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Agricultura y naturaleza

Silvestre Carceller, de «Ecocaixa», en Meliana, Valencia

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Silvestre Carceller es uno de los veteranos del ejército de labradores eco en la Comunidad Valenciana. En veinte años ha construido un negocio sólido gracias a su familia y a su empeño en practicar la agroecología en toda su intensidad y su pureza. Su empresa se llama Ecocaixa, y está basada en su almacén de Cases de Bárcenas, a un tiro de piedra de Meliana. Sus primeros clientes fueron extranjeros residentes en l’Horta Nord de Valencia y en la misma capital, en especial alemanes. Todavía hace reparto de cajas o las prepara, con demandas a través de Internet, para que los clientes las recojan o en tiendas determinadas en las localidades que habitan o en el propio almacén. Muchas personas, sin embargo, acuden los martes y los sábados a este rincón de la huerta y hacen su propia cesta de verduras, recogidas el día anterior. Las van tomando de los cajones, se las pesan ellos mismos y las pagan a la amable cajera, la esposa de Silvestre. La trayectoria de Silvestre Carceller es un ejemplo más de los beneficios de un trabajo saludable y rentable.

Entrevista y fotografías de Fernando Bellón.

 Vivir de la agricultura ecológica haciendo las cosas bien

Silvestre trabaja con medios mecánicos, pero también con tracción animal.

Silvestre trabaja con medios mecánicos, pero también con tracción animal.

Silvestre Carceller. Tengo 55 años. Yo de pequeño acompañaba a mi padre y a mi abuelo al campo. Pero las familias de agricultores no quieres que sus hijos lo sean también. Algo que yo no comparto, porque mi hijo es labrador. Pero la mentalidad de la época me obligaba a ser funcionario o banquero. Es lo que me tocaba en los 70 y en los 80.

Estudié y fui contable un puñado de años, primero en una empresa de enseñanza, en Gent Sana, luego en una empresa de material eléctrico, y por último en una empresa que se dedicaba a montar gasolineras. Hasta que mi mujer acabó sus estudios de arquitectura, empezó a entrar ingresos a la casa, y me dediqué al campo. Habían muerto mi padre y mi abuelo, y estaba solo.

La tierra que heredé de ellos, menos la mitad que correspondió a mi hermana, fue la que empecé a trabajar. Esta tierra de aquí (Casas de Bárcenas) es alquilada. Tenemos tierra en propiedad Foios y en Meliana, otra que es alquilada, y también tenemos tierra nuestra alquilada a otros. Lo tenemos todo localizado cerca por la proximidad, para que sea menos costoso trabajar con los animales, que sea más fácil a la hora de regar.

Cuando me decidí a trabajar en el campo, me dediqué a formarme, aunque tenia la base de haber visto a mi padre y a mi abuelo. Era solo una noción, porque no me habían insgtruido para que no me dedicara a la labranza. Fui a lo que entonces era la Extensión Agraria, hice muchos cursos, y aprendí a hacer agricultura industrial. Me metí con 8 millones de pesetas en un invernadero, y empecé a hacer tomate valenciano. Lo vendía en el Mercado de Abastos. No estaba muy satisfecho porque me pasaba el día entre productos químicos. Cuando no estabas pulverizando para una plaga, estabas pulverizando para otra.

En esta parcela entre Meliana y Cases de Bárcena cultiva decenas de variedades

En esta parcela entre Meliana y Cases de Bárcena cultiva decenas de variedades

Entonces tuve la oportunidad de trabajar con Víctor, primo de mi mujer, que hacía agricultura ecológica con Vicent Martí, en Alboraya, de quien estuvo aprendiendo. Hice un tomatar con él. Y vi que era un mundo distinto, y me gustó. Porque, a pesar de que te pasas todo el día agachado, como ves con ese chico (señalando al campo), es sano. Lo otro era estar entre productos químicos.

Hace veinte años, el labrador del campo de al lado, me decía “¿Que haces eco qué…? ¿Tú estás bien, chico?” Pero me tiré al ruedo. Perdí amistades con el vecindario, “Eso no lo hagas. No dejes el seto…” Ahora ya te dejan, no se meten.

Empecé con tres hanegadas de naranjos. Y cuando comprobé que podía hacer cultivos, me tiré de cabeza, y puse toda la tierra en ecológico. Ya llevo 18 años así, y con certificado, aunque sin certificar, más años. En total cultivo unas 30 hanegadas de tierra.

El cuerno biodinámico

Hará cinco o diez años, no lo sé, nos reunimos unos cuantos agricultores de Castellón, Alicante y Valencia que teníamos inquietudes biodinámicas, porque habíamos leído los textos de Rudolf Steiner y nos habían gustado. Estudiamos el calendario biodinámico de Maria Thun. Hacíamos los preparados 500, el 501, los micorrizas para el compost… Nos sentábamos y, una vez al mes, discutíamos según nuestro entendimiento y experiencia, para repasar las 20 conferencias que dictó Rudolf Steiner sobre biodinámica.

Más o menos en este punto, junto al árbol, estuvo enterrado el cuerno biodinámico.

Más o menos en este punto, junto al árbol, estuvo enterrado el cuerno biodinámico.

Estaba muy bien. Pero es un mundo muy propio que me cuesta trabajo recordar. Pero claro, es lo único que hay escrito sobre agricultura. Yo por mi abuelo sabía que los ajos se tenían que plantar en luna menguante; cosas así. Tenías nociones, ideas, pero documentación escrita, nadie la ha recopilado. Yo me agarré a Rufolf Steiner como me podía haber agarrado a otro. Hicimos la experiencia y al año enterramos un cuerno de vaca comprado en Siberia, porque tenía que ser de una vaca criada ecológicamente. Estuvo enterrado, y luego sacamos de él las bolas para hacer el preparado 500, con una base de boñiga fresca metida en el cuerno enterrado en determinadas condiciones.

Yo hago biodinámica por un aliciente. La bioinámica adquiere importancia a partir del desastre de la central nuclear de Chernobil, en 1986. La contaminación no tardó en llegar a Alemania, y afectó a las hortalizas. Analizaron, y vieron que en la agricultura convencional la contaminaciòn era del 70 por ciento, en la ecológica solo un 30 por ciento, y en la que había seguido las técnicas biodinámicas solo un 3 o 4 por ciento. Así que el sello Demeter, que representa la biodinámica, subió como la espuma.

Los científicos han estudiado el asunto y han descubierto mediante un estudio llamado de cristalino que lo ecológico respecto a lo convencional tiene un 30 por ciento más de fósforo, 40 por ciento más de potasa, etc, que potencian el sabor, las condiciones organolépticas, y los frutos también son mayores. Así que, con el ánimo de dar más calidad y mejor sabor, hago prácticas biodinámicas.

Biodiversidad, la base del éxito agroeco

Biodiversidad, la base del éxito agroeco

Productos y rutinas de trabajo

En este momento tengo contratados a mi hijo y dos personas más, fijos todo el año. Así que somos cuatro: yo, de autónomo, y los otros tres en el sistema llamado de peonadas. Y cuando necesito a más personas, las busco. Aunque es difícil encontrar a personas que les guste el campo y trabajen bien en él.

Trabajamos entre 30 y 35 artículos de huerta periódicamente. Cuando no son tomates son alcachofas, brócoli, lechugas… Siempre hay uno que se te va. Viene la araña roja y te fastidia las judías verdes, aparece un conejo y se come la tira de col-rábano. Esta pérdida viene compensada por los otros veintinueve o treinta y pocos artículos que sí han funcionado.

Empecé con tres hanegadas de cítricos reconvertidas a orgánico, pero hasta el tercer o cuarto año no fue bien. Ahora casi todo el producto de huerta. Y verás que está cercado según los procedimientos orgánicos, un seto para que cuando acabas con el cultivo, la fauna útil que se queda sin alimento puede refugiarse en el seto.

Rentabilidad y autosuficiencia

Yo las he conseguido saltándome al intermediario. Eso es algo que aprendí con la agricultura convencional. Al principio de mi trabajo agrícola llevaba mis cosechas a un asentador que vendía mi producto en Mercavalencia o en otros sitios, y que se lleva un tanto por ciento. A veces lo vende a un comerciante, que también recoge dinero, hasta que llega al último consumidor, subiendo la escala de precio. Lo que tú has vendido por medio euro, acaba en uno cincuenta, y tú te mosqueas.

Así que lo que yo hago es aproximarme al cliente. Me iba a la «Tira de Contar«. Me levantaba a las dos de la mañana y vendía directamente al frutero o verdulero. Eso lo hacía hace treinta años cuando empecé con el invernadero de tomates. La campaña me costaba diez kilos de mi propio peso, pero hacía seis millones de pesetas, que en aquel momento era mucho dinero. Estaba en la «Tira de Contar» de dos de la mañana hasta a las siete. Luego me iba al huerto, le decía al empleado lo que tenía que recoger, me iba a dormir, y por la tarde me ponía a trabajar en el campo.

Cuando entré en lo ecológico, pegué otro salto. La venta directa. Esto es, al saltarme dos pasos intermedios, me permiten vender el puerro a uno vente, la col a uno cincuenta, es decir, precios razonables, aunque todavía de subsistencia para mí. Implica, claro, un esfuerzo más grande. Los martes te pasas el día atendiendo a los clientes que van llegando a esta tienda-almacen, igual que el sabado. El lunes por la mañana, recolectando cosechas, y el viernes también. Así que te quedan tres días para atender el campo. Por eso necesitas personal de apoyo.

La esposa de Silvestre se encarga de al caja

La esposa de Silvestre se encarga de la caja

Pedidos on-line

Las cajas han pegado un bajón muy grande. Cuando yo empecé en ecológico, en l’Hota Nord éramos cuatro: Vicent Martí en Alboraya, Víctor y Paco en Bétera, y conmigo cuatro. Ahora cada pueblo tiene un productor ecológico, y otro que vende ecológico. Esto ha proliferado como la espuma. Cuando empecé y veía multiplicarse a los agricultores ecológicos, pensaba, alguno caerá en el camino. Pero, no. Esto me hace pensar que cada vez hay más personas que consumen ecológico. Tampoco haces la producción que hacías al principio. Cuando yo empecé creo que hacía más de cien cajas, un procedimiento bueno para el labrador, porque planificas y plantas sobre lo que puedes vender. Vicent Martí hacía creo que trescientas.

Ahora la gente compra a lo mejor, más puerro que coles, y te quedas con un remanente de coles que acaban en el compost. Yo he pasado de cien a veinte cajas. Es por la competencia. Y claro, tienes que adaptarte a las exigencias.

Yo sigo con las cajas, si alguien me la pide, yo se la hago e incluso se la envío a casa. Pero la demanda personal y presencial, un manojo de puerro, tres kilos de boniato, dos de tal… Esa demanda ha subido, y compensa la pérdida de cajas. Vienen aquí a comprar, o se la llevo a casa. En la caja original, yo pongo lo que tengo, en función de lo que cosecho. Es una caja cerrada, con un compromiso por mi parte de no poner más de dos kilos del mismo producto, sobre todo en las campañas de hortalizas como tomates, patatas, etc, y un peso de diez a doce kilos total. La caja a demanda o libre no te permite planificar.

Yo prefiero que hagan la comanda por internet, no por teléfono. Saben que tienen hasta el jueves, para recoger el sábado, y hasta el domingo para recoger el martes.

¿Envías productos fuera de Valencia?

Sí. Mi hijo tiene otros proyectos. Por ejemplo él vende a intermediarios y se olvida del dolor de cabeza de la venta directa. Eso es porque no ha conocido lo que yo. Supongo que tendrá que pasar por ahí. Yo le transmito mis experiencias, pero él insiste. Así que estamos enviando a Madrid, a Barcelona, y de momento va bien, nadie nos ha dejado colgados. A mí me quedan diez años para jubilarme, así que él será el que tenga que sacar adelante el negocio.

el cliente selecciona y pesa su producto. Silvestre asesora.

El cliente selecciona y pesa su producto. Silvestre asesora.

¿Cómo es tu cliente tipo?

Al principio eran todos extranjeros. Franceses, alemanes sobre todo, e ingleses. Ese era el perfil mayor, que todavía se mantienen, aunque no tan numeroso como antes, al rededor del 10 por ciento de los compradores. Ha ido entrando gente de aquí, de mi entorno, que es lo que yo buscaba. Personas de Meliana, de Albuixec… De Valencia también, Y hay quien hace 33 paradas de tren para comprar aquí, una señora que viene siempre, con su carrito, desde la estación de metro, paseando.

Recomendaciones a agricultores jóvenes

Que se lo piensen bien. Y si les gusta, adelante. Mejor con formación. Lo más importante para mí en este trabajo es que te nazca trabajar en el campo. Porque es muy sacrificado. Hay días que te toca levantarte a las cuatro para regar. Horarios de 15 horas en verano, diez en invierno… Pero si te gusta, disfrutarás como un cosaco. Y en ecología, todavía más. Porque nada de lo que eches en el campo será nocivo ni para ti ni para el consumidor.

¿Se acabará imponiendo la agroecología?

Hay una evolución muy clara. Al principio los consumidores eran alemanes, y otros extranjeros. Luego hubo un boom, hará cosa de diez años, que consumían eco por razones médicas o de salud; compraban por prescripción facultativa, igual que te recetan una aspirina. Y por último, gente de la calle. También es verdad que en veinte años yo no he subido los precios. Empecé vendiendo la lechuga a un euro, y sigue estando a euro. En aquel momento era más caro, porque no había otros productores, y ahora hay más agroecos y tienes que mantener los precios. Me parece que el manojo de puerros está a uno veinte desde hace veinte años. Nos hemos informatizado, hemos cambiado mucho, pero mantenemos los precios.

 

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