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Agricultura y naturaleza Historia General de la Agricultura de J.I. Cubero Series

Historia General de la Agricultura de J.I. Cubero – 19 (La agricultura moderna)

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Parte Sexta.

La agricultura Moderna

Capítulo 19

La Revolución Agricola. I Las Bases

Resumen elaborado por Gaspar Oliver. Corresponde al capítulo 21 del libro original. La fotografía de presentación corresponde al Jardín Botánico de Puerto de la Cruz, Tenerife.

La consolidación del mercado agrícola a escala continental obligó a intensificar la producción, algo para lo que pocos estaban preparados, entre otras cosas debido al lastre de la tradición. «Poco a poco se va formando a lo largo del XVII un estado de opinión entre los intelectuales y grandes señores ingleses que se condensa en el siglo XVIII en una serie de nuevas prácticas en el cultivo y en el ganado que hacen que hoy llamemos a ese periodo ‘revolución industrial’, revolución que, con mayor o menor éxito, se extiende por los países occidentales de Europa.» (Pág. 657)

En los recién constituidos Estados Unidos se explota la faceta mercantil de esta revolución. Los conocimientos químicos, las nuevas variedades vegetales y razas de ganado impulsan una agricultura que no mira al mantenimiento del suelo ni al medio ambiente, pero que ofrece un beneficio industrial inmediato. Este modelo se expande por todo el planeta en los siglos XIX y XX. Tras la Segunda Guerra Mundial se llega a producir una cantidad de alimentos jamás alcanzada en la historia, pero aparecen en la tierra graves problemas. Los esfuerzos por corregir esta deriva que deteriora el medio ambiente son jalones en el siglo XX. Cómo se llega a esta situación es lo que va a exponer el profesor Cubero en esta sexta y última parte de su Historia General de la Agricultura.

Las bases de la revolución agrícola

El profesor Cubero se atiene en este capítulo a su doble condición de pedagogo e investigador, cualidades que a veces suelen ser incompatibles, y que en él son formidables.

Recuerda que la agricultura hasta el punto que iniciamos ahora fue de mera subsistencia. Hubo intentos notables de autores como Varrón y Columela, el «gaditano», de sentar las bases de una práctica racional, y presentar una visión económica de la explotación agrícola y ganadera. Algo que repitieron en el medievo otros autores, en especial los ingleses. Tampoco hay que menoscabar la labor milenaria de los agricultores a lo largo de la historia y en cuatro de los cinco continentes del planeta.

Cubero se propone en este capítulo «presentar y discutir los motivos que llevan al intento de cambio en la Agricultura.» (Pág. 659) Para la introducción de la ciencia en la agricultura hay que esperar al siglo XVIII, pero antes se habían sentado las bases.

Otro hecho destacado es que esas revolución se produce sólo en Europa.

La realidad es, subraya el profesor Cubero, que no hubo tan revolución, sino una larga evolución. Y «una vez establecida la aplicación del método científico, lo que sigue son avances rápidos, continuos y con frecuencia espectaculares… a lo largo de dos siglos.» (Pág. 660)

La revolución agrícola se basa en cambios significativos en varias áreas humanas: los cercados, el desarrollo del comercio por la globalización, los avances en la minería y la metalurgia, la construcción de buques, la electricidad, y al final, la revolución científica y técnica.

El mismo esquema se puede aplicar a la famosa revolución industrial del siglo XVIII, que fue precedida por cantidad de avances, sin los cuales no hubiera sido posible.

Dos componentes tiene para Cubero esta revolución agrícola, uno social (cambio de propiedad y el uso de las tierras), y otro técnico (producir más con menos mano de obra).

¿En qué consistió esa revolución?, se pregunta el autor.

Admitiendo la dificultad de este propósito, lo resume de este modo: «al cabo del tiempo pudo verse que se había construido un sistema no sólo más eficaz para obtener todo tipo de productos del campo sino tal que en sí mismo llevaba las instrucciones para el progreso, esto es, observar, experimentar y decidir con arreglo a los resultados: el método científico.» (Pág. 661)

Hasta ese momento (el siglo XVII, por definir una fecha) el mejor instrumento agrícola había sido el propio hombre, y la única fuente de capital su propio trabajo.

El cambio de mentalidad supuso producir en vistas a un mercado próximo o lejano y conseguir excedentes, mejorar la explotación del ganado, sembrando forraje para él, aprovechando su estiércol, y buscando la mejor lana, igual que el mejor grano en la labor; de minimizar el riesgo se pasó a maximizar la producción para el consumo externo; el comercio precisaba de capital para encontrar innovaciones, Todo esto no lo podía hacer la masa de agricultores. «La revolución agrícola se llevo a cabo por una élite privilegiada en lo material y en lo intelectual.»

Cubero se pregunta por qué este paso de gigante tuvo lugar precisamente en Inglaterra. Es allí donde se producen los cercados, donde las iniciativas privadas aumentan, donde los agricultores sin trabajo se transforman en mano de obra proletaria para una industria textil que se desarrolla en el norte de Inglaterra. Van apareciendo problemas que hay que solucionar.

Algunos proponen que en Flandes también se habían producido fenómenos semejantes. Pero Cubero estima que nunca salieron de Holanda, mientras que los avances ingleses se difundieron. Autores como Walter Henley habían puesto el acento en la economía de la explotación en el siglo XIII. Estaba señalando el fin del régimen autárquico. Resulta difícil hallar el punto de partida del cambio, que Cubero refiere como el problema huevo/gallina. Más lana exigía más ganado, más pasto, mejor cuidado, cercados, más necesidad de alimentos, cereal; por otro lado, aumenta el agricultor sin tierra y sin trabajo que no puede ganarse la vida tejiendo en casa y se marcha a las ciudades a proletarizarse. A todo esto se añade que en el siglo XVII Inglaterra es una potencia europea con grandes científicos y filósofos que sientan las bases del positivismo y de la economía liberal, tiene una gran flota y colonias de las que traer materias primas.

La revolución industrial inglesa no es el origen de la agraria, sino, en todo caso, al revés. Desde mediados del siglo XVIII «aumenta la población ciudadana no productora de alimentos pero sí causante de una mayor demanda de los mismos así como de productos industriales. Los agricultores sienten la necesidad de conseguir excedentes para cubrir esa creciente demanda. En estas condiciones se puede ensayar algo nuevo. Por eso la Nueva Agricultura nace en Inglaterra.» (Pág. 664)

A continuación Cubero repasa los precedentes de este fenómeno estudiado. Y explica que hacendados ingleses hicieron viajes a Flandes y a España en el siglo XVIII para informarse de técnicas y materiales relativos a la agricultura, y a la oveja merina, de la cual se llevaron ejemplares a su país. Se publicaron muchos más libros sobre agricultura y ganadería en Inglaterra que en el resto de Europa.

Advierte el autor que las bases para la revolución eran sólidas, y venían de antiguo. Trabajar el campo empezaba a ser una ciencia. Pero asegura que sólo le faltaba un ingrediente tradicional a los conocimientos incorporados por los ingleses: las aportaciones árabes. Esto no es un defecto, sino algo natural, porque ninguna de las novedades venidas a Europa con ellos se adaptaban a la climatología inglesa.

En cuanto a las innovaciones de los flamencos, militares ingleses visitaron las explotaciones holandesas durante el siglo XVII y las investigaron, propiciando el cultivo de forrajeras fertilizantes del terreno.

También les interesó la explotación de vacuno. Los nabos fueron un recurso novedoso en la alimentación de las reses. Su cultivo aprovechaba también para los humanos, y mantenían limpio el terrero a base de escardas. Tenían un arado ligero, y procuraban la fertilidad del suelo con estiércol, algas marinas, basuras urbanas y deyecciones humanas.

Dice Cubero que hubo también viajeros y militares franceses, italianos y españoles, involucrados en las guerras de los Habsburgo, pero no mostraron el interés de los ingleses en asuntos prácticos agrícolas.

Los experimentadores ingleses

Relaciona la larga lista de autores ingleses que defendieron el sistema de cercados. Algunos los conocemos ya. Y estos son los nuevos mencionados por Cubero.

Sir Hugo Platt (1552-1611) hizo observaciones que luego recogió en textos sobre abonos naturales y siembra a golpes, en lugar a a voleo. Gervase Markham (1568-1637) recogió información de libros franceses y españoles. Richard Weston y Samuel Hartlib, de la misma época, se preocuparon mucho por la distribución de las nuevas técnicas e ideas agrícolas.

Walter Blith (1620-1690) fue el primero en discutir sistemáticamente los beneficios de una «agricultura alternativa». Apoyó el arado de Norfolk, que «araba, sembraba y hacía de cultivador al mismo tiempo», investigó y propuso innovaciones en el arado de doble reja y en otros aperos, favoreció el drenaje y el abonado con todo tipo de desechos.

John Wordlidge, coetáneo del anterior, escribió sobre agricultura y jardinería, y propuso que en Inglaterra se sustituyera la vid por el manzano para la sidra. Su obra se reeditó hasta 1716.

Acaba este repaso a los teórico-prácticos de la agricultura con un hispanoitaliano, Joseph Lucatello, que diseñó una sembradora que tardó en tener éxito. Permitía la siembra a chorrillo y no a voleo.

La sembradora de 1731 de Jethro Tull (personaje que inspiró a Ian Anderson para crear su banda de rock, blues y jazz, ignoro por qué, nota del recopilador) estaba basada en la de Lucatello, que se había reproducido en numerosas obras agrícolas y en enciclopedias, incluida la Francesa de Diderot.

El siglo XVIII fue un tiempo optimista. «Los avances teóricos y prácticos eran indudables: telescopios, microscopios, anteojos, termómetros, relojes de péndulo, cronómetros de alta precisión que permitieron, por fin, medir con exactitud la latitud geográfica, la balanza de cuchillo, fundamental para el trabajo posterior de Lavoisier…» (Pág. 669) Cubero sigue con una lista significativa de creaciones y descubrimientos prácticos, entre ellos el vapor aplicado a las fábricas de hilaturas en las que se utilizaba el algodón porque el tinte y lavado era más sencillo, y no estaba afectado por reglamentos gremiales de la lana. En 1789 Edmund Cartwright presenta su telar mecánico. El algodón de las colonias inglesas en Norteamérica era mejor y más barato que el asiático, y tuvo un «efecto colateral», el incrementó el esclavismo.

La lenta y fundamentada «Revolución Agrícola» avanzó a trompicones, aunque a nosotros nos parece un fenómeno natural.

Los protagonistas, dice Cubero, «fueron agricultores, unos por familia o herencia, otros por afición, todos ellos de excelente formación en las mejores universidades, todos manejaron con soltura textos latinos, todos o casi todos fueron grandes viajeros.» (Pág. 670)

Jethro Tull fue un abogado y agricultor inglés de la primera mitad del siglo XVIII, autor de The horse hoeing husbandry. Su mayor aportación, además de la sembradora fue el enfoque experimental en la agricultura, y no tradicional y rutinario. Con él la agricultura ingresaba en la ciencia, dice Cubero. Hace una descripción morfológica de las plantas, señala sus necesidades, y prescribe las labores para su cultivo abandonando lo supersticioso y lo mágico. Lo curioso es que fue menospreciado, incluso en su tierra, probablemente porque los que pusieron en práctica sus consejos lo hicieron mal y sin ganas de experimentar.

Arthur Young (1741-1820) fue más cultivador que ganadero. Autor de Anales de Agricultura, muy seguido por las mentes más despiertas, fue muy crítico con casi todo incluso con las innovaciones de Tull, que finalmente aceptó.

Charles («Turnip») Townsend (1674-1738) Primero fue político y luego se retiró a su finca e inició experimentos en una tierra poco propicia para la agricultura, que resultaron «revolucionarios»: eliminó el barbecho cultivando nabos y tréboles, lo que le permitió no sacrificar el ganado en invierno. Su afición al nabo le valió el mote, Turnip.

Coke of Holkman (1752-1842), noble, de exquisita formación y viajero. Se dedicó a su finca, apoyándose en hombres experimentados, porque el al principio no tenía ni idea. Cercó su dominio y transformó un suelo pésimo con enmiendas de marga, torta molida de colza y estiércol, seleccionó nuevas razas de ovino y vacuno. Estableció al rotación «Norfolk», de la que Cubero hablará a continuación, con un gran gasto que le dio rentabilidad.

Robert Bakewell (1725-1790), ganadero y cultivador. Dobló el peso de las ovejas y de las vacas gracias a los métodos señalados. Trataba a sus animales con cuidado y hasta cariño. Creó una asociación de ganaderos para el mantenimiento de la pureza de las razas… pero terminó arruinado.

Sir John Sinclair (1745-1835) realizó una enorme labor social y técnica en sus propiedades, ofreciendo un excelente trato financiero a los arrendatarios, a los que ofrecía también semillas, abonos y enmiendas a cambio de adoptar nuevas rotaciones. Creó el Board of Agriculture, que con el paso del tiempo derivó en el ministerio de agricultura adoptado en todos los países.

Tull y el «sistema Norfolk»

Las propuestas de Tull y las que surgieron de los citados más arriba se combinaron con experiencias agrícolas en el condado de Norfolk, y en el continente empezaron a llamarlas «Nueva Agricultura».

El condado de Norfolk era de suelos pobres, y sus ocupantes hicieron de la necesidad virtud. Desarrollado el sistema Norfolk entre otros por Townsend y Holkham, se puede resumir así:

Rotaciones largas con cereales, leguminosas y col forrajera, nabos y otras raíces y tubérculos, abandonando el barbecho tradicional.

Aplicación de enmiendas, estiércol y basuras.

Abandono de la siembra a voleo, en su lugar, en línea y con máquina.

Labores entre líneas con cultivador tirado por caballo que mantenía el terreno limpio de malas hierbas.

Ganado selecto, bien alimentado y atendido en instalaciones adecuadas, con razas importadas como la merina española.

Jethro Tull estableció una serie de principios basado en observaciones y experimentos, y derivó de ellos la práctica agrícola. Labrar en profundidad, sembrar en filas espaciando las semillas, en tierras ligeras tras la siega, y en pesadas en octubre con surcos anchos y profundos, dar pases continuos con cultivador, y eliminar el barbecho, con tal que surcos y caballones intercambiaran sus posiciones. Insistía en que no se necesitaba estiércol gracias a las forrajeras empleadas masivamente.

La tierra no se cansaba, dijo, «Por primera vez se defiende y se justifica el monocultivo. Por muchas críticas que recibiera en vida, esta idea quedó rondando la mente de los avanzados de aquella época. Era la ruptura total con la agricultura tradicional que había mantenido, con mayor o menor eficacia, las rotaciones mejores o peores diversificando en todo caso la extracción de nutrientes por los cultivos.» (Pág. 676)

Tanto Tull como Norfolk proponían incrementar por unidad de superficie y año, el grano, el forraje por medio del trabajo ayudado por máquinas, dando rienda suelta a la experimentación. El resultado de estos métodos fue diverso, dice Cubero, porque la idea de «ensayo» no estaba en la mente de los coetáneos.

Necesidades de la nueva agricultura

Las nuevas experiencias de cultivo requerían máquinas hechas a propósito, que no tenían modelos. Eran precisas buenas herrerías y abundante acero. Esto hizo la «revolución» más lenta, de modo que hasta mediado el siglo XIX no puede hablarse de mecanización del campo. Durante mucho tiempo los arados siguieron siendo de madera, sólo con la reja metálica. Las vertederas levantaban la tierra pero no la volteaban. Poco a poco fueron apareciendo modelos que se copiaban en libros, explicando su construcción. Lo mismo ocurrió con las gradas y los cultivadores tipo Tull para eliminar malas hierbas. «la grada pulveriza el suelo ya arado, corta raíces y tallos de malas hierbas, se une con un solo punto al tren de tiro y tiene movimientos de vaivén más o menos pronunciados, según modelos, lo que va bien para romper terrones y cubrir semillas a voleo; el cultivador tiene dientes, no bambolea, va sobre ruedas, se une al tren de tiro como un arado y es más pesado.» (Pág. 678)

El trabajo de siega se realizaba con hoz o guadaña, pero en 1794 un agricultor escocés acopló a la guadaña una rejilla posterior para que el forraje o el cereal cortado cayeran en ella, lo cual facilitaba la recogida para agavillarlo. Las segadoras mecánicas no tardan en aparecer, así como instrumentos para la trilla. Eran aparatos caros debido al alto precio del acero.

Otro avance fue la selección, que se realizó con éxito en el ganado. Pero en los cultivos no había ni conocimiento ni técnica. Se ignoraba que las plantas tienen sexo. Aunque se descubrió este hecho a finales del siglo XVII, fue en el XVIII cuando se empezó a emplear el cruzamiento, y se empieza a estudiar la base biológica de la herencia.

Las sociedades agrícolas, que reunían a propietarios de explotaciones en busca de rentabilidad aparecieron en Inglaterra en el siglo XVII, y se expandieron a otros países en el XVIII.

También los Jardines Botánicos fueron un ámbito de experimentación y conocimiento. Procedían de los jardines monacales. En el siglo XVI se crean en Padua y Pisa, y poco después se inaugura el de Valencia.

Por último menciona Cubero la importancia de las casas comerciales para la producción de semillas y de plantas de vivero, fundadas también en el siglo XVIII. Eliminaban la necesidad del agricultor de conservar su propia semilla para la siembra el año siguiente. Ofrecen semillas de buena germinación, pero se centran en las variedades locales, «reduciéndose así la gran cantidad de variedades existentes. El impacto fue escaso durante un par de siglos, pero se convierte en grave en el siglo XX con la aparición de los grandes medios de transporte, lo que da lugar al problema de la erosión genética, tan preocupante en nuestros días.» ((Pág. 681)

Fisiocracia y agrarismo

La fisiocracia fue un movimiento que se desarrolló en Francia a lo largo del siglo XVIII, promovido por intelectuales de rentas altas, casi siempre debidas a la agricultura. Crearon un prontuario o resumen de principios que intentaron poner en práctica sin éxito.

Cubero explica que la agricultura francesa se encontraba en el siglo XVIII encuadrada en una estructura medieval. La unidad de explotación era el gran señorío, la servidumbre había desaparecido, pero el resto del sistema seguía en pie, y se seguía pagando el tributo en especie o en trabajo. Se había aprobado el cercado de las propiedades, pero solo se aplicó a los pastos comunes. «Francia seguía siendo rural y medieval, con un sistema usual de cultivo anclado en el de año y vez o al tercio.» (Pág. 681)

El gobierno menospreciaba al campesino, al que no se le permitía ni hacer conservas, debido al impuesto sobre la sal, la gabela. En el noroeste de Francia (hoy, el departamento llamado Hauts de France), fronterizo con Flandes se empleaban los exitosos métodos holandeses. También se empezó a estimar públicamente la patata, y se empezó a mirar la pujanza agrícola de Inglaterra, que defendió el propio Voltaire.

En estas circunstancias un grupo de pensadores determinó que la riqueza de una nación era la riqueza de su agricultura. «Las figuras más relevantes fueron François Quesnais (1694-1774), el creador del grupo que, en su Tableau Économique (1758), hizo lo que quizá sea el primer intento de análisis económico; el marqués de Mirabeau (1715-1789), el mejor divulgador de ideas del grupo que con L’Ami des hommes y Philosophie rurale, y Pierre Samuel du Pont Nemours (1739-1817), polifacético profesional y literariamente, el creador del término Physiocratie («El gobierno por la naturaleza»).» (Pág. 682)

Cubero atribuye su poca impronta en la realidad a que se trataba de un movimiento de intelectuales sin práctica social o agrícola, es decir, sin conocimientos, que pretendieron constituirse en escuela para enseñar a los que sí practicaban la agricultura, aunque lo hicieran defectuosamente.

(El autor de la reseña agradece al profesor Cubero esta referencia de un caso más de la inclinación del intelectual francés a distanciarse de la realidad y del «pueblo», de la que se han contagiado tantos abajofirmantes de nuestro país, España.)

En resumen, las propuestas teóricas de los Fisiócratas eran:

Los mercados están sometidos a leyes económicas. Sólo la agricultura proporciona el producto neto (excedente sobre el coste), y tiene un valor moral y político superior a cualquier otra actividad. El gobierno debe garantizar un precio adecuado de venta. Impuesto único sobre la renta de la tierra. Libertad de comercio. Educar a los agricultores con cartillas y catecismos agrícolas. Hay que garantizar la propiedad, la libertad para hacer cada uno lo que quisiera con lo suyo, y la seguridad.

Los artesanos se consideraron insultados, se consideró a los fisiócratas déspotas (ilustrados) y el gobierno no les hizo ni caso. En descargo de ellos, Cubero explica que «los fisiócratas creyeron que había que rehabilitar la Agricultura antes que nada. La primera necesidad era de capital y no de hombres. Había que eliminar obstáculos para ello y apoyar a los agricultores-empresarios con objeto de aumentar ese ‘producto neto’. Era la aceptación plena de la agricultura capitalista que nacía en Inglaterra por la época y que tanto impresionaba a los fisiócratas…Tuvieron oposición en todos los campos, desde los concesionarios de impuestos a los terratenientes (por el impuesto único) y el ciudadano (por el ‘precio adecuado’).» (Pág. 683)

Termina el capítulo cubero con una mención al «agrarismo», conjunto de ideas para resolver los escollos de la época. «Proponían liberalizar los mercados de tierra y trabajo y de productos agrícolas (en particular el de cereales), reformar la estructura de la propiedad y la adopción de nuevas técnicas tales como nuevas rotaciones de cultivos y equilibrio agricultura-ganadería.» (Pág. 684)

Dos ejemplos de tecnificación ilustra Cubero en el cierre del capítulo: «El fruto del intercambio del fresón», en el que explica el itinerario de esta fruta originaria de las Américas, que terminó dando el fresón europeo. El segundo ejemplo se refiere a «Las rosas» que pasaron de un uso medicinal a otro ornamental en un largo itinerario desde su China original hasta los jardines occidentales.

El próximo capítulo estará dedicado a la Difusión y el Desarrollo de la Revolución Agrícola.

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