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Cultura y comunicación

“Patria”, de Fernando Aramburu

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La moralidad como lanza y como escudo.

Una reseña de Gaspar Oliver

(La imagen de arriba está tomada de Paperblog.com)

Y bueno, hacer públicos los libres pensamientos y la libre oposición en temas controvertidos como los “conflictos” catalán y vasco, sitúan al atrevido en la diana de inquisidores y mezquinos. Item más, que alguien descalifique la naturaleza de esos “conflictos”, y encima no se cisque en España, le pone en el disparadero.

¿Y qué necesidad hay de calificar o descalificar nada, y menos si es controvertido? Eso me digo yo. En mis delirios practico una fantasía, la de ser por ejemplo francés y cargar con las consecuencias de la historia de Francia sin sonrojo. Francia, bien entendu, es la patria del chauvinismo, y también el berceau del escepticismo y del derrotismo nacional, si bien la integridad territorial jamás ha sido puesta en entredicho en serio.

Imagen tomada de una página de Internet.

Imagen tomada de una página de Internet.

Me entretengo en estas espinosas reflexiones mientras repaso los apuntes para esta reseña sobre Fernando Aramburu y sus novelas, que entran al trapo en el terrorismo con valentía, eficacia y calidad literaria. ¿Por qué en España ser o no ser español es objeto de desasosiego, y fuera de ella los diferentes europeos se sienten cómodos en sus trajes, aún admitiendo que no son un ejemplo de limpieza?

Patria, el último éxito de Aramburu, es un manifiesto y una denuncia de la monstruosa historia que han vivido durante décadas los vascos en el escenario de la tragedia, y el resto de los españoles en una platea sembrada de bombas lapa.

Patria es una gran novela, en su contenido y en su forma. Aramburu practica un estilo deslavazado con precisión de orfebre literario. Algo parecido le pasaba a su paisano Baroja, aunque don Pío lo hacía por distanciarse de la retórica novelística del siglo XIX, escribiendo más o menos como acostumbraba a hablar, y sin inclinaciones de orfebre. Ya volveremos a don Pío.

Aramburu ha experimentado en la narración. Se mete en sus personajes y los presenta con un lenguaje más técnico que el de Baroja. Lo hace con ingenio y con una habilidad que yo llamaría osmótica, porque entra y sale de ellos en el mismo párrafo e incluso en la misma oración o frase. Es un narrador omnisciente con una técnica no nueva, pero sí modernizada, postmoderna, eficaz.

En Patria la narración viene a ser un pincho que ensarta la conciencia fugaz y los sentimientos encontrados de los personajes, y además, un cuchillo que trincha la historia en una cronología de apariencia aleatoria.

Como digo, Aramburu ha trabajado a fondo la técnica narrativa. Conozco de él tres novelas, Viaje con Clara por Alemania, Años lentos y Patria, un libro de narraciones cortas, El vigilante del fiordo, y estoy leyendo un experimento entre la biografía y el ensayo y que publicó en 2015, Letras encontradas. Y también he visto una película, Bajo las estrellas, de Félix Viscarret, basada en su novela El trompetista del Utopía, una historia de perdedores-antihéroes valientes e ingenuos, que se oponen a ser devorados por una sociedad mezquina; la película estaba bien hecha, aunque me costó creerme a los personajes y el escenario navarro, pero no sé nada de la novela.

La escritura de Aramburu es fluida, limpia, fecunda y se atiene por lo general a modelos clásicos, algo meritorio en una literatura que se arrima a lo oscuro, lo ingrato y lo fragmentado. Lo fragmentado es la única huella de postmoderno en el escritor vasco. La fortuna de Aramburu ha sido convertirse en un autor reconocido por la severa crítica y por una nítida fracción de lectores selectos de todo cuanto se publica con sello de calidad, y a la vez hacerse accesible a los que están acostumbrados a la novela convencional en el sentido de ramplona y estereotipada, en inglés, mainstream fiction. Para sus editores debe ser una mina, y para él, el lujo de permitirse vivir del oficio, algo envidiable que confiesa haber perseguido desde que se propuso escribir como profesión y pudo abandonar la enseñanza. Y también un empujón a su ego.

Tienen una sobresaliente importancia estas ventajas y las virtudes literarias de Aramburu, porque gracias a todo ello ha conseguido escribir una novela que perdurará en las bibliotecas públicas y tendrá eco en las escuelas españolas (salvo en las ikastolas, me temo), iberoamericanas, y seguro que en aquellos centros extranjeros donde se estudie la lengua española.

Aramburu se ha preparado de largo para hacer un trabajo que, además de ser una construcción estética, sea un lugar “donde albergar mi pequeña y frágil verdad personal”.

Años lentos parece ser una primera versión de Patria. Las portadas de las dos novelas, alguien cubriéndose con un paraguas, se diría que lo evoca. La panoplia de personajes es casi la misma, pero en lugar de haber dos familias (la del etarra y la de la víctima, vecinas del mismo pueblo en Patria) hay solo una, y el final de Años lentos es feliz. Se conoce que al disponer su ánimo y su oficio para escribir Patria, Aramburu pensó que aquello no podía terminar bien. Lo cierto es que el “conflicto” vasco está lejos de haber acabado, y desde luego, a años luz de haber acabado bien. Otras huellas de las “precuelas” de Patria son narraciones como “Chavales con gorra” o “Carne rota”, de El vigilante del fiordo, con el relato del mismo título también en la nómina de antecedentes. Este libro tiene historias en las que la apuesta por la técnica va, a mi gusto, demasiado lejos.

Rememora Aramburu en Letras encontradas el entierro de Enrique Casas: “Me dije mientras observaba a toda aquella gente atribulada: algún día escribirás sobre esto… No sabía yo entonces cómo debía llevarse a cabo con garantías artísticas dicha tarea.” Casi treinta años le ha costado una obra magna como Patria.

Cada novelista guarda en un armario portátil los moldes, los modelos, los recursos, los trucos de magia creativa que emplea en su trabajo. Aramburu los ha resumido en consejos para escribir novelas. Y desde el pelotazo de Patria se ha prodigado en los medios. En uno de los digitales le pusieron delante de una cámara en San Sebastián y le dejaron hablar. Merece la pena escucharle.

Leyendo las creaciones de Aramburu se detectan los trajes del guardarropa con los que viste a sus personajes. Personajes de una vulgaridad e insulsez extremas, como cualquiera de nosotros. No son ni héroes ni antihéroes. Al encarnarse en las páginas se convierten en seres dignos de escudriñar, aunque sus vidas sean tan deslucidas como la de cualquiera de quienes tienen la curiosidad de escudriñarlos. Esto es un mérito literario formidable.

De la lectura variada extraigo, además, modelos de personajes. Los padres de familia, casi siempre proletarios, son hombres bondadosos, con sentido del humor, que solo pierden cuando les abruman las adversidades de sus hijos. Las madres de familia son vascas de tomo y lomo, con un brillo estereotipado que las hace todavía más reales, abnegadas, trabajadoras, fatalistas, católicas o ateas a carta cabal y nada dadas al optimismo. Un personaje que me llama la atención es la Clara de Viaje con Clara por Alemania. Aramburu ha clavado el estereotipo de chavalita alemana occidental, puntillosa, egoistona, tan mimada por la suerte que no se da cuenta de que la suerte va por barrios.

Así que viene al pelo clasificar a Aramburu en la nómina de los novelistas realistas. Y como es vasco, no puedo evitar compararlo con Baroja y con Juan Antonio Zunzunegui. (No lo hago con otros vascos coetáneos a él porque no los he leído.)

Aramburu dice de su etapa como vanguardista: “Negábamos el mundo en el que comíamos a diario y donde había cine, alcohol y vacaciones.” Es decir, queríamos apartarnos de una sociedad que no nos gustaba, sin reparar en que la causa de ese disgusto era creernos moralmente superiores. Actuaban como los nacionalistas dogmáticos. Baroja también tuvo una etapa de cabildeo literario, y no estoy seguro de si le pasó lo mismo a Zunzunegui, aunque imagino que algo así. Pero los tres se apartaron a tiempo del chicote vanguardista, en beneficio de sus creaciones.

La semejanza entre los personajes de estos tres autores es que se inspiran en la realidad mostrenca, la que no tiene nombre, la que pasa desapercibida y es despreciada por los orfebres de la lengua, más interesados en lo que brilla, en lo que inquieta o en lo que escandaliza.

Otra semejanza es que esos personajes circulan por un escenario vasco, y llevan lo vascuence en las venas, de un modo natural, instintivo. Como Aramburu “no escribe para ningún partido” (él lo subraya) sus criaturas están libres de lastres literarios, y las podemos disfrutar con la misma desenvoltura que lo hacemos con las de Baroja o Zunzunegui.

En conclusión, recomiendo la lectura de Patria, que distingue sin ambages la moralidad como lanza y la moralidad como escudo.

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