von Dietrichstein reunió un ejército de caballeros y mercenarios a pie. Pero los campesinos, bajo el mando de Michael Gruber, lo derrotó y tomó prisionero a Siegmund. Sin embargo Gruber no aprovechó la circunstancia para difundir la revuelta.

El último bastión de la revolución fue el Tirol. Durante años la provincia había estado agitada. La llegada del archiduque Fernando, nacido en Alcalá de Henares, hermano del emperador Carlos V y luego su sucesor, había irritado a los austriacos, dicen los traductores ingleses.

Fernando intentó impedir que la revuelta se extendiera de la Alta Suabia hasta el Tirol, pero no tuvo éxito, y en mayo de 1525, toda la región se levantó en armas. El líder de los campesinos y mineros fue Michael Gaismair, un funcionario de la corte austríaca que se unió a los rebeldes quizá por razones familiares, pues era hijo de campesinos y mineros. Tras ser derrotado, huyó a Venecia, donde redacto la «Constitución Tirolesa», el documento político de mayor envergadura de toda la Revoluciòn Campesina en su conjunto. En ella se proponía una república cristiana, democrática y campesina. Gaismair no se quedó de brazos cruzados, pues participó en el Saco de Roma en 1527, aunque no está claro si de parte del Papa y del Emperador. Luego se marchó a Suiza, donde fue próximo del reformador Zuinglio.

Ecos de la revolución llegaron a Prusia Oriental, en las costas del Báltico, donde estalló la revuelta en septiembre de 1525, donde se propusieron establecer un «régimen divino». Pero, persuadidos a establecer una tregua, cuando llegó el Gran Maestre de los Caballeros Teutónicos en octubre, desarmó a los campesinos y ejecutó a sus cincuenta principales dirigentes.

Una de las características sociales más notables de esta revolución es el calado que tuvo en las clases bajas urbanas. Es preciso tener en cuenta que las llamadas ciudades de príncipes y nobles de todo rango, y de obispos o arzobispos, eran el equivalente a pueblos grandes, que se ponían en contacto unos con otros con facilidad, y donde la revuelta prendió con fuerza de inmediato. No ocurrió lo mismo con las ciudades imperiales, sometidas al gobierno de los Carlos V de Alemania y I de España. Ninguna se sublevó, aunque las autoridades tuvieron problemas para contener la irritación de los ciudadanos pobres. La coalición de príncipes manifestaba la sospecha de que que las ciudades imperiales no les apoyaban, basándose en la política de negociación de estas.

La debilidad militar campesina

Se ha solido achacar a la falta de experiencia militar de  los rebeldes la causa principal de su derrota. Sin negar de plano la evidencia, los traductores ingleses subrayan datos contenidos en el libro de Blickle, según los cuales los campesinos y mineros consiguieron organizarse en los días inmediatos a su levantamiento, fueron relativamente armados (entre otras cosas, porque iban armados, para defenderse de ladrones y bandoleros), poseyeron artillería, y sus dirigentes eran profesionales de la milicia o nobles que se prestaron a ayudarles. Uno de ellos es el famoso Goetz von Berlichingen, Mano de Hierro, que Goethe hizo protagonista de una de sus piezas de teatro románticas.

Uno de los mayores problemas de los rebeldes fue que tuvieron que prestar su servicio en turnos rotatorios, más o menos una cuarta parte de agricultores y de mineros se dedicaba a trabajar para mantener asistida a la población y al mismo ejército. Esto les privaba de la necesaria preparación, y dejaba el campo de batalla desguarnecido.

Otro problema fue la intendencia. Cuando los ejércitos eran pequeños recibían provisiones del territorio, pero era muy difícil mantener alimentados y con apoyo táctico a 15.000 hombres.

Por último la falta de caballería entre los rebeldes era una debilidad fatal en las batallas, con los flancos sin protección.

Por el otro lado, los ejércitos principescos estaban compuestos por profesionales experimentados y entrenados, los famosos lansquenetes o Landsknechte , mercenarios que combatían a sueldo. Pocos de ellos asistieron a los rebeldes, porque la revuelta les pilló en casa, en algún periodo «sin contrato».

El papel de la Reforma en la Revolución

Existen dos interpretaciones tradicionales sobre los vínculos entre la Reforma luterana y la Revolución campesina.

La más antigua sostiene que la revuelta surge del malentendido entre los campesinos de la doctrina luterana de la libertad individual, que da lugar a la creencia de que la reforma religiosa  sanciona la libertad política y social. Esta era la opinión del propio Lutero, que le habían entendido mal, aunque estudios posteriores niegan la relación causa efecto mencionada.

La hipótesis más moderna sostiene que la revuelta se produce ante la traición de Lutero a su propia doctrina liberadora, y el apoyo a los nobles. Los críticos dicen que Lutero había dejado claro la separación de los dos reinos, el divino y el secular, en una publicación de 1523, «Sobre la autoridad secular».

Los analistas contemporáneos, y esta es esa «nueva perspectiva» del propio Blickle, aseguran que el malestar de los campesinos procede de bien atrás, en el siglo XV, y que Lutero ni creó las demandas revolucionarias ni su expresión religiosa. Pero sí proporcionó dos apoyos. En primer lugar, su recurso a la Biblia, puso en circulación la doctrina de la «ley divina» como norma del orden social. Y en segundo lugar, su ejemplo de rebeldía fue mucho más determinante que su teología en quienes tenían razones de sobra para sublevarse.

La voluntad de libertad por parte campesina era más fuerte, más radical y más antigua que la doctrina de la justificación por la fe de Lutero. Los revolucionarios exigían la transformación social a la luz de la igualdad cristiana. Esta idea de cambio fue esgrimida por Zuinglio, el reformador suizo, desde 1523: el éxito del Evangelio dependía de la adaptación de las leyes seculares a la ley de Dios. El pavor a esta doctrina fue lo que estimuló a los luteranos a impedir la expansión de la Reforma suiza en Alemania.

Dicen Brady y Midelfort que el que entendió mal la Reforma fue Lutero, no los campesinos. El agustino vivía en una zona de expansión colonial, donde los campesinos eran más libres, y no tenía ni idea del malestar en otras zonas, algunas muy cercanas como Bohemia. Lutero se dedicó a explotar todos los argumentos que encontró a mano para fomentar la separación de Roma, en especial los más humillantes, explotación y corrupción. Y de pronto se dio cuenta de que había aproximado una mecha encendida a un barril de pólvora. En 1525 comprendió de golpe que no había denunciado la corrupción de la Iglesia para poner el poder en manos del «hombre común».

Poco después de 1525, los católicos supieron explotar la Revolución para frenar la expansión de la Reforma Protestante, achacándola a ella, y lo consiguieron. Pero luego se ha visto que ambos fenómenos recorren itinerarios diferentes, aunque se cruzan en una fatalidad histórica

Lea o descargue el artículo completo en PDF

Deja un comentario

Your email address will not be published. Required fields are marked *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.