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Bitácora y apuntes

Ni amor ni caridad en P.D. James

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Un lejano Parlamento

Un artículo de Segismundo Bombardier

Termino de leer La paciente privada, de Phyllis Dorothy James o P.D. James, autora inglesa de novelas policíacas. Hasta hoy no había leído nada de ella, mejor dicho, había empezado alguna de sus novelas, pero se me hizo indigesta. Esto es una apreciación, por tanto algo subjetivo, de modo que no niego su calidad profesional.

El estilo de P.D. James se me hace clásico, y su forma de narrar se acerca más a las novelistas inglesas del siglo XIX (Jane Austen, T. S. Elliot), que a las del siglo XX que la antecedieron (Agatha Christie). Quiero decir que no es nada vanguardista. Descubro en Internet que se ganó la vida durante décadas como funcionaria del declinante imperio británico, rasgo común con Graham Green, John Le Carré. Esto le dio acceso a los defectos del Public Service y a su rígido funcionamiento, conocimiento que utilizo a fondo en sus novelas, como lo hicieron los citados. También comparte con ellos su origen humilde, como opuesto a clase media alta, así como desgracias familiares contra las que tuvo que reponerse, y que forjaron su carácter.

Valga lo antedicho como marco necesario de lo que pretendo analizar aquí, que no es ni su trayectoria literaria ni una reseña de La paciente privada, sino una corta revisión de los escenarios amorosos y afectivos en esta novela. Para mí su visión de estas ideas es la de una protestante inglesa de recia cuna, en contraste con las visiones que del amor y del afecto tienen escritores españoles, italianos, portugueses e incluso franceses, educados en el catolicismo.

La familia es en todas partes la raíz de la que parten los afectos. La falta de familia, por orfandad o por negligencias paternas, tiene efectos perdurables. Uno de los protagonistas de La paciente privada es un cirujano plástico de renombre que perdió en la niñez a sus padres en un accidente. James construye un individuo que suprime sus emociones. (Ella tuvo que hacerlo al morir su madre, que estaba recluida en un psiquiátrico.) El cirujano ha “luchado duro” por ascender en la escala social, tomándose muy en serio su profesión, y haciéndose un lugar en la vida con gran esfuerzo, a pesar de lo cual no siente pertenecer a ningún sitio.

Este esquema se repite con otros personajes de la novela: el inspector Dalgliesh, y casi todos los otros involucrados en el enredo criminal. A primera vista esto es algo imposible de evitar, porque un asesinato implica condiciones emocionales duras, y los novelistas del género no pueden prescindir de eso, que además utilizan como andamiaje en la trama. Tengo la impresión de que P.D. James se ha especializado en tejer la intriga con la complejidad emocional de todos los individuos mencionados en la historia.

Esto sirve a la autora para infiltrar en la novela un fondo moral: vivimos en un mundo que ha perdido las referencias estables. La religión, como la ideología política  es un pantano de arenas movedizas, pero nos redime la fe. ¿La fe en qué? James fue par en la Cámara de los Lores por el partido Tory, y practicó el protestantismo inglés. Lo hizo con la inteligencia de los intelectuales británicos, capaces de convivir sin despeinarse con sus contradicciones. Para el protestantismo la fe es lo único que puede salvar al ser humano. Por tanto, hay que tener fe, sobre todo en uno mismo, en la auto redención.

El amor, el afecto básico en la vida de los seres humanos, es también cosa de fe, porque la existencia está llena de frustraciones, decepciones, y sólo aquellos que no pierden la esperanza, pueden salvarse. Falta la última de las virtudes teologales, la caridad. Y esta es la clave de los personajes de novela ingleses, porque la caridad precisa del amor, y aquellos que contienen forzadamente sus afectos, difícilmente pueden llegar a ser caritativos. La cosa empezó ya con Dickens.

La caridad es muy difusa en el protestantismo, y menos todavía en el inglés, aferrado a un economicismo riguroso. De ahí que la clase trabajadora inglesa, brutos sometidos a sus apetitos, esté incapacitada para su salvación, y necesiten o de los pastores anglicanos o de los políticos laboristas para enderezarles el camino. Cualquiera que haya visitado Benidorm conoce la baja calidad moral, por decirlo de algún modo, de la clase obrera inglesa. No tienen remedio, es lo que parecen pensar quienes les organizan sus etílicas excursiones a la playa.

El “sentido práctico” inglés se hace manifiesto en La paciente privada. El matrimonio de dos mujeres, personajes muy accesorios, pero no sacadas por casualidad de la mente de James, lo explica una de ellas del siguiente modo: “debe de parecer una perversión nuestra legalizar nuestra unión, cuando vosotros los heteros no paráis de divorciaros, o de vivir juntos sin el beneficio del matrimonio. Nosotras éramos felices como estábamos, pero necesitábamos asegurar que nos reconociéramos una a la otra como primeros parientes”. Luego afirma que en caso de que una de las dos muera, podrá dejar su herencia, libre de impuestos, a la otra.

Las pruebas más evidentes del escepticismo (y el pánico) que el amor provoca en los personajes de La paciente privada está en la relación entre el detective Dalgliesh y su novia. En determinado momento, la mujer pide al policía que asista a una amiga de ambos que ha sido atacada y violada, y por tanto que abandone el caso en el que está metido. Lo hace a sabiendas de que el hombre le va a decir que no. “Él se sentó frente a ella y le dijo suavemente, Emma, eso no es posible”. Y sigue la narración: “Ella puso el café en la lumbre y él vio que le temblaban las manos. Querría alcanzarlas y tomarlas, pero tuvo miedo de que ella las retirara. Cualquier cosa era mejor que eso.” Más adelante, “Él anhelaba abrazarla, pero eso habría sido un confort demasiado fácil, casi, sentía, como un insulto al dolor de ella”.

James concluye su novela con la manifestación del sentimiento de uno de sus personajes, que también es el de la autora y el de muchas personas occidentales, en especial las anglosajonas: “Comprendió que se había acostumbrado a observar el mundo más allá de Manor como esencialmente hostil y ajeno: una Inglaterra que ella ya no reconocía, la Tierra, un planeta agónico donde millones de personas estaban en constante movimiento, como una mancha negra de langostas, invadiendo, consumiendo, corrompiendo, destruyendo el aire de lugares remotos y maravillosos  un día, y ahora rancios por el aliento humano.” Etc.  “Pero era demasiado tarde. Fuera le esperaba un mundo diferente, caras y voces diferentes por descubrir.”

Esto lo piensa una mujer a la que el cirujano ha propuesto matrimonio, sobre la base explícita de que no se amaban, solo se necesitaban.

“Él no la tocó. Se sintió un hombre lleno de vigor, pero con los pies en terreno inestable. No debía de sentirse torpe. Ella podía rechazarlo si hacía lo más obvio, lo que más deseaba hacer, abrazarla”.

Ella acaba rechazándole, e imagina un viaje eterno por el planeta en busca de cosas bonitas que no cree que existan. No tiene fe. Está condenada. La mayoría de los personajes de la moderna novela convencional de cualquier género, carecen de fe y de esperanza, viven inertes, trabajando, embruteciéndose, y al final refugiados en su castillo-hogar, esperando la hora final. Son incapaces de entregarse al amor y a la caridad, y tienen razones para el escepticismo, porque en el escenario de la política y la economía no hay más que aves rapaces.

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