La Guerra Campesina de 1525 en Alemania (VI)
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La Guerra Campesina Alemana desde una nueva perspectiva. Peter Blickle (1977) Traducida al inglés por Thomas R. Brady Jr y H.C. Erik Midelfort. Johns Hopkins University Press. Baltimore. 1981. Resumen elaborado por Waltraud García.
Los objetivos de la Revolución: la comunidad cristiana y el amor fraternal
Vamos a iniciar en esta entrega la Segunda Parte del libro, dedicada a “Los objetivos de la Revolución: bienestar cristiano de la comunidad y amor fraterno”.
El capítulo VI lo dedica Blickle a preguntarse si las Asociaciones Cristianas y las Asambleas en las que se organizaron los campesinos rebeldes eran modelos de un nuevo orden político y social.
Esta duda no la tenían los historiadores de la República Democrática Alemana, porque para ellos no había más que una respuesta: no. Según el marxismo esas tentativas de comunismo o “libertarianismo” primitivo fueron intentos históricos fallidos.
Blickle dice que esos modelos “señalan el camino hacia nuevas formas de estado”. Se refiere a la posible sustitución del estado feudal por otro donde las clases burguesas y los campesinos acomodados ocuparan el puesto de la nobleza en el gobierno.
La Asociación Cristiana que el autor toma como ejemplo (hubo algunas más) es la constituida entre tropas de Allgäu, del Lago Constanza y de Baltringen, al suroeste de la actual Baviera. El 6 de marzo de 1525 se reunieron en la cámara de comercio de Memmingen cincuenta representantes de los tres ejércitos mencionados. Discutieron una Ordenanza Federal redactada por Sebastián Lotzer, a quien ya conocemos del capítulo anterior, y se constituyeron en Asociación Cristiana y Asamblea. Lo primero, para señalar que el nuevo orden político se basaba en los Evangelios y en la ley divina; lo segundo, para subrayar el carácter corporativo, político y supra regional de la institución.
Enseguida imprimieron la ordenanza y mandaron leerla en los púlpitos, como forma de rellenar un vacío político. “El programa de los Doce Artículos quedó reflejado parcialmente reduciendo las rentas señoriales a las establecidas por contrato, aunque la autoridad judicial de los señores no fue abolida explícitamente.”
Tres comandantes y doce consejeros se hicieron cargo de la Asociación Cristiana. Blickle asegura que esta autoridad se limitaba a cuestiones militares y de orden público. Los problemas de orden político quedaron en el aire, algo comprensible si se piensa que la Ordenanza se redactó en un solo día. Se trataba de un proyecto o propuesta solo defensiva, porque los nobles continuaron en sus castillos y los frailes en sus conventos, salvo los pocos que habían huido. A Blickle le llama la atención que la Ordenanza Federal animara o forzara a los nobles a unirse a ella, y por lo tanto a renunciar a su poder. La Asamblea tenía la intención de convertirse en una nueva Suiza. Pero su capacidad para hacerlo era muy baja, a juzgar por las dos versiones de los juramentos a la Ordenanza que se conocen, la primera proponía establecer la ley del Evangelio, pero respetando los derechos señoriales; la segunda aseguraba que los campesinos deseaban reemplazar los poderes señoriales con la autoridad del emperador.
Una de las complicaciones de regirse por la ley divina era encontrar en la Biblia argumentos favorables a sus intereses realmente existentes en su época, trabajo que dejaron en manos de teólogos. Citaban a Lutero, Zuinglio, Melanchton y otros. Pero ninguno se dignó a responderles como no fuera condenando su revuelta como obra del diablo.
Hacia mediados de marzo, la mayoría de las comunidades rurales de la Alta Suabia se unieron a la Asociación Cristiana, algo que no hicieron ni las ciudades imperiales ni muchas otras villas. El desarrollo estratégico de su proyecto se mostró inviable. Los radicales iniciaron la quema de castillos el 26 de marzo, y el 4 de abril derrotaron cerca de Ulm al ejército de la Liga Suaba.
“Con estos castillos se fueron los símbolos del sistema feudal; con la destrucción de los tapices sagrados, las reliquias, las librerías y los archivos los campesinos renunciaban (consciente o inconscientemente) a toda su tradición cultural, al pasado en su conjunto, que remplazaban con un futuro mejor que presumía a ciegas estar situado a no muy lejana distancia. Para los enfrentamientos militares con soldados entrenados, estos campesinos, sin embargo, carecían tanto de objetivos concretos como de convicción fanática”, dice acertadamente Blickle.
En estos análisis se basa para su insinuación de que los revoltosos pretendían, sin saberlo, la creación de un nuevo orden político. A mí esto me parece llevar la hipótesis demasiado lejos.
Otra asamblea notable para el profesor de Berna es la de Salzburgo. Ellos llamaban a esta Landschaft (asamblea) Honorable Comunidad Cristiana. Estaba situada en las aldeas de las montañas que rodean esta capital austríaca. Se creó en la segunda quincena de mayo de 1525, poco después de que la revuelta estallara en la zona, campesinos y mineros en dos zonas diferentes. Dice Blickle: “Incluso las demandas concretas de esta plataforma se encaminaban más allá de las reivindicaciones económicas, puesto que, si se hubieran dado cuenta, habrían precisado cambios en la estructura y en el orden social del territorio de Salzburgo.” Yo me pregunto cómo un profesor universitario puede decir “si se hubieran dado cuenta” (if realized, en la edición del libro que me ha pasado Gaspar Oliver).
La autoridad comunal de las aldeas quedaría reforzada por la elección de pastores, y por la participación de los campesinos en la elección de jueces. Los señores se convertirían en rentistas, pues su autoridad se transfería al príncipe, en ese caso el arzobispo de Salzburgo. No afectaban las demandas a la propiedad, pero sí al orden político, dice Blickle, porque se suprimían las autoridades intermediadoras, en especial el clero, sometido a la jurisdicción regular de las comunas rurales.
Y al llegar a este punto me han entrado oleadas de duda vergonzosa, como alemana residente en Alemania. Núremberg, capital de Franconia, a pocos kilómetros de la cual yo vivo, fue la primera ciudad en aceptar la Reforma luterana. Ojo, no digo “en convertirse”, todavía conviven aquí iglesias luteranas con iglesias católicas construidas ambas antes de 1500.
Mis estudios académicos en la universidad de Gotinga son técnicos, agronomía. Quiero decir que no soy especialista en historia ni en religión. Así que, si bien educada en el catolicismo por mi padre, honrado emigrante asturiano, y mi madre, hacendosa muniquesa, nunca me ha preocupado cómo se realizó la Reforma en este país mío a medias. He crecido acostumbrada a ver iglesias de una y otra religión o secta. Yo advertía la diferencia de aspecto, lujosas las católicas, austeras las luteranas. Pero ahí quedaba todo.
Mi pregunta es: ¿cómo se partió la sociedad germánica del siglo XVI? Quiero decir, ¿mediante que operaciones sociales llegaron a dividirse los habitantes de pueblos y ciudades entre las dos religiones? Porque aquello fue un fraccionamiento civil además de religioso. Algunos curas se quitarían encantados el hábito y se casarían, quizá porque estaban deseando hacerlo, y no sé cómo se las ingeniarían para justificar el cambio en la feligresía ¿Qué pasó, por ejemplo, en el barrio de la iglesia de San Lorenzo, de Núremberg, para hacerse protestante, mientras que a menos de quinientos metros más abajo, al otro lado del río Pegnitz, los vecinos de la iglesia de Nuestra Señora o Frauenkirche, siguieron siendo católicos? ¿Por qué a algunos católicos les irritaría tanto el tema de las indulgencias como para hacerse protestantes y a otros no?
Estos detalles son importantes, y seguro que están documentados. Pero yo los ignoro. Ya digo que soy agrónoma.
Parece que en Núremberg siguieron conviviendo. Pero en Salzburgo, no.
La Asamblea Común de Salzburgo redactó Veinticuatro Artículos, dice Blickle, en los que describían en negativo el nuevo orden político que deseaban. Pero la ciudad de Salzburgo hizo propuestas más concretas: un consejo de gobierno con miembros de los tres estados (nobleza, burguesía y campesinado, supone Blickle). Este nuevo consejo substituiría en el gobierno al arzobispado, al capítulo catedralicio y al consejo catedralicio, administraría los monasterios, determinaría quién se ocupaba de cada función administrativa y de las finanzas. No obstante el arzobispo conservaría sus derechos eclesiásticos y recibiría una renta fijada por el nuevo consejo.
La aventura no llegó a buen puerto, como la historia nos muestra. Hoy Salzburgo es una ciudad eminentemente católica, si bien con iglesias y parroquias protestantes. Pero ese protestantismo estuvo proscrito hasta casi el siglo XIX. Lamento decepcionar a los amigos de Lutero de raíz atea y progre. Allá donde el protestantismo en cualquiera de sus facciones triunfó, se impuso sobre los católicos a sangre y fuego, sobre todo en Inglaterra, Holanda, norte de la actual Alemania y en Escandinavia. La cosa terminó en una Guerra de Treinta Años y en una Paz de Westfalia que sirvió para quitar presión religiosa, pero no política. Una vez más recomiendo el libro de Elvira Roca Barea sobre la leyenda negra para conocer las persecuciones a católicos en la Europa civilizada del protestantismo. En comparación con aquellas, la Inquisición española fue un manso corderito.
Sigo con Blickle. Los luteranos radicales de Salzburgo intentaron convertir el arzobispado en un poder secular (pero protestante, claro). Al principio, el prelado tuvo que pactar, pero en cuanto las tropas de la Liga Suaba derrotaron a los campesinos rebeldes, las aguas volvieron a su cauce. Blickle destaca una curiosidad, los “asamblearios” de Allgäu y Lago de Constanza manifestaron poca ambición política, mientras que los radicales de la católica Salzburgo tenían menos preocupaciones cristianas que políticas.
Esto Lutero lo vio con claridad, y por eso trató a los rebeldes de fieras corrupias y ordenó su aplastamiento. Esto lo digo yo, no Blickle.
El profesor deduce que los salzburgueses pudieron ir más allá de lo meramente teológico porque vivían dentro de un marco territorial muy preciso, el arzobispado, mientras que los aldeanos del lago Costanza y aledaños no tenían conciencia territorial. Considerando la participación de los mineros en la revolución en esta zona, Blickle sugiere que el concepto de “Guerra Campesina” no parece el más apropiado para este fenómeno histórico.
El hombre vulgar. Der gemeinde Mann
El capítulo VII se titula “La guerra campesina como rebelión del hombre común”. En inglés, los traductores dicen common man. En alemán es der gemeinde Mann, que en español sería el hombre común y corriente, vulgar. Vamos a dejarlo en gemeinder Mann.
Dedica Blickle el capítulo a argumentar a favor de su idea expuesta al principio de su trabajo de que esa revolución no fue solo campesina sino también de artesanos, mineros, mercaderes y otros oficios que entonces se consideraban plebeyos.
Lo primero, dice, es ver las conexiones entre campesinos y ciudadanos y mineros, ver si compartían penas y si tenían objetivos comunes que condujeran a una cooperación. Ninguna ciudad imperial de la Alta Suabia se unió a la Asociación Cristiana, mientras que las villas rurales lo hicieron mayoritariamente.
Blickle se centra en varias ciudades imperiales, Memmingen (Suabia), Estrasburgo (Alsacia), Basilea (Alto Rin) y Heilbronn (Franconia, hoy Baden Wurtemberg).
Memmingen contaba con una considerable población de tejedores que se habían empobrecido a lo largo del siglo XV, y las tensiones sociales eran evidentes. A ellas se han de unir las tensiones religiosas (emergencia del luteranismo) y eclesiásticas (abusos de cabildos y obispado, que estaba en Augsburgo). Un teólogo y predicador rebelde surgió en la ciudad antes de 1520, Christoph Schappeler, que fue derivando hacia el protestantismo radical, es decir, en defensa de los oprimidos con argumentos de la ley de Dios. El senado de la ciudad se puso en guardia ante sus proclamas subversivas. Se le enviaron recaditos de moderación, que Schappeler ignoró desde su púlpito, y terminó huyendo a Suiza. Un grupo de burgueses de clase media y alta abordaron en la calle al párroco de la iglesia de Nuestra Señora y le entregaron un documento abiertamente protestante, atacando la conducta de los curas. El senado, que había pasado meses en vilo temiendo une rebelión, ahora tuvo miedo de la reacción del emperador, Carlos I, ante semejante atrevimiento.
En esto Schappeler regresó de Suiza con la cabeza llena de soflamas protestantes, que no tardó en lanzar a viva voz en las iglesias. El obispo de Augsburgo le excomulgó, y el Senado de Memmingen, obligado a expulsarle de la ciudad, hizo oídos sordos a su deber, porque los predicadores revolucionarios se habían multiplicado, y temían una revuelta si le echaban.
Estamos en el verano de 1524. En ese momento, los campesinos y algunos ciudadanos de Memmingen se negaron a pagar los diezmos. La reacción del senado fue “vigorosa”, dice Blickle, porque sin esos fondos no se podía sostener el hospital de pobres. Los rebeldes cedieron, salvo algún caso aislado que el profesor cita: el menestral Hans Hölzlin acabó en la cárcel, y hubo manifestaciones públicas en demanda de su liberación, y con una serie de peticiones. Como se ve no hay nada nuevo bajo el cielo de la revolución. El senado aceptó las demandas y los revoltosos de fueron a casa.
En las navidades de 1524, nuevas revueltas forzaron a una “disputatio” teológica entre los sacerdotes católicos y mosén Schappeler. La reforma proclamada no era solo religiosas, sino civil, los curas tenían que pagar impuestos y se exigía la abolición de la misa. Mientras, los campesinos de la región se reunían masivamente, y el senado establecía guardias en las puertas de la ciudad y en las iglesias para evitar desórdenes. El senado y los gremios intentaron mediar en los rebeldes de fuera de la ciudad. Las demandas fueron subiendo el tono, y desde dentro de la ciudad se reclamó la aplicación de la Ley Divina. El senado, acogotado, aceptó las reclamaciones. Dice Blickle que quizá esto es lo que consiguió que los campesinos de Memmingen no se sumaran a los ejércitos rebeldes, satisfechos con lo que creían haber conseguido. En la ciudad se vendían y se compraban armas libremente. Los dirigentes de la Liga Suaba admitieron que sus soldados no querían enfrentarse a los campesinos rebeldes. A mediados de abril, los sublevados interceptaron una carta del senado de Memmingen solicitando apoyo militar y protección.
Memmingen adquirió el estatus de ciudad avanzada de la Reforma en la Alta Suabia, por lo que fue escogida como lugar de cita de la Asociación Cristiana (que no llegó a “dominar” en la ciudad)
En junio de 1525 la ciudad fue ocupada por la Liga Suaba. Los rebeldes que no consiguieron escapar, como Schappeler, fueron ejecutados o encarcelados. Se restableció el orden eclesiástico católico.
Blickle dedica unas palabras a reconocer que la falta de datos no nos permite entender bien cómo se desarrolló el conflicto, porque había cambios de bando y otros sucesos no registrados. El esquema es: senado, gremios de hombres “comunes”, y campesinos en una palabra, el vulgo. Las contestación a ciertas preguntas podría dar lugar a un planteamiento común a los problemas que tuvieron todas las ciudades imperiales, a saber, ¿qué grupos trabajaron con los campesinos desde el interior de la ciudad?, ¿qué actitud tomaron las autoridades de las ciudades imperiales?, ¿hasta qué extremo la intelectualidad de las ciudades proporcionó a los revolucionarios una ideología ofreciéndoles la palabra de Dios, la Biblia y la ley divina?
A continuación, Blickle expone los ejemplos de las alianzas entre burgueses y campesinos en otras ciudades imperiales que no llegaron a forjarse, pero que causaron mucha preocupación entre los “conservadores”, en Augsburgo, Kempten, Biberach y otras.
Por ejemplo, Estrasburgo. Los campesinos de Alsacia se empezaron a reunir a mediados de abril de 1525, y buscaban una alianza con la ciudad imperial de Estrasburgo y sus predicadores. Algunos de estos entablaron negociaciones con los rebeldes con la aprobación del senado. Pero las conversaciones no llegaron a buen puerto, porque lo único que ofrecían los predicadores a los campesinos era que disolvieran sus bandas. Argumentaron que no habían encontrado en las Escrituras ninguna referencia a que Dios justificara el bien de la gente común con el asesinato de los magistrados. Así que los rebeldes se conformaron con contar, al menos, con la neutralidad de la ciudad. Dice Blickle que el senado de Estrasburgo consiguió arbitrar un tratado de paz, pero no contaban con el apoyo total de los burgueses. Algunos gremios secundaron a los rebeldes, e incluso les suministraron armas.
A mediados de mayo, se temió una marcha de los campesinos sobre la ciudad, con la correspondiente destitución de curas y autoridades. El senado presionó a los gremios para que estuvieran avisados y no apoyaran el intento. Como las autoridades no estaban seguras de la fidelidad de los ciudadanos, repartieron harina a bajo precio y suprimieron algunos impuestos indirectos sobre los alimentos. Los tejedores decían que las peticiones de los campesinos no eran por completo disparatadas. Otros gremios mantuvieron posturas semejantes, los jardineros y los carniceros.
De inmediato, Erasmus Gerber, comandante de las tropas campesinas, envió un mensaje de advertencia a la ciudad, con la esperanza de que el senado se achantase y les apoyase contra las tropas de la nobleza, para evitar una masacre. Esta se produjo en la ciudad de Saverne (contra los campesinos), y Estrasburgo hizo oídos sordos a las peticiones del rebelde.
Sostiene Blickle que las ciudades imperiales alsacianas colaboraron más con los campesinos sublevados que las de Alta Suabia, que hemos citado antes.
Pone el ejemplo de Basilea, en el Alto Rin, donde la Reforma había ganado considerable fuerza. Los artesanos se enfrentaban a los mercaderes, y consiguieron una nueva Constitución a su favor. Los canónigos y los monjes fueron obligados a secularizarse y a pagar impuestos. La falta de documentos nítidos impide hacerse una idea de la fuerza de rebeldes y “conservadores”, pero fueron arrestados treinta tejedores.
En Heilbronn los monjes carmelitas se refugiaron en la ciudad imperial del asalto de sus conventos en el campo, y tuvieron que sufrir el acoso de los ciudadanos, que les hicieron recorrer un pasillo desde el que les enviaba bofetadas y otros golpes más fuertes. Los gremios en su conjunto no tenían claro que partido tomar, no estaban por apoyar la invasión de la ciudad por campesinos, pero tampoco se oponían al saqueo de los monasterios y la ocupación de tierras eclesiásticas. El resultado estuvo indeciso hasta el 18 de abril, cuando los campesinos invadieron la ciudad, y las autoridades tuvieron que aceptar una hermandad con ellos.
Las investigaciones de Blickle señalan que los cincuenta y seis ciudadanos de Heilbronn que apoyaron la rebelión eran en su mayoría cultivadores de viñedos y artesanos. Esto quiere decir que no pertenecían a los sectores más pobres. Para Blickle, igual que en Memmingen, los rebeldes urbanos aprovecharon las circunstancias para llevar a efecto sus intereses. El caso de Heilbronn indica un modelo de pactos entre burgueses y campesinos, que se produjeron en varias ciudades, salvo en Núremberg y Schwäbisch Hall, que se limitaron a hacer concesiones.
Blickle establece tres fases de desarrollo en las relaciones entre burgueses y campesinos en lo que él considera un verdadero movimiento social: primera, los dirigentes urbanos se contaban entre los más pobres, aprendices, siervos y artesanos sin gremio; segunda, la base social se ensanchó incluyendo a las personas asociadas en gremios; y en tercer lugar, se pasó a tomar el control de la ciudad. Dice Blickle que no puede establecerse una secuencia de causas comunes a todos los levantamientos. Pero a mí me parece que hace todo lo posible por relacionarlas. En fin, ya digo que no soy historiadora.
Una conclusión general, admite, es que la revolución rural fue importada a la ciudad. Los campesinos se reunían en grandes masas fuera de las ciudades, y las presionaban. Y sólo cuando habían conseguido lo que pretendían, convirtiendo sus demandas en unas reivindicaciones revolucionarias, se producía la hipóstasis ciudad-campo (el concepto es mío). “Claramente, lo que unía el proyecto común de los campesinos y los ciudadanos era el Evangelio, o más precisamente la transformación de la Reforma teológica en una teología política”.
La feudalización de las clases altas urbanas se había incrementado en los últimos decenios, lo que facilitaba la unión de los burgueses menos afortunados. A continuación Blickle advierte que la escasez de fuentes no nos permite hacer consideraciones generales, y las pocas fuentes que hay tienen el tono épico de los triunfadores. Sea lo que fuere, el triunfo militar de la Liga Suaba acabó con los sueños de las ciudades.
“En ningún sitio los regímenes de las ciudades imperiales iniciaron alianzas con los campesinos. Y allí donde ocurrieron [sic] fue debido a las presiones de los burgueses, de los gremios y de las clases bajas de la ciudad como resultado de las amenazas militares de los campesinos, que usaron la fuerza contra las ciudades más por razones estratégicas que por principio.”
Dicho de esta manera, parece que el profesor Blickle hubiera entrado por un portal espacio-temporal en la conciencia de los revoltosos.
Para finalizar este capítulo, hace un repaso a cómo se desarrollaron los acontecimientos en las ciudades que no eran imperiales. Selecciona bastantes, utilizando las fuentes que se conservan. “Desde Salzburgo a Alsacia, desde Trento a Sajonia, la cooperación entre campesinos y ciudades no imperiales se realizó sin dificultad.” Las quejas de muchas ciudades se parecían a las de los campesinos, de ahí que, coincidiendo sus intereses, coincidiera su acción. “Los distritos rurales y las ciudades [no imperiales] estaban afectados por los primeros pasos del estado moderno, que para ellos se manifestaba con nuevos impuestos y en la forma de autoridad que se otorgaba a los jueces y alcaldes de esos distritos.” Y añade Blickle: “El objetivo de sus esfuerzos comunes era un cambio mayor en la constitución territorial, para que un comité compuesto a partes iguales de burgueses, campesinos y nobles, hubiera prescindido del príncipe territorial en muchos aspectos, y a la vez reemplazado su gobierno”.
También destaca que la Reforma en Turingia y en Sajonia caló mucho más en los “suburbios”, imagino que quiere decir las afueras de las ciudades, que en las villas mismas. Por ejemplo, desde 1522 (Lutero clava en la iglesia de Wittenberg sus 95 tesis en 1517) los seguidores de la Reforma de Leipzig encontraron apoyo en las iglesias externas a la ciudad. En Magdeburgo, una versión radical de la Reforma arraigó fuera de la villa. Asegura el investigador que a principios del siglo XVI vivía más gente fuera que dentro de las ciudades, refiriéndose a la extensión urbana, a los “suburbios”. La mayoría eran granjeros y artesanos. Ofrece una tabla en la que se ve que la riqueza rentística de los suburbios era inferior a la de los urbanitas, y a la vez era más uniforme en las afueras, lo que facilitó la acción común entre quienes compartían intereses.
Todo esto, resume Blickle, induce a pensar si debemos continuar llamando a esta guerra campesina.
Repasa a continuación las alianzas entre mineros y campesinos. También tenían quejas y las presentaban, hicieron huelgas y en la mayoría de las ocasiones se unieron a las reivindicaciones de los labradores. Además, siendo personas físicamente entrenadas, eran formidables soldados. La mayor victoria de la guerra, la batalla de Schladming, en 1525, fue sostenida por mineros. Quizá las reivindicaciones de los mineros no fueran las mismas que las de los campesinos, advierte el profesor, pero compartían con ellos los intereses de oponerse a la arbitrariedad y el exceso de los nobles.
Y acaba con una consideración : “El ‘hombre común’: investigaciones en la historia de un concepto”. Insisto en la traducción de gemeiner Mann por “hombre común” por adaptarme al término “Kommunalismus” que usó Blickle, un profesor especializado en historia de la Reforma en toda su amplitud.
Desde el principio de su trabajo Blicke se empeña en cambiar de nombre la histórica y fracasada revuelta campesina. Arguye que las fuentes contemporáneas a ella la denominaron así porque pertenecían a la nobleza amenazada.
Pero dada la implicación de los ciudadanos, cabe deducir que fue algo más que una “guerra campesina”. De hecho utiliza la expresión “comuneros”, refiriéndose a los ciudadanos comunes. Esto me hace pensar en los levantamientos Comuneros a los que el mismo emperador, en Castilla Carlos I, tuvo que enfrentarse. No hace referencia Blickle (en lo que llevo leído) ni a los Comuneros castellanos ni a los Agermanados valencianos y mallorquines. Abonarían su tesis, porque se producen casi al mismo tiempo y son protagonizadas por ciudadanos celosos de sus fueros. Los comuneros y los agermanados españoles se adelantaron a los rebeldes alemanes, con el mismo resultado, la derrota. Si hubo alguna diferencia fue que el Imperio (que pronto sería español) no tuvo que enfrentarse en España con ninguna reforma religiosa, la había llevado a cabo décadas atrás el cardenal Cisneros, metiendo en cintura a los curas negociantes y disolutos. Prueba de ello es la brillantez intelectual de la filosofía española del siglo XVI, siendo Francisco de Vitoria una reconocida autoridad en todo el mundo occidental, y lo sigue siendo (menos para los españoles acomplejados).
Pero bueno, me estoy saliendo otra vez de madre.
El argumento de Blickle es que hombre común (gemeiner Mann) era el término usado en Alemania en el siglo XVI para referirse a la clase baja, y que puede emplearse como un concepto general. En palabras del autor:
“En 1525 el contorno social de este concepto [gemeiner Mann] se amplió por la ecuación ‘rebelde’ y ‘hombre común’, porque por regla general en el siglo XVI el término ‘hombre común’ se refería con más precisión al ‘cabeza de familia’ (Hausvater). Eran los cabezas de familia los que tenían derechos políticos en el viejo sistema de las casas familiares señoriales, y eran solo ellos los que estaban integrados al completo en los órganos más bajos del estado. Eran ellos los que lucharon para preservar o expandir sus derechos políticos cuando la compleja relación entre un señor y su hombre (Holder) se transformó en la compleja relación de gobierno y súbdito.”
La próxima entrega de este libro se realizará en la edición de junio, “La rebelión del hombre común como una revolución”, capítulo 8, y “Reforma teológica y práctica revolucionaria”, capítulo 9.