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Prisma informativo

Analogías mitológicas (3)

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Un artículo de Fernando Bellón 

¿Qué analogía hay entre una obra doméstica y la dialéctica de los imperios? Vamos a verlo.

En casa hemos cambiado una balconera deficiente por otra con “ruptura térmica”. Cada vez que pasaba por el salón, me entraba rabia y desesperación, ante la visión de muebles amontonados y cubiertos de plásticos, y los trastos que acostumbran a decorar el salón, desde cuadros a bibelots de diversos tamaños, repartidos por el resto de las habitaciones, como un museo gestionado con negligencia.

Una de las veces me vino a la cabeza un pensamiento trágico.

Se me ocurrió que en febrero de este año es muy probable que algún ciudadano de Ucrania estuvieran metido en un fregado como el mío, el comedor patas arriba, trastos arrinconados en el dormitorio y en el cuarto de los niños. Y de pronto, bum, un obús golpea el edificio en el que vive, y la casa se desploma. Ahorros e ilusiones de una familia reducidos a escombros. Una semana antes, la mayoría de los ucranianos (y de los rusos) creía llevar una vida más o menos tranquila y más o menos segura, como me sucede a mí y a casi todos los españoles, a pesar del gobierno.

Imagino la desesperación de este pobre hombre y de su familia (a los que mi fantasía ha perdonado la vida). ¿Dónde estarán estas personas ahora? El tipo en un frente de guerra, la mujer y los hijos refugiados en Polonia o en Alemania…

Me basta con la imaginación sometida a la razón  y no al delirio.

El delirio me lo ofrecen los telediarios dos veces al día (no los veo desde hace años, pero sí me llegan ráfagas).

Fotografías o videos de un padre arrodillado junto al cadáver de su hijo, un grupo de niños con sus madres cargados de maletas a lo largo de una vía férrea…

Esto son obscenidades que no sirven ni para informar, sólo para conmover. El periodismo de guerra es el más cruel e indigno cuando se convierte en espectáculo, además de todo lo contrario que informativo, porque el corresponsal o el fotógrafo en el frente no tienen ni remota idea de lo que está sucediendo a la vuelta de la esquina, y algunos han muerto arrastrados por la curiosidad y la codicia mediática.

A los corresponsales de guerra que se venden a ellos mismos como tales, las causas mediatas e inmediatas de las guerras les importan un pimiento, lo que les interesan son las consecuencias. La muerte, el patetismo.

No hay guerra divertida e inocua. Y sin embargo, las guerras producen cosas buenas, desde adelantos científicos a gestos solidarios que transforman a la sociedad, pasando por la épica literaria. Los primeros testimonios de la literatura en diversas culturas son bélicos: La Iliada, muchos libros de la Biblia, epopeyas como la de Gilgamesh, el Mahabarata, mitos precolombinos de las Américas, leyendas japonesas, chinas, africanas…

La literatura ennoblece la guerra. El teatro, también. El cine, la televisión, la fotografía, muy poco, porque la inercia del espectáculo circense es muy poderosa, y el cronista se deja arrastrar. La guerra es un escenario de riesgo y sangriento. Su evocación en epopeyas, en cantares de gesta, en romances nos acerca al drama sin abrumarnos, nos conmueve y nos hace ver la violencia por encima de bandos, de partidos; nos habla de hombres y de mujeres obligados a ser valientes, generosos, audaces. Leer o escuchar la guerra en la boca de los poetas nos humaniza, contemplarla en la pantalla de la televisión nos inmuniza contra la compasión y la clemencia, porque ver la muerte en diferido produce tal horror que lo tapamos con la negación (apagando la tele) o con un encogimiento de hombros aliviador. ¿Qué otra cosa podemos hacer? Porque de lo que se trata es hacer, si lo que nos cuentan está tan cerca de nosotros. ¿Cómo hacerlo? ¿Irnos de voluntarios al combate, entregar dinero a la Cruz Roja, arrodillarnos y rezar?

La guerra sólo puede ser afrontada de dos maneras, convirtiéndose en guerrero o huyendo de ella. Y los que no están involucrados, reclamando públicamente negociaciones de paz, o procurando la neutralidad en el caso de los estados.

El curso de este comentario nos lleva, por fin, a resolver la analogía enunciada en el título.

La mitología y la épica literaria reducen la guerra a personajes, a héroes, a traidores. Esto es natural, es lo que hacemos los seres humanos para asimilar lo espantoso. Pero cuando se trata de un análisis crítico de la realidad, debemos ajustarnos a los hechos observados y observarlos con un desapasionamiento muy difícil de conseguir cuanto más cerca estés del combate o más implicado estés en él.

Este es el trabajo de los Estados Mayores en todos los ejércitos. Si toman decisiones apasionadas, es posible que se equivoquen y que pierdan la guerra; deben de basar sus decisiones basándose en la realidad desnuda. Las noticias del mercado mediático están llenas de estupideces sobre la incompetencia de unos, la confusión de otros, el retorcimiento de fulano o de mengano, la salud mental o física de tal o de cual. Esto no son ni siquiera especulaciones, son hechos sin fundamento, son falsedades, infundios. Basura informativa.

Un análisis sólido y potente sobre la historia de los seres humanos y sus conflictos es el que establece el materialismo filosófico de la escuela de Oviedo, fundada por el profesor Gustavo Bueno. Este sistema filosófico cimenta su análisis de las guerras (y la paz) en la “dialéctica de los imperios” y la “dialéctica de los estados”, esto es los conflictos de poder entre instituciones con una historia más o menos larga de territorio, cultura, orden político y atribuciones propias de estados nacionales constituidos.

Este sistema argumenta que el conflicto (la dialéctica) es el patrón en el que se mueve la realidad nacional e internacional. La paz es una idea metafísica que sólo puede observarse en diversas modalidades concretas en cada caso. Hay paz entre España y Marruecos, pero los conflictos son manifiestos; y llegado el caso puede derivar en batallas reales, por ejemplo, utilizando a desgraciados negroafricanos desesperados como ejército invasor desarmado.

Los conflictos entre imperios son de una categoría superior, y también la matriz de bastantes conflictos entre estados.

La guerra en Ucrania es uno de ellos, en este caso protagonizado por uno de los imperios, el ruso, que ha decidido pasar a la acción ante el acoso prolongado y cada vez más fuerte del otro imperio, el anglo-norteamericano. Ucrania y el resto de Europa son víctima y espectadores impotentes. Y hasta aquí el desarrollo argumental.

Conclusión

Mi mujer y yo nos hemos propuesto renovar la casa con un “criterio sostenible”. Las comillas señalan que a mi juicio el concepto es una tontería, como se ve en la publicidad de casi todo lo que se vende, no hay producto que no sea sostenible. Lo que buscamos nosotros es arreglar un defecto de construcción común en esta tierra mediterránea de hacer las cosas con materiales baratos, y dotarnos de placas solares para consumir energía barata en la medida de las posibilidades de la ciencia.

Y lo hacemos a riesgo de tirar el dinero por la borda, porque uno nunca sabe si la dialéctica de los imperios y la incompetencia de los dirigentes nos convertirá a los europeos en supervivientes entre ruinas.

Esta es la analogía mitológica entre la vida doméstica y la dialéctica política.

 

1 Comentario

  1. rafael escrig fayos 7 mayo, 2023

    Verdades e ironías de una sociedad turbulenta y poco «sostenible».

    Responder

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