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Cultura y comunicación

Unamuno y Azaña se confiesan en público

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Una reseña de Fernando Bellón

«Entre los hunos y los hotros» es una obra de teatro escrita por Enrique Girón y representada por él mismo y por Juan García de la Coba, ambos profesores de instituto jubilados en Málaga, y fundadores y mantenedores de la compañía «Callejón del Gato».

Se trata de un diálogo entre Manuel Azaña y Miguel de Unamuno, ambos desde el Hades, en torno a la responsabilidad de ambos en la tragedia española por antonomasia, la Guerra Civil 1936-1939. Diálogo controvertido, que termina en un abrazo de los oponentes, como era de esperar un siglo después, y un llamamiento a la concordia de los españoles. Buenas intenciones y buenas palabras, en un tiempo en el que las primeras cruzan el cielo como metralla (es decir, son malas) y las segundas son monopolio del insulto y la descalificación.

«Entre los hunos y los hotros» es una dramaturgia oportuna y es digna de difusión. Merece la pena, ilustra y conforta. Aunque Girón asegura que no lo hizo a propósito, fue efecto secundario de la pandemia).

Esta revista digital la ofrece a los lectores de buena voluntad. Pulsando este enlace pueden ver la obra en YouTube.

Ni Enrique Girón ni Juan García de la Coba se tienen por actores profesionales. Su trabajo desmiente su modestia. Pocos guiones televisivos o teatrales, actores de pantalla y deescenario superarán el talento acumulado en «Entre los hunos y los hotros». Ambos forman parte de la legión de personas de valor dispersas por la península e islas, que refuerzan la existencia y la estabilidad del estado español. Si no fuera por estos depósitos humanos de talento y voluntad, los supuestos dirigentes de la patria se la habrían cargado hace tiempo. En Agroicultura-Perinquiets nos gusta dar cancha a estas iniciativas para que no se pierdan como lágrimas en la lluvia.

«Callejón del Gato» nació en 1985 en el municipio cordobés de Los Pedroches, donde Enrique y Juan ejercían como profesores en un instituto de bachillerato. No fueron los únicos docentes en sentar las bases de un grupo de teatro sin nombre, pero sí quienes lo conservaron y bautizaron luego de obtener el primer premio en el Certamen de Teatro Juvenil de Fuente Obejuna con «Luces de Bohemia», de Valle Inclán, espectáculo en el que intervenían ambos.

Girón y García se mudaron a Málaga, cada uno a su tiempo, y refundaron allí el «Callejón» nueve años después. Sin romper con el vínculo docente, los profesores aprovecharon su profesión venal y se metieron en otra como grupo de teatro independiente, al que luego se unió Raúl Guerrero Gálvez. Hoy se definen como grupo amateur de teatro sin ánimo de lucro.

Cuenta Girón:

Hasta ese momento nos habíamos limitado a actuar en centros de enseñanza fundamentalmente, pero tras legalización de nuestro grupo nos hemos presentado en diferentes certámenes de teatro aficionado en distintas localidades de Andalucía, cosechando algunos premios importantes. El dinero obtenido se ha utilizado para sufragar viajes, estancias y remunerar al técnico de luces y sonido. Ahora con esta nueva obra tenemos intención de seguir presentándonos a certámenes a nivel local y nacional sin descartar otros espacios escénicos, entre otros el Ateneo de Madrid, Universidades como la de Salamanca o Alcalá de Henares y también salas convencionales de teatro.

«Entre los hunos y los hotros» se ha gestado en un piélago de virus, de decretos ambiguos, de estadísticas escandalosas, de paciencia ciudadana y de naufragio del sentido común.

Unos meses antes de la pandemia, mi compañero Juan García de la Coba y yo, únicos integrantes de la compañía “Callejón del Gato”, estábamos ensayando una obra de producción propia cuando nos sorprendió la cosa, por lo que dejamos de vernos y nos confinamos como todo quisque. Hacía tiempo que rondaba por nuestras cabezas hacer una obra de dos personajes de relevancia y de edades acordes con las nuestras. La obra de teatro “La disputa” en la que aparecían personajes como Voltaire y Rousseau nos dio la idea de hacer lo propio con personajes españoles de peso. El aire azañesco de mi compañero Juan y la posibilidad de encarnar yo también a Unamuno hicieron que acariciáramos la idea de enfrentarlos en un escenario pues pensamos que podían dar cierto juego. Sobre Unamuno todavía nos llegaban los ecos de “Mientras dure la guerra” y “La isla del viento”, amén de las interpretaciones de José Luis Gómez sobre éste y el propio Azaña. Por otra parte, la prensa y los políticos citaban a Azaña y también a Unamuno constantemente. Desde la soledad del encierro involuntario le propuse a Juan esta obra, pidiéndole que investigara sobre Azaña y que yo haría lo propio con Unamuno. Naturalmente era imposible leerlo todo, pero sí nos hicimos una idea aproximada de cómo estos dos personajes podrían interactuar sobre las tablas. El título “Entre los hunos (de Atila) y los hotros” lo sacamos de una carta atribuida a D. Miguel en la que se quejaba amargamente de que los españoles de ambos bandos hicieron todo lo posible por destruir (once again) la concordia entre sus semejantes; algo, por cierto, bastante recurrente en nuestra historia.

Cuantos más años pasan, más difícil resulta ser original en el tratamiento histórico y artístico de la II República y la Guerra Civil. El valor de «Entre los hunos y los hotros» no es la originalidad, sino el esfuerzo hecho en trasladar a los escenarios un diálogo de dos personajes que en vida se menospreciaron. Azaña y Unamuno tuvieron que morirse para entenderse. Confieso que me gustaría ver una obra en la que el conflicto superara al entendimiento, que es lo que ocurrió. Pero sería una dramaturgia sujeta al tópico y al escándalo, estilo reality show o Rociito Versus Diana de Gales, muy difícil de situar en un marco de razón estética.

La realidad histórica de Azaña y de Unamuno, lo que dijeron y lo que hicieron, todavía no tiene la perspectiva necesaria para leerla como si fuera la «Ilíada». Me resulta chocante que algunas de las obras y memorias que se escribieron poco después de acabar las guerras (la civil española y la mundial) fueron más intensas y objetivas que las que han venido después. En especial hoy, cuando se da en mitificar el pasado reciente como si fuera un tiempo de héroes y villanos.

Seguimos con Girón.

Indudablemente Unamuno y Azaña no representaban, «stricto sensu» a los dos extremos en liza, pero nos permitía mostrar en parte a esas dos Españas (o más), de las que siempre se habla y se sigue hablando por desgracia hoy en día. La intención, en esta obra de ficción, era enfrentar a los espíritus de Azaña y Unamuno en la actualidad para que, con la perspectiva que da el tiempo, pudieran hablar, discutir y hacerse ciertos reproches teniendo a la República y la Guerra Civil como telón de fondo. Ni que decir tiene que no soy historiador y que me he permitido ciertas licencias teatrales para poner en pie esta pieza.

Insiste el autor que la coincidencia del estreno de la obra con el 90 aniversario de la II República española es fortuita. Se ha estrenado y representado una sola vez el 23 de marzo pasado en el centro cultural María Victoria Atencia de Málaga.

La acogida del público asistente y de los que la han visto por Youtube ha sido formidable, pero, claro está, se trata de la opinión de amigos y familiares que siempre nos miran con buenos ojos. Éramos conscientes de que era y es un tema espinoso y que los sentimientos están siempre a flor de piel. Al margen de sus responsabilidades en aquellos momentos convulsos nos parecía adecuado acercar el lado humano de ambos personajes y que lo contaran en primera persona. Éramos conscientes de que la Historia había tratado peor a Azaña culpándole de todos los males del mundo mientras que Unamuno salía siempre mejor parado. Azaña se queja y mucho a lo largo de la obra y reparte estopa, quizá más a sus compañeros de viaje que a los ‘hotros’. Hace examen de conciencia, se justifica, se victimiza y aparece más vulnerable que Unamuno que apenas baja la guardia y siempre es él mismo con sus ‘cosillas’: pedante, quisquilloso, socarrón y siempre dando lecciones como buen profesor que era. Hay enfrentamiento; pero no tanto como si hubiera situado cara a cara a José Antonio y a Largo Caballero, por ejemplo. Nuestra intención era que se impregnara la obra de un aire de reconciliación y creo que con Azaña y Unamuno era creíble. Ficción, sí, pero con un trasfondo de verdad. Los discursos de ambos y muchas de las expresiones que parecen en la pieza son atribuidas a los dos; el resto es pura ficción, pero tratando siempre de que fuera lo más verosímil posible.

Girón habla de los vicios nacionales que ha querido manifestar en su trabajo. Es evidente que una obra sobre Robespierre o sobre Bismarck retrataría eso que se llama rasgos nacionales, en especial si sus autores no fueran ni un francés ni un alemán. Los rasgos nacionales son algo secundario, me parece a mí. ¿Qué diferencia a los aqueos de los troyanos? Son igual de valientes y de bestias. La ocupación alemana de Francia todavía da material literario, y los buenos y los malos pierden cada vez más el perfil. Lo interesante de las obras escritas sobre conflictos políticos es la tensión literaria y artística que acumulan y reflejan. A mí me ha gustado la que muestra «Entre los hunos y los hotros», y creo que quienes vean la representación sacarán provecho intelectual y estético de ella, sobre todo los jóvenes que tienen un lío considerable sobre el asunto, y a veces lo resuelven de un plumazo ideológico: estos son de los míos, esos otros son unos cabronazos.

No sólo somos víctimas del maniqueísmo, sino del mito. Al franquismo no le costó mucho dar la imagen de una República estereotipada, ella misma se había encargado de retratarse con sangre. Pero noventa años después, la vuelta de tuerca está siendo el mito, una República que nunca existió. Eso una forma de verlo, claro.

Como hijo de combatiente franquista, después oficial del Cuerpo, llegando al generalato, mi vida transcurrió en cuarteles de la Benemérita y hasta que no estudié en la Complutense no me enteré mucho de cómo iba la cosa. La República era el coco y el Franquismo la salvación eterna. Con el paso del tiempo uno empieza a relativizar y la impresión que uno tiene es que tras una Primera República truncada y un periodo monárquico desastroso, (coinciden en eso Azaña y Unamuno), la Segunda República se presentaba como un proyecto ilusionante, que por circunstancias de todos conocidas, desembocó en una guerra cruel que nos ha retrasado con respecto a los países de nuestro entorno. Naturalmente que Azaña tuvo mucha responsabilidad en los errores que cometiera la República, pero no es menos cierto que tampoco los suyos se lo pusieron fácil, y al final fue un hombre decepcionado y amargado hasta su muerte. En la obra se denuncia la actitud de los dirigentes catalanes (en sus memorias habla de ello) y también hace mención, en términos no muy cordiales, del doctor Negrín con el que no tuvo demasiado ‘feeling’. Unamuno, por su parte, es un testigo incómodo y contradictorio. Como liberal que era, como Marañón y Ortega se horroriza del cariz que toman los acontecimientos y ese entusiasmo inicial por la República se convierte en crítica lacerante.

Pregunté a Girón qué políticos españoles de la actualidad habría escogido para retratar lo que estamos viviendo hoy.

En cuanto a lo de subir al escenario a políticos actuales, te diría que a la mayoría les falta talla intelectual y personal. Enfrentar a Iglesias, Casado, Sanchez o Abascal no me resulta muy atractivo. Fraga, Suarez, Carrillo, Anguita o Felipe González en el pasado reciente, tal vez darían más juego.

En el PDF que señalamos al final de la reseña el lector puede consultar la «ficha» de «Callejón del Gato», y comprender mejor la calidad de unos actores que han representado a dramaturgos de diversos países, algo que pocos actores profesionales pueden mostrar en sus currícula.

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