Una visita a Portugal
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Gaspar Oliver, co-editor de Agroicultura-Perinquiets
El intercambio turístico entre España y Portugal crece con el paso del tiempo. Es común cruzarse por las calles de Madrid, Sevilla o Toledo con familias portuguesas, y al contrario, los españoles están por todas partes en el país vecino, con el que tenemos tanto en común, hasta siglos de unidad peninsular, más o menos los diez primeros desde la civilización romana a Alfonso VII de Castilla y León y Afonso Henriques de Portocale, siglo XII, más los sesenta años de los Austrias entre los siglos XVI y XVII.
Recorrer cualquier paisaje urbano o rural de Portugal es una confirmación de lo distintos que somos españoles y lusitanos, pero también de cuanto nos une e identifica. Cuando uno es niño o muy joven, los viajes a lugares ajenos se le presentan como excursiones a lo extranjero, fuera de la experiencia conocida, a lo lejano, aunque sea el pueblo de al lado. Tal sentimiento es el que un adulto español siente al adentrarse en Portugal, con la ventaja de saber que lo que nos distingue también nos identifica. La primera sensación que me suscita Portugal es la de admiración y reconocimiento de unas gentes que no han abjurado de su historia, de sus tradiciones. Una persona que conocí en Guimarâes, la cuna de Portugal, al lamentarme yo del menosprecio de los españoles por nuestra nación, replicó que en Portugal hay un «hipernacionalismo». Yo eso no lo considero un defecto. El problema es cuando el cariño a la patria se convierte en desprecio o superioridad en relación a los ajenos.
A continuación ofrezco un reportaje fotográfico del viaje. XX instantáneas con sus pies de foto indicativas.




















