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Mil palabras de Azorín Series

Mil palabras de Azorín (P y R)

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Finaliza nuestro recopilador la letra P de las palabras azorinianas y comienza la R. Un ensayo semántico a o largo de la literatura española, recabando siempre en Azorín. La fotografía de presentación, Juniperus Sabina, está tomada del una página de Gabriel A. Gutiérrez Tejada.

PLÚTEOS.

Del latín pluteus, especie de mantelete, a modo de tabique, montado sobre ruedas.

Armario. Anaquel. Repisa. Cada uno de los cajones o tablas de un estante o armario de libros.

El plúteo o pared andante, durante el periodo clásico, era un pequeño resguardo móvil con forma curva o en ángulo recto, dotado de tres ruedas, que usaba el ejército romano para los asedios. Normalmente era de madera forrada con piel, para resguardarse al máximo del riesgo de ser incendiado por el enemigo. Las tres ruedas en la base daban a este instrumento de defensa la posibilidad de moverse muy fácilmente. El plúteo era arrastrado por los soldados, y al mismo tiempo que se protegían con él, se iban acercando a los muros enemigos, como cuenta César en el asedio de Marsella en el año 49, durante la guerra civil.

El plúteo siguió utilizándose durante el periodo medieval y en el renacimiento.

“Hay en la casa una mesa llena de libros. Muchos de estos libros van desapareciendo poco a poco, dejando en los plúteos anchos claros. En la pared, colgadas, se ven dos hermosas fotografías: una, la de una dama de bellos y pensativos ojos, con unos rizos sedosos, tenues, sobre la frente; otra, la de una niña, tan pensativa y bonita como la anterior dama.”

Castilla, Madrid, Biblioteca Nueva, “Obras Selectas”, 1943, pag. 544.

POBLACHÓN.

Superlativo de pueblo, del latín populus, pueblo.

La Academia no recoge el vocablo poblachón. Sí recoge poblacho, como despectivo de pueblo, y le da el significado de pueblo ruin y destartalado.

Con ese mismo adjetivo de “destartalado”, se refiere Azorín a un pueblo manchego en el capítulo III de la segunda parte de La Voluntad, cuando dice: “Es un destartalado pueblo manchego, silencioso, triste.” En destartalado pueblo, está implícito el poblachón.

POBLACHÓN MANCHEGO.

Término acuñado por Francisco Umbral para referirse a Madrid, y que ya fue empleado por muchos y diferentes autores como Mesonero Romanos, Galdós, Cela, Azaña, el conde de Romanones y el mismo Azorín. Aunque parece que fue Quevedo el que primero se refirió a Madrid con esa frase.

Yo quisiera entender el vocablo poblachón como: Superlativo cariñoso que pretende describir lo que fue un pueblo de origen humilde, convertido ahora en otro grande y desordenado. Al menos, ese creo que es el espíritu de la letra.

Percibo como si la palabra hubiera pasado de una forma despectiva, a un superlativo con tintes de afecto y de cariño. (Lo mismo que trataríamos a un amigo grandote y bobalicón, al que se le tiene lástima y se le quiere).

Pero Azorín emplea la palabra “poblachón” en la referencia que hemos seleccionado, en un contexto muy diferente. Dice “en este poblachón sombrío”, como si estuviera contagiado por esa imagen de su amigo, antes corpulento y lleno de vida; ahora decrépito y acabado. ¿Acaso es esa imagen obscura de su amigo, encerrado en esa casa-palacial también obscura y triste, la que le incita?

Pero, ¿por qué dice Azorín “en este poblachón sombrío”? Leamos todo el párrafo desde el principio:

“La casa tiene un pequeño huerto detrás; es grande; enormes salas suceden a salas enormes; hay pasillos largos, escaleras con grandes bolas lucientes en los ángulos de la barandilla, cocinas de campana, caballerizas… Y en esta casa vive Menchirón. Al escribir este nombre, que debe ser pronunciado enfáticamente -¡Menchirón!- parece que escribo el de un viejo hidalgo que ha peleado en Flandes. Y es un hidalgo, en efecto, Menchirón; pero un hidalgo viejo, cansado, triste, empobrecido, encerrado en este poblachón sombrío. Yo no puedo olvidar su figura: era alto y corpulento, llevaba siempre unas zapatillas viejas bordadas en colores; no usaba nunca sombrero, sino una gorra, e iba envuelto en una manta que le arrastraba indolentemente… Este contraste entre su indumentaria astrosa y su alta alcurnia causaba un efecto prodigioso en mi imaginación de muchacho. Luego supe que un gran dolor pesaba sobre su vida: en su enorme casa solariega había una habitación cerrada herméticamente; en ella aparecía una cama deshecha, sobre la mesa se veían frascos de medicamentos viejos, y sobre los muebles destacaban acá y allá ropas finas y suaves de una mujer. Nadie había puesto los pies en esta estancia desde hacía mucho tiempo: en ella murió años atrás una muchacha delicada, la más bonita de la ciudad, hija del viejo hidalgo. Y el viejo hidalgo había dejado, en supremo culto hacia la niña, la cama, las ropas y los muebles tal como estaban cuando ella se fue del mundo.”

Como hemos podido comprobar, en este párrafo, aparece tres veces la palabra “casa” pues todo el tiempo está refiriéndose al ámbito cerrado del lugar: sus aposentos, sus pasillos, el pasado y el presente, el personaje, lo que allí sucedió… ¿No hubiera sido más lógico decir que Menchirón está encerrado en “este caserón sombrío”?

Ya hemos dicho antes que Azorín conocía sobradamente y usó esa frase tan conocida de “poblachón manchego” referida a Madrid, como tantos otros la usaron antes y después de él. Probablemente quiso usar aquí el calificativo con una pizca de ternura hacia el pueblo grande y quizás destartalado que fuera Yecla entonces. Pero extraña mucho, pues Azorín siempre se refirió a Yecla como una ciudad, (ver “La Voluntad”) pero todo es posible.

Azorín escribe esto, en “Las confesiones de un pequeño filósofo” en el capítulo XXXV titulado ¡Menchirón! y se desarrolla, como él mismo nos dice, en Yecla: ¡Menchirón! Helo aquí, por las calles de Yecla…

Yecla, en la época en la que se editó la novela 1904, era un pueblo bastante grande, con una población de 19.000 habitantes. Tenía un castillo con raíces árabes, una basílica y varias iglesias, un teatro, un famoso palacio –el de los Ortega- y una importante industria vinícola.

También hemos de considerar otro detalle muy importante: la pujante sociedad yeclana, empujada por una burguesía enriquecida por la agricultura y esa industria del vino, no dejó de crecer hasta nuestros días.

En cuanto al nivel cultural de la ciudad, sólo diremos que en los primeros años del siglo XX el periodismo yeclano alcanzó una época de esplendor. Entre 1900 y 1920 se publicaron, al menos, 25 cabeceras distintas, que convierten a Yecla en la cuarta ciudad de la región con mayor número de publicaciones periódicas en este periodo, tras Murcia, Cartagena y Lorca. Precisamente, Azorín colaboró en el primer periódico que apareció en la ciudad, era el Acuarelas, en 1901.

No nos cabe duda sobre la importancia de Yecla en todas las épocas, y no es posible que Azorín desdeñara su condición, por lo que insisto en el carácter de superlativo cariñoso del término, aunque sigo sin comprender por qué lo uso en ese contexto. Yecla, aunque sí podría referirse a ella como un poblachón, lo sería pero en el segundo sentido, el bueno, pero lo que nunca sería es sombría. Y ahora repito el pasaje, seleccionado de Páginas Escogidas:

“Y en esta casa vive Menchirón. Al escribir este nombre, que debe ser pronunciado enfáticamente -¡Menchirón!- parece que escribo el de un viejo hidalgo que ha peleado en Flandes: Y es un hidalgo, en efecto. Menchirón; pero un hidalgo viejo, cansado, triste, empobrecido, encerrado en este poblachón sombrío.”

Páginas escogidas, Altea (Alicante), Editorial Aitana, 1995, pag. 135

“El carácter duro, feroz, inflexible, sin ternura, sin superior comprensión de la vida, del pueblo castellano se palpa viviendo un mes en un pueblo. Esas caras pálidas que se asoman tras de los cristales, en los viejos poblachones manchegos, espiando al forastero que pasa solo; esas sonrisas piadosas y meneos de cabeza compasivos ante la desgracia; esas eternas y estúpidas frases: “debió haber hecho esto”, “Ya dije yo que haciendo tal cosa”, “no era posible que de ese modo”…, todas esas mil formas pequeñas y miserables de la crueldad humana, ¡qué castellanas son! ¡Cuántas veces las he visto poner en práctica en los pueblos!”

La Voluntad, Madrid, Biblioteca Nueva, 1939, pag. 250.

POR DE CONTADO

Locución adverbial, con el significado de: por supuesto, de seguro, por descontado.

De contar, del latín computare, tener en cuenta, considerar.

Esta locución adverbial en desuso, lo cual es una pena enorme para nuestra lengua y, en particular para nuestra fraseología, aparece en el diccionario oficial con su significado correcto, que no es otro que, por supuesto o de seguro. La locución “melliza” de la anterior.

Por descontado presenta su aparición en 1898, año en el que, al parecer, la segunda formulación toma el relevo de la primera, apareciendo ya con la “s” (por descontado).

Aunque el uso de por descontado está hoy totalmente generalizado entre todos los hispanohablantes, la Academia consideró, tiempo atrás, que la expresión correcta es por de contado. En este caso, contado se refiere a la acepción de contar en el sentido de confiar o dar por cierto que se logrará algo determinado, como cuando decimos: Cuenta conmigo. Lo cuento por hecho.

El uso de una expresión a otra, se originó, muy probablemente, por la similitud fonética entre contado y descontado.

Por descontado ha desbancado al académico por de contado. Resultado: a partir de la vigésima edición, el Diccionario de la Academia registra la expresión  por descontado y la define como contar con ello como seguro e indiscutible. Y por de contado lo hace equivalente.

Un ejemplo de su uso en nuestra narrativa con posterioridad a esa fecha, lo tenemos en “Bodas reales” de D. Benito Pérez Galdós (1843-1920):

Si Eufrasia ne pouvait se consoler du départ de Terry, y allá se iba con Calipso en la intensidad de su pena, aventajaba por de contado a la Diosa en el arte para disimularla. La pena y el disimulo de la manchega eran cuentas con el Destino, que pagaba el pobre Ordóñez de Castro, a quien la moza oprimía con un dogal, y cada día le daba una vuelta para tenerle más ahogadito y con mayor rendimiento.”

Lo vemos también, usado por el escritor cubano Cirilo Villaverde (1812-1894) en su novela “Teresa” editada en la Habana en 1839:

Por de contado que desde que salió de la escuela no vio más libro impreso en su vida, pues hasta el Diario, que como lo sabe toda la Habana, lo pisotean las gallinas en todos los basureros, no lo pasaba por la vista. Su letra eran garrapatos, y de cartel; mas según su opinión, exceptuando los médicos, de hombre de pró é ilustres era tenerla mala.”

“Pero el libro completo, escrupuloso, henchido de cordialidad –y al mismo tiempo de crítica vivaz- no se ha pergeñado todavía. Y quien lo haga habrá de tener en cuenta muchas cosas; por de contado habrá de huir de hipérboles, superlativos y ditirambos que tan caros nos son a nosotros los escritores españoles.”

Las Obras de Giner, 1ª Crónica para el diario “La Prensa” de Buenos Aires, 30/3/1916.

PROTERVOS

Del latín protervus. Perverso. Obstinado en la maldad.

Rubén Darío, en su poema “Responso a Verlain” nos habla del pájaro protervo, en medio de todo un lenguaje plenamente modernista:

“Padre y maestro mágico, liróforo celeste

Que al instrumento olímpico y a la siringa agreste

Diste tu acento encantador;

¡Panida! Pan tú mismo, con coros condujiste

Hacia el propíleo sacro que amaba tu alma triste,

¡Al son del sistro y del tambor!

Que tu sepulcro cubra de flores Primavera,

Que se humedezca el áspero hocico de la fiera

De amor si pasa por allí;

Que el fúnebre recinto visite Pan bicorne,

Que de sangrientas rosas el fresco abril te adorne

Y de claveles de rubí.

Que si posarse quiere sobre la tumba el cuervo,

Ahuyenten la negrura del pájaro protervo

El dulce canto de cristal

Que Filomela vierta sobre tus tristes huesos,

O la armonía dulce de risas y de besos

De culto oculto y florestal.

Que púberes canéforas te ofrenden el acanto,

Que sobre tu sepulcro no se derrame el llanto,

Sino rocío, vino, miel:

Que el pámpano allí brote, las flores de Citeres,

¡Y que se escuchen vagos suspiros de mujeres

Bajo un simbólico laurel!

Que si un pastor su pífano bajo el frescor del haya,

En amorosos días, como en Virgilio, ensaya,

Tu nombre ponga en la canción;

Y que la virgen náyade, cuando ese nombre escuche

Con ansias y temores entre las linfas luche,

Llena de miedo y de pasión.

De noche, en la montaña, en la negra montaña

De las Visiones, pase gigante sombra extraña,

Sombra de un Sátiro espectral;

Que ella al centauro adusto con su grandeza asuste;

De una extrahumana flauta la melodía ajuste

A la armonía sideral.

Y huya el tropel equino por la montaña vasta,

Tu rostro de ultratumba bañe la Luna casta

De compasiva y blanca luz;

Y el Sátiro contemple sobre un lejano monte

Una cruz que se eleve cubriendo el horizonte

¡Y un resplandor sobre la cruz!”

A pesar de su extensión, me ha parecido interesante trasladar el párrafo que sigue, tomado de La Voluntad, por su contenido tan en línea con la problemática social de aquel momento y las ideas de entonces de nuestro autor.

Azorín, en sus primeros escritos, refleja esas tendencias libertarias que le llegaron por las lecturas del entonces padre del anarquismo internacional Pyotr Kropotkin, como también de Ernest Renan y de Sébastien Faure. Azorín, en esa primera época, imbuido de los ideales anarquistas, se convierte en luchador y propagandista de la causa. Sus opiniones y sus escritos están encaminados a cambiar el mundo. En el cambio de siglo (XIX – XX) aparece una polémica entre dos formas diferentes de entender el arte: la corriente estética “el arte por el arte” y la corriente social; Azorín será de estos últimos. Pero después de 1904, concluida su famosa trilogía (La Voluntad, Antonio Azorín y Las confesiones de un pequeño filósofo), plagada de elementos autobiográficos, se da cuenta de que su postura político-social, le puede llevar a la exclusión, y decide un cambio radical, decide un cambio desde arriba, continuar la crítica a través del parlamentarismo, y dedicar a la narración el oficio de creador artístico.

En la referencia que sigue, tomada del capítulo VIII de la segunda parte de La Voluntad, Azorín muestra ese talante combativo que aún sostendrá en otras novelas (cuando nos muestra las condiciones laborales de los trabajadores, las estériles discusiones entre diputados, la pobreza general y la desigualdad social tan acusadas…), por el que insiste en la remodelación de la sociedad, con la mirada prendida en un idealismo que haga feliz a todo el mundo.

Pero veamos lo que señalan sus personajes:

“Enrique Olaiz dice:

-Nuestro tiempo es un tiempo de excepción para los intelectuales. En primer lugar, el hecho que se ha mostrado claramente a todos los pensadores es que el principio democrático es un error, que los dogmas de la Revolución, Libertad, Igualdad y Fraternidad, contienen una contradicción, una blasfemia en contra de la naturaleza eterna… Libertad e Igualdad son incompatibles porque la Naturaleza ha hecho a los individuos desiguales, y por consiguientes éstos en la realización de su libertad volverán siempre a la reconstitución de su desigualdad… Hay también otro motivo: la destrucción de los privilegios de la herencia no ha tenido por consecuencia ni siquiera aquella igualdad relativa que correspondería a la desigualdad natural de los hombres; sino que esta destrucción de los privilegios ha allanado el camino a dos nuevos dueños, o sea, a la burguesía y al pueblo… En contraste con los sueños de la Revolución francesa, la realidad ha demostrado que la mera liberación de una Humanidad todavía ineducada e ignorante, fundada en el principio democrático…, esta liberación no podía producir otra cosa que un nuevo privilegio: el de los declamadores, entre los astutos y entre los interiormente menos delicados…

La libertad llevada a sus últimas consecuencias, repugna. Actualmente un hombre, a no ser un sectario, encuentra lógica y necesaria la libertad de conciencia y la libertad de emisión del pensamiento. La mayoría de los hombres creemos que todos tienen el derecho de buscar la verdad, su verdad; pero esta libertad que para el pensamiento la aceptamos todos, no la aceptamos respecto, por ejemplo, del comercio. Si alguien tratara de vender en la calle veneno o abortivos, todos creeríamos que la libertad del vendedor debería ser atajada… También nos molesta pensar que un hombre pueda comprar los favores de una mujer por dinero, y sin embargo, es libre él para comprarlos y ella para prostituirse…

La igualdad no es necesaria llevarla al absurdo para comprender que es una idea sin base ninguna… Respecto a la fraternidad es un sueño hermoso, pero irrealizable, al menos por ahora.

Consecuencia de estos tres dogmas es la Democracia, la santa, la intangible Democracia, que es el medio de realizar esos ideales… Hablo, al decir Democracia, del dogma político-social así llamado, no de esa piedad y benevolencia por las clases menesterosas, producto de la cultura de la Humanidad y que no tiene nada que ver con el dogma… Me refiero a la Democracia que tiende al dominio de la masa, al absolutismo del número, y que ya no tiene tantos partidarios como antes entre los hombres libres que piensan sin prejuicios… El número no podrá ser nunca una razón; podría serlo si la masa estuviera educada; pero para educarla, alguno tiene que ser el educador, y ese educador tiene que estar alto, para imponer una enseñanza que quizás la misma masa rehusara… Hoy todos los que no tenemos intereses ni aspiraciones políticas, estamos convencidos de que la Democracia y el sufragio son absurdos, y que un gran número de ineptos no han de pensar y resolver mejor que un corto número de inteligentes. Estamos viendo la masa agitada siempre por malas pasiones; vemos los clamores de la multitud ahogando la voz de los hombres grandes y heroicos. Desde la que condena a Cristo hasta la que grita a Zola, casi siempre la masa es de instintos protervos… A pesar de la cultura adquirida, con haber triunfado la Democracia no se puede decir que haya abierto el campo a las energías de los fuertes; actualmente al menos no se ve que la Democracia sea comadrona de genios o de hombres virtuosos. Dada la manera de ser comunista de la enseñanza –y esto es bastante para que todos los espíritus libres y algo revoltosos sientan antipatías por ella-; dada esta enseñanza, un hombre de talento o de carácter no tiene más medios que antes de sobresalir; acaso tenga menos que hace doscientos años, porque el afán de lucro arrastra hacia las universidades y escuelas especiales, y un turbión de gente obstruye todos los caminos y ahoga con su masa las personalidades más enérgicas…”

La Voluntad, Madrid, Biblioteca Nueva, 1939, pag. 191.

PUENTE

UNA PUENTE

Del latín pons, pontis, puente.

Construcción de piedra, ladrillo, madera, hierro, hormigón, etc. que se construye y forma sobre los ríos, fosos y otros sitios, para poder pasarlos.

Puente es en castellano sustantivo de género común o ambiguo, es decir, que puede utilizarse como masculino o femenino, sin que por ello cambie su significado. Se suma así a otros términos con el mismo género como: color, mar, calor, pringue, margen, canal, etc.

En el resto de lenguas románicas, siempre se encuentra con el género masculino, excepto en gallego y portugués, que adopta el género femenino (a ponte). Sólo es en castellano que se admite esa dualidad de géneros.

En latín, también se empleó solamente en su forma masculina, pero fue el castellano medieval el que alterna desde el principio las dos opciones, y en los textos más antiguos podemos comprobarlo, aunque diptongando la o tónica, según las normas privativas del castellano, en ue.

La lírica popular también mantendrá la rigurosa alternancia, no obstante, con cierta preferencia hacia la forma femenina.

El dramaturgo Don Pedro Calderón de la Barca (Madrid 1600-1681), escribió una comedia de corte caballeresco, titulada “La puente de Mantible”, en la que, empezando por el título ya podemos ver que emplea el género femenino en uso. Veamos:

“¿Ves ese monstruo terrible

Que del agua nace? ¿Ves

Ese prodigio? Esa es

La gran puente de Mantible.

El edificio eminente

Que, no sin fatiga suma,

Sustenta sobre la espuma

Esa lóbrega corriente

Es, Guarín, la excelsa puente.

Y este piélago que veo

Correr tarde, triste y feo

Es, si el ser de cristal pierde,

El río del Agua Verde,

Desatado del Leteo,

Pues ese campo profundo,

Que montes cerúleos hace

Con él, del infierno nace

Y, dando una vuelta al mundo,

Fatal, lóbrego e inmundo

En el mar de África muere.”

Otra vez es el fascinante Gabriel Miró quien nos embriaga con su vasto conocimiento del léxico, y nos conduce a los principios del sustantivo femenino puente. Es en el capítulo X de “Del vivir” en el que describe un escenario de Parcent, con estas palabras:

“… La rambla está seca, blanca y muda. Acabada la puente, tan gallarda, tan flamante, no faenan braceros; dejaron de quejumbrar en la hondonada los ejes de carretas, de golpear los picos, de coplear los muchachos que acercan piedra, cemento, y amasan en las lechadas de Humeante cal. La puente está hecha; el camino, liso, nuevecito, se desliza por la roja tierra. Todo está callado; el sol lo envuelve, y la piedra nueva chispea y brillan las cristalizaciones del yeso.”

Azorín usa la forma femenina de puente el su escritura.

“Y después de una pausa, sonriendo, comenzó a declamar con voz recia: 

—Pásase a este admirable prodigio de la Naturaleza por dos excelsas peñas, torres de su artificio y espantosa arquitectura de su estrecha entrada, cuyos términos abraza una puente, por quien se dan las manos, a pesar de un arroyo, que cuando fuera caudaloso río, le hicieran del gigantesco nombre los mismos riscos. Supongo que no te habrás formado idea del paisaje de la Cartuja. Y éste es el hombre que tachaba de anticientífico a Cervantes.”

Memorias Inmemoriales, Madrid, Biblioteca Nueva, 1946, pag. 67.

PUNZÓ

Del francés Ponceau: amapola silvestre, su color.

Color rojo muy vivo, rojo encendido.

Corominas sugiere que el vocablo deriva de pavo, del latín pavus, pavo real.

Según su análisis, la forma antigua y propiamente castellana era pavón, con el que se designó el color azul oscuro (o verde azulado del pavo real), de ahí, pavonar o empavonar, dar color de pavón. Al italiano pasó como pavonazzo, violáceo y en francés ponceau, rojo subido, de éste último pasó al castellano como punzó, también utilizado en Cuba y Río de la Plata.

En el Diccionario Ideológico de Julio Casares, podemos encontrar 61 adjetivos referidos al color rojo, entre los que se encuentran dos de origen francés, como punzó y grancé.

Para comenzar, ilustremos el vocablo, con este pequeño poema en forma de nana, nacido de la pluma de Juana Ibarbourou (Fernández Morales, de soltera) poetisa uruguaya (1892–1979):

¡Pajarito chino
de color añil!
Canta, que mi niño
se quiere dormir.

¡Pajarito chino
de color punzó!
Calla, que mi niño
ya se durmió.

Honoré de Balzac nos ilustra el vocablo (aquí recogido del original en francés), con este párrafo de su novela “La muchacha de los ojos de oro”:

«Ponceau» fait partie de ces mots que l’on croit connaître et qu’on ne prend jamais la peine de chercher dans le dictionnaire. J’aurais juré qu’il désignait une couleur entre le taupe et le vieux rose. Il n’en est rien. Je vous laisse lire ce texte et deviner à quelle nuance il correspond.

La moitié du boudoir où se trouvait Henri décrivait une ligne circulaire mollement gracieuse, qui s’opposait à l’autre partie parfaitement carrée, au milieu de laquelle brillait une cheminée en marbre blanc et or. Il était entré par une porte latérale que cachait une riche portière en tapisserie, et qui faisait face à une fenêtre. Le fer-à-cheval était orné d’un véritable divan turc, c’est-à-dire un matelas posé par terre, mais un matelas large comme un lit, un divan de cinquante pieds de tour, en cachemire blanc, relevé par des bouffettes en soie noire et ponceau, disposées en losanges. Le dossier de cet immense lit s’élevait de plusieurs pouces au-dessusdes nombreux coussins qui l’enrichissaient encore par le goût de leurs agréments. Ce boudoir était tendu d’une étoffe rouge, sur laquelle était posée une mousseline des Indes cannelée comme l’est une colonne corinthienne, par des tuyaux alternativement creux et ronds, arrêtés en haut et en bas dans une bande d’étoffe couleur ponceau sur laquelle étaient dessinées des arabesques noires. Sous la mousseline, le ponceau devenait rose, couleur amoureuse que répétaient les rideaux de la fenêtre qui étaient en mousseline des Indes doublée de taffetas rose, et ornés de franges ponceau mélangé de noir.”

DIVISA PUNZÓ

La ‘Divisa punzó‘ fue un vistoso distintivo político utilizado por los federales, impuesta por el caudillo Juan Manuel de Rosas en el segundo mandato en el territorio de la Provincia de Buenos Aires, Argentina. Consistía en una franja de color rojo.

Su primer uso masivo data del año 1831, cuando fue utilizada en el desfile militar del 17 de marzo por todo el ejército federal. Entre la población civil, su uso se impuso a partir del Tedeum en la Catedral el 27 de enero de 1832. Su uso se hizo obligatorio a partir del día 3 de febrero de 1832, cuando un decreto la hizo obligatorio para todos los empleados civiles y militares.

El primero de los decretos que consagraba oficialmente el uso de la divisa punzó fue promulgado por el Gobernador de Buenos Aires, don Juan Manuel de Rosas. En él se estimaba conveniente “consagrar del mismo modo que los colores nacionales el distintivo federal de esta provincia y constituirlo, no en una señal de división y de odio, sinó de fidelidad a la causa del orden y de paz y unión entre sus hijos bajo el sistema federal”.

Su uso fue convertido por el Gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, en obligatorio para no ser considerado traidor. El autoritarismo de «El Restaurador de las Leyes» llegó hasta tal punto que la divisa punzó era obligatoria hasta en la vestimenta en los campus educativos y en el eclesiástico. De omitir la divisa, toda persona que no la utilizara sería vista como traidor y podría ser ejecutado, exiliado o torturado por la “Mazorca o Sociedad Popular Restauradora”, organización parapolicial liderada por la esposa de Rosas, Encarnación Ezcurra.

“Los labios y las mejillas de la moza son –usando una de las imágenes de las que gustaba usar a Lope- pétalos de rosa caídos en naterones cándidos. El cuerpo fino y duro se mueve ondulando. Viste la moza una falda de indiana azul celeste con un ribete blanco, y el busto va ceñido por un pañuelo de fondo punzó y ramos también blancos. Bajo uno de los paños que cubren las tablas del armario se nota un grueso bulto. Las manos de doña Inés han tropezado con él. Plácida se acerca vivamente al armario.”

Doña Inés, Madrid, Biblioteca Nueva, 1972, pag. 89.

PUPILAJES

Derivado de pupilo, del latín,  pupillus. Pupilo, menor de edad.

Casa donde se reciben huéspedes mediante un precio convenido.

La figura del pupilaje en los pasados siglos XVI y XVII está bien presente en nuestros clásicos. Como ilustración sobre las características del pupilaje para estudiantes, durante el siglo XVI en Salamanca, podemos adentrarnos en el estudio que nos presenta el historiador Luis Enrique Rodríguez-San Pedro Bezares. El título del estudio es: “Pupilajes, gobernaciones y casas de estudiantes en Salamanca (1590-1630)

“Modalidades de alojamiento: el pupilaje. Definición y carácter»

Desde 1538 la Universidad de Salamanca se preocupó de regular minuciosamente un tipo de hospedaje de estudiantes con carácter educativo-paternal, en el que a un bachiller se le confía la tutela de un cierto número de estudiantes que viven en su casa, con los cuales realiza funciones de padre y maestro, responsabilizándose de sus estudios, crianza, alimentación, religiosidad, moralidad y costumbres. A través del examen previo del solicitante de pupilaje, ciertos minuciosos estatutos y visitas anuales de supervisión, la Universidad realiza un estricto control de este tipo de hospedaje, y por ello de todas las esferas de la vida de sus ocupantes. Administrar, regir, corregir y gobernar serán las funciones asignadas al Pupilero según un modelo del que el propio pupilero debe ser el ejemplo a los ojos de los estudiantes: en el «Buscón» la función del bachiller de pupilos aparece definida con todo el peso del verbo «criar».

¿Era el ámbito monástico-intelectual de los pupilajes el común de los estudiantes salmantinos? Pudiera así creerse según el tópico común de considerar el pupilaje como la forma principal del hospedaje universitario, influida esta opinión por el peso de la literatura picaresca de la época. Sin embargo, otra cosa parece deducirse de escudriñar los libros de visitas. Según éstos podemos comprobar que entre 1561 y 1630 el número de pupilajes visitados rara vez pasó de 15, oscilando habitualmente en torno a 109.

La exención de visita a los graduados mayores por Salamanca que tuvieran pupilaje no parece modificar esencialmente estas cifras, por cuanto dichos grados eran raros y escasos.

Tenemos de ello datos cualitativos en los testimonios literarios, cuando hablando del pupilaje del licenciado Cabra nos dice Quevedo: «que tenía por oficio el criar hijos de caballeros»

Posiblemente las privilegiadas condiciones del pupilaje para dedicar tiempo al estudio y desentenderse de preocupaciones materiales incidían en que muchos padres lo consideraran como una inversión rentable que garantizaría el mejor provecho de sus hijos, así como una tutela más ceñida. Esta vez es el Guzmán de Alfarache quien nos confirma la suposición, al señalar, tras considerar otras, formas de alojamiento posibles, las causas de su elección de un pupilaje: «Con esto estaba libre de todo género de cuidado. No me lo daba la comida ni el buscarla o proveerla, quedaba libre para sólo mi negocio y todo en todo»

Veamos ahora un ejemplo en El Quijote, concretamente en el capítulo XXXII de la segunda parte, titulado: “De la respuesta que dio don Quijote a su reprehensor, con otros graves y graciosos sucesos”:

“¿No hay más sino a trochemoche entrarse por las casas ajenas a gobernar sus dueños, y habiéndose criado algunos en la estrecheza de algún pupilaje, sin haber visto más mundo que el que puede contenerse en veinte o treinta leguas de distrito, meterse de rondón a dar leyes a la caballería y a juzgar de los caballeros andantes? ¿Por ventura es asumpto vano o es tiempo mal gastado el que se gasta en vagar por el mundo, no buscando los regalos dél, sino las asperezas por donde los buenos suben al asiento de la inmortalidad?”

“Las casas de huéspedes tenían su faz especial. No todas las casas pueden ser casas de huéspedes. Había cuartos como incrustados unos en otros. Para entrar en uno, había que pasar por dos o tres. El papel de las paredes se desprendía a veces en grandes fragmentos, y en el pavimento sonaban, al pisarlos, algunos ladrillos sueltos. Pero, ¿y nuestra alegría? ¿Y nuestro afán de vivir? ¿Y nuestra despreocupación? Pagábamos ocho reales diarios por cama, desayuno, comida y cena. Había pupilajes todavía más arreglados: las casas de huéspedes de seis reales.”

Valencia, Madrid, Biblioteca Nueva, 1997, pag. 55.

“Vamos a ver si escribimos despacito, con sosiego, este capítulo. El asunto es muy español. He vivido en Madrid en incontables pupilajes. Los pupilajes, casas de pupilos, o casas de huéspedes –ahora se llaman todas pensiones- se dividen en las dos categorías que expresa la fórmula abreviada de con y sin, es decir, comiendo en la casa, siendo asistido con los yantares, o sin comer. Y todavía se puede establecer otra distinción: casas en que se admite un caballero solo, y casas en que se recibe a todos. Los restaurantes, bodegones, figones, y casas de estado son anejo ineludible de los pupilajes sin asistencia.”

Madrid, Madrid, Biblioteca Nueva, “Obras Selectas”, 1943, pag. 959.

RASEAR

Esta palabra no está registrada en el DRAE, aunque es de uso corriente en el lenguaje deportivo y en albañilería.

Corominas en su DCECH tampoco la registra. Sí contempla: ras, rasante, rasar, rasero y rasilla, y en cada uno de estos vocablos, nos conduce a raer, del latín radere, raspar.

Sí la recoge el diccionario de María Moliner como: Rasear. En futbol, lanzar el balón de forma que vaya a ras del suelo.

El profesor y filólogo Leonardo Gómez Torrego, en su libro “Aspectos gramaticales del lenguaje del futbol en España”, nos dice:

“Para no extenderme más en el comportamiento sintáctico (a veces también léxico) de ciertos verbos en la jerga futbolística, sólo comento brevemente algunos otros usos peculiares.

Algunos verbos como rasear (la pelota, el balón) y blocar (el balón, la pelota), no los registra la RAE; en otros como triangular solo se registra su uso en arquitectura, pero nada se dice de su significado ni de su régimen en “los jugadores triangularon bien el balón.”

En principio, el concepto rasear, nos dirige hacia algo que ha de quedar al ras, o a un mismo nivel por medio de ser raspado, afeitado, pulido o cepillado.

En el lenguage deportivo, ya hemos visto que es muy usual. En albañilería es el término empleado para preparar una pared de ladrillo, dejándola completamente lisa (al ras).

Evidentemente, el autor no ha pensado en ninguno de estos dos significados. Azorín apunta, en la referencia aportada, una acción que se está produciendo a ras del suelo. No obstante, esa acción (rasear), está ligada a un ruido, porque él dice: “se oye sobre la acera el rasear de una escoba”, y esto me lleva a deducir que, en conclusión, Azorín crea un verbo derivado de una onomatopeya: el sonido de arrastre, de rasgueo, podríamos decir (ras-ras-ras), que hace la palma al ser arrastrada sobre el suelo.

“Ya los pardillos han descendido del tejado hasta el patio. Desde la parra caen rápido sobre las losas del piso, y corren a saltitos, comiendo las migajas que Azorín ha esparcido por la noche. Cacarea a lo lejos un gallo; suena el grito largo de un vendedor; se oye sobre la acera el rasear de una escoba. Y la campana vuelve a llamar con golpes menuditos.”

Antonio Azorín, Madrid, Biblioteca Nueva, “Obras Selectas”, 1943, pag. 211.

RATIZOS

De rata. Voz común en todos los romances occidentales con las lenguas germánicas y célticas, de origen incierto, quizá onomatopeya del ruido de la rata al roer o al arrastrar objetos a su agujero.

MONTE RATIZO

Perteneciente al monte bajo, en contraposición al monte alto que es la moheda.

El término rat-izo, está formado por la raíz de rata, de la onomatopeya RA, y el sufijo –izo, que indica tendencia, semejanza o pertenencia, tal como ocurre con arrojadizo, cobrizo, rojizo, plomizo, etc.

Lo ratizo, referido a un terreno austero en vegetación, bajo y sin atractivo, está relacionado con rata, por la semejanza con algo que se arrastra y por el color del animal.

Veamos un ejemplo extractado de una crónica escrita por el periodista José María Galiana en La Verdad, de Murcia:

“Al pie de un cabezo rocoso, junto a un par de casas semiderruidas, rodeado de escombros, basura, palmeras ratizas, y polvorientas, cactus, dos balsas abandonadas y un almendro en flor, único signo de belleza en este solar surrealista e incalificable, se encuentra la primitiva fuente termal de los baños de Fortuna y la exedra, construcción al aire libre de planta semicircular con gradas talladas en la roca.”

“Su situación es al pie de una montaña; el monte está poblado de pinos olorosos y de hierbajos ratizos, tales como romero, espliego, eneldo, hinojo; entre estas matas aceradas y obscuras aparecen a trechos las corolas azules o rosadas de las campanillas silvestres, o la corona nívea, con su botón de oro, que nos muestra la matricaria,”

Las Confesiones de un pequeño Filósofo, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1944, pag. 11.

“Las mohedas son boscajes espesos de encinas, alcornoques, hayas, castaños. En el monte ratizo las retamas –con sus flores amarillas-, los enebros, los lentiscos, los romeros, se extienden por los recuestos formando bosquecillos.”

Una hora de España, Madrid, Biblioteca Nueva, “Obras Selectas”, 1943, pag. 638.

“He paseado mucho por el campo en mis estadas en San Sebastián. He recorrido también la provincia. En un pormenor resumo yo la oposición de los montes levantinos y los vascos: en los levantinos nos podemos sentar y en los vascos hemos de estar en pie. La desnudez de los montes ratizos nos ofrece asiento en cualquier lugar.

Madrid, Madrid, Biblioteca Nueva, “Obras Selectas”, 1943, pag. 1013.

REDIVIVAS

Del latín redivivus. Revivido, aparecido, resucitado. Renovado.

En la Edad Media, popularmente se percibía como compuesto del latín vivus, vivo, aunque en realidad parece derivar de reduvia, piel que muda la culebra.

El Nuevo Diccionario de la Lengua Castellana, de Vicente Salvá, de 1846, nos dice: Redivivo. Adjetivo, poético. Resucitado.

Veamos este comentario recuperado del «Diario de León» Digital. Se titula “Eufemismos y disfemismos”, lo firma el escritor y periodista José Luis Gavilanes Laso, quien reflexiona:

El lenguaje está muy lejos de ser algo neutro e inocente, pues comporta generalmente una carga intencionada positiva o negativa. A quienes nos siguen afectuosamente les gratificamos como “compañeros o camaradas”; en cambio, quienes secundan a nuestros rivales son como integrantes de las SS redivivas, esto es, “sicarios y secuaces.”

“La vida es dolorosa y triste. El desolador pesimismo del pueblo griego, el pueblo que creara la tragedia, resurge en nuestros días. “¡Quién sabe si la vida no es para nosotros una muerte y la muerte no es una vida!”, exclama Eurípides. Y Larra, indeciso, irresoluto, escéptico, es la primera encarnación y la primera víctima de estas redivivas y angustiosas perplejidades. El constante e inexpugnable “muro” de que Fígaro hablaba, es el misterio eterno de las cosas. ¿Dónde está la vida y dónde está la muerte?”

La Voluntad, Madrid, Biblioteca Nueva, 1939, pag. 199.

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