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Cultura y comunicación

Pascal Letellier, director del Institut Français de Valencia

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La cultura gestionada por un profesional es un tesoro público

El Institut Français de Valencia se ha convertido en los últimos años en un centro de referencia cultural, un irradiador de conocimientos, arte y cultura. Además de la enseñanza del idioma, su coqueto salón de actos ha sido escenario teatral, musical, cinematográfico, y de conferencias de todo tipo, desde la ciencia divulgativa (p.e. de la física cuántica), a visiones postmodernas de la arquitectura, la economía, la psicología, la filosofía, la literatura… En su cafetería se suelen reunir tertulias que tratan los mismos temas en “petit comité”. Y en sus zaguanes superior e inferior (y también en las paredes de la cafetería) se han expuesto las artes plásticas o conceptuales más diversas: desde la abstracción más inaprehensible al cómic, pasando por la fotografía.

Ninguna otra institución valenciana desarrolla una actividad tan febril y variada. Y el rasgo definitorio de todo ello es la inclusión, o dicho al revés, la no exclusión. No se atiene la actividad cultural del Institut Français a etiquetas, todo lo contrario. Y abre sus puertas a creadores todavía no reconocidos por el sistema del arte.

El director responsable de todo esto es Pascal Letellier, un parisino con una larga y densa trayectoria de gestión cultural. Un profesional en la promoción y divulgación de la cultura. Si él ha sido el alma del Institut durante los últimos cinco años, el cuerpo, las vísceras, ha sido un equipo de profesionales tan sólidos como él en el profesorado, la gestión administrativa, la biblioteca, etc.

Pascal Letellier se marcha a París y será sustituido por otro director. Antes de irse ha recibido a Perinquiets para hablar de su experiencia en una ciudad donde no faltan las ofertas culturales.

Una entrevista realizada por Fernando Bellón. En la fotografía, Pascal Letelier, a la izquierda del guitarrista, en un acto público.

Mi vida profesional ha sido un poco especial. Mi generación es la del 68. Una generación un poco particular, que descubrió una serie de cosas que modificaron nuestra manera de pensar, nuestra relación con el mundo, la relación con el saber, y en especial con la cultura. En realidad, toda mi vida ha estado dedicada a la acción cultural. Empezó con las exposiciones de arte plástico. A los veinte años conocí al pintor André Masson, un pintor surrealista que me confió unas cuantas obras suyas para realizar una exposición. Realicé el catálogo de la exposición, con textos muy interesantes, por ejemplo un texto inédito de Roland Barthes. Eso fue al principio de los 70. En este trabajo descubrí una cosa, el universo del arte, de las galerías, de los museos y sobre todo de la impresión gráfica. De hecho, mi segundo trabajo fue montar una pequeña editorial alternativa, en la que presentaba textos un poco especiales, un poco difíciles, trabajé con los libros como objetos. Eso me ocupó un decenio. Era una empresa colectiva llamada Copra, y tuvo cierto éxito en medios pequeños en la época, cuando las subvenciones no existían, y había que negociar para obtener dinero, y eso no me atraía mucho.

Después de esto, me propusieron un trabajo más estable en una Maison des Cultures en Bretaña, en Rennes, para desarrollar el aspecto editorial, ediciones, publicaciones culturales. Estaba dirigida por Cherif Khasnadar, según el modelo de la Maison des Cultures du Monde en París. Su proyecto artístico y cultural incluía un festival de las artes tradicionales, algo muy nuevo en la época. Por una gran casa de la cultura desfilan artistas venidos del mundo entero. Este enfoque de las artes tradicionales y de las culturas minoritarias, de los grandes mestizajes culturales, que ha sido un sello de marca al final del siglo XX, me abrió los ojos. Me entraron ganas de viajar. Primero fui a los Estados Unidos, y después mucho a África. Me introduje entonces en la acción cultural profesional gracias a esta Maison des Cultures du Monde, donde me vi involucrado a la vez con la música, los espectáculos en directo, las performances y cosas así.

Luego me puse a trabajar en el teatro, en un centro dramático nacional cerca de París. Y el teatro es el que me ha permitido viajar especialmente por África, también por Alemania, por la URSS en la época de la perestroika… Mi trabajo era de producción, de montaje de proyectos, de festivales…

Quiero decir que toda mi vida ha sido una sucesión de oportunidades, de misiones en el dominio cultural, exposiciones, literatura, teatro, festivales de música. En ocasiones he tenido que escribir textos para prefacios de catálogos, libros que se me solicitaba, monografías y cosas así. He tenido la suerte de poder cubrir casi todo el abanico de la acción cultural.

Antes de venir a Valencia trabajé mucho en el cine. Realicé varios documentales, sobre música y sobre pintura, por ejemplo, sobre el pintor francés Gustave Courbet, y estaba terminando otro sobre Jacques Monory, cuando llegué a Valencia el 22 de septiembre de 2008.

Estos cinco años han sido intensos, tan densos que tengo la impresión de no le hago un favor a mi continuador.

¿Conocía España antes de venir a Valencia como director del Institut?

Sí. Yo he sido siempre un apasionado de España. La conocí a través del pintor André Masson que vivió en España en los años 30, en Tossa de Mar, en Cataluña. Quería tanto a España que puso nombres españoles a dos de sus hijos, Diego, un gran director de orquesta y Luis, tenor de ópera. Pero mi amor por España no se debe sólo a Masson. Amo al país, a sus gentes, su historia, sobre todo la historia literaria. He sentido una gran pasión por los escritores de la Generación del 98, por los de la Generación del 27. La poesía de Lorca es para mí completamente esencial, y no por su alma española sino por su carácter universal. Gracias a Lorca, posiblemente yo he abordado eso tan difícil en España que es la poesía. Las poesías de Lorca son imposible de traducir. Las palabras son por completo diferentes, son muy difíciles de transcribir del español al francés. Y gracias a este ejercicio he descubierto la riqueza extraordinaria de esta lengua y de esta cultura.

Cuando era joven, visitaba España de feria y feria. También amo el flamenco, que descubrí en Andalucía, en Jerez, Cádiz, Antequera, Ronda, Sevilla. Eso fue antes de venir a Valencia. Cuando llegué aquí pensé que era una oportunidad que se me ofrecía de vivir aquí, de dar paseos, de ir a comprar a los mercados, vivir como un español. Algo extraordinario. Y creía también que podría viajar por España, estando en Valencia. Pero el trabajo me ha absorbido tanto que apenas he podido viajar, por desgracia.

¿Cómo ha sido el trabajo de Pascal Letellier en el Institut Français de Valencia?

Hemos hecho tantas cosas aquí, que tengo dificultades en ver una evolución. Pero cuando miro los programas culturales impresos, el primer programa, el segundo y luego el último de este año, veo la diferencia. El Institut ha cambiado mucho en estos cinco años. Han sido años muy importantes. Piense que yo llegué el 22 de septiembre de 2008, es decir, cuando la crisis acababa de estallar. Así que durante esos cinco años he acompañado a la crisis. Una crisis que ha tenido efectos positivos para nosotros, paradójicamente. Muchos valencianos, muchos españoles se han propuesto aprender francés para poder buscar trabajo en Argelia, en Marruecos, en Bélgica, en Canada, en Francia. Ha habido un aumento importante de las matriculaciones, y la crisis, en cierta manera, nos ha dado trabajo. Un efecto muy curioso que no se podía haber imaginado al principio.

A la vez, este periodo del inicio del siglo XXI ha sido el de la digitalización general del trabajo. Hoy es impensable trabajar fuera de las redes sociales, fuera de Internet, fuera de todo lo que implique la aplicación de la digitalización a todos los dominios, el libro, la lectura, la enseñanza, el arte, la cultura, todo. Y durante estos cinco años hemos equipado por completo el Instituto en tecnología digital. La pedagogía ha cambiado por completo, los cursos ahora están todos vinculados a las pantallas digitales, lo mismo ha sucedido con la biblioteca. Hemos invertido mucho en la transformación del Instituto en términos digitales.

En otro plano, también hemos trabajado mucho la recepción del público, hemos intentado diversificar las propuestas culturales. Y mi mayor orgullo y recompensa es dejar al Institut un piano de cola adquirido para conciertos; se podrá decir del piano que fue comprado durante la época de Letellier, y espero que mis sucesores lo cuiden como se merece.

Instituto Francés ha sido uno de los catalizadores culturales de Valencia. Ha colaborado con muchas instituciones y con multitud de creadores y agentes culturales. ¿Ha sido difícil?

Para responder a eso hay dos cosas. En primer lugar, yo soy un profesional de la cultura. No es algo que yo haya adquirido en la universidad o en la escuela, sino haciéndolo, un recorrido personal durante el cual yo he adquirido una experiencia en este dominio. Conozco a artistas, a instituciones, etc. Y he tenido la ocasión de viajar bastante en tanto que profesional de la cultura por los Institutos y por centros culturales del extranjero. Enseguida quise que el Institut Français fuera el corazón de la comunidad francesa en Valencia. Hemos creado el Cercle de Valéncia, con el Instituto Francés, la Cámara de Comercio Franco-Española, para que el Institut se integrara en la comunidad francesa. También hemos creado algo que se llama La Touche Française de Valencia, una especie de mapa de la ciudad con las direcciones de todo lo relacionado con Francia aquí. Le he dado mucha importancia a la necesidad de inscribir el Institut en la comunidad francesa, convertirnos en una especie de escaparate de la comunidad francesa. Para mí ha sido lo más importante. Con frecuencia los centros culturales, las instituciones, se desconectan de la comunidad francesa.

Y también hemos buscado el contacto con la Comunidad Valenciana, trabajando mucho con ciudades como Alicante, Elche, Castellón, y también con pequeñas ciudades o ciudades del entorno de Valencia, como Torrent, Godella, Rocafort, etc. Un elemento importante es que el Institut Français ha irradiado su influencia sobre la región. Hemos creado el Grupo de Levante, que ha reunido los tres liceos franceses de la región y una Alliance Française en Cartagena, que aunque esté fuera de la Comunidad Valenciana, está próxima geográficamente. Y también las asociaciones de profesores de francés… Esto ha producido muchos frutos. En estos cinco años hemos creado una asociación de francófonos en la Vall d’Uxó, otra en Vila-real, y otra en Castellón. Hemos acompañado, tonificado, producido elementos para dar visibilidad a la comunidad francesa.

En lo que concierne a la comunidad española, está claro que hemos trabajado mucho con las instituciones españolas, para cooperar dentro de un espíritu de intercambio diplomático de influencias, por ejemplo, un festival en el que han invitado a un artista francés formidable, o un realizador de cine excelente, un pintor francés… Hemos intentado proponer artistas franceses. Pero no sólo eso.También hemos participado en la vida cultural de la ciudad. Hemos participado mucho en la Mostra de Valencia, en el Festival Internacional de Cinema Jove, por supuesto; en los primeros años hicimos venir a Laurent Cantet, que acababa de ganar la Palma de Oro en Cannes, y que estuvo durante una semana en Cinema Jove, algo simbólico pero importante. Y también con el Muvim (Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad) hemos colaborado mucho, especialmente durante la época en que lo dirigía Roman de la Calle; y con Carlos Pérez también; hemos colaborado con otras instituciones, pero con la crisis económica y financiera varias instituciones culturales valencianas han desaparecido. Por ejemplo, el VEO (València Escena Oberta, festival de teatro), con el que colaboramos, desapareció; la Mostra de Valencia desapareció, Dança València se ha transformado en otra cosa, y otros pequeños espacios culturales también han desaparecido.

Por otro lado, hay muchos colectivos de artistas, pequeños colectivos que intentan hacer propuestas, crear manifestaciones un tanto alternativas, diferentes a los medios más significativos, y a veces no han logrado cuajar. A la vez hemos colaborado con colectivos de festivales de carácter alternativo como Periferias, por ejemplo, Incubarte, grupos de diseñadores, de creadores, de performadores. Dora, La Minúscula, asociaciones de colectivos de artistas, han sido bien recibidas.

Tenemos magníficas relaciones con el Museo de Ciencias Príncipe Felipe, con otros grandes museos, grandes instituciones, y a la vez con pequeños grupos de naturaleza informal. No hay ningún secreto, son historias de seres humanos a la búsqueda unos de otros. Hay personas formidables en los museos, en las asociaciones, en la Falla Bolsería, con la que hemos tenido vínculos. No ha habido problema.

¿Cómo ha podido vencer por K.O. el Institut Français de Valencia a la oleada cultural anglosajona?

La revolución digital de la que hablábamos antes ha desarrollado el ataque de la cultura anglosajona, sobre todo americana. Es difícil no utilizar un Mac, You Tube… Todo eso viene de América. Así que existe una force de frappe cultural americana enorme, de la que no podemos escapar. A ese nivel, nuestra forma de pensar y de concebir el mundo, la utilización de útiles de trabajo pasa por lo americano. No hablo de lo inglés, de Londres, de Inglaterra, de la Gran Bretaña, sino de los Estados Unidos, porque hay una confusión entre los dos. Yo creo que hoy la cultura americana ha invadido toda nuestra vida cotidiana y es imposible de ignorar.

Así que, ¿cómo defender la francofonía de este enorme impacto cultural? Es muy difícil. Yo creo que hay una vieja historia de relaciones entre España y Francia. Ahora mismo se habla de preparar el tricentenario de Diderot, uno de los autores de la Enciclopedia, del siglo de las Luces, el siglo XVIII, el siglo de Voltaire, de Rousseau, de la Revolución Francesa, que tuvo un impacto enorme en Europa. Era una época en la que Francia era una especie de modelo en torno a la reflexión de la democracia, la sociedad, la educación, cosas así. Luego, es cierto que Francia ha tenido una gran influencia en Europa en el plano artístico, la Francia del siglo XIX, de las grandes ideas, de filósofos, y también fue un siglo de acontecimientos como el impresionismo… Es cierto que Francia tuvo un gran impacto. En el siglo XX, se establece una relación entre Francia y España, en primer lugar con los pintores españoles que residían en Francia, Picasso, Gris, Miró, que establecieron en cierta forma las bases del arte moderno en Francia. Y luego vino el periodo del franquismo, cuando el francés casi se convirtió en asignatura obligatoria en las escuelas, una especie de voluntad política de que los bachilleres españoles hablaran francés. Así que se comprende que cuando se pasó la página de este periodo negro y difícil, la gente se volviera hacia otro modelo, la nueva generación se volvió hacia el modelo inglés.

Esto en el plano educativo. En el plano cultural, durante todos estos años que he pasado en Valencia, ha habido una cantidad enorme de cosas en relación con Francia, enorme. Lo estupendo es que algunas de las cosas que han sido organizadas sobre Francia y la cultura francesa las he descubierto yo mismo aquí. Cuando Carlos Pérez hizo la exposición de fotografías de Eugène Savitry, yo no le conocía. El mismo Muvim organizó la gran exposición sobre la misión Dakar Djibouti, una exposición que habla de cosas formidables de Francia, y que se llevó también a Francia, o la historia de esta obra de teatro de Picasso representada en París “El Diablo atrapado por la cola”, una exposición enorme en Bancaixa, me sirvió para aprender cosas sobre Francia. Podría multiplicar los ejemplos. En el IVAM ha habido muchas exposiciones francesas, la Figuración Narrativa, al poco de llegar yo, otra de Bernar Venet, hoy mismo hay una escultura de Bernar Venet en la entrada del IVAM. Hay muchas cosas que se han hecho en torno a Francia aquí. Muchos artistas franceses han venido a España,y a Valencia. Se ha convertido en algo normal que los artistas francófonos vengan a Valencia; en el último Cinema Jove han sido exhibidos varios filmes franceses. Los artistas franceses se encuentran aquí muy bien, como en casa. Creo que España cuenta muchísimo en el imaginario de los artistas franceses, de los escritores, y son muchos los artistas que deciden venir a vivir a España. En el entorno de Valencia hay muchos pintores, músicos, personas del teatro de la danza franceses. Y a la inversa, muchos artistas valencianos y españoles viven en Francia. Montalvo, el gran coreógrafo francés de hoy, es originario de Valencia.

En eso no veo problema. Es un problema educativo. Porque en la escuela se enseña valenciano y castellano, y el espacio que queda para la otra lengua lo ocupa el inglés, y el francés se coloca en la cuarta posición, en competencia con el chino, el alemán etc Es una concepción política de la educación. Pero en el nivel cultural no veo ningún problema.

¿Cómo ve usted, como profesional francés de la cultura, la relación de las instituciones culturales españolas con los ciudadanos y con los creadores? ¿Se pueden o se deben mejorar?

No sé si es necesario mejorar las relaciones. Hay un modelo francés que habla de la excepción cultural francesa, como algo muy importante. Hay un modelo americano, un modelo inglés, un modelo alemán. El British Council no es un espacio de acción cultural. El centro alemán tampoco. El centro francés hace mucha cultura. ¿Por qué? Se puede preguntar si esto es algo útil, por qué el estado francés invierte tanto.

Es difícil responder a esta cuestión. Si analizamos el tema, es preciso que nos remontemos en el tiempo. Pensemos en Francia en el siglo XVII, cuando el poder estaba concentrado en las manos del rey, que era casi el representante de Dios en Francia, un hombre muy muy poderoso, le Roi Soleil, y que ha sido el gran ordenador de la cultura, no se podía ser nada en Francia sin estar acreditado por el rey o por una especie de poder concentrado en Versalles. Había un lazo entre la proyección cultural y artística y la proyección política. En Francia siempre ha habido una fusión entre lo político y lo cultural. Eso ha durado siempre, durante la Revolución Francesa, durante el Imperio, con Napoleón, etc.

Desde 1958, es decir, después de la V República de De Gaulle, hubo un ministerio de Cultura que le fue confiado a André Malraux, y que resultó en la transformación de la cultura en un asunto de Estado. En Francia la cultura es un asunto de Estado. Los ministros de Cultura han sido personas muy importantes, con un presupuesto pequeño, pero de gran importancia simbólica. Hemos conocido la época de Jacques Lang, hemos conocido otras épocas, y hoy en verdad hay un lazo muy fuerte entre el Estado y la cultura. Se puede hablar de artistas oficiales en Francia, sostenidos por el poder. Las colecciones públicas, los museos nacionales, muchos profesionales que están a la cabeza de instituciones culturales. No hay una sola ciudad por pequeña que sea en Francia sin un teatro, un museo nacional, todo controlado por el Estado.

Esta “estatalización” de la cultura da trabajo a muchas personas, mantiene vivos lugares. Pero en contrapartida, los artistas no hacen mucho esfuerzo por darse a conocer en el extranjero, se quedan todos en casa. Así que hay un aspecto positivo y otro negativo en relación a la proyección cultural francesa.

En España hay otras características. Ustedes tienen autonomías, aquí los valencianos trabajan en un fondo cultural y artístico valenciano, el poder público defiende a los artistas valencianos, los andaluces a los andaluces, los catalanes a los catalanes. No hay esa unidad que existe en Francia, esa “estatalización” francesa. Pero no se puede comparar. No sabemos qué es lo mejor. Los Estados Unidos no tienen ministro de cultura, en España hay un ministerio de la Cultura que no tiene mucho poder. No sé. No sé si se trata de un asunto de estado o un asunto de artistas. Cuando es un asunto de estado, la excepción cultural francesa en materia de cine, de audiovisual, de música, sirve para luchar contra el impacto enorme del cine, de la televisión, de la música americana, que llega como un maremoto. Si no fuera así es posible que el cine francés, la canción francesa, sufriera mucho. Es como una especie de presa de contención un tanto frágil. Muchos países europeos han seguido el ejemplo de Francia en este dominio. Se ha comprobado que el Estado puede proteger a sus artistas y hacer que el impacto anglosajón, en especial el americano sea menos eficaz.

 

 

 

 

 

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