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Cultura y comunicación

La improbable supervivencia europea

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El Pío Moa polemista convive con el Pío Moa historiador. Su alejamiento (o expulsión) de la Academia, a la que no se puede pertenecer sin el visado de «Progresista reconocido», le permiten mantenerse en un espacio de libertad investigadora poco común. En su bitácora piomoa.es, acostumbra a publicar una variada selección de reflexiones de gran calado y deliciosa lectura. Ofrecemos tres de ellas en torno a Europa y la Historia, ambas en mayúscula.(Foto Álvaro Olavarría)

Pío Moa

Cuando nos planteamos la historia de Europa, como la de España o cualquier otra, la investigación parte de una descripción de la realidad actual: ¿cómo se ha llegado a esta realidad? La pregunta ya nos evita remontarnos a tiempos demasiado nebulosos y especulativos. Así, tenemos que culturalmente España no puede remontarse más allá de la conquista romana a partir de la II Guerra Púnica. Antes de ella, Hispania era solo una denominación geográfica, culturalmente muy heterogénea. Pero casi siete siglos de colonización romana, combinada en su última parte con la difusión del cristianismo  hicieron de Hispania una cultura  bastante homogénea –nunca del todo, lógicamente– integrada en el conjunto político del Imperio Romano.  Solo después de la caída de dicho imperio se fue definiendo España como nación política. Sin la cual habría sido imposible la Reconquista, y desde luego hoy no seríamos lo que somos.

La II Guerra Púnica no sólo da origen a la gran expansión romana, sino también a lo que hoy entendemos por Europa, aunque ello solo se haya completado después de unas catástrofes históricas en el largo período de las invasiones, en las que pudo haber desaparecido en su germen  la civilización europea, como ha pasado con tantas otras. La que he llamado Edad de Supervivencia a falta de nombre mejor, impresiona como casi un milagro, y considerarla de este modo nos aleja de  toscos determinismos burocrático-económicos, lo mismo que de la tendencia de algunos historiadores a creerse jueces de la historia dispensando condenas y elogios morales a diestra y siniestra. En nuestros días se plantea un nuevo problema de supervivencia de Europa, después de la era en que fue el núcleo impulsor de la historia humana, por decirlo así.

En mi ensayo sobre Europa he querido transmitir esa extraña sensación, común  a la biografía de cada cual: lo que ha ocurrido no tenía por qué haberlo hecho. Antes de ocurrir había otras muchas posibilidades, pero una vez sucedido queda tal cual, como un hito  inapelable, y genera a su vez otras posibilidades entre las que solo alguna se cumplirá. Quien no se asombra de estos hechos no puede ser buen historiador, en mi opinión.  Se me permitirá una comparación, salvando las grandes diferencias, con nuestra propia vida: la unión del espermatozoide concreto con el óvulo concreto de la que ha resultado cada cual, fue un hecho fortuito, improbable en extremo, y sin embargo determina biológicamente nuestra existencia, aun si  sólo condiciona nuestra historia vital. A pesar de ello solemos creernos necesarios en el mundo.

Las edades de Europa

Christoph Cellarius,  historiador alemán del siglo XVII, inventó la división de la historia en tres edades: Antigua, Media y Coderna. Fue preciso luego dividir la larga edad Media en dos, Alta y Baja, y como Moderna significa Contemporánea,  añadirle otra moderna, a la que habrá de seguir otra más moderna o contemporánea todavía. La división de Cellarius  parece útil desde la concepción implícita de que todo lo que ha ocurrido en el pasado  fue una preparación del presente, al que se supone de algún modo superior o pleno. En realidad todas las edades que queramos discernir son a un tiempo antiguas y  medias  con respecto a otras, y contemporáneas con respecto a sí mismas. La división de Cellarius se ha aplicado incluso a la historia universal, no solo a la europea en la que cobra algún sentido, y así muchos nos informan de que en tal o cual país viven aún en la edad media.

La cuestión se presta a muchas disquisiciones, pero trataré brevemente el asunto en relación con mi ensayo Europa, una introducción a su historia.  En otro anterior, Nueva historia de España ya había abordado el problema, distinguiendo cinco edades o épocas:  Formación, Supervivencia, Asentamiento, Expansión y  Apogeo. La primera, equiparable a la “Antigua”, está marcada por la confluencia, en Roma, de tres grandes corrientes culturales: la filosofía griega, la ley romana y el cristianismo. O, dicho de otro modo, de Atenas y Jerusalén, canalizadas por Roma. Confluencia conflictiva y difícilmente armónica, pero que por ello mismo puede decirse que impulsa la dinámica del espíritu europeo hasta nuestros días, su especial inquietud y esfuerzo, y permite identificar su civilización entre otras, con perdón de Spengler.

Creo que la corriente principal de la historiografía europea  desde el siglo XIX ha querido encontrar en la economía o la técnica el elemento dinámico subyacente  que explicaría la evolución histórica por debajo o por encima del caos de los mil variados sucesos, conflictos y personajes, los cuales quedarían así reducidos a epifenómenos o “histoire évènementielle” poco menos que irrelevante. Esta tendencia se entiende porque la economía puede ser más o menos cuantificada, lo que le da un aire científico, en mi opinión engañoso. La concepción economicista es común, con diferencias de enfoque, a las ideologías liberal y marxista, las más influyentes hasta hoy. Baste decir ahora que mi enfoque queda reflejado en lo dicho sobre los tres  grandes elementos forjadores de la civilización europea, ciertamente muy difíciles de medir o cuantificar.

El espíritu de Europa

He propuesto sustituir la división tradicional de la historia europea  en edades que no dicen nada  por otra que exprese un sucesivo contenido muy general. Lo que da relevancia especial a la historia europea, y no solo para nosotros sino para el resto del mundo, son dos cosas: que a partir de las exploraciones hispanas del siglo XVI  Europa se convierte en el centro dinámico de la historia humana; y que, a partir de la II Guerra Mundial, la época del predominio europeo se ha acabado, y hoy se encuentra ante una especie de leyenda negra que le niega todo valor,  y en decadencia, que podría revertirse o no.

Se ha dicho, y me parece muy cierto y explicativo, que el dinamismo peculiar de la cultura europea proviene de la mezcla conflictiva de “Atenas y Jerusalén”, dos tradiciones que trató de armonizar Roma, es decir, el cristianismo, sin conseguirlo nunca del todo. El cristianismo romano fue capaz de sobrevivir a la larga época de las invasiones tras la caída del Imperio de occidente, una crisis que pudo ser terminal. Cómo fue eso posible resulta un asunto interesante. Y, superado el reto, la Europa cristiana pudo asentarse triunfalmente en el propio continente, triunfo reflejado en las catedrales y las universidades. Pero ya entonces se va agudizando el conflicto entre la fe (Jerusalén) y la razón (Atenas) en el movimiento humanista, que trata de  armonizarlas dando mayor relieve a la razón; y  en las disputas teológicas que originarían la revolución, más bien que reforma, protestante. Al mismo tiempo que los cruces del Atlántico y el Pacífico y la entrada en una era histórica sin precedentes desde la aparición del hombre.  Ese conflicto ha seguido gobernando la historia europea hasta hoy.

Algunos ensayos entienden  como la manifestación más propia del espíritu europeo el desarrollo de la técnica. Pero hasta entrado el siglo XVI  la capacidad técnica europea no era mayor que la de las civilizaciones china o islámica, y hasta la revolución industrial, hacia finales del XVIII, no adquirió una ventaja realmente cualitativa. Creo recordar que Díez del Corral se inquietaba ante la difusión de la técnica europea a otras culturas y poderes de trayectoria histórica, valores y concepciones muy distintos. En cualquier caso, la concepción técnico-económica solo puede ser una derivación de la más profunda concepción espiritual que ha marcado la historia europea. Es lo que he querido esbozar en la trilogía informal  Hegemonía española y comienzo de la Era EuropeaEuropa, una introducción a su historia, y La II Guerra Mundial y el fin de la Era Europea.

 

1 Comentario

  1. rafael escrig fayos 14 abril, 2024

    Hablar de edades en la historia es bastante maniqueo, en el sentido de que crea la idea de que algo termina y empieza otra cosa. Nada de eso ocurre con las edades históricas, puesto que se alargan y se solapan unas con otras. Por otra parte, la tan manida Edad Media, también nos crea una idea falsa del mundo civilizado, puesto que en cada parte del mundo de estaba viviendo con un desarrollo completamente diferente del de Europa Occidental, tanto por arriba, como por debajo de la evolución social. Nos podemos plantear la pregunta: ¿Tuvieron Edad Media los países escandinavos? ¿Cómo casar la expansión del imperio almorávide en España con la creación de la Liga Hanseática, ambos hechos ocurridos en la denominada Alta Edad Media? Tantas divisiones caben en el transcurso de unos años que es baladí hacerlo. A mi pobre entender, tres son los hitos que marcan el advenimiento de un orden nuevo y los tres aparecen en el siglo XVI, a saber: La Reforma, Lepanto y el descubrimiento de América. La Reforma protestante, importante pero en negativo, pues partiendo de errores, derivó en múltiples grupos disidentes y se convirtió en la primera célula creadora del capitalismo como sistema de desigualdad social.
    Bien, creo que me he ido un poco por las ramas de ese árbol tan grande y ramoso como es el de las «edades de la historia». Pido disculpas.

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