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Los Informativos Electrónicos Cultura y comunicación Series

Los Informativos Electrónicos. Epílogo en 2022

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Después de todo esto, tengo que afirmar que, en el fondo, soy optimista. Creo que los profesionales del periodismo podremos adaptarnos y no extinguirnos, y que  podremos escapar de las trampas que hoy por hoy seducen a tantos y luego los sacrifican y los ponen en el escabeche de la popularidad.

Espero que este libro sirva para que algunos de los que deseen ser periodistas corrientes y molientes, entren en su vida laboral con buen pie y conozcan mejor el terreno que pisan.

Estos son los dos párrafos finales del prólogo de Los Informativos Electrónicos escrito en las postrimerías de un siglo. Más abajo lo reproduzco completo. Pero antes introduzco una rectificación necesaria. Es esta:

Hoy, mi optimismo se ha esfumado. Sin embargo, las reflexiones que anteceden siguen siendo válidas, en especial la del temor al deterioro de la información. La información ha perdido su sustancia, ha dejado de ser información en el noventa por ciento de su volumen total. Es otra cosa. Siempre lo ha sido, a decir verdad, pero hoy la estafa es mayúscula y nadie puede llamarse a engaño.

            Las virtudes descritas en el epílogo original de 1998 siguen existiendo, pero desprovistas de la más mínima matización moral. Hay buenos profesionales, los medios están bien gestionados, evolucionan con la novísima tecnología mediante una fabulosa flexibilidad. Pero todo esto se hace en el exclusivo beneficio de la máxima audiencia posible, que cada vez es menor, porque ahora se reparte con los medios digitales tanto convencionales como ajenos a la corriente comercial.

            La información digital, sobre todo la menos convencional, se ha convertido en la más fiable, siempre que se haga el esfuerzo de buscarla, contrastarla y quitarle las adherencias que todo medio lleva. Ahora la intervención del “lector”, del “público” en la cadena informativa ha dejado de ser pasiva. Sólo a los no iniciados en la realidad y en internet puede costarles mayor trabajo. Pero cada día son más, en especial los jóvenes, quienes se zambullen en la red, incluidas las redes sociales. La mayoría se queda en la superficie, pero nadie está impedido de encontrar lo que busca en el terreno de la noticia veraz. Que no sean muchos los que lo hagan no es ninguna sorpresa, porque buscar la verdad no es un trabajo fácil, y, además, la verdad política no existe, está dividida en multitud de intereses. Rectifico mi visión de la política como terreno limitado. Todo es política, pero el modo más firme de buscar si no la verdad al menos la realidad detrás de la apariencia es ser observador crítico con todo, desde el servicio de basuras de ayuntamiento hasta la industria de la música o de la televisión, pasando por todo aquello que está fuera de nuestro alcance, la llamada “real Poliltik”.

Y ahora, el prólogo de 1998

EPÍLOGO

En las páginas que anteceden he descrito el periodismo audiovisual que hay. Al menos, el que yo conozco y el que he contemplado y escuchado en mis visitas a las redacciones.

Lo he hecho en un tono deliberadamente positivo. Juro que no ha sido el típico optimismo burlón de los chicos de la prensa. Aunque con frecuencia dude de su base moral, creo que mi profesión tiene un sólido fundamento. El fundamento del derecho de todo ser humano a la información y el fundamento de las fatigas diarias de los miles de profesionales de a pie, que en ocasiones tienen que luchar contra viento y marea.

Además, soy partidario de esta idea: lo que más pesa en las cosas, al final, son sus virtudes. He aquí las que yo considero más destacadas en los medios audiovisuales españoles.

Formación profesional de altura. Muy pocos periodistas hay hoy sin titulación universitaria. Y los que no la tienen, no se quedan cortos en su calidad profesional. En general el grado de formación de la tropa periodística española es excelente, y su capacidad de trabajo, vasta.

Organización y gestión. Ningún informativo de radio y de televisión de características nacionales o regionales podría hacerse hoy sin un trabajo previo de organización y distribución de las tareas, sin el concurso de una pléyade de profesionales de toda índole. Hacer un informativo parece fácil, y puede que lo sea, pero es muy complejo. Los mejores informativos no suelen ser los más imaginativos o los que cuentan con más estrellas, sino los mejor gestionados, los mejor planificados.

Flexibilidad. Esa organización, ese famoso “trabajo en equipo”, ha de ser tan amplio y ramificado como dúctil. No hay fórmulas rígidas, no hay dogmas. Hay que estar alerta y preparados para la modificación urgente (pero fruto de la reflexión y de la experiencia) de cualquier aspecto de la redacción y de la parte tecnológica.

Evolución vertiginosa. Esta necesidad de ser dúctiles se debe a los cambios, avances y perfeccionamientos técnicos en el mundo de los medios de comunicación.

Hay otro tipo de “evolución vertiginosa” provocada por las “demandas de la audiencia”. Esto ya no es una virtud, creo yo.

El panorama del periodismo español no es tan armónico, tan idílico, como los directivos de las empresas hacen ver. Tiene defectos. Defectos arraigados, no pasajeros.

Hay momentos en que uno se siente insatisfecho con su profesión. Pasa en todas partes, es normal. Voy a exponer ahora los motivos de mis ratos de infelicidad profesional.

Hay cosas inquietantes en el periodismo de hoy. Una de ellas, la más llamativa en los últimos tiempos, es que la prensa se ha convertido en protagonista de sí misma.

Históricamente, la prensa española ha destacado por su alto grado de politización. Hoy, todavía los periodistas de todos los medios dedican sus dotes más incisivas, más vibrantes, a los asuntos políticos. Los primeros, los mayores, los mejores espacios se suelen dedicar a la política.

Esto ha relegado otros aspectos de la realidad, a mi entender tanto o más fecundos, a un segundo plano. Cuando lo cierto es que la realidad más abundante y común entre los ciudadanos no pasa más que de refilón por la política.

Lo que ha agravado las cosas es que los intereses políticos y los económicos de los medios de comunicación (y los que estos medios provocan y representan) han invadido el espacio informativo. Son intereses en conflicto, y los choques son contundentes. Choques que desgastan, que drenan, que desgastan el buen ambiente en las redacciones.

Muy pocos periodistas tienen que ver con este tipo de conflictos. Y aunque nos afecten, no nos dejan participar en él si no es a favor y en contra de los que mueven esos intereses. Los profesionales implicados en estas guerras son un puñado que representan al gremio y ejercen en la medida que se dedican a dictar decisiones desde sus despachos.

Esto, estas cosas inquietantes tienen difícil solución.

Hay otras deficiencias más directas que son más fáciles de resolver. Así es como yo las veo.

Dosificación a cuenta gotas. El curso de los noticieros radiofónicos y televisivos en los últimos tiempos rueda en dos direcciones contradictorias: cada vez son mas largos y las noticias cada vez son más cortas. En todos los medios. Esto, la concisión, que en principio es una virtud, un efecto consustancial de la práctica del buen periodismo, llevado a su extremo se convierte en un absurdo: es más importante el tiempo, los fragmentos de tiempo en que se divide el informativo, que la propia información.

El fenómeno parece hacerse en beneficio de la tensión, del ritmo del informativo, que en ocasiones llega a ser frenético. Según los que dirigen, y que por dirigir se supone que entienden más que otros, semejante carrera desbocada asegura que la audiencia permanezca atenta a sus pantallas.

El efecto de  esta práctica generalizada es la trivialización de la información, y en ocasiones, el equívoco, cuando no la falsedad. No estoy hablando de un efecto deliberado, sino de algo que se deriva inevitablemente de semejantes causas.

Fragmentación. Las prisas y la poca especialización llevan al periodista a capturar fragmentos cada vez más pequeños, más inconexos de la realidad. A mí me parece que el proceso lógico y más profesional es el de, primero, intentar comprender la realidad que vamos a describir para luego reducirla a una noticia.

Corolario de lo anterior, superficialidad, fugacidad. El periodista, sometido a múltiples presiones ajenas a los mandamientos de su trabajo, se contenta con capturar sólo un instante de la realidad. Un instante que ni siquiera él puede elegir, el instante que se le ofrece al llegar al lugar de los hechos o al recibir los datos que constituirán la base de la noticia.

Esta fragmentación y esta instantaneidad de la realidad conducen al periodista a ignorar obligaciones como la de contrastar hechos o declaraciones. Se ha de conformar con lo primero que oye o graba, y con el primer recorte de periódico que le pasa el servicio de documentación.

Variedad innecesaria. Los informativos electrónicos son hoy caleidoscópicos.  Para mantener la atención del espectador se le seduce con un menú extensísimo, del cual no puede probar nada seriamente, no da abasto. Nuestro siglo es el siglo de lo efímero en materia de información, las noticias se pudren en cosa de horas.

”Fabricación” de la realidad. “Fabricación” entre comillas. Un medio potente puede centrar el punto de mira de un informativo en lo que le interese. Además produce un fenómeno de arrastre. Con frecuencia los medios se dedican a “fabricar” una noticia, a dar importancia, a exagerar el interés de algo sin gran valor, secundario, o incluso trivial, y el resto de los medios no puede hacer otra cosa, muchas veces, que subirse al carro.

Peligrosa mezcla. Confusión entre la información y el espectáculo o más bien “lo que impacta”. El peligro derivado de ello es la frágil frontera entre el profesional y la estrella. Quizá esto derive del carácter espectacular de los medios audiovisuales, en especial de la televisión.

Utilización abusiva del novicio. Las redacciones de los diarios, las radios y las televisiones nacionales españolas están llenas de becarios. Esto debería ser algo favorecedor, una cancha en la que los novicios se entrenan. El problema es que tanto ellos como los estudiantes de periodismo en prácticas tardan semanas y hasta días desde que entraron en la redacción en dedicarse a tareas que deberían estar reservadas para los profesionales con años de oficio. Yo me temo que la inflación de becarios y estudiantes en prácticas no es un fenómeno de importancia relativa, sino clave, porque está determinando esta manera frágil, insustancial, superficial, de brillantina, que define los informativos electrónicos de nuestro país. Y lo que me temo es que las empresas  tienen algo más que un interés económico (rebajar costes de personal) en el asunto. Las consecuencias de este fenómeno afectan a la calidad del producto, y no sólo porque los becarios y estudiantes en prácticas carezcan de la experiencia y del criterio de un profesional hecho y derecho, sino porque a un trabajador en pruebas se le puede dirigir sin problemas hacia donde a la empresa le interese en cada momento, con lo cual la línea editorial, la base moral, ideológica o política del medio puede suplantarse, sin que nada estorbe, por “las demandas de la audiencia.”

Permítaseme una reflexión sobre la “televisión basura”.

Antes, en la única televisión que había se solían ver cosas serias (a veces, demasiado serias), pero bien hechas. Eso sí, estaba manipulada al máximo, controlada férreamente.

La ampliación del número de cadenas, y el hecho de que algunas sean privadas, no ha eliminado esa manipulación, ese control; en todo caso, lo ha hecho más variado, nos permite contrastar lo que se dice y cómo se dice en cada emisora.

Lo que sí ha cambiado es la calidad. Ahora casi no hay cosas serias, cosas bien hechas. Abunda la basura. Ojo, bastante bien realizada (o hecha), lo que quiere decir que tanto los medios técnicos como los profesionales que los emplean son excelentes.

Esa telebasura no ha aparecido de pronto. Tanto Tele 5 como Antena 3 (Canal Plus ha sido y es más sutil) empezaron a producir programas de mal gusto y amarillos nada más estrenarse. Pero la crítica (de los diarios, sobre todo) los recibió tan mal, y los análisis de audiencia contaban tan poco o eran tan deficientemente interpretados por los primeros directivos, que la basura no consiguió dominar la parrilla de las cadenas.

Ha tenido que pasar un tiempo para que los directivos (de las privadas y de las públicas) pierdan la vergüenza y el miedo a la crítica, para que no sientan ninguna repugnancia hacia la dictadura de la audiencia. Esto, también ha afectado al contenido de los informativos, que casi se han convertido en estanterías de productos exóticos.

Los periodistas no hemos podido escapar de los efectos de la fama, del mercado de masas. Antes de las televisiones privadas y de los informativos de las grandes cadenas de radio, se imponía la noticia sobre el vocero. Hoy ya no es así.

No es de extrañar, dadas todas estas circunstancias, que los periodistas estemos poco o mal considerados por la sociedad a la que se supone que estamos sirviendo. A un observador perspicaz y desconfiado se le puede ocurrir que los periodistas estamos convencidos de que a la gente la información le importa un rábano, que se traga todo lo que le demos, y que por tanto da igual la calidad del producto, con tal de que tenga impacto.

Yo, muy al contrario, estoy convencido de que cuando a la gente se le proporciona lo que es importante para ella, la gente “aguanta”, escucha, no hace zapin. Y, si se me permite la candidez, “importantes” son los valores más arraigados en los seres humanos, muchos de los cuales están más ausentes que presentes en los medios.

No estoy manifestando un buen propósito inalcanzable. Aquellos que estén familiarizados con la prensa, la radio y la televisión francesa, alemana o anglosajona sabrán a lo que me refiero. Allí hay un espacio bastante amplio para los ciudadanos que han vivido hechos dignos, para la información educativa, para las noticias no escandalosas hechas con tiempo y con rigor, para los debates llenos de argumentos. En definitiva, ellos se han dado cuenta de que en la sociedad hay mucha gente que ni son impostores joviales, ni son profesionales de la desvergüenza, ni son retrasados mentales de los que uno se puede reír impunemente desde el salón de su casa.

Después de todo esto, tengo que afirmar que, en el fondo, soy optimista. Creo que los profesionales del periodismo podremos adaptarnos y no extinguirnos, y que  podremos escapar de las trampas que hoy por hoy seducen a tantos y luego los sacrifican y los ponen en el escabeche de la popularidad.

Espero que este libro sirva para que algunos de los que deseen ser periodistas corrientes y molientes, entren en su vida laboral con buen pie y conozcan mejor el terreno que pisan.

 

 

 

 

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