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Bitácora y apuntes

“Los Hunos y los Hotros”, de Enrique Girón

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Fernando Bellón

Hacer teatro con la historia es tan sencillo o complicado como cualquier otra etiqueta dramática, pero es muy peligroso. Shakespeare era un tipo cauto, y jamás se atrevió a llevar a la escena a la reina Isabel, a la Reina María o a Eduardo VIII. Se iba más atrás, incluso a la República Romana, para no cogerse los dedos en una trama espinosa. Se limitaba a retratar los grandes temas del ser humano, el poder, la ambición libidinosa, los celos, el odio, la locura, de un modo soberbio. Pero nunca sacó a la Iglesia o a la religión a la escena como protagonistas.

Es curioso cómo la dramaturgia española casi de la misma época no tuvo reparo en hacerlo. Lope, Tirso, Calderón hablaron con la misma libertad que Cervantes de temas apasionantes de su época, la religión, la iglesia, la corrupción política, el poder. Que lo hicieran desde la más estricta obediencia al dogma católico no es un atenuante de su mérito, hacer otra cosa habría sido demencial. Jamás se atrevieron Shakespeare o Marlowe a escribir “Con la iglesia hemos topado”.

Viene esto a cuento de la obra teatral “Entre los Hunos y los Hotros”, escrita y representada por Enrique Girón, con Juan García de la Coba de acompañante y director.

“Los Hunos y los Otros”, frase a lo que parece unamuniana, saca a la palestra escénica a don Manuel Hazaña y a don Miguel de Unamuno. El primero, político principalísimo de la República que se mató a sí misma, y el segundo, filósofo eminente que desapareció víctima de las atrocidades que siguen a toda revuelta.

Yo he visto la obra y la he leído en forma de libro, publicado por Ediciones del Genal, Colección Tanagra de textos teatrales, Málaga 2023.

El prologuista de la edición, Miguel A. Moreta-Lara, resume sus valores con precisión: “un modelo de contención expresiva, de selección de hechos y de explotación magistral de mínimos recursos: no se puede ir más lejos con tan exiguos medios”.

En su día, cuando esta revista se hizo eco del estreno de la obra, explicaba que Se trata de un diálogo entre Manuel Azaña y Miguel de Unamuno, ambos desde el Hades, en torno a la responsabilidad de ambos en la tragedia española por antonomasia, la Guerra Civil 1936-1939. Diálogo controvertido, que termina en un abrazo de los oponentes, como era de esperar un siglo después, y un llamamiento a la concordia de los españoles. Buenas intenciones y buenas palabras, en un tiempo en el que las primeras cruzan el cielo como metralla (es decir, son malas) y las segundas son monopolio del insulto y la descalificación.

“Entre los Hunos y los Hotros” es una obra oportuna y apropiada al hervidero del presente español. Lo normal, si la hubiera escrito uno de la izquierda actual (sea eso lo que quiera ser), es que el insufrible Unamuno hubiera quedado derrotado por la oratoria y el poderío de Azaña. Si hubiera sido escrita por un recalcitrante derechista (la extrema extrema extrema derecha, según sostienen algunos), Azaña habría demostrado haber sido un pedante y un compañero de viaje de la Komintern.

Escribir y describir a los dos personajes, que no fueron tan contrapuestos, estaba reservado para otras plumas más rigurosas y libres de sectarismo: a saber, Enrique Girón y Juan García de la Coba, profesores de instituto en Andalucía, comprometidos sólo con el entendimiento de la historia y con la verdad limpia de adherencias.

La familiaridad entre Unamuno y Azaña se fraguó décadas antes de la Guerra Civil, cuando asistían a las representaciones teatrales de aficionados que se hacían en la casa de los Baroja, en el barrio de Argüelles de Madrid. También estaba en ellas Rivas Cherif, hombre de teatro, que llegó a ser cuñado de Azaña.

Entonces Unamuno coqueteaba con el socialismo, y Azaña con el Ateneo. Dos intelectuales de fuste, en una tertulia de intelectuales de valía. Azaña se dedicó enseguida a la política, apoyándose en su puesto de alto funcionario. Unamuno, también, desde su cátedra. Hay biografías desde todas las visiones y gustos de cada uno de ellos. Supongo que Girón  habrá leído muchas, y ha conseguido contrapesar los valores, las ideologías, los disgustos y las esperanzas de ambos.

La representación termina en un abrazo en ese lugar del Otro Mundo donde flotan ante nosotros, los espectadores.

Vuelvo a recomendar este libro y esta obra teatral si la llevan a su ciudad, lector. No se la pierda, sobre todo si es joven (¿tendrá algún joven lector esta revista?), porque no hay mejor forma para documentarse, que vivir la historia en un escenario. Es más famoso el César de Shakespeare que el que escribió “De bello gallico”.

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