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Renau: La responsabilidad del arte Cultura y comunicación Series

Renau. El jardín feraz del moderno progresismo español. Capítulo 6

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Segunda parte: dosis de marxismo contra el desasosiego

El compromiso verbal de los intelectuales

La entrada de José Renau en el PCE constituyó un ejemplo y abrió un camino a sus más próximos, empezando por la familia y terminando en el grupo de jóvenes inquietos que él encabezaba.

El entonces jovencísimo Juan Renau no detalla cuándo se afilió el PCE, pero debió ser años después que su hermano. A Manolita Ballester le debió suceder lo mismo. En cuanto a los intelectuales del grupo, resulta difícil averiguar quién se hizo del PCE estimulado por Renau y quién lo hizo por su cuenta, incluso antes, quizá.

Este debe ser el caso de Pascual Plà i Beltran, un caso ejemplar de militancia que puede servirnos como ejemplo. Los Renau siempre le dispensaron un afecto especial. Y en verdad su vida era digna de admiración y respeto.

Nacido en la ciudad industrial alicantina de Ibi en 1908, hijo de proletarios, pronto su padre abandonó a su mujer y a sus cinco hijos. Plà i Beltran pasó hambre física en su niñez, tanta que tuvo que robar para alimentarse. Después de vivir unos meses en Alicante, se trasladó con su madre y sus hermanas a Alcoy con sólo once años de edad. Allí se empleó en diversos oficios, hasta acabar como obrero hilador. Este trabajo le generó una deformación en la columna.

Pascual i Beltran. Foto de 1932, tomada de http://cuestionatelotodo.blogspot.com.es/. Por los guardias que aparecen y la puerta del fondo, se diría que está saliendo de una prisión.

Pascual Plà i Beltrán se trasladó a Valencia hacia finales de la década de los 20, se instruyó con intensidad (antes tuvo que aprender a leer), y pronto entró en contacto con José Renau. Fue secretario del PCE de Valencia, y perseguido por la policía de un modo cruel e implacable: la deformidad de su espalda no le permitía pasar desapercibido en los actos públicos.

En el archivo de Renau hay apuntes sueltos sobre Plà i Beltran, alguno de los cuales luego utilizó para la introducción al facsímil de Nueva Cultura.

Una anécdota se refiere a cierta lectura poética en un pueblo cercano a Valencia, organizada por la UEAP. Plà i Beltran estaba leyendo un poema de su primer libro titulado «Quién soy». Al llegar a un verso que decía “¡No me preguntéis quién soy! ¿Seré Cristo?”, se oyó una voz del público que gritó “¡Tú lo que eres es un chepa!”, y sonó una carcajada que dejó a los poetas helados. Otra vez, la policía le arrinconó en la fachada de Correos, durante una manifestación, y le zurró de lo lindo diciendo “¿Conque comunistas, eh? ¿Conque quieres la igualdá, que todos seamos jorobaos como tú? ¡Toma, hijo de puta, toma!”

Juan Renau le describe así en Pasos y Sombras, asegurando que poseía un “corte maiakovskiano.”

Escribe libro tras libro de poemas. Los edita como puede, a trompicones, a la buena de Dios. Para venderlos emplea argucias inocentes, como por ejemplo, imprimir las dedicatorias en la primera página. Entonces, y con razón, no hay más remedio que comprárselos por dos o tres duros cada uno.

En un principio, cuando le conozco, rima con aire lorquiano. Se lo hago notar y se enfada horrores. Con el tiempo, cambia el acento y recupera el suyo de feroz índice bíblico, de ajuste de cuentas en un Juicio Final cotidiano.

Llevaba razón Juanino, Plà i Beltran escribía con la retórica profética del que tiene mucho que reprochar a la vida.

Pero Renau influenciará en sus amigos y admiradores a través de la «Unión de Escritores y Artistas Proletarios», UEAP. La UEAP sirvió de plataforma de lanzamiento de la revista Nueva Cultura, aunque al materializarse ésta no aparecería como órgano de la asociación por las razones que más abajo se cuentan.

Esta vez, al contrario que con la frustrada Murta, la iniciativa tendrá éxito. Básicamente porque no hay discrepancias ideológicas entre los fundadores, y porque cuenta con una financiación más o menos asegurada: el bolsillo de José Renau, relativamente saneado gracias a sus trabajos comerciales en los que “traiciona radicalmente sus teorizaciones artísticas”.

El escritor Max Aub, el poeta Gil Albert, el escritor Angel Gaos, los pintores Francisco Carreño, Rafael Pérez Contel y el escultor Francisco Badía fueron los valencianos más insignes que colaboraron con Nueva Cultura. También lo hicieron desde fuera Alberti y María Teresa León, César Arconada, Manuel Altolaguirre, José Herrera Petere y otros. Estos últimos procedían de la revista Octubre, fundada por Alberti, con quienes Renau había colaborado y tuvo luego encontronazos serios.

Octubre contó con la colaboración de Renau, el otro de los comunistas del grupo mencionado, junto a César Arconada. Octubre se publicó entre junio-julio de 1933 y abril de 1934, de un modo irregular. Para el valenciano, fue otro taller experimental de Nueva Cultura. Partía de los mismos presupuestos: propaganda del sistema soviético, argumentos políticos e intelectuales a favor de la revolución y de la lucha de clases, y denuncias del nazismo, que se acababa de instaurar en Alemania.

La participación de Renau se centró en las ilustraciones, fotomontajes y dibujos, en los que también colaboró su amigo Francisco Carreño, que en una ocasión firma “Karreño”. Renau aportó su reciente y creciente conocimiento del arte “proletario” alemán, facilitando la publicación de dibujos de Käthe Kolwitz para ilustrar un relato. Esta ventaja le costó un disgusto, pues a partir de entonces le pusieron la etiqueta de artista prolet-kultur.

Los contenidos de Octubre eran irreprimiblemente militantes, tanto que su fracaso sirvió a Renau para abrir las páginas de Nueva Cultura a una mayor variedad de autores. Cada número de Octubre publicaba un significativo calendario revolucionario del mes. Plà i Beltrán entregó poesías-panfleto en la línea de un poeta negro norteamericano llamado Langston Hugues, de quien se tradujo una composición tremebunda.

Naturalmente, Alberti contribuyó con poesías, teatro y dibujos. La calidad de su trabajo, aunque también de ardor panfletario, es muy superior. Un ejemplo es la poesía “Un fantasma recorre Europa”. Luis Cernuda fue otro colaborador de la revista, ese “poeta andaluz de quien la burguesía no ha sabido comprender su gran valor, se incorpora al movimiento revolucionario.” Como muestra del tono de Octubre, véanse estas palabras de Cernuda:

Es necesario acabar, destruir la sociedad caduca en que la vida actual vive aprisionada. Esta sociedad chupa, agosta, destruye las energías jóvenes que ahora surgen a la luz. Debe dárseles muerte; debe destruírsela antes de que ella destruya tales energías y, con ellas, la vida misma. Confío para esto en una revolución que el comunismo inspire. La vida se salvará así.

En la nómina de colaboradores extranjeros estaban Romain Rolland, Henri Barbusse, Louis Aragon, Theodore Dreisler, Bernard Shaw, Sherwood Anderson, Waldo Frank, André Gide, John Dos Passos, Edwin Seaver, Erns Glaeser, Bertold Brecht, etc. Los que no eran comunistas estaban firmemente anclados a su órbita.

Muchos de los ensayos estaban relacionados con la URSS. Proclamaban sus virtudes, el acoso al que estaba sometida y su semilla revolucionaria, que germinaba aquí y allá (por ejemplo, en China). En un número extraordinario publicado en octubre del 33, celebrando la Revolución Rusa, Plà i Beltran firmaba una nota de adhesión al aniversario de parte de la Unión de Escritores y Artistas Proletarios de Valencia, que aseguraba tener 125 afiliados.

De España se hablaba menos, quizá porque la censura, que al parecer impidió la distribución de algún número, estaba muy pendiente de la revista. La campaña electoral de noviembre de 1933, que ganaron las derechas, no tuvo en Octubre el eco que se suponía que debería tener un acontecimiento político determinante. En lugar de artículos políticos se publicaban relatos en los que se retrataba aquello de lo que no se podía especular. Un ejemplo es «Huelga en el puerto», pieza de teatro de María Teresa León, texto panfletario, pero bien hecho. Da la impresión de que la autora se documentó en la calle. Otro ejemplo es un fragmento de la novela «Imán», de Ramón J. Sender.

En las páginas centrales del último número, en abril de 1934, se hace una ilustrada reseña de la «I Exposición de Arte Revolucionario», que tuvo lugar en el Ateneo de Madrid entre el 1 y el 12 de diciembre de 1933. Entre otros, participaron Renau y su paisano y colega en el cartelismo Manuel Monleón. Dice que el salón estaba siempre lleno de obreros, en contraste con las exposiciones burguesas que se “mueren de soledad y aburrimiento”. Cuenta que en Valencia, “los camaradas de la UEAP también han celebrado una exposición de arte revolucionario”.

Para aquella época, Renau ya tenía tomada su decisión de editar una revista. Reflexionó mucho antes de hacer pública su intención de promover Nueva Cultura.

Presenté la doble propuesta (título-orientación de la revista y oferta de ayuda pecuniaria personal) a la fracción comunista de la UEAP. Los camaradas recibieron la idea con una mezcla de estupor, sorpresa y escepticismo. Mi plan les sorprendió mucho y les gustó. La mayoría de las opiniones incidían en que el hecho de que la idea partiera de nosotros y de Valencia constituía de por sí un factor negativo, ya que carecíamos de la necesaria autoridad y prestigio intelectual  para promoverla en el plano nacional y que, por otra parte, la alternativa de que todo quedara en una revista provinciana más, no era muy alentadora…

Vemos aparecer el complejo de inferioridad que sienten todas las provincias del planeta ante un reto de cierta consideración. Luego que se ponen a trabajar en él, comprueban que son capaces de superarlo y hasta de mejorarlo. Pero a veces sucede que llega la gente de la gran capital (que con frecuencia ha huido de sus provincias amilanada por ese complejo) e intenta apropiarse sin el menor pudor de aquello que tanto trabajo y esfuerzos ha costado a los provincianos de más carácter. Es lo que ocurrió, punto por punto, con Nueva Cultura. Sin éxito.

Pero todavía no ha llegado a nacer. Para que existiera, Renau y los suyos aún se tuvieron que poner de acuerdo en algunas cuestiones decisivas, como la orientación intelectual de la revista. Esta sería un “principio de antifascismo activo”. Por otro lado, les pareció importante desvincularla de la UEAP, oponiéndose a su primer propósito de hacerla órgano oficial suyo, “pues habiendo muchos intelectuales que no se consideraban propiamente revolucionarios, podrían colaborar sin embargo en una empresa antifascista sin flagrante contradicción con nuestra lucha por una nueva cultura”.

Conviene subrayar que NC se forja en la fragua del PCE de Valencia. Y el gran paradójico empeño es que no se identifique con el PCE, ni siquiera con la UEAP. Como hemos adelantado en el capítulo anterior, Renau insistió en que NC no fue nunca un instrumento del PCE. Sin poner en duda los buenos propósitos del artista, me permito discrepar de esta afirmación.

¿Por qué no aprovechó Renau la existencia de Orto y de Estudios para transformarlas o para ir incluyendo en sus páginas a sus colaboradores marxistas? Obviamente porque no podía, y porque, en el caso de que hubiera podido, habría sido contraproducente, pues cambiar la orientación ideológica de unas revistas anarquistas habría provocado la pérdida de audiencia entre los ácratas y habría ganado muy poca entre los que no lo eran. Estaba obligado a hacer algo nuevo. Y eso sólo podía llevarlo a cabo un grupo de personas convencidas de que la razón y la historia estaban de su parte. Personas que sólo se encontraban en las filas del comunismo.

Primer número de "Nueva Cultura", en enero de 1935.

Los jóvenes promotores de NC delegan en Renau, ¿en quién si no?, para que acuda a Madrid a presentar el plan a los camaradas de la dirección. Todo forma parte de un plan. Porque si no hay un plan y un objetivo, los mejores deseos naufragan o se agarran desesperadamente al salvavidas del azar, no siempre a mano. Esto es algo que Renau había vivido en propia carne durante sus devaneos con los anarquistas.

La cosa, sin embargo, no fue tan automática. Existieron prolegómenos, que Renau detalla en sus «Notas al margen de Nueva Cultura».

Desde principios de 1930, y en otras estancias fugaces en Madrid, había ido conociendo personalmente a muchos de los más conocidos intelectuales: Rafael Alberti, María Teresa León, César M. Arconada, Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, Rafael Dieste, José Herrera Petere, Arturo Serrano Plaja, Alberto Sánchez, Miguel Prieto, Benjamín Palencia, los arquitectos Manuel Sánchez-Arcas y Luis Lacasa, Ramón J Sénder, Antonio Rodríguez Luna, Francisco Mateos, entre otros que ahora no recuerdo.

Esta circunstancia tendría que facilitar mucho mi gestión [con los camaradas de Madrid, es de suponer] que creo recordar había sido recientemente sugerida a Miguel Prieto, en ocasión de su paso por Valencia con el guiñol de La Barraca. Para andar sobre seguro, me dirigí a los redactores y colaboradores de la revista «Octubre», que no aparecía ya por entonces. Alberti no estaba en Madrid. Mas pude hablar con muchos de entre ellos sobre los planes que traía de Valencia, como propuesta y base de discusión. A primera vista, unos tomaron el plan con simpatía y otros con cierto escepticismo y reserva. Obvio el citar nombres, pues no los recuerdo bien. Tuve que esperar varios días para lograr un parecer colectivo, que me transmitió el mismo Miguel Prieto y Serrano Plaja en el café María Cristina.

La respuesta fue breve, un tanto seca y no dejaba lugar a dudas: habiendo hablado entre ellos de la cosa –me dijeron-, el parecer general era que tanto el título como la orientación propuesta no eran pertinentes en aquellas circunstancias, y que mi oferta de ayuda personal era interesante sólo en el caso de que fuera incondicional, pues la posibilidad de una revista en plano nacional estimaban que no era factible… Total que nuestra iniciativa era rechazada de plano. Y si ninguna discusión…

Salí de la entrevista entre indignado y descorazonado. La tercera decepción que me llevaba de Madrid, la más gorda, esta vez…

Renau dice que le entró un desánimo tan grande que pensó regresar a Valencia en el primer tren del día siguiente. Pero no lo hizo, sino que marchó a ver a la dirección del PCE, al propio José Díaz. Esto fue, según recuerda, a principios de 1934. Hay que tener en cuenta, contra la afirmación de Renau, que la revista Octubre siguió publicándose hasta abril de ese año. Esto hace pensar que sus editores se sentían en una posición de superioridad sobre el grupo de provincias.

La entrevista con el nuevo dirigente comunista y con Antonio Mije tuvo efectos electrizantes. Renau tomó apuntes escritos de la conversación, cosa que muestra su suspicacia y diligencia. Al huir de España en 1939, perdió muchos de sus papeles. Pero ese episodio lo tenía bien fresco en la memoria cuarenta años después.

Tras escuchar las nuevas de Renau, respondió Díaz. Le dijo que había cometido dos errores, uno no haberse informado previamente sobre los intelectuales con quienes iba a hablar; y otro, haber dado por sentado que eran comunistas. Añadió que salvo César Arconada, los demás no eran camaradas, ni siquiera Alberti (aunque luego lo sería). Se trataba de “buenos amigos y algunos simpatizantes, que trabajan en la organización de ‘Los Amigos de la URSS’ y en planes editoriales importantes en cuyo alcance político nosotros estamos vitalmente interesados”, le dijo Díaz.

Luego Mije agregó: “Pero, ¿es posible que no sepas, Pepe, que el único grupo organizado de intelectuales comunistas de España es el vuestro?”

Semejante afirmación, que doy por ajustada a la realidad, deja claro la vinculación notoria y orgánica entre el PCE, la UEAP y Nueva Cultura.

Mije se despidió de Renau con una exhortación pastoral, de pastor de almas:

Pintad, escribid y publicad lo que mejor os parezca, con entera iniciativa y libertad; ya lo leeremos luego, y si os equivocáis, bien, ahí os caerá el palo encima [Renau pone sic, queriendo decir que era una broma de Mije], y discutiremos como buenos camaradas… ¡Y no se nos vayáis a poner ‘gallitos’ con eso de que sois ‘el único’ grupo que tenemos! Al revés: eso os da doble responsabilidad y tenéis que pelear mucho y muy duro para dejar de ser ‘los únicos’ cuanto antes y que el Partido tenga muchos grupos como el vuestro.”

Estas últimas palabras de Mije no permiten el menor margen de duda. “Que el Partido tenga muchos grupos como el vuestro”. No dice «la intelectualidad», o el «proletariado», o «las clases populares». Dice el Partido. Naturalmente les deja entera iniciativa. ¿Por qué se van a molestar Díaz y Mije y sus compañeros de dirección, albañiles, fontaneros, en orientar a un grupo de pintores, poetas, escultores, y artistas de probada profesionalidad? Como son de los nuestros, como tienen los mismos objetivos que nosotros –el comunismo, la dictadura del proletariado– que obren como ellos saben. Otra cosa habría sido absurda. La dirección del PCE dependía umbilicalmente de Moscú, pero no estaba formada por un grupo de ignorantes, sino por personas decididas e inteligentes, como se probó en la guerra civil.

Una curiosidad significativa es la siguiente anécdota. El prólogo autobiográfico de Renau a la edición facsímil de la revista, «Notas al margen de Nueva Cultura», se publicó en 1978 en Valencia dentro de un libro titulado La Batalla per una Nova Cultura. Renau regaló un ejemplar a su hija Teresa. Y ésta se lo debió enseñar a su madre, Manuela Ballester. Manuela, que había participado con su marido en la gestación y edición de la revista militante más de cuarenta años antes, escribió de su puño y letra en la primera página de Notas al margen de nueva cultura, “¡¡ASOMBROSO!!” Y en las páginas en las que Renau cuenta su visita a Madrid y su entrevista con Mije y con Díaz, Manuela hace subrayados y vuelve a escribir “¡ASOMBROSO!” ¿Qué podríamos deducir de estas anotaciones? ¿Qué asombraba a Manuela?

Renau hizo todos los esfuerzos que pudo por distanciar del PCE su revista y su asociación de intelectuales. Lo hizo en aquella época y lo volvió a hacer al rememorarla, con motivo de la edición facsímil de Nueva Cultura. Los argumentos eran la independencia y voluntariedad con que los redactores de NC trabajaban, semejante a la de quienes lo hacían para Cruz y Raya, la revista de José Bergamín, de naturaleza católica “aperturista”. Otra razón que esgrimía el comunista pintor era que NC no recibió más apoyo económico que el que salía de su bolsillo.

Nueva Cultura no fue una revista de masas, pero sí una de las más estupendas muestras de atrevimiento gráfico y de experimentación en el diseño de aquella época. Si se compara formalmente con las que hicieron los dadaístas en París, en Berlín o en Nueva York, está a la altura de las circunstancias. Esto quiere decir que si a los intelectuales valencianos les hubiera dado por la protesta estética en lugar de por la protesta política, ahora formarían parte de la voluminosa bibliografía que se ha dedicado a la historia de la vanguardia. Pero como eran comunistas y encima valencianos, han pasado desapercibidos en los paraninfos eruditos internacionales.

Sobre el conflicto de Renau con los intelectuales madrileños (casi todos de provincias, como él) hay un testimonio suyo a Juan Antonio Hormigón publicado en la revista Triunfo.

En cierto modo teníamos el complejo provinciano de que todo lo importante se hace en Madrid, pero además, creíamos que era necesario hacer algo a escala nacional desde el punto de vista del frente cultural. Me fui a Madrid y hablé con Rafael Alberti, pero acogió la idea con bastante desgana. Me insinuó que en todo caso ellos harían la revista y nos dejarían colaborar. Yo, claro está, no estaba en absoluto de acuerdo, no íbamos a pagarles una publicación para que sacaran sus poemas y nos “dejaran” alguna vez una de nuestras cosas.

Estas declaraciones las hizo en 1974, tres años antes de la redacción de sus «Notas». Se conoce que cuando tuvo que redactar algo que iba a firmar con su puño y letra, quiso ser algo más comedido, de ahí la discrepancia entre ambas informaciones.

No obstante, su hermano Juan también hace referencia al conflicto con Alberti, aunque parece situarlo una vez que Nueva Cultura estaba ya en la calle.

Lenta, aunque firmemente, la revista abre surcos hondos, tercos. Aumentan las corresponsalías, más numerosas en las lejanas repúblicas de la América española que en cualquier otra parte. De los centros industriosos de toda España, principalmente del Norte y de Cataluña, surgen grupos alentadores. Los obreros de Altos Hornos de Bilbao y de las zonas textiles de Barcelona y Lérida acuerdan entregar a la revista, y mensualmente, el jornal de un día.

Como la cosa ya pasa de castaño oscuro, pronto nacen las envidias. En Madrid, los impulsores de la revista El tiempo que se vive, primero y Octubre, más adelante, están con la mosca en la oreja. No ven con buenos ojos el éxito intolerable de nuestra revista pueblerina. Se mueven e intrigan para hundirnos.

Si damos por buena la generosidad de unos obreros que difícilmente podían entender lo que se publicaba en NC, se trata de un hecho de extraordinario valor. Lo más probable, al margen de que sacrificaran o no su sueldo por una revista de “intelectuales provincianos”, es que sindicalistas o militantes comunistas de Bilbao y Barcelona se suscribieran y transmitieran los mensajes a sus camaradas. Esto podían hacerlo verbalmente, utilizando la revista como referencia pedagógica. De hecho, la redacción de NC llevó a cabo un experimento parecido en algunos pueblos de las cercanías de Valencia; llevaban un proyector de sólidos con el que exhibían las ilustraciones, en especial las de la serie «Testigos negros de nuestros tiempos», realizada por Renau a base de fotomontajes efectistas, leían los textos que acompañaban la serie y también los editoriales. El marco de estas “acciones” solían ser exposiciones artísticas de la UEAP, de las cuales Renau cita una en Denia.

Testigos Negros de Nuestro tiempo, en "Nueva Cultura".

En cuanto a las envidias que suscitaba NC, Juan Renau quizá se confunda de fecha, pues Octubre dejó de salir en abril de 1934, y NC no apareció hasta enero de 1935. Claro que él habla de “los impulsores”, los que le negaron el pan y la sal a su hermano Pepe cuando les fue con la ingenuidad de formar una especie de cooperativa de intelectuales madrileño-valencianos. Lo que sí parece cierto es que NC suscitó polémicas. La corrección política y la idoneidad ideológica fueron el disfraz de las discusiones que, en su mayoría, se debían a celos intelectuales. Esto demuestra que NC tuvo impacto y que Renau era un organizador serio y eficaz.

Nueva Cultura fue un instrumento más del PCE, pero tiene razón Renau al asegurar que cupieron en ella formas de pensar, razonar y discutir ajenas al comunismo realmente existente entonces.

El lema de NC era “revista de orientación intelectual”. Ya hemos escuchado a Renau decir que esa orientación fue básicamente el antifascismo.

Presumía nuestro hombre de que al margen de NC (y de su antecesora Octubre) no hubo en la España republicana ninguna publicación que se manifestara con tanta virulencia contra el fascismo creciente. Es posible que tenga razón. Pero al margen de esta postura, que en esencia seguía con fidelidad la visión política de la Internacional Comunista y de Moscú, NC adoptó una posición muy clara sobre la historia y la cultura españolas. Es la primera definición que hacen en el número inaugural de enero de 1935.

En estos primeros números se encuentran los argumentos que después han sido el alimento básico del progresismo español moderno. Este hecho sorprendente lo percibió Renau nada más pisar España en 1976. Le parecía paradójico que los vencedores de su guerra en 1939 hubieran sido tan devastadoramente derrotados en el terreno cultural, que aquello que sembraron los redactores y colaboradores de NC hubiera florecido con tamaña vitalidad cuarenta años después. Es lícito decir que NC fue el jardín feraz donde germinaron en silencio los argumentos de los progresistas españoles del último tercio del siglo XX, casi todos, como está demostrado, hijos de los vencedores, no de los derrotados.

Nos hemos metido de golpe en el año 1934, el de la Revolución de Asturias o de Octubre. No es una mala idea preguntarse si el fracaso de esta acción promovida por los socialistas y apoyada por los comunistas no impulsó en cierta manera la creación de Nueva Cultura. Se hacía necesario, dice Renau, oponer una visión intelectual distinta a la proclamada por la Institución Libre de Enseñanza y sus Misiones Pedagógicas que “constituían la ideología oficiosa de la época”. Y por otro lado ofrecer un punto de vista diferente al “eurocentrismo purista de la Revista de Occidente”, al “casticismo de su antítesis neocatólica Cruz y Raya” y a la “ambigüedad o indiferencia de todas las demás revistas culturales”.

En la creación de NC influyó también la victoria electoral de las derechas en las elecciones de 1933. Recuérdese que Renau visita Madrid con sus iniciativas bajo el brazo en enero de 1934. La izquierda estaba preparando una batería de respuestas.

En agosto de 1934 Renau huyó de Valencia porque le perseguía la policía. No da las razones de esta persecución. Por los testimonios de otros comunistas de solera, como Enrique Castro (Hombres made in Moscú), sabemos que la policía tenía muy controlados a los militantes comunistas, y de vez en cuando les encarcelaba para estorbar sus actividades organizativas o para mermar su moral. Terminaban saliendo a la calle por falta de cargos judiciales. Pero los periodos de cárcel no se los quitaba nadie.

Así pues, Renau también estaba en el punto de mira policial. Aunque ignoramos las circunstancias que motivaron la huida, Renau dio detalles de la aventura en un artículo publicado en la revista Trellat en 1980.

Haciendo un largo viaje en automóvil hacia el norte de España (no se trataba propiamente de turismo, estaba escapando ante una orden de detención policial contra mí), rogué a mis acompañantes hacer un rodeo para pasar por Fuendetodos. Llegamos al lugar muy de madrugada. ¿Fuendetodos? Sí, otra muestra del sarcasmo hispánico… Ni rastro de alma ni de ser vivo; en la plaza, increíblemente vacía, polvorienta y anodina, un conato de fuente municipal de cemento sin gota de agua, llena de polvo, piedras y detritus de las cosas más indefinibles… Y al lado de la fuente, un árbol seco, raquítico y solitario: uno solo en toda la plaza, “yo mismo lo conté”, podríamos decir con Mark Twain. Deambulando por calles desgastadas topamos al final con la casa natal de Goya, calle de la Alhóndiga, 18. Áspero caserón de piedra con trazas de modesto hogar de hijosdalgo venidos a menos. Y nada más. No pudimos entrar porque en aquellas horas estaban las puertas cerradas. Llamamos y desde dentro nos llegaba un silencio de sepulcro […] Comentando la cosa en la cantina de otro pueblo de la ruta, un baturro ocasional nos dijo que él no daba ni cinco duros por todo aquel lugarejo. Al replicarle que aquel era el lugar de nacimiento de don Francisco de Goya y Lucientes nos respondió secamente que allí no les interesaba quien pudiera haber nacido en el pasado, sino la gente que ahora no podía vivir porque “las piedras no son buenas de comer”. H. I. [uno de los que hacían el viaje con Renau] empezó a lanzar blasfemias y toda clase de barbaridades contra el gobierno y contra todo lo existente. Aquel hombre tenía toda la razón.

En octubre de 1934, Renau estaba de vuelta en la ciudad de Valencia, después de su escapada. El día 4 hay crisis del gobierno de derechas, y Lerroux da entrada en él a varios ministros de la CEDA, la Confederación Española de Derechas Autónomas. La izquierda en general interpreta esto como un primer paso de golpe de estado (de todas las formaciones representadas en el gobierno, la CEDA era la que más votos había obtenido en noviembre de 1933), porque aseguraba que la CEDA era un partido fascista, cosa que le privaba de su derecho a gobernar. Los días 6 y 7 se producen levantamientos revolucionarios en Asturias y en Cataluña, donde se proclama el Estado Catalán.

La participación de Renau en este levantamiento de la izquierda contra el gobierno legítimo fue, según él mismo recuerda en las «Notas» y en algunas entrevistas, de un carácter más testimonial que efectivo. Sin duda la debilidad organizativa del PCE y la abstención de los anarquistas en la revuelta la hizo inviable, además de una serie de razones históricas y políticas que escapan al objetivo de esta biografía. Sirva como referencia, que la historia oficial del PCE durante el franquismo dedicó apenas tres páginas a la “Revolución de Octubre”, el antecedente de la guerra civil.

Los comunistas valencianos eran fuertes en Correos. Así se lo decía Renau al periodista Rafael Ventura Melià en 1978.

En 1934 yo controlaba la célula comunista de Correos, en la cual había gente importante. Cuando los hechos de Octubre, hicimos un conato de huelga general, pero los socialistas se acojonaron. Nosotros colocamos en Correos una gran bandera roja. Ahora no sé cómo, la policía nos agarró. Y nos llevó ante un tribunal militar de excepción. El juez quería convencerme de que yo estaba allí por error o por casualidad. Yo lo hacía todo muy mal y no sé cómo no me condenó. La cosa es que nos soltaron.

Sobre lo mismo, Renau le contaba a Manuel García que “como ya era un profesor y artista conocido me soltaron y en el juicio me absolvieron”.

En el artículo sobre Goya publicado en Trellat, Renau evoca sus días de presidio con una mayor carga melodramática.

Los anarquistas no nos daban respiro día y noche, pegando fuego a los colchones, sacudiendo ruidosamente y sin cesar las puertas de las celdas. Como en un jazz infernal… El estrépito se extendía por las crujías de los presos comunes. Con frecuencia se escuchaban fuera detonaciones, lejos; circulaban rumores insistentes de “paseos” de presos sacados de noche a la cercana carretera de Manises y, lo que era peor, que los Civiles estaban a punto de entrar en la prisión y hacer una carnicería con nosotros… El Partido nos hizo llegar la consigna de negarse a dejar la prisión si la “orden de libertad” nos llegaba a altas horas de la noche: … “después de la salida del sol, como manda la ley penitenciaria”. Lo más impresionante: que todo aquel tragadero de mil demonios no nos angustiara ni desmoralizara, sino que nos fue quemando e irritando paulatinamente… Las celdas colectivas, los pasillos, los patios bullían de discusiones políticas coléricas entre anarquistas, socialistas, republicanos, comunistas… Ahora: el clima común podía resumirse en este voto: “Si salimos vivos de aquí, ¡poco nos han de durar esos cabrones!”

Esta última y terrible admonición anuncia a las claras lo que pasó tras la sublevación militar de julio de 1936 en la zona republicana.

Renau salió en libertad a los pocos días, porque el juez no admitía que un artista capaz de exaltar en un magnífico cartel una fiesta burguesa por excelencia, la de Julio de Valencia, fuera un temible comunista como aseguraba la policía.

Para un bolchevique militante debió ser una humillación. Para el cartelista padre de familia (en mayo había nacido su hijo Ruy), un alivio. Desde un punto de vista psicológico, resulta atractivo un análisis de la convivencia de estas dos personalidades en Renau. A falta de más datos y tiempo para especular, lo dejo como una sugerencia para nuevos investigadores.

Cabe asegurar, sin embargo, que Manuela Ballester estaba profundamente enamorada de su  marido. Un librito de poesías editado por ella en Méjico, en 1981, lo demuestra. El cartelista era entonces un varón robusto, de rostro hermoso y de mirada penetrante y azul. Manuela se sentía orgullosa de él, y lo dejó por escrito. Un orgullo justificado también por el buen nombre de su marido en la sociedad valenciana ajena a la política.

(Nota posterior a la publicación del libro. En noviembre de 2021 ha aparecido Manuela Ballester. Mis días en México. Diarios (1939-1953), editados por Carmen Gaitán Salinas, en «Biblioteca del Exilio» Editorial Renacimiento, Sevilla. Su contenido modifica en determinados episodios esta biografía de Renau. Un nuevo biógrafo tendrá que tenerlos en cuenta.)

La fama de Renau era sólida. Ese año de 1934 había ganado, por tercera vez, el concurso de la Gran Feria de Valencia de Julio. Y también en ese año tan revuelto empezó a hacer carteles de películas para Cifesa.

Pero su mayor reserva de energías la empleó en la revista a la que venía dando vueltas desde hacía mucho tiempo, y para la cual se había estado preparando con sus colaboraciones en los periódicos anarquistas Orto y Estudios.

El título de Nueva Cultura fue escogido con todo propósito. La generación de Renau estaba hastiada de la monarquía, de la tradición, del orden establecido. Quería renovarlo todo. Este impulso no era exclusivo suyo, y ni siquiera español; las ansias incontroladas de renovación campaban por toda Europa, y se manifestaban tanto a la izquierda como a la derecha.

Las publicaciones que se han mencionado antes, Cruz y Raya y La Revista de Occidente salieron a la calle para modernizar el escenario intelectual español. La primera, desde una posición cristiana que se decía avanzada; y la otra, desde una perspectiva europea que, de un modo indirecto, negaba valores españoles considerados arcaicos.

Nueva Cultura no venía a rescatar ningún valor español tradicional. Todo lo contrario. Se diferenciaba de las mencionadas por su posicionamiento no ya laico, sino antirreligioso, y su desprecio del eurocentrismo, como le llamaba Renau. ¿Qué país europeo podía servir de modelo a la políticamente desgarrada sociedad española? Francia sufría convulsiones parecidas. Italia estaba en manos de los fascistas de Mussolini. Y Alemania había caído en las garras del nazismo. Descartados los países escandinavos y Gran Bretaña, tan dispares todos en historia y carácter en relación con España, sólo quedaba la URSS, el nuevo modelo de estado proletario, el productor de una cultura verdaderamente nueva, al menos en apariencia.

Las miradas intelectuales más penetrantes y apasionadas se dirigían a la URSS. A pesar de todo, el Komintern obraba con prudencia, y no quería que se viera su sombra detrás de ninguna iniciativa política o cultural, por reveladores que fueran los vínculos con los intereses soviéticos de quienes promovían iniciativas, como sucedió con la Association des Écrivains et Artistes Révolutionaires, fundada en París en 1932.

Una lectura reposada de los números de Nueva Cultura publicados hasta el estallido de la guerra civil despierta unos sorprendentes ecos en quienes hemos sido educados en el progresismo militante del tardofranquismo y la Transición democrática. Nueva Cultura congregó a los progres de antaño, cuyo pensamiento podía ser semejante al de los presentes, pero cuya actitud vital tenía bastante más sustancia. Con la diferencia de que aquellos se vieron envueltos en una catástrofe social a la que con tanto ahínco contribuyeron.

Resaltaré algunos de los argumentos que, a mi juicio, permiten desarrollar la hipótesis de que Nueva Cultura sentó las bases de muchos argumentos de los progres de hoy.

En palabras de Renau,

La inteligentzia republicana había heredado de la generación del 98 el sentido de un antiprogresismo moral y una cierta autarquía espiritual del “ser hispánico”, que la «Revista de Occidente» no podía compensar con su europeísmo –germanismo, más bien– idealista, elitista y “apolítico”… Por eso, una de las tareas iniciales de NC fue la de colmar –en la medida de nuestras fuerzas y de la exigüidad de nuestras páginas– este evidente vacío, tratando de informar y orientar al lector de y hacia las tendencias intelectuales y hechos culturales más progresistas y revolucionarios de fuera de España.

La redacción de NC se creía en posesión de las claves del progresismo europeo. Y he aquí cual era la base de ese progresismo, según lo ve Renau cuarenta años después:

En este sentido, la defensa de la URSS constituyó uno de los puntos fuertes de la revista: Rusia fue el primer país en romper la hegemonía mundial del capitalismo y, a la sazón, se hallaba rodeada por un cordón “sanitario” que amenazaba gravemente su existencia, como mostró palmariamente la guerra mundial.

Pero cuarenta años también dan cierta perspectiva. Y Renau admite en 1977 algunos de los defectos del grupo de NC. Es curioso como, en este caso, el progre de hoy sigue anclado en el mismo puerto que los intelectuales progresistas de 1934.

Como toda la intelectualidad de izquierdas, respetábamos profundamente y defendíamos las tradiciones humanistas de nuestra vieja cultura. Mas, las principales categorías del llamado Siglo de Oro, desde su quietismo místico hasta su picaresca seudopopular, nos producían (no a todos ni en la misma medida, por cierto) una fuerte reacción crítica, sobre todo por su patente impregnación individualista, esteticista, fatalista… Cometíamos, evidentemente, un error juvenil al proyectar hacia el pasado un concepto crítico moderno: el problema fue discutido a fondo en más de una ocasión, y convinimos en que si bien la cosa era metodológicamente incorrecta resultaba políticamente justa en la medida en que estos individualismo, esteticismo y fatalismo siguieran vivaces, con escasas excepciones, en la alta intelectualidad republicana, que propugnaba acabar con el atraso y postración seculares de nuestro pueblo.

La verdad es que el respeto y la defensa de las tradiciones humanísticas de la vieja cultura española no se prodigaron en NC. Era la afirmación de una hipótesis paradójica: metodológicamente incorrecta, pero políticamente justa. El individualismo y el esteticismo, y otro vicio difícil de localizar, pero que Renau califica de “fatalismo”, eran un lastre en el vuelo hacia la libertad.

Cuando escribe la introducción del libro Arte en Peligro, publicado en Valencia en 1980, el artista ha tenido tiempo de conocer las diferencias entre la sociedad española de su juventud y la de la Transición democrática, que navegaba entonces a toda máquina. Y al resumir con precisión las raíces ideológicas de Nueva Cultura, puede verse la sintonía absoluta que hay entre la visión de 1935 y la que sostenían los impulsores más progresistas de la recuperación democrática, y que hoy impera en la izquierda indefinida, según el término y concepto acuñados por el profesor Gustavo Bueno.

Desde los primeros tiempos de la República, un grupo de intelectuales valencianos habíamos ido desarrollando una crítica implacable de las concepciones históricas y de la hispanidad “de izquierdas” que mantenía gran parte de la intelectualidad republicana y cierta consiguiente mitificación de los valores de nuestra cultura.

Una de las excepciones de esta visión radical la constituyó José Gaos, uno de los mejores amigos de Renau, aunque no la esgrimió públicamente en NC, porque sus contribuciones eran muy incendiarias.

Algo más joven que yo fue, en numerosos aspectos, el mejor de entre nosotros. Era un comunista que creía –y sigue creyendo, creo– en Dios. Por eso fue el mejor “abogado del diablo” en nuestro grupo: nunca estaba de acuerdo con lo que decíamos y abandonaba –frecuentemente y con denuestos– nuestras discusiones, irritado por nuestro “materialismo” que, dicho sea de paso, dejaba por entonces bastante que desear: y eso era, precisamente, lo que –junto con nuestra esquemática alergia hacia todo idealismo – con más ahínco nos reprochaba.

El primer número, en enero de 1935, fue un acto de voluntarismo realizado entre Renau y su mujer, Manuela Ballester, con alguna colaboración. El primer editorial es ya una reveladora sucesión de estereotipos.

La espada y el crucifijo proyectaron un fatalismo mortal sobre la historia de nuestra cultura. Los aires frescos de Renacimiento chocaron en nuestras fronteras, y sus débiles ecos volaron soflamados por las llamaradas de la Inquisición. Más tarde, aventadas sus cenizas por el absolutismo reinante, las puertas de España se cerraron a las llamadas inquietantes e imperativas de la Europa ascendente.

Cada época cultural, viene a decir, va acompañada de mitos. Cita el caso de los artistas llamados “Ibéricos” (grupo de pintores y escultores constituidos en Madrid en 1925, frente al arte “conservador”), que quisieron oponer una visión española a la influencia francesa, pero fueron incapaces de ponerse de acuerdo para crear un mito. Todos los mitos creados en el siglo XX adolecen de la enfermedad del capitalismo. NC tiene su propio mito, arraigado bien hondo en “la España que se agita convulsa en la gestación de su porvenir histórico.” El campesino heroico que ha matado el mito del mas allá en su alma, el obrero que ha descubierto las mentiras de la democracia burguesa y quiere ir más allá, el intelectual angustiado y sepultado por las ruinas de la civilización que busca nuevas formas y valores. NC no posee la fórmula renovadora, la busca colectivamente. NC “intenta la formación de una cultura de raíz española, que contribuya a la realización intelectual y social de la idea de colaboración y solidaridad universales.”

También incluía este primer número un “Índice de la Prensa Española del mes”, elaborado al parecer por Gaos. En él se ataca a las revistas de dominicos, agustinos y jesuitas, y a los diarios derechistas. Se saluda a Cruz y Raya, respuesta nacional al excesivo europeísmo de La Revista de Occidente, a la que sin manifestar su acuerdo rinden homenaje. Otras revistas son dignas de mención, aunque se inspiren en un anacrónico anarquismo: Estudios, Revista Blanca y Tiempos Nuevos, Sin embargo, se ataca vehementemente a Estampa, Crónica y Blanco y Negro: “mezcla abigarrada y absurda de encuestas estólidas, reportajes truculentos e imágenes pornográficas son la justa estampa de la burguesía en descomposición.”

En relación con este último juicio, nos encontramos con otra de las paradojas de Renau. Nuestro hombre no sólo se ganaba la vida (y alimentaba el presupuesto de NC) con los carteles de fiestas, la publicidad y los carteles de cine, sino también haciendo dibujos de naturaleza abiertamente erótica, que luego publicaba la revista de Madrid Crónica. Lo curioso es que no firmaba con seudónimo. La verdad es que resulta comprometido interpretar esta contradicción: que por un lado llamara pornográfica a una publicación, y al mismo tiempo (como iniciativa privada) le enviara ilustraciones de esas características; según el criterio riguroso de NC, naturalmente, porque de pornográficas no tenían un pelo. Esta distorsión entre lo predicado públicamente y lo realizado en privado da lugar a especulaciones variadas, desde la psicología a la moral. Pero desarrollarlas requiere un espacio propio, situado más allá de la biografía general

Entre las primeras contribuciones de NC a la historia de España, vista con ojos progresistas extranjeros, está la referencia a “Las luchas sociales españolas en la Edad Media y en el siglo XVI”, de Gerald Walter. Destaca las desgracias del pueblo español, dirigido desde el siglo XIV por “una selección de degenerados e incapaces, de la que es difícil, si no imposible, encontrar un caso parecido en ningún país ni época.” Admite que la huella visigoda perduró durante siglos. Luego recorre fugazmente la historia de Castilla y acaba en la rebelión de las Germanías.

Otro artículo curioso es “Luigi Pirandello. Poeta del escepticismo”, por Nicolás Ferretti. Pirandello, dice, es el único escritor verdadero de la Italia actual. Por eso le persiguen los fascistas. Durante el discurso de apertura del Congreso Internacional Volta sobre el teatro, organizado por la Academia de Italia, afirmó que el arte no debe ponerse al servicio de la política, lo que provocó la réplica airada de Marinetti invocando la estética moral fascista. Pero Pirandello no es un antifascista, y además ha prestado juramento de fidelidad al Duce. Ninguna de sus obras evoca una contradicción social, se recrea en la psicología de los personajes, que buscan incesantemente una certidumbre vital sin encontrarla, y por tanto desesperan. Los seres humanos son variables, no les podemos conocer. La verdad es personal. Ferretti acaba el artículo recomendando a Pirandello que viaje a la URSS y observe las maravillas de aquel país, para ver si pierde su escepticismo.

La revista se interrumpió en agosto de 1936, siendo su último número el de julio, editado antes de la sublevación militar. NC no reaparecerá hasta marzo de 1937. Su nuevo lema era “Por nuestra independencia”. Sobre esta última etapa nos detendremos en el próximo capítulo.

Antes es preciso cerrar éste con una reflexión sobre el título, “El jardín feraz del moderno progresismo español”. Todos los países europeos prósperos del siglo XX han tenido uno o varios medios de divulgación de la doctrina marxista, casi siempre vinculados a una organización política. Curiosamente, los más influyentes estuvieron casi siempre en manos de heterodoxos, en especial trotskistas. Gracias a ellos se fueron formando en la teoría marxista aquellas grandes minorías de enseñantes, sindicalistas, funcionarios y profesionales liberales, que constituyen hoy esa masa de intelectuales progresistas huérfanos que flotan a la deriva en el océano de la izquierda indefinida.

La España de los años 20 y 30 no fue tan diferente del resto de los países europeos como algunos pretenden, y también contó con revistas divulgadoras. Nueva Cultura fue una de las más significativas e influyentes a mi entender, aunque hubo otras. El libro La República de los libros, de Gonzalo Santonja, es una mina de información sobre el asunto, en especial sobre la editorial «Cénit», de inclinación revolucionaria y con fama de estar controlada por el PCE, cosa que Santonja niega, y la CIAP, Compañía Ibero Americana de Publicaciones, que fue un imperio editorial que quebró en 1931, pero de donde salieron muchos profesionales de la edición del libro. Por cierto que CIAP firmó contratos con varios autores, sobre todo de novelas, en los que les pagaba un sueldo mensual a cambio de su trabajo. CIAP creó una red de librerías en varias capitales españolas, pero no en Valencia, de ahí que Renau tuviera el campo libre.

Una visión muy particular y directa de los intelectuales de la época y del mundo editorial, así como de la guerra civil vista desde la República la da Confesionario de Papel, de Mariano Rawicz, unas interesantísimas memorias de este dibujante polaco que intervino en la negociación del editor y hermano de Heartfield, Wieland Hertzfelde, con la editorial «Cénit».

Es evidente que los intelectuales que producían y leían Nueva Cultura vivían unas circunstancias muy distintas a los progres de hoy. Pero en lo básico eran muy semejantes, forman parte del mismo fenómeno social. Abjuraban de su pasado, de su historia, negaban cualquier propuesta que se alejara de las suyas, y depositaban una confianza ciega en la razón de su doctrina. No tenían un “referente” en el que sustentarse, como hoy sucede con la izquierda radical, que se apoya en una visión edulcorada y parcial de la República. Pero imaginaban una España anterior en la que habían surgido chispas de voluntad modernizadora, enseguida sofocadas con toda violencia por la reacción. De lo que deducían que la única forma de que las chispas se transformaran en fuego era también violenta. Es en lo único en lo que se diferencian, por fortuna para nosotros, de los progresistas del siglo XXI.

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